LAS GRANDES RELIGIONES DEL PASADO
LAS PRIMERAS ORGANIZACIONES RELIGIOSAS
Las primeras organizaciones religiosas de la Tierra han tenido, naturalmente, su origen entre los pueblos primitivos de Oriente, a los que enviaba Jesús, periódica-mente, a Sus mensajeros y misioneros.
Dada la ausencia de escritura, en aquellas lejanas épocas, todas las tradiciones se transmitían de generación en generación, a través de las palabras. Aunque, con la cooperación de los desterrados del sistema de Capela, recibieron sus primeros impul-sos los rudimentos de las artes gráficas, comenzando a florecer una nueva era de cono-cimiento espiritual, en el campo de las concepciones religiosas. Los Vedas, que cuen-tan con más de seis mil años, ya nos hablan de la sabiduría de los “sastras”, o grandes maestros de las ciencias hindúes, que les antecedieron en dos mil años, aproximada-mente, en las márgenes de los ríos sagrados de la India. Se puede observar, pues, que la idea religiosa, nació con la propia humanidad, constituyendo el aliciente de todos sus esfuerzos y realizaciones en el plano terrestre.
LAS RAZAS ADÁMICAS
No podemos, sin embargo, olvidar que Jesús había reunido en los espacios infinitos a los seres proscritos que se habían exiliado en la Tierra, antes de su reencarnación general en los alrededores de las planicies de Irán y Pamir. Obedeciendo las determinaciones superiores del mundo espiritual, nunca habían podido olvidar la palabra salvadora del Mesías y sus divinas promesas. Las bellezas del espacio, aliadas al paisaje maravilloso del plano que habían sido obligados a abandonar, vivían en el centro de sus recuerdos más queridos. Las exhortaciones confortantes de Cristo, en las vísperas de su dolorosa inmersión en los fluidos pesados del planeta terrestre, cantaba en su interior los más hermosos himnos de alegría y esperanza.
Por eso aquellas civilizaciones antiguas poseían más fe, situando la intuición divina por encima de la razón puramente humana. La creencia, como íntima y sagrada adquisición de sus almas, era la fuerza motora de todas las realizaciones, y todos los exiliados, con el más santo entusiasmo en su corazón, habían hablado de Él y de Su infinita misericordia. Sus voces llenan todo el ámbito de las civilizaciones que habían pasado por los siglos sin fin, y presentado con mil nombres, según las épocas, el Cordero de Dios fue guardado en la comprensión y memoria del mundo, con todos Sus rasgos divinos y, además, como la propia cara de Dios, según las modalidades de los misterios religiosos.
LA GÉNESIS DE LAS CREENCIAS RELIGIOSAS
La génesis de todas las religiones de la humanidad tiene sus orígenes en Su corazón augusto y misericordioso. No queremos, con nuestra exposición, divinizar, dogmáticamente, la figura luminosa de Cristo, y sí aclarar Su gloriosa ascendencia en la dirección del orbe terrestre, ya que cada mundo, como cada familia, tiene su responsable supremo, ante la justicia y sabiduría del Creador.
Sería un craso error considerar bárbaros y paganos a los pueblos terrestres que todavía no han conocido directamente las enseñanzas sublimes de Su Evangelio de redención, ya que Su desvelada asistencia acompañó, como acompaña en todo tiempo, la evolución de las criaturas en todas las latitudes del orbe. La historia de China, Persia, Egipto, la India, los árabes, israelitas, celtas, griegos y romanos, está iluminada por la luz de sus poderosos emisarios. Y muchos de ellos, también lo hicieron, en cumplimiento de sus grandes y benditos deberes, que fueron tenidos por Él mismo, en reencarnaciones sucesivas y periódicas de Su divinizado amor. En el Manava-Darma, encontramos las enseñanzas de Cristo, en la China, en Fo-Hi, Lao-Tsé y Confucio. En las creencias del Tibet, está la personalidad de Buda y en el Pentateuco encontramos a Moisés. En el Corán tenemos a Mahoma. Cada raza recibió Sus instructores, como si fueran Él mismo, viniendo del resplandor de Su gloria divina.
Todas ellas, conociendo intuitivamente la palabra de las profecías, han archivado la historia de Sus enviados, en los moldes de Su venida futura, en virtud de los recuerdos latentes que habían guardado en el corazón, desde Su palabra en los espacios, llena de esclarecimiento y amor.
LA UNIDAD SUSTANCIAL DE LAS RELIGIONES
La verdad es que todos los libros y tradiciones religiosas de la antigüedad guardan, entre sí, la más estrecha unidad sustancial. Las revelaciones evolucionan en una esfera gradual de conocimiento. Todas se refieren al Dios impersonificable, que es la esencia de la vida de todo el universo, y en el tradicionalismo de todas palpita la visión subli-me de Cristo, esperado en todos los puntos del globo.
Los diversos pueblos del mundo traían de muy lejos sus conceptos y esperanzas, sin hablar de las grandes colectividades que florecían en América del Sur, que en aquel tiempo estaba casi unida a China por las tierras de Lemuria y de América del Norte, que se unía a la Atlántida. Pero no es nuestro propósito en estas pequeñas anotaciones hablar de otros temas que no se refieran a la superioridad de Cristo y la ascendencia de Su Evangelio.
Citando todos los pueblos antiguos del planeta, estamos obligados a recordar, igualmente, las grandes civilizaciones prehistóricas, que aparecieron y desaparecieron en el continente americano, de cuyos cataclismos y destrucción quedaron vestigios en los incas y los aztecas que, como todos los otros grupos del mundo habían recibido la palabra indirecta del Señor, en su marcha colectiva a través de augustos caminos.
LAS REVELACIONES GRADUALES
Hasta la palabra sencilla y pura de Cristo, la humanidad terrestre vivió etapas graduales de conocimiento y posibilidades, en la senda de las revelaciones espirituales. Los milenios, con sus experiencias consecutivas y dolorosas habían preparado los caminos de Aquel que venía, no solamente con Su palabra, sino principalmente con Su ejemplo salvador. Cada emisario trae una de las modalidades de la gran enseñanza que se ofreció en la humilde región de Galilea.
Por eso numerosos colectivos asiáticos no conocen las enseñanzas directas del Maestro, pero saben del contenido de Su palabra, en función de las propias revelacio-nes de su ambiente, y, si la Buena Nueva no se dilató en el transcurso del tiempo, por las calles de los pueblos, es porque los pretendidos misioneros de Cristo, en los siglos posteriores a Sus enseñanzas, no supieron cultivar la flor de la vida y la verdad del amor y de la esperanza, que Sus ejemplos habían implantado en el mundo: ahogándola en los templos de una falsa religiosidad, o encarcelándola en el silencio de los Claus-tros, la planta maravillosa del Evangelio fue sacrificada en su desarrollo y contrariada en sus más genuinos objetivos.
PREPARACIÓN DEL CRISTIANISMO
Las enseñanzas de Palestina han sido, de esta forma, precedidas de una larga y meticulosa preparación en la intimidad de los milenios. Los sacerdotes de todas las grandes religiones del pasado creyeron tener, en sus maestros y más altos iniciados, la personalidad del Señor, pero tenemos que estar de acuerdo en que Jesús fue incon-fundible.
A la luz significativa de la historia, observamos muchas veces, en Sus auxiliares o instrumentos humanos, las características de las vulgaridades terrestres. Algunos han sido dictadores de conciencias, enérgicos y feroces en el sentido de mantener y fomen-tar la fe. Otros, traicionados en sus fuerzas y despreciando los compromisos sagrados con el Salvador, lejos de ser instrumentos del Divino Maestro, han abusado de la propia libertad, prestando oídos a las fuerzas subversivas de las tinieblas y perjudicando la armonía general.
CRISTO, INCONFUNDIBLE
Pero Jesús señala Su pasaje por la Tierra con el sello constante de la más augusta caridad y del más abnegado amor. Sus parábolas y advertencias están impregnadas del perfume de las verdades eternas y gloriosas. El pesebre y el calvario son enseñanzas maravillosas, cuya claridad ilumina los caminos milenarios de toda la humanidad y sobre todo, sus ejemplos y actos constituyen el camino de todas las finalidades gran-diosas, en el perfeccionamiento de la vida terrestre.
Con esos elementos, hizo una revolución espiritual que permanece en el globo hace dos milenios. Respetando las leyes del mundo, aludiendo a la efigie de César, enseñó a las criaturas humanas a elevarse hacia Dios, en la amplia comprensión de las más santas verdades de la vida. Remodeló todos los conceptos de la vida social, ejempli-ficando la más pura fraternidad. Cumpliendo la ley antigua, su organismo estaba pleno de tolerancia, de piedad y amor, con sus enseñanzas en la plaza pública, delante de las criaturas disolutas e infelices, y solamente Él enseñó el “Amaos los unos a los otros”, viviendo la situación de quien sabía cumplirlo.
Los espíritus incapacitados para comprenderle pueden alegar que Sus fórmulas verbales eran antiguas y conocidas, pero ninguno podrá contestar que Su ejemplo fue único, hasta ahora, sobre la faz de la Tierra. La mayor parte de los misioneros religio-sos de la antigüedad se componía de príncipes, sabios o grandes iniciados, que salían de la intimidad confortable de los palacios y los templos, pero el Señor de la siembra y la cosecha era la personificació n de toda la sabiduría, de todo el amor, y su único palacio era el taller humilde de un carpintero, donde enseñaba a la posteridad que la verdadera aristocracia debe ser el trabajo, lanzando la fórmula sagrada, definida por el pensamiento moderno, como el colectivismo de las manos, aliado al individualismo de los corazones, síntesis social hacia la que caminan los colectivos de los tiempos que transcurren y que, despreciando todas las convenciones y honras terrestres, prefirió no poseer ninguna piedra donde reposase el pensamiento dolorido, para que aprendiesen sus hermanos la gran enseñanza de “Camino de Verdad y Vida”.
TOMADO DEL LIBRO "A CAMINO DE LA LUZ" DICTADO POR EL ESPÍRITU DE EMMANUEL
MÈDIUM:Francisco Cândido Xavier
MÈDIUM:Francisco Cândido Xavier
Trabajo aportado por Juan Cárlos Mariani
Blog espírita: elespiritadealbacete.blogspot.com
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