El hombre encarnado no es un cuerpo que tiene un espíritu, sino un espíritu que ocupa, temporáneamente un cuerpo. Su origen es espiritual y no prioritariamente material, como es costumbre tratarlo.
Creados por Dios en día que se pierde en la eternidad del tiempo, durante largo período vivimos solamente como un principio espiritual, buscando los primeros conocimientos.
Preparados para vivir en el mundo de los hombres, nosotros, espíritus, pasamos a utilizar un cuerpo físico, una organización perfecta, que nos permite aprender, enseñar, recibir y servir, en la búsqueda de la evolución.
Espíritus todavia retrasados, vivimos como hombres de las cavernas, en la Tierra o en otros mundos, cuando nuestra prioridad era procrear, comer y sobrevivir. Posteriormente, otros valores se incorporaran a nuestros deseos y hoy, en un mundo de mucho dolor, de tentaciones, deseamos avanzar cuanto podamos.
Es innegable que el Espiritismo nos ofrece rumbos más directos para ese crecimiento, porque más que mostrarnos las implicaciones que nuestras actitudes tienen en la vida presente, nos alerta para las consecuencias de esas actitudes en el mundo espiritual y en las próximas encarnaciones.
Todas las campañas contra los vicios enfatizan los males que ellos provocan en el cuerpo, lo que no se puede negar. El fumador compromete el pulmón, la garganta, el sistema circulatorio. El que bebe alcohol, lesiona el hígado, lengua, o puede tener espasmos cerebrales. Quien practica el sexo sin responsabilidad, puede transformarse en un maníaco, lo que lo lleva al estupro y las habituales promiscuidades, de todos los tipos. El drogado será siempre un alienado y por no dominar su voluntad tendrá actitudes irresponsables e inexplicables. Todo por la dependencia química.
Lo peor de esa dependencia es la comprobación de la incompetencia del individuo para resistir al arrastramiento de los vicios. Alguién que no pueda pasar sin su taza de café después del almuerzo, o no pueda dispensar el postre, es también un dependente químico. Si estos males no tienen la misma intensidad de los causados por las drogas, espiritualmente representan la misma esclavitud.
Es recomendable que cambiemos nuestras costumbres para mostrar al cuerpo, pués es el que exige la dosis diaria de químicos, pero la soberania es del espíritu. El debe ser el señor y no el esclavo.
Por las razones mencionadas, no es lógico que nos tratemos a nosotros mismos como nuestro espíritu. Da la impresión que somos tres, como la "Santísima-Trindad" : Yo, mi cuerpo y mi espíritu. O sea, yo mando en los dos, en el cuerpo y en el espíritu, definiendo lo que es mejor para ambos. Y cuando yo muera, mi cuerpo se deshace y "mi espíritu" que trate de resolver sus problemas y enfrente las responsabilidades por los errores que cometió.
Cuando ese lenguaje sea diferente, yo diré mi cuerpo, pero jamás mi espíritu. La expresión "mi espíritu" será sustituido por "yo". Asi, diré que el trabajo en favor del prójimo es importante para mi evolución (no para la evolución de mi espíritu) y será normal decir que el cuidado con la higiene es fundamental para la salud de mi cuerpo. La concientización de que el "yo espiritual" seguirá viviendo y que está preparando su futuro frente a la eternidad, dará a cada uno de nosotros una definitiva responsabilidad. Somos nosotros los que vamos a responder y a reencarnar. No "mi espíritu".
Puede parecer innecesaria esa advertencia, pero la cultura religiosa de veinte siglos nos ha enseñado todo de manera desfigurada. Ni tampoco nos informaron de que reencarnaríamos . Nos dijeron que aprovechásemos la vida al máximo porque al morir todo se acababa. No habia razón para luchar, mejorar, ser desprendido, ayudar al otro, si al final todos tendriamos la misma suerte. Por esa razón, a partir del lenguaje nace la concientización. Hablaremos de nosotros, no de un hipotético "nuestro espíritu". Nos convenceremos de que estamos viviendo la preparación de nuestro futuro y no de un ser que se transforma en humos o se pierde como gota en el océano. El futuro será bueno o malo, conforme lo programermos, material y espiritualmente.
Cuando conjugamos el verbo, empezamos por "yo". Cuando hablamos una frase, nos ponemos siempre en primera persona del singular. Ahí hay un velado egoísmo, sin que lo percibamos. Raros son los que dicen "Mi amigo y yo fuimos". Pero es indiferente, diran. Parece indiferente, pero la verdad es que nosotros nos ponemos siempre antes de los otros.
Vivimos esclavos de las costumbres y ellas determinan lo que somos. A partir de las expresiones de lenguaje, podremos cambiar conceptos y comportamientos.
Cuando llegue ese día, ya no diremos más: "mi espíritu precisa evolucionar". A cambio diremos con seguridad: "yo preciso evolucionar"
(Del periódico "Revista Internacional de Espiritismo", ed. "O Clarim" - número 11, año LXXV, Deciembre/2000)
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