domingo, 30 de octubre de 2011

La hora final



¿Qué es lo que pasa en la hora de la muerte y como se desprende el Espíritu de su prisión material? ¿Qué impresiones, que sensaciones le  esperan en esa ocasión tan temida? Es eso lo que nos interesa a todos conocer, porque todos llegaremos a esa jornada. La vida se nos escapa  en todo instante:   ninguno de nosotros escapará a la   muerte. Ahora, lo que todas las religiones y filosofías nos dejaron ignorar, los  Espíritus en multitud, nos lo vienen a enseñar. 
             Nos dicen que las sensaciones que preceden y siguen   a la muerte, son 
    infinitamente  variadas y dependientes sobre todo del carácter, de los méritos y de 
    la elevación moral del Espíritu que abandona la Tierra.


        La separación es casi siempre lenta, y el desprendimiento del alma se  opera 
   gradualmente. Comienza, algunas veces, mucho tiempo antes de   la muerte,  y solo se 
   completa, cuando quedan rotos los últimos lazos  fluídicos, que unen el periespíritu al 
   cuerpo.


      La impresión sentida por el alma, se revela penosa y prolongada,  cuando esos lazos 
     son más fuertes y numerosos. Son causa permanente de las  sensaciones y de la vida. 
       El alma experimenta las conmociones, todos los  despedazamientos del cuerpo  
     material. 


      Dolorosa, llena de angustias para unos, la muerte no es para otros, sino  un sueño 
     agradable, seguido de un despertar silencioso.


      El desprendimiento es fácil para aquel que previamente se desligó de las  cosas del 
     mundo, para aquel que aspira a los bienes espirituales y que  cumplió sus deberes. 
     Hay, al contrario, lucha, agonía prolongada en el  Espíritu preso a La Tierra, que solo 
     conoció los gozos materiales y dejó  de prepararse para ese viaje.  


      Entre tanto, en todos los casos, la separación del alma del cuerpo, es seguida  por un 
     tiempo de perturbación, fugitivo para el Espíritu justo y  bueno, que desde temprano 
    despertó ante todo los esplendores  de la  vida celeste; muy largo, hasta el punto de 
    abrazar años enteros, para las  almas culpables, impregnadas de fluidos groseros.


      Gran número de estas ultimas, cree permanecer en la vida corpórea, mucho tiempo
     más después de la muerte. Para estas, el periespíritu es  un segundo cuerpo 
     carnal,sometido, a los mismos hábitos y, algunas  veces, las mismas sensaciones 
     físicas como durante la vida terrena. 


     Otros Espíritus de orden inferior, se hallan sumergidos en una noche  profunda, en un 
    completo aislamiento en el seno de las tinieblas. Sobre  ellos pesa la inseguridad, el 
    terror. Los criminales son atormentados por  la visión, terrible e incesante de sus 
    victimas. 

      La hora de la separación, es cruel para el Espíritu que solo cree en la  nada. Se agarra 
   como un desesperado a esta vida que se le escapa; en   el supremo momento se 
   insinúa en él la duda; ve un mundo temeroso   abrirse para abismarlo, y quiere 
   entonces, retardar la caída.


      De ahí, surge una lucha terrible entre la materia, que se evade, y el   alma, que teme 
      retirarse del cuerpo miserable. Algunas veces, ella queda presente hasta la  
    descomposición completa, sintiendo en si   mismo, según  expresión de un Espíritu,
    “los gusanos, corroerle la carne”. 


      Pacífica, resignada, aún mismo alegre, es la muerte del justo, es la   partida del alma 
     que, habiendo luchado mucho y sufrido, deja La Tierra  confiada en el futuro. 


      Para esta, la muerte es la liberación, el fin de las pruebas. Los lazos debilitados que la 
     ligan a la materia, se desprenden dulcemente; su perturbación no pasa de un leve 
     entorpecimiento, algo semejante al  sueño. 
  
      Dejando su residencia corpórea, el Espíritu, purificado por el dolor o el sufrimiento, ve 
    su existencia pasada retroceder, apartarse poco a poco  con sus amarguras e ilusiones; 
   después, disiparse como las brumas que  la aurora, encuentra extendidas sobre el 
   suelo y que la claridad del  día hace desaparecer.


     El Espíritu se halla, entonces, como suspendido entre dos sensaciones: la de las cosas
    materiales que se apagan y la de la vida nueva que se le desarrolla al frente. Entreve 
    esa vida, como a través de un velo, llena de  encanto misterioso, temida y deseada al 
    mismo tiempo.


       Después, se expande la luz, no la luz solar, que nos es conocida, sino una luz
     espiritual, radiante, por todas partes diseminada. Poco a poco lo  inunda lo penetra, y, 
    con ella, un tanto de vigor, rejuvenecimiento y de  serenidad. El Espíritu se sumerge en 
    ese baño reparador.


      Allí se despoja  de sus dudas y de sus temores. Después, su mirada se  desprende de 
    La Tierra, de los seres lagrimosos que rodean su lecho  mortuorio, y se dirige para las 
    alturas.


      Divisa los cielos inmensos y otros seres amados, amigos del pasado, más  jóvenes,
    más vivos, más bellos que vienen a recibirlo, y que lo guían en el  seno de los espacios. 
     Con ellos camina y sube a las regiones etéreas que  su grado de depuración le 
    permiten entrar. Cesa, entonces, su  perturbación, despiertan en el facultades nuevas, 
    comienza su destino  feliz. 

     La entrada en una vida nueva trae impresiones tan variadas como   permite
    la posición moral de los Espíritu.


       Aquellos, cuyas existencias se desarrollan indecisas, sin faltas graves, ni méritos 
    asimilados, se hayan al principio, sumergidos en un estado de torpeza, en un agobio  
    profundo; después, de que un choque viene a  sacudirles el ser.


       El Espíritu sale, lentamente, de su vehiculo: como una espada de la vaina; recobra la 
   libertad, sin embargo, excitante, tímido, no se atreve a  utilizarla aun, quedando 
   rodeado por el temor y por el hábito a los lazos  en que vivió.


     Continúa el sufrir y el llorar con los seres que estimaban su vida. Así  corre el tiempo, 
   sin el medirlo; después de mucho tiempo otros Espíritus  lo auxilian con sus consejos, 
   ayudándolo a  disipar su perturbación, para   liberarlo de las ultimas cadenas terrestres 
   y elevarlo para los ambientes  menos oscuros. 


      En general, el desprendimiento del alma es menos penoso, después de una larga
    molestia, pues el efecto de esta es desligar poco a poco los   lazos carnales.


         Las muertes súbitas, violentas, sobreviniendo cuando la vida orgánica está en 
     la plenitud, producen sobre el alma  un desprendimiento doloroso y la lanza  a una 
     prolongada perturbación.


       Los suicidas son victimas de sensaciones horribles. Experimentan,  durante años, las 
     angustias del último momento y reconocen, con  espanto, que no cambiaron sus 
     sufrimientos terrestres sino por otros  más vivaces. 


         El conocimiento del futuro espiritual, el estudio de las leyes que presiden, la 
     desencarnación, son de gran importancia como preparativos  para la muerte. Pueden 
     suavizar nuestros últimos momentos y proporcionarnos fácil desprendimiento, 
     permitiendo más deprisa, el  reconocernos en el mundo nuevo, que se nos descubre.

   (León Denis – Después de la Muerte.)

  No pierda el tiempo Los días vuelven, pero los minutos son otros,
  No pierda la paciencia, recuerde la paciencia inagotable de Dios.      (Ver el blog elespiritadealbacete.blogspot.com )

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