viernes, 22 de abril de 2011

Graduaciones del Amor



     En las más humildes manifestaciones de los reinos inferiores de la Naturaleza la exteriorización del amor se observa en su modalidad divina. En el polvo cósmico, síntesis de la vida, tenemos las atracciones magnéticas profundas. En los cuerpos simples vemos los que en química reciben el nombre de “precipitados”. En el reino mineral y  vegetal se verifica el problema de las indispensables combinaciones. En las expresiones de la vida animal advertimos, en todo, la presencia del amor, en gradaciones innumerables, que van desde la violencia hasta la ternura, dentro de las manifestaciones que hacen los irracionales.

    Entre los hombres es así mismo el amor el que preside todas las actividades de la existencia, así como en la familia como en la sociedad.

    El amor constituye la ley misma de la vida, y bajo su dominio sagrado todas las criaturas y la totalidad de las cosas vuelven a reunirse al Creador.

     El amor divino es un atributo de los seres angélicos.

  Cada corazón posee en lo infinito un alma gemela de la suya, compañera  divina para el viaje  hacia la gloriosa inmortalidad.

    Creados la una para la otra, las almas gemelas se buscan siempre que se hayan separadas, esperando consumar su unión perenne. Millares de seres que se extraviaron en el crimen o en la inconsciencia experimentan la separación de las almas  que los sostiene como la más severa y dolorosa de las pruebas y en el drama de las existencias más oscuras asistiremos  siempre a la atracción eterna  de las almas que se aman más íntimamente  evolucionando unas hacia otras en una aborígenes de ansiedades angustiantes. Esa atracción es superior a todas las expresiones convencionales de la vida terráquea. Y cuando se encuentran, en el conjunto de los trabajos humanos, se sienten en posesión de la verdadera dicha para sus corazones: la ventura de su unión, que no cambiarían por todos los imperios del mundo. La única amargura que empaña su jubilo es la perspectiva  de una nueva separación causada  por la muerte, tristeza que la luz de la Nueva revelación ha venido a disipar, mostrando los horizontes eternos de la vida a todos los espíritus amantes del bien y de la verdad.

     En los textos sagrados existe un elemento de comprobación para la teoría de las almas gemelas, en las primeras paginas del Antiguo Testamento, base de la Divina Revelación, se expresa: “Y dijo Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le hare ayuda  idónea para el”.

     La unión de las almas gemelas no restringe el amor universal pues el amor de las almas gemelas es aquel que el espíritu sentirá algún día por la humanidad entera.

     La tierra es una escuela de luchas  regeneradoras o expiatorias, el hombre puede asociarse varias veces, sin que su unión conyugal se lleve a cabo con el alma gemela a la suya, la que muchas veces se encuentra fuera de la esfera carnal.

     La distancia que separan a los dos Espíritus que se aman, uno de los cuales se halla, respecto al otro, en un plano de superior comprensión, lejos de menospreciar las  buenas experiencias que está cosechando el compañero de sus afectos que se encuentra en la tierra, trata de ayudarlo con su máxima dedicación, de modo de facilitarle su progreso directo hacia las más elevadas conquistas espirituales.

     Los espíritus Superiores no quedan ligados al orbe terráqueo. Pero no pierden el interés afectivo que sienten por los seres amados que dejaron este mundo, trabajan con ardor en el bien de ellos, impulsándolos por las sendas de las luchas redentoras, en busca de las cimas de la perfección.

    En Esas almas santificadas y puras la nostalgia es mucho más intensa y sublime, puesto que nace de una sensibilidad superior, que convertida en un interés divino, genera las grandes abnegaciones del Cielo que siguen los pasos vacilantes del Espíritu encarnado a través de su peregrinaje expiatorio o redentor sobre la faz de la Tierra.

     La oración es eficaz para auxiliar y ayudar  al que se ha ido, que muchas veces está enredado su Espíritu en la maraña de ilusiones de la vida material.

      El corazón amigo que quedó en el mundo, por medio de la vibración silenciosa y el deseo tenaz de ser útil al compañero  que lo antecedió en la tumba para proseguir  el curso de la vida puede en los instantes de reposo corporal, cuando el alma evolucionada goza de relativa libertad, localizar al espíritu sufriente o errante de su amigo desencarnado y hacer que despierten en el los deseos de cumplir con su deber, así como orientarle sobre la nueva realidad, y esto, sin que su memoria consciente registre el suceso después, cuando se halle en estado de vigilia.

    De ahí nace la afirmación de que solo el amor es capaz de salvar el abismo de la muerte.

   Algunas almas llamadas eunucos  para obtener en si mismas las sacras realizaciones de Dios, se entregan a tareas de renunciación, en una existencia de santificada abnegación.

   En ese menester es común que se priven transitoriamente  de los vínculos humanos, a fin de acrisolar sus afectos y sentimientos en vidas de ascetismo y de prolongadas disciplinas materiales.

    Casi siempre, los que en la tierra se hacen eunucos por causa del reino de los cielos están obrando de acuerdo con las sagradas  disposiciones de misiones redentoras, en las cuales, mediante su sacrificio y dedicación, se redimen Seres amados o la alma gemela de la suya, exiliados en los caminos de la expiación. Muchos espíritus reciben de Jesús permiso para realizar esa clase de esfuerzos santificadores, por cuanto en dicha tarea, los que se hacen eunucos por causa del reino de los cielos aceleran los procesos de redención del Ser o los Seres a quienes aman, que se hallan sumergidos en las pruebas, y en forma simultanea, por su condición de evolucionados pueden con más facilidad ser transformados en la Tierra  en instrumentos de la verdad y del bien, de modo que su trabajo reporta inestimables beneficios, tanto para Sus seres queridos como para la colectividad y también para si mismos.

     El amor muchas veces nos hace realizar las acciones más sublimes, hasta el punto de importarnos más, que el otro a quien amamos sea feliz a costa de nuestra propia desgracia.

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Trabajo realizado por Merchita
Extraído del libro de Chico Xavier “El Consolador”


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