De la tierra parten diariamente para el más allá miles de viajeros humanos. Son muy pocos los que son sublimados y se han ocupado en tareas ennoblecedoras. La mayoría se constituye de espíritus en lucha por la conquista de títulos que les exalten la personalidad. Han estado experimentando y no llegaron a ser hombres completos.
No debemos nunca olvidar que somos hijos de Dios, en crecimiento. Sea en los campos de fuerzas condensadas, como en los de la lucha física, sea en las esferas de energías sutiles, como en los del plano superior, los ascendientes que nos presiden los destinos son de orden evolutiva, pura y simple, con indefectible justicia siguiéndonos de cerca, a la claridad gloriosa y compasiva del Divino Amor.
La muerte a nadie propiciará pasaporte gratuito para la ventura celestial. Nunca tornará esa aduana hombres en ángeles. Todos transpondremos esa aduana de la eternidad con el exclusivo equipaje de lo que hayamos sembrado y aprenderemos que el orden y la jerarquía, y la paz del trabajo edificante, son características inmutables de la Ley, en todas partes.
La modificación del plano mental de las criaturas nadie la impone jamás: es fruto de tiempo, de esfuerzo, de evolución; y el edificio de la sociedad humana, en el actual momento del mundo, viene siendo sacudido en sus propias bases, compiliendo a inmenso numero de personas a improvistas renovaciones.
La Puerta Divina no se abre a espíritus que no se han divinizado por el trabajo de cooperación con el Divino Padre. No basta, la creencia que espera; es indispensable el amor que confía y atiende, transforma y eleva, como vaso legitimo de la Sabiduría Divina.
Después de la muerte física, lo más sorprendente para el alma es el reencuentro de la vida. Allí se descubre que el cuerpo fluídico (el periespiritu) de materia más suave y más plastificada, es fruto igualmente del proceso evolutivo. No somos creaciones milagrosas, somos hijos de Dios y herederos de los siglos. Los favoritismos no existen en la patria del espíritu, y todas las fuerzas de la Creación de perfeccionan en el infinito.
El principio espiritual, desde el oscuro momento de la creación, camina sin detenerse hacia delante. Se alejó del lecho oceánico, alcanzó la superficie de las aguas protectoras, se movió en dirección al lodo de las márgenes, se debatió en el charco, llegó a la tierra firme, experimento en la floresta copioso material de formas representativas, se irguió del suelo, contemplo los cielos, y después de largos milenios, durante los cuales aprendió a procrear, a alimentarse, escoger, recordar y sentir, conquistó la inteligencia….
Viajó del simple impulso hacia la irritabilidad, de la irritabilidad hacia la sensación, de la sensación hacia el instinto, y del instinto hacia la razón. Todo ese proceso en innumerables milenios, estamos en todas las épocas abandonando esferas inferiores, con el fin de llegar a las superiores. el cerebro es el órgano sagrado de la manifestación de la mente, en transito de la animalidad hacia la espiritualidad.
El hombre actual representa la humanidad victoriosa, emergiendo de la bestialidad primaria. Estamos en el proceso de la liberación y la reencarnación perfeccionándonos, puliéndonos, progresando, hasta conseguir, por el refinamiento propio, el acceso a expresiones sublimes de la Vida Superior, que aun no nos es dado comprender.
El nacimiento y la muerte son choques biológicos, imprescindibles para la renovación. Todos los hombres conservan tendencia y facultades, que son afectivo recurso del pasado; no todos al atravesar el sepulcro, pueden readquirir repentinamente, el patrimonio de sus reminiscencias. Quien se materialice, demasiado, demorándose en bajo patrón vibratorio, en el campo de la materia densa, no puede volver a encender, de pronto, la luz de la memoria. Le llevará tiempo deshacerse de los pesados envoltorios a los que despreocupadamente se prendió.
Para que la mente prosiga dirección a lo alto, es indispensable que se equilibre, valiéndose de las conquistas pasadas, para orientar los servicios presentes, y amparándose, al mismo tiempo, en la esperanza que fluye, cristalina y bella, de la fuente superior de idealismo elevado, del cual atrae las energías restauradoras del plano divino, construyendo así el futuro santificante.
La mente humana, de manera general, asciende para el crecimiento superior a pesar que, a veces, parezca lo contrario. La oración, representa por el deseo manifestado, por las inspiraciones íntimas o por las peticiones declaradas, el ascendiente de nuestras actividades.
Si el amor emite rayos de luz, el odio lanza estiletes de tiniebla. En los lóbulos frontales recibimos los “estímulos del futuro” en la corteza abrigamos las “sugestiones del presente” y en el sistema nervioso, propiamente dicho, archivamos los “recuerdos del pasado”. La mayoría de los fenómenos de alineación psíquica proceden de la mente desequilibrada.
Es imposible la cura de los locos a través de procesos exclusivamente objetivos. Es indispensable penetrar el alma y la medula de la personalidad, mejor los efectos socorriendo las causas, no podremos restaurar cuerpos enfermos sin los recursos del Medico Divino de las almas que es Jesucristo. Los fisiologistas harán siempre mucho, intentando rectificar la disfunción de las células; no obstante es menester intervenir en los orígenes de las perturbaciones. Destacando que el hombre, puede vigorizar su propia alma, por su conducta, o lesionarla. El que se sacrifica para el bien de todos, estará engrandeciendo los graneros de si mismo, en plena eternidad; el homicida, esparciendo la muerte y la sombra en su cercanía, establece el imperio del sufrimiento y de la tiniebla en su propio interior.
Somos simples trabajadores imperfectos en servicio, y el servicio es la mayor fuerza que nos pone de manifiesto nuestras propias imperfecciones. Todos tenemos un acreedor divino en Jesús, cuya infinita bondad no nos es lícito olvidar. En verdad somos felices en el presente, porque nuestro objetivo de hoy es la realización del Reino de Dios, en nosotros, con Cristo. Trabajemos con El, por El, y para El, curando nuestros males para siempre.
Extraído de un "Mundo Mayor" de Chico Xavier.
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