jueves, 11 de enero de 2024

Los primeros y los últimos

 INQUIETUDES ESPÍRITAS

1- El suicidio

2.- Prácticas exteriores de culto en los grupos

3.- Usar y abusar

4.- Los primeros y los últimos

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                     EL SUICIDIO

El deber de la conservación de la vida se opone el suicidio, pecado gravísimo, pero demasiado frecuente en nuestros días, por lo cual no estará por demás decir algunas palabras sobre él. [496]

Tesis

El suicidio se opone a la recta razón y a la ley natural.  La razón de esto es que el que se mata a sí mismo viola los derechos de Dios, obra contra la inclinación natural y su bien propio, y falta o peca contra la sociedad. Luego el suicidio se opone a la recta razón y a la ley natural.  

El suicida viola los derechos de Dios. Es una verdad innegable que el hombre recibe la vida de Dios, su autor y conservador, como lo es de todas las cosas finitas, a las cuales sacó de la nada por su libre y sola voluntad. Es igualmente cierto que el objeto e intención de Dios al comunicar la vida al hombre, no fue el que dispusiera de ella a su antojo, sino el que se sirviera de la misma como de medio, camino y preparación moral para llegar a su destino final, o sea a glorificar a Dios por medio de la unión inefable con el bien infinito, principio y fin último de la creación, y de una manera esencial, de los seres inteligentes. Luego el privarse voluntariamente de la vida por medio del suicidio, es usurpar el dominio y derechos de Dios sobre la misma. «La vida, escribe santo Tomás, es un don concedido por Dios al hombre y sujeto a la potestad del que mata y da la vida. De aquí es que el que se priva de la vida, peca contra Dios, así como el que mata el esclavo peca contra el dueño de éste.

Obra contra la naturaleza y contra su bien propio. Contra la naturaleza; porque la inclinación y propensión más enérgica y espontánea de la naturaleza, es la de conservar el ser y la vida, como lo demuestra la misma experiencia, no sólo en el hombre, sino en todos los seres. Contra su bien propio; porque para evitar un mal menor elige otro mayor, cual es la muerte respecto de los males de la vida, y sobre todo, porque para evitar un mal temporal se precipita en uno [497] eterno infinitamente superior a los males todos de la vida presente.  

Peca contra la sociedad. El hombre, como parte o miembro de la sociedad, de la cual recibe beneficios, se debe a ésta, y al disponer de su vida sin motivo racional, perjudica los derechos de ésta, y entre ellos el que tiene toda sociedad a que los particulares contribuyan a su conservación por medio de la fortaleza y sufrimiento en las adversidades. Añádase a esto, por un lado, el mal ejemplo, perjudicial a la sociedad, y por otro lado, el peligro de homicidio, inherente a la práctica del suicidio; porque el que llevado de la desesperación y por no tolerar los males se determina al suicidio, bien puede decirse que está en disposición y preparación habitual de ánimo para cometer homicidio, si considera esto como medio para librarse del mal que le induce al suicidio.

Como corolario general de las precedentes reflexiones puede decirse que, salvo el caso de perturbación completa de la razón, el suicidio apenas puede concebirse en un verdadero católico; porque no se concibe que el hombre de verdadera fe cristiana, especialmente si la conducta moral está en armonía con la creencia religiosa, elija un camino que sabe le conduce a los males y privaciones eternas, para librarse de males temporales y relativamente insignificantes. Este corolario se halla en armonía con la experiencia, la cual nos enseña que los casos de suicidio son rarísimos en los hombres de conducta verdaderamente cristiana.

Esto nos lleva también a suponer que una de las causas principales del suicidio, debe ser la carencia de ideas y creencias religiosas, hipótesis que se halla comprobada hasta cierto punto por la experiencia y la estadística criminal de los pueblos (1). [498]

{(1) He aquí en confirmación de esto lo que escribe Debreyne sobre el suicidio: «Reina esta enfermedad particularmente en los [498] pueblos donde la fe y las convicciones religiosas son casi nulas, y no ejercen por consiguiente en la población sino poquísima influencia. La experiencia tiene probado que en todas las naciones el suicidio es más frecuente, a proporción que disminuye el sentimiento religioso...
La otra gran llaga de la sociedad, y acaso la más incurable, origen a la vez de un infinito número de males, es la ignorancia de la religión, y hasta de las primeras verdades religiosas y morales... En tal estado de degradación ignora su fin y su destino, ignora a Dios, se ignora a sí mismo, y en nada cree, porque todo lo ignora...

No creemos necesario detenernos en proponer las objeciones relativas a esta tesis; porque las consideraciones expuestas al demostrarla, contienen las ideas necesarias para la solución de los argumentos que en contra suelen proponerse. Únicamente añadiremos, como solución del argumento que presenta la muerte como mal menor que el cúmulo y persistencia de males que en circunstancias dadas rodean al hombre, que el mal físico, por grande que sea, siempre es de un orden inferior al mal moral, y el pecado lleva consigo, aparte del mal físico consistente en la privación de la vida, la malicia moral que envuelve por las razones arriba consignadas.

- Merche -

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PRÁCTICAS EXTERIORES DE CULTO EN LOS GRUPOS.

Con suma frecuencia me ha sido preguntado si es conveniente comenzar las sesiones con oraciones y ceremonias de tipo religioso. La respuesta no es sólo mía, sino también de los Espíritus que trataron este tema.

Sin ninguna duda, no es sólo conveniente, sino, además, necesario rogar por medio de una invocación especial, una especie de oración o plegaria, el concurso de los buenos Espíritus. Esa práctica predispone al recogimiento, lo cual es una condición especial de toda reunión seria. Lo mismo no sucede en cuanto a las prácticas exteriores de culto, por medio de las que ciertos grupos consideran un deber abrir sus sesiones, pero que tienen más de un inconveniente, a pesar de la buena intención con que son realizadas.

Todo en las reuniones espíritas debe suceder religiosamente, esto es, con gravedad, respeto y recogimiento. Pero es preciso no olvidar que el Espiritismo se dirige a todos los cultos. Por consiguiente, él no debe adoptar las formalidades de ninguno en particular. Sus enemigos ya fueron muy lejos en su intención de presentarlo como una secta nueva, buscando con ello un pretexto para combatirlo. Es preciso, pues, no fortalecer esa opinión con el empleo de rituales, de los que aquéllos no dejarían de sacar partido diciendo que las asambleas espíritas son reuniones de protestantes, cismáticos, etcétera. Por lo demás, sería una liviandad suponer que esas fórmulas tiendan a reconciliar a ciertos antagonistas. El Espiritismo, formulando un llamado a los hombres de todas las creencias para unirlos bajo la égida de la caridad y de la fraternidad, así como acostumbrándolos a mirarse como hermanos, cualquiera sea su manera de adorar a Dios, no debe herir la convicción de nadie con el empleo de prácticas o ceremonias rituales de ningún culto.

Son pocas las reuniones espíritas, por reducidos que sean los grupos, que no cuenten, sobre todo en Francia, con miembros o asistentes pertenecientes a distintas religiones. Si el Espiritismo se colocara abiertamente del lado de una de ellas, alejaría a las demás. Ahora bien, como hay espíritas en todas, asistiríamos a la formación de grupos católicos, judíos o protestantes que perpetuarían el antagonismo religioso, que es misión del Espiritismo abolir.

Esta es, además, una de las razones por la cual es conveniente abstenerse de discutir en las reuniones sobre dogmas particulares, pues ello, sin ninguna duda, afectaría a ciertas conciencias. En cambio, las cuestiones morales competen a todas las religiones y a todos los países. El Espiritismo es un terreno neutro en el cual todas las opiniones religiosas se pueden encontrar y estrechar las manos. En cambio, la controversia podría originar la desunión. No olvidéis que la desunión es uno de los medios a través del cual los enemigos del Espiritismo intentan atacarlo. Y es con ese fin que ellos inducen a ciertos grupos a ocuparse de cuestiones irritantes o comprometedoras con el pretexto astuto de que no se debe ocultar la luz. ¡No os dejéis atrapar por esa trampa!

Los dirigentes de grupos deben ser firmes en rechazar todas las sugerencias de este género, si es que no quieren ser cómplices de esas turbias maquinaciones.

El empleo del aparato exterior del culto tendría idéntico resultado: el cisma entre los adeptos. Unos opinarían que no son lo suficientemente empleados, al paso que otros dirían que lo son con exceso. Para evitar ese inconveniente tan grave, aconsejamos la abstención de cualquier plegaria litúrgica, sin excepción, incluso la de la Oración Dominical, por más bella que sea. Como para formar parte de un grupo espírita no se exige a nadie abjurar de su religión, permítase que cada uno haga mentalmente la oración que más le plazca y juzgue acertada. Lo importante es que no haya nada de ostensivo y, en especial, nada de oficial. Lo mismo se puede decir con relación a la señal de la cruz, al hábito de ponerse de rodillas, etcétera...

Sin esta línea de conducta neutra no se podría impedir, por ejemplo, que un musulmán, integrante de un grupo espírita, se prosternara y colocara el rostro contra la tierra, recitando en voz alta la fórmula sacramental: "¡Sólo hay un Dios y Mahona es su profeta!"

Ese inconveniente no existe cuando las oraciones son realizadas por cualquier persona, en forma independiente a todo culto particular. Después de lo manifestado, creo innecesario destacar lo ridículo que quedaría hacer repetir a coro a toda una asamblea una plegaria o fórmula cualquiera, como ya alguien me informó haber visto. Por otra parte, debe quedar bien entendido que lo expresado no se aplica sino a los grupos y sociedades integrados por personas extrañas unas a las otras, y no a las reuniones íntimas de las familias, en las cuales, naturalmente, cada persona es libre de actuar como lo entiende más acertado, dado que en esos ambientes no se corre el riesgo de ofender las ideas de nadie.

Extraído de viaje espirita de 1862

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                      USAR Y ABUSAR

Alguien ya dijo que Dios creó a los hombres, ofreciéndoles las herramientas con que puedan construir, por si mismos, los caminos de la propia evolución. Esos recursos son aquellos que todos disponemos, cuando en la Tierra, a fin de realizar nuestro perfeccionamiento individual y emprender la conquista de nuestra propia felicidad. 

Usar y no abusar de semejantes concesiones, son las palancas simbólicas que se nos hacen necesarias al equilibrio. 

Recurramos a las enseñanzas vivas de la Naturaleza. 

El hombre dispone del arado para preparar el suelo, no para agredir contra la existencia de los otros. 

Cuenta con la ayuda de las tijeras a fin de cortar, constructivamente, no para herir a quien quiera que sea. 

Ocurre lo mismo en cuanto al cuerpo físico, que nos sirve en el mundo por temporal vivienda. 

La criatura disfruta las energías mentales de modo para crear el bien, no para planear el mal. 

Posee el mecanismo de la voz con el objetivo de hablar educando y construyendo, no para suscitar la perturbación y el sufrimiento en las sendas ajenas. 

Posee el prodigio de los ojos para ver y discernir, no a fin de escudriñar los detritus y amarguras que, por casualidad, se muestren en la senda de alguien. 

Carga el estómago para ayuda de la propia sustentación, no para llenarlo con alimentos innecesarios, estableciendo desequilibrios en el campo orgánico. 

Todas las posibilidades de la existencia son concedidas o prestadas por Dios a la persona humana, habilitándola a promover la solución de sus propias necesidades, pero no para lesionar los intereses y los sentimientos de persona alguna. 

En síntesis. 

El Creador establece los medios de elevación, en ayuda a todos en el aprendizaje de la escuela terrestre. Por eso mismo, usar las concesiones del Señor o abusar de ellas significa problema perteneciente a cada uno. 

Elegir son opciones. Seguro, por ese motivo, resumiendo las leyes del Universo que nos gobiernan en todas partes, aseveran las informaciones de procedencia divina que, en los caminos de la vida, “a cada uno de nosotros será dado, conforme nuestras propias obras”. 


Espíritu Emmanuel 
Médium Francisco Cándido Xavier 
Del libro “Confía y sigue”


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LOS PRIMEROS Y LOS ÚLTIMOS

Es una ley tan equitativa, tan justa, la que regula todas las cosas en cualquier orden que quieran considerarse, que no queda impune la más ligera desviación del curso recto trazado por la Sabiduría infinita, ni sin compensación la obediencia por el individuo a los secretos del Soberano Hacedor.

Todo busca su equilibrio, porque en él reside la armonía y en la armonía la belleza, la sublimidad más alta que haya soñado jamás criatura humana.

De ahí la necesidad de la reencarnación.

El espíritu, chispa pura, emanada de la Perfección absoluta, tiene necesidad imperiosa de volver a ella, y sublimado todo lo impuro que halla a su paso en su evolución, se impregna de ciertas impurezas que ha de ir expeliendo en el curso de su viaje; pero con tanta fuerza se le adhieren aquellas, que en ocasiones le hacen olvidar su origen, y tropieza y cae, para volver a levantarse y caer de nuevo, hasta que por fin llega a imponerse su naturaleza divina, y sobre la materia, triunfante se enseñorea, habiendo dejado rastro luminoso a su paso y dejos de pureza que santifica cuanto ha estado en su contacto. De este modo todo progresa, todo busca su equilibrio, hallado ya por el Espíritu que ha triunfado.

En sucesivas encarnaciones el alma humana sostiene lucha tenaz con la materia, buscando equilibrarse, pero no lo consigue hasta haber pasado por todas las experiencias marcadas en el Código Divino. Y sufrido la correspondiente sanción de ese mismo código.

Cuando el espíritu, seducido o contaminado por la materia que representa las vanidades del mundo, quiere levantarse por sobre los demás, dando pábulo al sentimiento de grandezas terrenas, de goces groseros, entonces tiene que experimentar las penalidades y privaciones consiguientes a una existencia modesta y miserable. De ahí que el emperador de ayer sea el pordiosero de hoy; que el que sembró la desolación y el luto, tenga a su vez que ser objeto de vilipendio, de persecución y de muerte; que el que abusó de su inteligencia para el mal, renazca idiota, etc., etc. La ley tiende a equilibrarlo todo, no cesa en su acción y para obrar no nos consulta.

Los primeros serán los últimos, bien lo dijo Jesús. Esto es lo justo.

Para no caer en esa decepción, para no sufrir esos altos y bajos que tanto hacen sufrir al espíritu y tanto tiempo le hacen perder, hay un remedio, un remedio infalible: trabajar sin descanso, tanto como nos permitan nuestros medios, nuestras facultades y nuestras fuerzas; en cultivar nuestra inteligencia; en elevar nuestro Yo; en hacer bien al prójimo, con humildad y amor, considerándose el administrador, no el propietario de sus bienes, el servidor de todos.


ANGEL AGUAROD

Extraído de la “REVISTA DE ESTUDIOS PSICOLOGICOS” AÑO XXX Nº 1; Barcelona, Julio de 1899

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