domingo, 9 de junio de 2024

El conocimiento de la vida espiritual ( comunicado)

 INQUIETUDES ESPÍRITAS

1.- Enseñar y aprender

2.- La fatalidad y los presentimientos

3.- Miedo a la muerte

4.- El conocimiento de la vida espiritual ( comunicado)

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         ENSEÑAR Y APRENDER

                                      

El adelanto de la humanidad en todos los campos, ciencias, artes, sociedad…, se debe sin duda alguna a la posibilidad de transmitir de generación en generación los conocimientos y adelantos producidos, de otra forma, el ser humano todavía estaría sumido en la ignorancia.

En esta función de enseñanza por parte de unos y aprendizaje a cargo de otros se fundamenta la evolución de nuestro mundo. Bien es cierto que ahora más que nunca se propone el autoaprendizaje para facilitar que los conocimientos lleguen a mayor cantidad de personas, sin embargo la labor de los educadores no se sustituye sino que se complementa con estos métodos autodidácticos.

Sigue siendo de vital importancia que los padres y profesores continúen educando a los niños, y el aspecto que deberíamos cuestionarnos es el qué enseñar y cómo hacerlo. Para ello debemos tener presente que, por un lado se encuentran los conocimientos de propósito cultural, científico, artístico, etc., y que además -y lamentablemente se pasan por alto- están aquellas cuestiones correspondientes a la educación o despertar de los valores humanos que todos llevamos inherentes como personas, pero que es preciso descubrir e incentivar para que afloren y se manifiesten con naturalidad.

El comportamiento, hábitos y otras cuestiones relativas a la ética y moral deben ser sabiamente mostradas, sin ninguna imposición, al educando, para que en él se desarrollen, en los años sucesivos, sus propias convicciones, forma de pensar, cuente con suficientes elementos de juicio para identificar lo positivo de lo negativo, aprenda a convivir con sus semejantes y a entender la vida con unas concepciones no simplemente materiales sino también humanitarias y altruistas.

Esta faceta de la educación es desarrollada fundamentalmente por los padres, que son los que tienen la responsabilidad y obligación moral para con sus hijos. Es cierto que en la adolescencia la persona modifica su comportamiento y forma de ser, sin embargo si la educación recibida ha tenido en cuenta, por un lado, los conocimientos y, por otra parte, sus valores humanos, el cambio será sutil y sin brusquedades ni conflictos interiores.

La actitud del educador, padre o profesor, es vital para garantizar que la persona se desarrolle libre y voluntariamente; por esa razón, el menosprecio, la imposición por la fuerza o el castigo, no son convenientes porque ocasionan el efecto contrario: rechazo y desilusión. Tengamos en cuenta que para que exista una buena relación y confianza entre padre-hijo o maestro-alumno, ambas partes deben mirarse de igual a igual, con respeto mutuo y una buena dosis de amistad y simpatía, sin esos requisitos la educación carece de total validez, y no producirá al cien por cien los beneficios deseados.

Si educar a los demás entraña su dificultad, también la tiene saber colocarse en la predisposición adecuada para aprender todo lo que nos quieren enseñar. Sin embargo, ambas actitudes se solapan continuamente, y lo ideal sería decir que el que enseña debe encontrarse con el ánimo de aprender de los que le rodean, no puede aislarse y considerarse autosu-ficiente en ese sentido. Asimismo, el que ahora aprende también puede a su nivel enseñar a otros, teniendo siempre presente que debe hacerlo con humildad y sin ánimo de imposición o superioridad algunas.

Nunca hemos de pasar por alto que lo verdaderamente importante no es atesorar conocimientos con la única intención de satisfacer nuestro orgullo o deseo de superioridad, es más positivo saberlos utilizar adecuadamente en nuestro alrededor, en consonancia con las leyes naturales y espirituales, con humildad y vivo deseo de ayuda al semejante.

El afán de saber es sumamente positivo pero nunca debe hacernos olvidar que existen otros aspectos tan importantes como éste. Saber tratar a los demás, es un buen ejemplo, porque ello nos ayudará a conocernos a nosotros mismos y a estar pendientes de las necesidades ajenas, mejorando nuestra propia evolución y cumpliendo con nuestra responsabilidad, porque al que más ve y entiende más se le exige.

Aspirar a la felicidad es una de las metas del hombre desde el inicio de los tiempos, muchos la buscan en los conocimientos humanos, otros en el dinero y poder, pero unos y otros se dan cuenta, tarde o temprano, de que está mucho más cerca, en ellos mismos, en la armonía con la naturaleza y con las personas que le rodean.

Por tanto, debemos encarar nuestro propio mejoramiento, en todos los sentidos, con una actitud receptiva, para no desaprovechar la oportunidad de aprender y a la vez para servir de apoyo a aquellos que lo puedan necesitar.

Enseñar y aprender por: F.M.B.

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LA FATALIDAD Y LOS PRESENTIMIENTOS

 Instrucciones dadas por san Luis 

Uno de nuestros corresponsales nos ha escrito lo siguiente: «En el mes de septiembre último, una embarcación menor, que hacía la travesía de Dunkerque a Ostende, fue sorprendida por un temporal durante la noche; el pequeño barco naufragó, y de las ocho personas que lo ocupaban, cuatro perecieron; las otras cuatro, entre las cuales me encontraba yo, consiguieron mantenerse sobre la quilla. Permanecimos toda la noche en esa horrible posición, sin otra perspectiva que la muerte, que nos parecía inevitable y de la cual sentimos todas las angustias. Al amanecer, el viento nos había empujado hacia la costa, y pudimos alcanzar la tierra a nado. «¿Por qué en ese peligro, igual para todos, sólo cuatro personas han sucumbido? Notad que, por mi parte, es la sexta o la séptima vez que escapo de un peligro tan inminente, y más o menos en las mismas circunstancias. Soy realmente llevado a creer que una mano invisible me protege. ¿Qué he hecho para esto? No sé gran cosa, no tengo importancia ni utilidad en este mundo y no me jacto de valer más que los otros; lejos de eso: había entre las víctimas del accidente un digno eclesiástico –modelo de virtudes evangélicas– y una venerable hermana de la congregación de San Vicente de Paúl, que iban a cumplir una santa misión de caridad cristiana. La fatalidad parece desempeñar un gran papel en mi destino. ¿No estarían allí los Espíritus para alguna cosa? ¿Sería posible obtener de ellos una explicación al respecto, preguntándoles, por ejemplo, si son ellos los que provocan o desvían los peligros que nos amenazan?...» 

De conformidad con el deseo de nuestro corresponsal, dirigimos las siguientes preguntas al Espíritu san Luis, que consiente en comunicarse con nosotros todas las veces que hay instrucciones útiles para dar. 

1. –Cuando un peligro inminente amenaza a alguien, ¿es un Espíritu el que dirige el peligro? Y cuando la persona escapa del mismo, ¿es otro Espíritu el que lo desvía?  

Resp. –Cuando un Espíritu se encarna, elige una prueba; al elegirla se traza una especie de destino que no puede impedir más, una vez que a la misma se ha sometido; hablo de las pruebas físicas. Al conservar su libre albedrío sobre el bien y el mal, el Espíritu es siempre dueño de soportar o de rechazar la prueba; un Espíritu bueno, al verlo flaquear, puede venir en su ayuda, pero no puede influir en él adueñándose de su voluntad. Un Espíritu malo, es decir, inferior, mostrándole y exagerándole un peligro físico, puede hacerlo vacilar y asustarlo, pero la voluntad del Espíritu encarnado no queda por ello menos libre de toda traba

2. –Cuando un hombre está a punto de perecer por accidente, parece que el libre albedrío no interviene en nada. Por lo tanto, interrogo si es un Espíritu malo el que provoca este accidente, siendo de cierto modo su agente; y, en el caso en que escape del peligro, pregunto si un Espíritu bueno ha venido en su ayuda.

Resp. –El Espíritu bueno o el Espíritu malo no pueden sino sugerir pensamientos buenos o malos, según su naturaleza. El accidente está marcado en el destino del hombre. Cuando tu existencia ha sido puesta en peligro, es una advertencia que tú mismo has deseado, a fin de desviarte del mal y de volverte mejor. Cuando escapas de ese peligro, todavía bajo la influencia del mismo, piensas de manera más o menos firme en volverte mejor, según la acción más o menos firme de los Espíritus buenos. Al sobrevenir el Espíritu malo (digo malo sobrentendiendo el mal que aún hay en él), piensas que escaparás del mismo modo a otros peligros y dejas nuevamente desencadenar tus pasiones

3. –La fatalidad que parece presidir a los destinos materiales de nuestra existencia, ¿aún sería, pues, el efecto de nuestro libre albedrío? 

Resp. –Tú mismo has elegido tu prueba: cuanto más ruda sea y mejor la soportes, más te elevas. Aquellos que pasan su existencia en la abundancia y en la satisfacción humana son Espíritus débiles que permanecen estacionarios. De esta manera, el número de desafortunados aventaja en mucho al de los felices de este mundo, teniendo en cuenta que los Espíritus buscan en su mayoría la prueba que les será más fructífera. Ellos perciben muy bien la futilidad de vuestras grandezas y de vuestros goces. Además, la existencia más feliz es siempre agitada, siempre movida, aunque más no sea por la ausencia del dolor. 

4. –Entendemos perfectamente esta doctrina, pero eso no nos explica si ciertos Espíritus tienen una acción directa sobre la causa material del accidente. Supongamos que en el momento en que un hombre pasa por un puente, éste se derrumbe. ¿Quién ha llevado al hombre a pasar por ese puente? 

Resp. –Cuando un hombre pasa por un puente que debe romperse, no es un Espíritu el que lo lleva a pasar por ese puente: es el instinto de su destino el que lo conduce. 

5. –¿Quién ha hecho romper el puente? 

Resp. –Las circunstancias naturales. La materia tiene en sí misma las causas de su destrucción. En el caso tratado, el Espíritu, teniendo necesidad de recurrir a un elemento extraño a su naturaleza para mover fuerzas materiales, más bien ha de recurrir a la intuición espiritual. De este modo, si ese puente debía romperse, ya que el agua había desunido las piedras que lo componen y el óxido había corroído las cadenas que lo suspenden, el Espíritu –decía– insinuará más bien al hombre para pasar por ese puente, en lugar de hacer romper otro bajo sus pasos. Además, tenéis una prueba material que os adelantaré: cualquier accidente sucede siempre naturalmente, es decir, que las causas que se vinculan unas a otras, lo conducen insensiblemente. 

6. –Tomemos otro caso en el que la destrucción de la materia no sea la causa del accidente. Un hombre mal intencionado me da un tiro; la bala me roza, pero no me alcanza. ¿La habría desviado un Espíritu benévolo? 

–Resp. No. 

7. –¿Pueden los Espíritus advertirnos directamente de un peligro? He aquí un hecho que parecería confirmarlo: Una mujer salía de su casa y seguía por el bulevar. Una voz íntima le dijo: Detente, vuelve a tu casa. Ella titubea. La misma voz se hace escuchar varias veces; entonces, ella volvió sobre sus pasos; pero, cambiando de parecer, se dijo: ¿Qué he de hacer en mi casa? Seguiré; sin duda, es un efecto de mi imaginación. Entonces ella continuó su camino. A algunos pasos de allí, una viga que se desprendió de una casa la golpea en la cabeza y la deja caída sin conocimiento. ¿Qué era esa voz? ¿No era un presentimiento de lo que iba a suceder a esa mujer? 

–Resp. Era la voz del instinto; además, ningún presentimiento tiene tales caracteres: son siempre vagos. 

8. –¿Qué entendéis por la voz del instinto? 

–Resp. Entiendo que el Espíritu, antes de encarnarse, tiene conocimiento de todas las fases de su existencia; cuando éstas tienen un carácter saliente, conserva una especie de impresión en su fuero interno, y esta impresión, al despertarse cuando el momento se aproxima, se vuelve presentimiento. 

Nota Las explicaciones precedentes se relacionan con la fatalidad de los acontecimientos materiales. La fatalidad moral está tratada de una manera completa en El Libro de los Espíritus. 

-Revista Espírita 1958 de Allan Kardec

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                     MIEDO A LA MUERTE

    En la noche estrellada el ser humano alza la mirada al cielo y queda cautivado ante la grandeza del firmamento. La belleza de la creación le invade y las penas que pueda arrostrar se empequeñecen ante la nimiedad de nuestra existencia, menor que un grano de arena en la infinidad del universo.
    Y sin embargo, algo en nosotros necesita trascender, pero acude el miedo a la mutación, el miedo al cambio. Las estrellas también mueren, pero en realidad su polvo cósmico da lugar a nuevas formaciones, que todavía no llegamos a comprender del todo. ¿Qué es un agujero negro? ¿Qué es la energía oscura? Preguntas que nos dejan atónitos.
    Cuando bajamos la vista, vemos lo que nos envuelve. Volvemos a las cosas que nos preocupan, gustan o requieren, siendo más o menos conscientes de lo que hacemos o no. De cómo lo hacemos o no. Pero indudablemente haciéndolas, pues todo en la vida es cambio, movimiento. Y de repente, nos saca de nuestra inopia existencial la pérdida de algún ser querido. Nos hace volver a mirar al cielo, pero esta vez al de nuestra propia existencia, y ver qué lejanos están los astros de nuestras dudas e incertidumbres, y qué pequeños son nuestros problemas ante un «manotazo duro, un golpe helado»1 que nos puede arrojar de esta existencia sin más. ¿Qué nos duele de la muerte? ¿Qué es lo que nos da miedo? El miedo a la muerte es el miedo a la pérdida.
    «Abandona con donaire las cosas de la juventud2 y despójate de las que te hicieron ser de un modo u otro para recomenzar con el nuevo día». Sería un lema válido, muy olvidado en Occidente. Porque la muerte es un acto natural de cambio, de mutación. Y obviamente de pérdida de las cosas materiales.
     En la Antigüedad, los seres queridos eran rememorados en casa, depositados en una urna funeraria. En la cultura romana, por citar un ejemplo cercano culturalmente hablando, había que ofrecer veneración y respeto a los lares y penates. ¿Dónde están ahora nuestros seres queridos? En los mausoleos fríos de pomposa arquitectura, amontonados sin más, no siendo diferentes a un osario sino por estar separados en nichos.
    Y si vamos más atrás, en esta nuestra querida zona levantina, en la cultura del Argar enterraban a sus difuntos en cestas y vasijas dentro de la propia casa, curiosamente en posición fetal, ¿ quién sabe si como ritual que emulaba el renacimiento al lugar del cual se ha venido? Curioso ritual que no hacía sino presente que ellos seguían ahí, formando parte del clan, recordando a cada instante «polvo eres y en polvo te convertirás».
    Vivimos actualmente en una cultura aséptica hacia la muerte. Y de lo que no se habla, se tiene miedo, porque falta naturalidad. Dolor, muerte, sufrimiento, temas tabú en una cultura hedonista y en ocasiones cínica, en su versión más rampante. «El muerto al hoyo y el vivo al bollo». Magnífico lema de nuestro sentir cultural actual.
    La muerte es la incógnita para los grandes pensadores de todos los tiempos. ¿Dejaré de pensar? ¿Dejaré de sentir? ¿Todo esto para qué? Y el azar se convierte en una  pesada losa, una variable que explica una pequeña cantidad de fenómenos, pero que abre nuevos interrogantes todavía más intrincados.

(1 Hernández, Miguel (1936). “Elegía a Ramón Sijé”, en: El rayo que no cesa. 2 Ehrmann, Max (1948). “Desiderata”, en: Desiderata of Happiness)

     Lucrecio, adalid del ateísmo clásico, en su obra De rerum natura, proponía como solución al miedo irracional, la consabida afirmación que si nada hay tras la descomposición de nuestra energía vital atómica, no sentiremos nada, porque la nada es poco más que un silencio indoloro. Por tanto, se teme al dolor, no a la muerte. Ya sea éste físico, o de pérdidas afectivas o materiales.
    Cuando se trata de pérdidas afectivas, aquí se abre un foco de luz, donde el Espiritismo tiene mucho que aportar. Conmemorando como estamos el ciento cincuenta aniversario de la obra de A. Kardec El Cielo y el Infierno, en su 2ª parte podemos leer las distintas clases de comunicación que los seres ya desencarnados dan sobre su estado, estando éstas muy influenciadas por el tipo de vida, el tipo de afectos y afecciones que durante la última existencia tuvieron.
     La grandeza del Espiritismo radica en darle sentido a la continuidad de los lazos afectivos más allá de la mutación física, que llamamos muerte. Porque las almas de los seres queridos siguen ligadas por afecto a nosotros y viceversa, creándose a lo largo de los siglos verdaderas familias espirituales, dando sentido a aquel sentimiento tribal y de clan que las primeras culturas tenían, en donde aun fallecidos los jefes eran constantemente rememorados mediante la tradición oral. En la Biblia, libro Génesis, bien podemos ver cómo Jacób hacía aprender de memoria la lista de sus antepasados a José, como claro ejemplo de esta importancia dada a la memoria de los antepasados, ya que éstos eran los protectores de la familia. Y volviendo a nuestros antepasados romanos, los lares y penates eran los custodios de cada familia y a los cuales no había que deshonrar o agraviar con acciones impías, dignas de vituperio y vergüenza.
     Por tanto el miedo actual a la muerte, que tenemos en Occidente, viene de un miedo a la pérdida afectiva o material, que racionalmente no aceptamos, pero que emocionalmente es patente. Por suerte el atavismo aquél, el miedo a un infierno hirviendo y de azufre, ya no causa ninguna sensación, ni para nada es causa de miedos inconscientes hacia el qué habrá después. Al menos en una sociedad laica como es la española. Un claro ejemplo de este miedo en épocas anteriores lo podemos rastrear en la novela La Regenta, de Alas Clarín (1884-85), donde un ateo redomado ante la muerte sin extremaunción de su pupilo, al cual había llevado a su bando, siente tal pavor, con pesadilla incluida, que accede a los sacramentos por no verse él también desposeído de ser enterrado en camposanto; porque antes, si no eras católico sin mácula, no te enterraban en “tierra santa”, es decir en el cementerio.
     El Espiritismo nos devuelve parte de esa naturalidad perdida con el mundo de la muerte y el renacer al mundo espiritual, al cual se asiste con alegría, como quien sale de un estado pesado (un fondo marino) a uno más liviano y ligero (la superficie). Donde todas nuestras facultades se hallan en plenitud y nuestro corazón siente ciento por mil, las emociones que durante la existencia terrenal no han sido sino un pálido reflejo.
     Por tanto mi invitación a seguir indagando en esta maravillosa filosofía espiritualista, que es el Espiritismo, que tanto consuelo otorga al corazón a través de la razón, y nos conecta con nuestras más ancestrales esencias a través de una metodología empírica, deudora de la filosofía helena, que tanto ha caracterizado a Occidente y su forma de encarar la existencia..
-Jesús Gutierrez Lucas-
Art. tomado de la Revista Espírita nº 13 de la FEE

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EL CONOCIMIENTO DE LA VIDA ESPIRITUAL

En el centro de las verdades espirituales está el conocimiento de la vida espiritual                                        

( Comunicado)

Benditos seamos del Todopoderoso. Vuestro guía Demeure me ha permitido que os dirija unas palabras en torno a la Verdad. Disculpad los errores o falta de dicción que pueda cometer en mi exposición.

La Verdad, queridos hermanos, ha sido siempre combatida, tergiversada y en ocasiones ocultada, porque ha sido y es, el escudo, el dique, la fortaleza donde se ha estrellado la maldad, el egoísmo y la sinrazón. La Verdad, ha sido el temor de los que mal piensan. los que tienen ideas torcidas o cometen actos reprobables. Por otro lado, la Verdad ha sido la antorcha lumínica que en los horizontes ha iluminado de una manera perfecta y precisa el camino de las humanidades y ha sido también el báculo donde se han sostenido las santas religiones. La Verdad, en una palabra, es un atributo Divino, y por consiguiente, Santa.

Por ello, queridos hermanos, la Verdad debe regir y guiar todos vuestros pensamientos y vuestras acciones.

En el centro de las Verdades universales, está el conocimiento de la vida espiritual o Ciencia del Espíritu, sin mixtificaciones, sin preámbulos falsos ni pantomimas ridículas. Esta Ciencia, catalogada, estudiada, razonada y asimilada convenientemente por hombres rectos y de buena voluntad, cambiará la trayectoria peligrosa que ha tomado la humanidad.

Los materialistas, en todas las épocas han sido los mayores enemigos de lo espiritual, porque no conciben que exista esa llama eterna que progresa y se engrandece practicando el bien, la abnegación, el sacrificio, la virtud y el amor.

Todos los que estudiáis esta Ciencia, de modo razonado y objetivo, escucháis las enseñanzas y consejos del más allá, los que tenéis en el corazón el convencimiento firme de la eterna existencia del alma, tenéis, aunque no lo creáis, una mayor fe que los demás, porque estáis basados en una razón lógica, sustentados en un pedestal que, como divino, tiene que ser firme, y los vendavales no lo pueden destruir, porque estáis apoyados en una Verdad Absoluta, porque si no hay espíritu, no hay inteligencia; si no hay inteligencia no hay soplo divino, que es la quinta esencia de Dios. Sí hermanos, si no hay espíritu, no hay vida ni razón de vivir, de saber de estudiar, de hacer el bien, ni de progresar en pos de la Gran Verdad. El Espíritu es Ley Divina, el soplo bendito de Dios, por el que os habéis convertido en seres pensantes que investigáis lo que sois, de dónde venís y a dónde podéis ir. Es la Verdad absoluta, porque la razón lógica de hoy y vuestra ciencia mañana, lo aceptarán plenamente. No importe que todavía traten de desvirtuar la realidad, su eternidad y su dirección en todos los acontecimientos universales, porque muy pronto se generalizarán los estudios de las Leyes espirituales y su conocimiento abrirá las puertas a la propagación y aceptación de la comunicación espiritual, que es una Verdad emanada de Dios.

Por consiguiente, queridos hermanos, practicar el conocimiento de las Leyes espirituales con la mayor profundidad y objetividad, apoyándoos siempre en la inquebrantable fe de la razón. Ser siempre justos, no juzgar a nadie, porque ¿ quienes sois vosotros para juzgar, cuando habéis de ser todos juzgados?. Que os falte tiempo en vuestra fugaz vida en el plano material, para bendecir la justicia infinita de Dios.

Amaos sinceramente los unos a los otros, porque ese es el emblema del verdadero cristiano. No importa que lloréis ni que el dolor invada vuestra alma; sufridlo con abnegación y paciencia, porque son los escalones que os elevarán a la eterna felicidad, porque todos conducen a Dios.

Perdonar si os he molestado con mis torpes palabras. Que Dios nos bendiga a todos. 

Y conforme a las Leyes de Dios, porque en ellas tenéis las bases de vuestra perfección, vuestra purificación y consuelo, Si así lo hicieseis, vuestro mundo se convertiría en un lugar privilegiado de paz, amor y armonía incomparables.

Todos esos códigos en vuestras manos para que siempre os sirvan de báculo en todas vuestras decisiones y para que cuando os halléis contritos, recordéis las sublimes frases que nos dictó, por orden de Dios, nuestro Maestro Jesús. Si los cumplís fielmente, cuando lleguéis al tránsito, veréis la luz de la razón en toda su magnitud, su poder y sabiduría, y recordaréis con satisfacción los sinsabores y sacrificios, porque gracias a ellos habréis obtenido una gran recompensa.

No dejéis pasar los momentos de vuestra fugaz existencia en la Tierra sin hacer el bien y sin alabar a Dios, Su poder, Su bondad infinita y Su Luz. Deteneos a observar como Su obra lo abarca todo en la infinidad de creaciones que el hombre no ha podido todavía descubrir y admirar, pero que están allí a la espera de que se las descubra.

Ser, hijos míos, ardientes discípulos del Maestro y saber que todo lo que hacemos y pensamos lo ve Dios con su misericordia infinita. La grandeza de Sus obras, la magnitud de Sus creaciones y las radiaciones de Su incomparable Luz, iluminan vuestros espíritus cuando en ellos se elaboran pensamientos nobles, desinteresados y llenos de amor; cuando vuestros corazones laten llenos de fe inquebrantable os convierte en héroes para dignificar a Dios en todos los momentos de vuestra vida.

Cuando estéis elevando en silencio vuestras plegarias a Dios, poner en ellas todo el entusiasmo místico y sublime de vuestro corazón, vuestro entendimiento y vuestra fe.

Saber que sois hijos de Dios y como tales habréis de responder con vuestro proceder a Su amor, a Su obra, a Su justicia y a Sus Leyes. Ser siempre justos, mansos de corazón, sin adular nunca y practicad la caridad en silencio para que tenga mérito ante el Padre y podáis recibir la recompensa a la que seáis merecedores.

- Un Espíritu-

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