¿Qué es lo que pasa en la hora de la muerte y como se desprende el Espíritu de su prisión material? ¿Qué impresiones, que sensaciones le esperan en esa ocasión tan temida? Es eso lo que nos interesa a todos conocer, porque todos llegaremos a esa jornada. La vida se nos escapa en todo instante: ninguno de nosotros escapará a la muerte. Ahora, lo que todas las religiones y filosofías nos dejaron ignorar, los Espíritus en multitud, nos lo vienen a enseñar.
Nos dicen que las sensaciones que preceden y siguen a la muerte, son
infinitamente variadas y dependientes sobre todo del carácter, de los méritos y de
la elevación moral del Espíritu que abandona la Tierra.
Nos dicen que las sensaciones que preceden y siguen a la muerte, son
infinitamente variadas y dependientes sobre todo del carácter, de los méritos y de
la elevación moral del Espíritu que abandona la Tierra.
La separación es casi siempre lenta, y el desprendimiento del alma se opera
gradualmente. Comienza, algunas veces, mucho tiempo antes de la muerte, y solo se
completa, cuando quedan rotos los últimos lazos fluídicos, que unen el periespíritu al
cuerpo.
La impresión sentida por el alma, se revela penosa y prolongada, cuando esos lazos
son más fuertes y numerosos. Son causa permanente de las sensaciones y de la vida.
El alma experimenta las conmociones, todos los despedazamientos del cuerpo
material.
Dolorosa, llena de angustias para unos, la muerte no es para otros, sino un sueño
agradable, seguido de un despertar silencioso.
El desprendimiento es fácil para aquel que previamente se desligó de las cosas del
mundo, para aquel que aspira a los bienes espirituales y que cumplió sus deberes.
Hay, al contrario, lucha, agonía prolongada en el Espíritu preso a La Tierra, que solo
conoció los gozos materiales y dejó de prepararse para ese viaje.
Entre tanto, en todos los casos, la separación del alma del cuerpo, es seguida por un
tiempo de perturbación, fugitivo para el Espíritu justo y bueno, que desde temprano
despertó ante todo los esplendores de la vida celeste; muy largo, hasta el punto de
abrazar años enteros, para las almas culpables, impregnadas de fluidos groseros.
Gran número de estas ultimas, cree permanecer en la vida corpórea, mucho tiempo
más después de la muerte. Para estas, el periespíritu es un segundo cuerpo
carnal,sometido, a los mismos hábitos y, algunas veces, las mismas sensaciones
físicas como durante la vida terrena.
Otros Espíritus de orden inferior, se hallan sumergidos en una noche profunda, en un
completo aislamiento en el seno de las tinieblas. Sobre ellos pesa la inseguridad, el
terror. Los criminales son atormentados por la visión, terrible e incesante de sus
victimas.
La hora de la separación, es cruel para el Espíritu que solo cree en la nada. Se agarra
como un desesperado a esta vida que se le escapa; en el supremo momento se
insinúa en él la duda; ve un mundo temeroso abrirse para abismarlo, y quiere
entonces, retardar la caída.
como un desesperado a esta vida que se le escapa; en el supremo momento se
insinúa en él la duda; ve un mundo temeroso abrirse para abismarlo, y quiere
entonces, retardar la caída.
De ahí, surge una lucha terrible entre la materia, que se evade, y el alma, que teme
retirarse del cuerpo miserable. Algunas veces, ella queda presente hasta la
descomposición completa, sintiendo en si mismo, según expresión de un Espíritu,
“los gusanos, corroerle la carne”.
Pacífica, resignada, aún mismo alegre, es la muerte del justo, es la partida del alma
que, habiendo luchado mucho y sufrido, deja La Tierra confiada en el futuro.
Para esta, la muerte es la liberación, el fin de las pruebas. Los lazos debilitados que la
ligan a la materia, se desprenden dulcemente; su perturbación no pasa de un leve
entorpecimiento, algo semejante al sueño.
Dejando su residencia corpórea, el Espíritu, purificado por el dolor o el sufrimiento, ve
su existencia pasada retroceder, apartarse poco a poco con sus amarguras e ilusiones;
después, disiparse como las brumas que la aurora, encuentra extendidas sobre el
suelo y que la claridad del día hace desaparecer.
El Espíritu se halla, entonces, como suspendido entre dos sensaciones: la de las cosas
materiales que se apagan y la de la vida nueva que se le desarrolla al frente. Entreve
esa vida, como a través de un velo, llena de encanto misterioso, temida y deseada al
mismo tiempo.
Después, se expande la luz, no la luz solar, que nos es conocida, sino una luz
espiritual, radiante, por todas partes diseminada. Poco a poco lo inunda lo penetra, y,
con ella, un tanto de vigor, rejuvenecimiento y de serenidad. El Espíritu se sumerge en
ese baño reparador.
Allí se despoja de sus dudas y de sus temores. Después, su mirada se desprende de
La Tierra, de los seres lagrimosos que rodean su lecho mortuorio, y se dirige para las
alturas.
Divisa los cielos inmensos y otros seres amados, amigos del pasado, más jóvenes,
más vivos, más bellos que vienen a recibirlo, y que lo guían en el seno de los espacios.
Con ellos camina y sube a las regiones etéreas que su grado de depuración le
permiten entrar. Cesa, entonces, su perturbación, despiertan en el facultades nuevas,
comienza su destino feliz.
La entrada en una vida nueva trae impresiones tan variadas como permite
la posición moral de los Espíritu.
Aquellos, cuyas existencias se desarrollan indecisas, sin faltas graves, ni méritos
asimilados, se hayan al principio, sumergidos en un estado de torpeza, en un agobio
profundo; después, de que un choque viene a sacudirles el ser.
El Espíritu sale, lentamente, de su vehiculo: como una espada de la vaina; recobra la
libertad, sin embargo, excitante, tímido, no se atreve a utilizarla aun, quedando
rodeado por el temor y por el hábito a los lazos en que vivió.
Continúa el sufrir y el llorar con los seres que estimaban su vida. Así corre el tiempo,
sin el medirlo; después de mucho tiempo otros Espíritus lo auxilian con sus consejos,
ayudándolo a disipar su perturbación, para liberarlo de las ultimas cadenas terrestres
y elevarlo para los ambientes menos oscuros.
En general, el desprendimiento del alma es menos penoso, después de una larga
molestia, pues el efecto de esta es desligar poco a poco los lazos carnales.
Las muertes súbitas, violentas, sobreviniendo cuando la vida orgánica está en
la plenitud, producen sobre el alma un desprendimiento doloroso y la lanza a una
prolongada perturbación.
Los suicidas son victimas de sensaciones horribles. Experimentan, durante años, las
angustias del último momento y reconocen, con espanto, que no cambiaron sus
sufrimientos terrestres sino por otros más vivaces.
El conocimiento del futuro espiritual, el estudio de las leyes que presiden, la
desencarnación, son de gran importancia como preparativos para la muerte. Pueden
suavizar nuestros últimos momentos y proporcionarnos fácil desprendimiento,
permitiendo más deprisa, el reconocernos en el mundo nuevo, que se nos descubre.
(León Denis – Después de la Muerte.)
No pierda el tiempo Los días vuelven, pero los minutos son otros,
No pierda la paciencia, recuerde la paciencia inagotable de Dios. (Ver el blog elespiritadealbacete.blogspot.com )
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