martes, 23 de noviembre de 2010

Memoria de vidas anteriores

¿Quiénes éramos antes de ser nosotros? La posibilidad de una vida posterior ha sido ampliamente contestada en Occidente, pero la existencia de una vida anterior es igualmente probable. Si sólo creemos en una vida posterior, quedamos restringidos a una visión de tiempo dualista y muy limitada, porque sólo hay un «aquí» y un «después», pero si la vida es continua y el alma nunca cesa en su viaje, se abre una cosmovisión totalmente diferente.

Como parte de nuestra preparación médica, en la India se manda a todos los jóvenes médicos destacados a un pueblo, lo que es equivalente a hacer el servicio sanitario público. La India rural es exactamente como era hace siglos y, después de vivir la cultura urbana de Nueva Delhi, establecerse en un pueblo es como hacer un viaje en el tiempo. Un día los pacientes empezaron a salir corriendo sin razón aparente. Yo también salí y vi que una multitud rodeaba a una niña de unos cuatro o cinco años que estaba descalza en mitad de la polvorienta calle y que, aparentemente, había salido de la nada. Según decía, su nombre era Neela, un nombre muy común en el norte de la India. Pero al cabo de un momento, la niña empezó a llamar a uno o dos de los aldeanos, a los que nunca había visto, por su nombre. Alguien la cogió en brazos y la llevó hasta una casa cercana; por el camino, la niña señaló la vivienda e hizo algunos comentarios sobre ella como si la conociera.

Al cabo de una hora aparecieron sus padres como locos. Al parecer, habían detenido su coche en la carretera principal para comer, y mientras preparaban la comida la madre se dio cuenta de que Neela había desaparecido. El reencuentro con la niña fue de lo más lacrimoso y luego empezaron las preguntas: ¿cómo había podido andar Neela una distancia tan larga, casi dos kilómetros, desde el punto donde se habían detenido hasta el pueblo? ¿Cómo se les había ocurrido a sus padres buscarla en aquel lugar?

La respuesta fue muy extraña e incluso muy india, porque resultó que Neela no era el nombre real de la niña, que se llamaba Gita. Apenas había aprendido a hablar, pero se señalaba frecuentemente a sí misma diciendo «Neela, Neela».

Naturalmente, todos creyeron que Gita era una reencarnación. Los aldeanos consideraron el asunto y al poco rato alguien se acordó de otra Neela, una niña que había muerto de pequeña en una de las granjas de los alrededores. Alguien hubiera salido corriendo a buscar a la familia que vivía allí, pero los padres de Gita se pusieron muy nerviosos y, a pesar de las protestas, cogieron a la niña y se fueron rápidamente hacia el coche. Gita iba llorando mientras se la llevaban, mirando por la ventanilla trasera del coche, mientras éste se alejaba en medio de una nube de polvo. Por lo que yo sé, Gita nunca más volvió.

Hay muchos incidentes similares de vidas que se solapan, y no sólo en Oriente. Hace algunos años se supo que la búsqueda de la reencarnación de un lama tibetano llevó a una delegación de sacerdotes a España, donde un niño católico fue identificado como el candidato adecuado. ¿Cómo pueden ser tan pequeños los límites entre la vida y la muerte? Las personas que dedican su tiempo a los genios y a los niños prodigio los consideran a menudo sobrenaturales, de alguna manera preternaturales, como si un alma muy vieja hubiera sido confinada dentro de un nuevo cuerpo y le aportara una experiencia mucho mayor que la que hubiera podido obtener de otra forma. Es fácil conceder que algún tipo de vida anterior arroja su influencia sobre el presente. Hablando de su propia experiencia, un prodigio musical afirmó: «Es como si estuviera tocando desde fuera de mi propia conciencia. La música pasa por mí, yo soy el conducto, no el origen.» ¿Participamos todos de esta misma experiencia? La reencarnación es un tema sobre el que se sigue discutiendo; Oriente cree en la reencarnación desde hace miles de años, mientras que la tradición judeocristiana solamente ha coqueteado con este concepto y siempre lo ha rechazado.

Durante la Edad Media, creer en vidas anteriores se consideraba una herejía.

El campo no manifiesto nos permite plantear la cuestión de las vidas anteriores de una forma diferente, como un tema relacionado con la conciencia. Ser consciente significa que podemos activar una pequeña parte o una gran parte de nuestro cerebro. Algunas personas son plenamente conscientes de sus motivaciones más profundas, de sus emociones subconscientes, y de su capacidad creativa, pero para otras personas se trata de cuestiones algo crípticas. Profetas y sabios activan regiones profundas y cuando lo desean, pueden ver en el interior de la naturaleza humana mucho más allá de sus propias vidas. Un humilde monje del Himalaya podría ser capaz de penetrar en mi alma mucho más claramente que yo (de hecho yo ya he tenido esta experiencia). Por lo tanto, 132 parecería que la mente no está limitada por lo vivido (todos hemos tenido momentos en que nos hemos sentido poseedores de un conocimiento mayor al que cabría esperar por nuestra experiencia).

Hay muchas pruebas de que la mente no está limitada por el tiempo y el espacio. Como el cerebro está dentro de la cabeza, suponemos que la mente también lo está y mira el mundo exterior como lo haría un prisionero desde una torre. Cuando decimos: «Me ha pasado esta idea por la cabeza», trabajamos a partir de esta suposición, pero la consciencia es algo más que ideas e incluso mucho más que la función cerebral. Recuerdo que una vez estaba en un motel barato mirando en la televisión la escena de un crimen real. Yo tenía veinticuatro años, era mi primera noche en América, y la violencia que vi en las noticias de las once fue una experiencia nueva para mí. Me incliné hacia adelante mirando cómo se llevaban al hospital cercano a las víctimas del tiroteo. De repente se me revolvió el estómago.

Las víctimas iban al hospital al que yo debía presentarme al día siguiente y la sala de emergencias en la que se estaba luchando por extraer las balas y donde se abrían los pechos en canal para dar masaje directo a los corazones parados iba a ser mi lugar de trabajo al cabo de doce horas. Tuve un sentimiento irreal al verme a mi mismo absorbido por toda esta violencia americana.

Aquella sangre que manchaba la acera estaría muy pronto en mis manos y yo estaría salvando pacientes que podían ser policías o asesinos.

En aquel momento me emocioné mucho, atrapado entre la fascinación y el terror, y como las emociones crean fuertes recuerdos, puedo ver aquella escena vividamente cada vez que lo deseo.

Esta memoria ¿está dentro de mi cabeza? Si es así, ¿cómo puede percibirla usted mientras lee esta página? Le he transferido alguna versión de mi memoria, aunque débil, y usted ha visto una imagen y ha sentido algo. ¿Cómo un acontecimiento supuestamente encerrado en el interior de mi cráneo ha podido pasar al de usted así, sin más?

Rupert Sheldrake, un brillante biólogo británico e investigador de la teoría de la evolución, ha imaginado experimentos extremadamente ingeniosos que giran en torno a este enigma. Por ejemplo, a un grupo de niños anglófonos les dio varios grupos de palabras japonesas y les preguntó cuáles eran poesía. Aunque no sabían ni una palabra de japonés, los niños pudieron captar los versos con notable exactitud, como si pudieran oír la diferencia entre las frases ordinarias o incluso los monosílabos inconexos y los delicados haikus. ¿Cómo llegó este conocimiento a sus cabezas? ¿Está flotando en el aire o está disponible en una mente planetaria que todos compartimos?

Del mismo modo que un cuanto de energía puede saltar entre dos puntos sin cruzar el espacio entre ellos, aparentemente también puede hacerlo un pensamiento. Hay un campo de conciencia que fluye a dentro, alrededor y a través de cada uno de nosotros. Una parte de esta conciencia está localizada. Nosotros decimos «mi» memoria y «mis» pensamientos, pero aquí no acaba la cosa. Una neurona no puede pretender que una idea determinada sea suya hasta que millones de células se unen para formar cada imagen o pensamiento. Su capacidad de comunicarse no necesita que entren en contacto, del mismo modo que millones de células son capaces de mantener el mismo ritmo cardíaco sin tocarse. Esta coordinación del cerebro y del corazón depende de un campo invisible de energía cuyos ínfimos cambios establecen modelos para miles de millones de diminutas células individuales. Un corazón cuyo campo eléctrico se confunde empieza a retorcerse agónicamente porque cada una de sus células pierde contacto con las otras y el efecto es como un saco lleno de gusanos retorciéndose violentamente, hasta que el corazón se priva a sí mismo de oxígeno y muere.

Este fenómeno es conocido como fibrilación, que es un síntoma del ataque de corazón.

Al parecer, la conciencia es un campo aún más sutil, que no sólo es invisible sino que, además, no necesita energía. Cuando usted se entera de algo que está en mi vieja memoria, entre nosotros no ha circulado corriente eléctrica. El simple acto de reconocer a un amigo por la calle contiene un misterio similar ya que, cuando vemos una cara familiar, el cerebro no recorre todo su catálogo de caras conocidas para llegar a la conclusión de quién es nuestro amigo. En cambio, un ordenador tendría que hacerlo, para lo cual tendría que consumir energía. Pero el cerebro no repasa todo su banco de memoria cuando ve una cara familiar o una extraña, sino que lo que llamamos reconocimiento se produce instantáneamente, a un nivel de conciencia más profundo.

La conciencia no necesita de conexiones químicas. En nuestro sistema inmunológico, si una célula T pasa flotando al lado de un virus invasor, lo reconoce y pasa al ataque; determina al enemigo por el código químico del exterior del germen, que debe coincidir con otro código del exterior de la célula T antes de enviar la señal de alerta por medio de las moléculas mensajeras que están por todo 133 el cuerpo. Con esto, unos cuantos virus del resfriado o neumococos son suficientes para alertar a miles de millones de células inmunes. Sin embargo, esta explicación química sobre el sistema inmunológico fracasa a la hora de explicar algunas cuestiones, como, por ejemplo, ¿por qué las células T dejan entrar el virus del sida sin atacarlo?

La respuesta que nos han dado los virólogos se centra en la capa exterior del VIH, que es un confuso código de moléculas que se disfraza a sí mismo de tal forma que puede ser aceptado por el código correspondiente de la parte exterior de la célula T, como lo hace un guerrillero que utiliza tácticas de escaramuza en lugar de hacer un ataque frontal. Si esto es así, ¿cómo ha aprendido el VIH a actuar de esta manera? Los productos químicos son neutrales y no llevan integrada una conciencia; por lo tanto, les es igual si es el virus o es la célula T el que sobrevive, aunque evidentemente para las células esto es de la mayor importancia. Esto nos lleva a preguntarnos en primer lugar cómo aprenden a reproducirse las células, porque el ADN está formado por azúcares simples y fragmentos de proteínas que nunca se dividen o se reproducen, aunque existan miles de millones de años. ¿Qué es lo que hizo que estas simples moléculas se unieran, se organizaran en un modelo con miles de millones de delgadísimos segmentos y aprendieran de repente a dividirse?

Una respuesta plausible es que nos encontramos ante una fuerza organizadora invisible. La necesidad que tiene la vida de reproducirle es fundamental, y en cambio, la necesidad que tienen los productos químicos de reproducirse es nula. Por lo tanto, incluso a este nivel tan básico, vemos que entran en juego algunas cualidades de la consciencia como el reconocimiento, la memoria, la autoconservación, la identidad y, también, el elemento tiempo. Para el ADN no es suficiente reproducirse aleatoriamente; el cáncer actúa de esta forma, se reproduce de forma descontrolada hasta tragarse a su huésped, lo que le lleva a su propia muerte.

Para formar un niño, una simple célula fertilizada tiene que ser un maestro en el control del tiempo. Cada órgano del cuerpo existe en forma embrionaria dentro de un simple tramo de ADN y sin embargo, para emerger correctamente, tiene que esperar a que sea su hora. Durante los primeros días y semanas, al embrión se le llama zigoto y no es más que una masa amorfa de células similares.

Pero muy pronto una de estas células empieza a despedir productos químicos que son originales en sí mismos, y aunque las células madres son idénticas, algunos de los descendientes saben, por ejemplo, que van a ser células cerebrales y como tales tendrán que especializarse. Así pues, las células crecen hasta tomar formas distintas, convirtiéndose algunas en células musculares, otras en células óseas, etc. Esto lo hacen con sorprendente precisión pero es que, además, emiten señales para atraer a otras células iguales a ellas. De esta forma las células protocerebrales, por ejemplo, viajan para encontrarse entre sí, aunque se topan por el camino con células protocardíacas, protorrenales y protoestomacales, ninguna de ellas se pierde o se confunde de identidad.

Este espectáculo es mucho más sorprendente de lo que el ojo puede apreciar, porque aunque aparentemente no hay más que una sopa de células nadando y formando modelos, debemos tener presente que la célula del cerebro de un niño sabe por adelantado lo que va a ser. Una neurona que desarrolla su estructura durante varias semanas aún no está madura, pero ya se halla bien diferenciada. ¿Cómo puede seguir fielmente su designio en la vida a pesar de los miles de señales que se están emitiendo a su alrededor? Se trata de un hecho tan misterioso como el modo en que una célula T aprende a reconocer por primera vez a un enemigo con el que nunca antes ha tenido contacto. La memoria, el aprendizaje y la identidad preceden a la materia y la gobiernan. Si un racimo de células cerebrales pierde aunque sea un solo latido, si una célula cerebral que viaja hacia el lugar previamente asignado en el cerebro se atasca un poco en el tráfico y al colocarse deja un espacio en lugar de quedar repartida en una capa regular, el resultado es que el niño nacerá con dislexia.

¿Cómo puede ocurrir un contratiempo así, si los cerebros llevan diez millones de años evolucionando, mientras que leer un libro tiene como mucho una antigüedad de tres mil años? Para el cerebro de un hombre de Neanderthal no tendría mucha importancia si la palabra Dios se parecía a la palabra tíos y, sin embargo, una neurona recién nacida ha tenido la capacidad de evitar este error desde muchos eones antes de la invención del lenguaje.

Yo saco la conclusión de que el campo de la consciencia es nuestro verdadero hogar, y que es la consciencia la que contiene los secretos de la evolución, no el cuerpo ni, incluso, el ADN. Este hogar compartido es «la luz» de la que hablan los místicos, es el potencial para la vida y la inteligencia, y es vida e inteligencia una vez que ha aparecido. Nuestras mentes son un punto de concentración de esta consciencia cósmica, pero no nos pertenecen como una posesión, y del mismo modo que 134 nuestro cuerpo se mantiene junto por la consciencia interior, hay un flujo de consciencia fuera de nosotros. Si nos paramos a pensar un momento, podremos enumerar muchas experiencias comunes que requieren que estemos fuera de nuestro cerebro. ¿Hemos tenido alguna vez la sensación de que alguien nos está mirando por detrás para descubrir al darnos la vuelta que sí había alguien allí? Y desde luego, todos hemos terminado la frase pronunciada por un amigo exclamando: «¡Estaba pensando exactamente lo mismo!», sin dejar que terminara de hablar.

Una mujer me contaba que en una ocasión estaba en la costa pacífica de Oregón, preocupada por su padre agonizante. Al mirar al sol poniente vio mentalmente la cara del padre, mientras oía distintamente su voz que decía: «Perdóname.» Aquella noche la mujer llamó a su hermana y resultó que también había tenido la misma visión y oído las mismas palabras. Algunas veces, yo animo a un grupo de personas a que intenten ir más allá de su percepción limitada, es lo que yo llamo «ir a nuestro cuerpo virtual». Cada persona se sienta con los ojos cerrados y se da permiso a sí misma para viajar a cualquier parte a la que el impulso quiera ir. Las imágenes que vienen a la mente no deben ser juzgadas, sino solamente aceptadas y permitirles que noten. Una mujer soltera que vivía con su novio lo vio limpiando y ordenando el armario, cosa que le asombró porque él nunca había hecho una cosa así. Era una imagen tan vivida como si ella estuviera allí mismo con él, y aparentemente lo estaba porque cuando lo llamó a casa, él le tenía reservada la sorpresa de haber limpiado y ordenado el armario de ella para que le cupieran sus cosas más fácilmente.

Volvamos ahora a la cuestión original: ¿quiénes éramos antes de ser nosotros? Incluso aunque todos nos identifiquemos con una limitada porción de tiempo y espacio, igualando el «yo» con un cuerpo y una mente, en realidad vivimos también fuera de nosotros mismos en el campo de la consciencia. Los profetas védicos dicen: «El yo real no puede ser comprimido dentro del volumen de un cuerpo o el lapso de una vida.» Del mismo modo que la realidad pasa del nivel virtual al cuántico y al material, también lo hacemos nosotros, y si a esto lo llamamos reencarnación o no, casi no importa. El grupo compuesto por cuerpo y alma que hubo antes es un extraño para nosotros y el que podría surgir después de nuestra muerte nos es igualmente extraño. Pero a un nivel más profundo ya se han plantado millones de semillas; algunas son los pensamientos que tendremos mañana o las acciones que ejecutaremos dentro de una década, porque el tiempo es flexible a nivel cuántico e inexistente a nivel virtual, y mientras miramos cómo brotan estas semillas en el fértil campo del tiempo y el espacio, la consciencia despierta a sí misma. De este modo una sencilla célula cerebral fertilizada aprende a convertirse en cerebro, se despierta para ser ella misma, no a nivel químico sino a nivel de la consciencia.

Quizá también somos una simple célula entre millones y cada célula es una vida. Se dice que Buda cerró sus ojos durante unos minutos y percibió noventa y nueve mil encarnaciones y, por si esto no fuera suficientemente impresionante, se dice que las percibió en todos y cada uno de los momentos: los nacimientos, las muertes y el tiempo se expandieron en unos cuantos minutos de silencio. Una capacidad tan sorprendente de controlar el tiempo no radica sólo en la iluminación. Si no fuéramos ya dueños del tiempo, seríamos un globo amorfo de células y podríamos haber entrado en un mundo en el que la pubertad podría llegar en cualquier momento y las células del riñón podrían convertirse en bazos, o donde el primer polen de fiebre del heno podría matar a la mitad de la población.

Imaginemos ahora que la consciencia expandida es normal. El tiempo y el espacio podrían ser sólo conceptos convenientes que serían verdad en el mundo material, pero que se irían disolviendo a medida que nos acercáramos al nivel cuántico. Es esto lo que yo creo que podría ser la reencarnación. Las vidas anteriores caen dentro del territorio inexplorado de la consciencia expandida y no es necesario decidir si son «reales» o no. Si se pudiera verificar concretamente que yo era un soldado nepalí en tiempos del emperador Ashoka, esto nunca me afectaría, pero si me siento extremadamente atraído por aquel período y empiezo a leer cosas sobre Ashoka y su conversión al budismo y mi empatía es tan grande que no dudo en adoptar los mismos principios, entonces podremos decir verdaderamente que una gama de la vida ha influido sobre mi mente y en un término muy real los conceptos vida anterior y vida expandida serán la misma cosa.

Todos los niveles cuánticos y los virtuales se nos abren al mismo tiempo y navegar completamente por ellos es imposible porque se nos abren de acuerdo con nuestras propias necesidades y capacidades. Pero ninguna parte de ellos se nos cierra de forma intencionada, y aunque no solemos mirar profundamente el campo personal, siempre nos será posible observarlo en 135 profundidad. Siempre será más normal aprender del pasado que no hacerlo y las personas que reabren sus vidas anteriores, si queremos usar esta terminología, están reabriendo lecciones que dan motivo y significado a su vida actual. Para alguien que ha absorbido plenamente estas lecciones no hay necesidad de ir más allá de esta vida, y a pesar de todo estas visitas son todavía parte del orden natural de las cosas.

Finalmente, el hecho de que no estamos confinados a nuestro cuerpo físico y a nuestra mente nos da razones para creer en la existencia de una inteligencia cósmica que deja pasar la vida y que nos acerca a la mente de Dios. Pero como estamos hablando de fenómenos cuánticos no es correcto decir que hemos encontrado a Dios de la forma que encontraríamos un libro perdido en el lugar donde olvidamos buscarlo. Una mujer que había leído algunos de mis anteriores escritos sobre la realidad cuántica se emocionó mucho y luego fue a ver a su párroco. Éste la escuchó severamente mientras ella iba vertiendo su exultante felicidad sobre estas nuevas ideas espirituales. Cuando terminó, el párroco le dijo secamente: «Llame a ese señor y pregúntele si Dios está dentro de todos nosotros.» Obediente, la mujer buscó mi número de teléfono y me llamó. Me hizo la pregunta en voz dubitativa y yo le contesté: «Sí, según el modelo cuántico, Dios está dentro de todos nosotros.» Ella no pudo disimular su desilusión: «Vaya, esto es exactamente lo que me dijo mi párroco que usted me diría.» Y colgó el teléfono, muy alicaída por el hecho de que el Dios aceptable, el que nos mira desde el cielo, hubiera sido minado. No fue hasta más tarde que me di cuenta de que yo había caído por descuido en una trampa, ya que mi respuesta no era correcta; en el modelo cuántico no hay interior ni exterior, y Dios no está más en nosotros que en cualquier otra parte, ya que es sencillamente ilocalizable. Decir que vamos dentro a meditar, a rezar o a encontrar a Dios es sólo un convencionalismo.

El lugar intemporal en el que existe Dios no puede ser reducido a una dirección, ya que nuestra exploración de vidas anteriores nos indica que lo mismo puede también ser cierto de nosotros.


por Deepak Chopra de su libro "Conocer a Dios"

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