viernes, 9 de diciembre de 2022

Desencarnación

  INQUIETUDES ESPÍRITAS

1.- El Más Allá

2.- La verdad de la Reencarnación

3.- Odio y Perdón

4.- La desencarnación- Segunda Parte


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                             EL MAS ALLÁ

                                                     


Después de la muerte la Vida del ser continúa. Es algo de lo que podemos estar seguros por tantas evidencias de infinidad de contactos y comunicados que han habido y continúan habiendo entre los que nos llamamos “vivos”, y los que ya dejaron este mundo y nos demuestran su existencia a pesar de no tener ya un cuerpo carnal como nosotros . Vamos a ver cómo es esa forma de Vida, según relatos de los que allá se encuentran. 

 Pero, ¿Qué es el Más Allá ? 

En primer lugar, es de hacer notar que esta expresión sugiere la idea de la continuidad de la Vida del Ser después de la muerte.

Desde siempre, el Ser humano sintió inquietud por lo que puede haber después de la muerte, y solo encontró tres posibles respuestas: la nada, la absorción de su Ser en un Todo abstracto, o la eterna permanencia del Ser antes del nacimiento y después de la muerte.

El Ser humano, por lo general, siempre sintió la esperanza o la intuición de que tenía que existir algo más después del cese de la vida humana, que debía haber algo después de esta vida, por lo que mayoritariamente siempre se inclinó cada vez más hacia la tercera opción como la mas lógica y probable.

Nunca se supo definir en concreto como era ese Mas Allá, o cómo se continuaba existiendo, o ni siquiera la absoluta certeza de que la posible existencia de que lo que se llamó “otro mundo” pudiese ser una realidad, por lo que se tuvo que admitir este concepto como una creencia o un dogma de fe religiosa. No obstante una especie de fuerza interior, tal vez la fuerza de la evolución espiritual, siempre empujó al Ser humano a querer conocer y a tratar de comprobar lo que de verdad había detrás del oscuro velo de la muerte, que le era desconocido y ocultado pero sobre el que su fe religiosa o su intuición le señalaban como la existencia de una realidad segura.

La conclusión que se saca después de conocer tantos indicios de su existencia, sobre todo los procedentes de la mediumnidad, es la de que estamos ante algo más que un dogma de fe religiosa.

En realidad el “Mas Allá”, viene a ser otra forma de existencia inmaterial, pero que lo es bajo una forma concreta que delimita al Ser espiritual; esta forma de realidad inmaterial, es como un duplicado de la forma de existencia humana, porque los espíritus no son mas que almas más o menos adelantadas de los seres humanos que ya no pertenecen a este mundo nuestro una vez que se despojaron de su grosera envoltura carnal tras su paso por la muerte.

El Más Allá no es un lugar físico; está por todas partes, alrededor de nosotros, de forma sutil, en un espacio sin límites que acoge inmediatamente a todos los que mueren y quedan revestidos de un cuerpo de energía sutil y etérea, tan real como el envoltorio físico que dejaron en la Tierra, de donde proceden, y con un aspecto semejante al mismo, aunque en espíritus que se encuentran en estado de equilibrio, armonía y paz, suele aparecer como más joven o perfeccionado, en cuanto al aspecto que aquí tenían, y sin sus defectos o taras físicas que si acaso conservan solamente si han de ser reconocidos por alguien de este mundo que contacte visualmente con ellos.

El Más Allá es una realidad inmaterial que nos rodea, y es la continuación de nuestro mundo físico, una realidad no visible ni tangible por existir en otra franja vibratoria diferente a la física, pero próxima a ella, en la cual viven los Espíritus, que al igual que en la Tierra, se agrupan en comunidades diversas, constituyendo ciudades o colonias de reposo y aprendizaje en donde conviven y se organizan de acuerdo a sus tendencias y misiones.

 

- Jose Luis Martín -

 

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           LA VERDAD DE LA REENCARNACIÓN            

    
     Cuando por primera vez se piensa en la posibilidad de vivir un gran número de veces sobre la Tierra, con cuerpos humanos diferentes, esta idea parece ridícula.  Pero, cuando se reflexiona acerca de las diferencias intelectuales, volitivas y morales, existentes en el conglomerado humano; cuando se analiza la distancia que separa al hombre salvaje del civilizado, al bruto del inteligente, al malvado del justo y bondadoso; cuando se escucha la «voz» interna del Ego, donde radica la sabiduría; puede apreciarse fácilmente la evolución de los seres y comprender el fundamento de la Ley de las vidas múltiples y sucesivas, como una necesidad del Espíritu para el desarrollo de sus facultades potenciales. 

     Todo concepto nuevo, produce un impacto en nuestra mente, en el primer momento: mayor o menor, según la formación cultural; agradable o desagradable, según los gustos y tendencias, y los conceptos que previamente hayan entrado a formar parte de la conciencia como humano, ya que el individuo hace poco uso de su Conciencia superior, donde radica la sabiduría; de aceptación o rechazo, según la mayor libertad mental o las trabas de los convencionalismos, así como la capacidad analítica y conceptual. 
   
      Una mente presionada por los convencionalismos o dogmatismos, por ejemplo, no es libre para razonar; por lo que arrastrará al individuo a la incomprensión, y consecuencialmente, a la intransigencia y rechazo de todo concepto de verdad diferente al suyo, sin el imprescindible análisis imparcial. Demostrado está también que, una mente debilitada por la presión de conceptos ya formados, dificulta y hasta puede coartar la libertad de hacer uso de su capacidad raciocinativa. Sólo con una mente libre y clara podremos razonar. Sólo una mente libre de presiones, puede ejercitar toda su capacidad de lógica. 

      La Verdad, en sí misma, no cambia; lo que cambia es la capacidad humana para comprenderla. A medida que el individuo evoluciona, su capacidad intelectual va desarrollándose, a la vez que su capacidad conceptual se amplía y le capacita para ver más en lo profundo de las cosas, y comprender nuevas verdades. 

     El objeto de la vida, el objeto de las vidas sucesivas del espíritu, es PROGRESAR. Porque, progreso es ley de la Vida. Subir peldaño a peldaño en la escala evolutiva del Ser espiritual (el ser real), hacia la meta suprema, que es la perfección: sabiduría, fortaleza, pureza y amor. El progreso es una ley cósmica que abarca toda la creación; y como parte de ella, el Espíritu y con él el alma, están sometidos a esa ley, cual sea su condición actual.

     No pretendamos excepciones; porque, para la Sabiduría Cósmica, para el Eterno Amor, todos somos iguales. Pretender preferencias y concesiones, es propio de nuestro escaso desarrollo intelectual, de nuestro atraso evolutivo. 

Sebastián de Arauco.

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                   ODIO Y PERDÓN

            Análisis psicológico y espiritual de este par de opuestos. 

Diversos son los grados de manifestación del odio, esa pasión dañina en alto grado, que sólo anida en las almas pobres y ruines, al dar cabida en sí a esa pasión destructiva, por ignorancia de las consecuencias dañinas que habrá de ocasionarle. Porque el odio comienza por perturbar la tranquilidad de quien lo siente, por su acción perturbadora sobre las facultades del alma, cuyas vibraciones desequilibrantes afectan la mente y perjudican la salud, por la incidencia de esa vibración enconosa en los sistemas nerviosos y glandulares. Y, a más de dañar la salud de quien da cabida en sí al odio, le convierte en una persona amargada que, en sus relaciones de trabajo, negocios, etc., desbarata oportunidades de progreso por la actitud negativa del afectado y los errores que induce a cometer. 

Conocéis ya la ley de las vibraciones, explicada en la lección 12. Por consiguiente, sois conscientes ya de que los pensamientos y sentimientos son vibraciones que contienen en sí una fuerza benéfica o maléfica, constructiva o destructiva, según su naturaleza. Y siendo el odio un sentimiento cargado de deseos de mal, es destructivo por su propia naturaleza enconosa. Por ello, cada sentimiento de odio es una vibración-fuerza, dañina en alto grado hacia quien se dirija, pero que actúa también contra el mismo que la emite. Y cuanto más odie una persona, más y más se envuelve en esas vibraciones intensamente negativas, desequilibrantes, que le atormentarán. Si pudieseis apreciar el aura de una persona vibrando en odio, os asombraría al verla envuelta en un halo negro, en forma de torbellino. Y quien odia, no tiene paz en su mente ni en su alma, ya que ese sentimiento ponzoñoso produce una desarmonía psíquica mortificante, convirtiendo la vida del afectado en un tormento. 

Todas esas extrañas misantropías y neurastenias que a veces apreciamos en nuestras relaciones humanas, tienen por causa alguno o varios de esos estados pasionales de odios, rencores, malquerencias, etc., cuyo origen puede ser el egoísmo, envidia, celos, etc. que son sentimientos frecuentes en las almas mezquinas y ruines. Y cuanto más una persona odie a otra, más se une a ella psíquicamente. Y, ¡paradoja! cuanto más lejos la desee, cuanto más en ella piense, más la acerca (vibratoriamente); porque, la persona que odia atrae mentalmente hacia sí a la persona odiada, con la fuerza de su pensamiento, y su imagen no le deja vivir en paz, le sigue y le persigue como una sombra, por que ella misma la mantiene en su mente. Y aquí está el tormento. ¿Hasta cuándo? Hasta que deje de odiarla. 

Puede que alguno, juzgando a la ligera ese fenómeno de la fuerza de atracción, por afinidad, del pensamiento os diga: vaya una ley rara. Pero, si se considera que esa ley de vibración y atracción no ha sido creada para ser vehículo de odio, sino de amor, para unir las almas que se aman y contribuir a su felicidad; comprenderá mejor. Cuando el sublime Maestro Jesús dijo: “Amad a vuestros enemigos”, no estaba enseñando tan solo moral, sino que también una psicoterapia para librarnos de los efectos destructores del odio. Porque, vivir odiando, no es vida; es un tormento. Cuando una persona exclama: “Yo no le perdonaré lo que me hizo”; esa persona está cometiendo un gravísimo error, error que puede significarle muchos y muchos años de dolor. Porque, cada vez que se acuerda de ese acontecimiento, perjuicio u ofensa, está impregnando su alma con el magnetismo mórbido contenido en sus propias vibraciones de odio, que irán densificando y oscureciendo esa alma; y a más de que está fortaleciendo esa unión vibratoria con la persona odiada, quien al recibir el impacto de esas vibraciones de odio, percibe también (mentalmente) la figura de quien las envía, reaccionando también del mismo modo, con una andanada de odio, rencor o desprecio, según sea el caso. Y con esa actitud descabellada, ambas partes están destruyéndose mutuamente. ¿No os parece absurda esa actitud? Sin embargo, así acontece con harta frecuencia. 

Alguien dijo: “Si mis enemigos supiesen el daño que se hacen odiándome, no me odiarían”. Esta frase contiene una gran verdad que todos debieran conocer; y que contribuiría grandemente a liberar al mundo del odio, causa de ¡tantas desdichas!. Porque, aquel que odia está dando poder a su enemigo sobre su tranquilidad, sobre sus nervios, sobre su sueño, su presión sanguínea, su salud toda, y su propia personalidad. ¡Meditemos sobre esto! Por ello, insensato es responder al odio con el odio, rencor o malquerencia hacia aquellos que, por lo que fuere, llegasen a odiarnos; y sí con amor, deseos de bien, ya que de este modo, esas vibraciones cargadas de energía psíquica negativa, no penetrarán en nosotros y rebotarán: porque el amor genera energía positiva, conformando un campo magnético de protección. A más de esos efectos perturbadores, con la actitud de odio y malquerencias resultantes, esas personas están conquistando un puesto en las zonas oscuras del astral inferior, al desencarnar. ¡Cuán frecuentemente es ver personas que, por ignorancia, son esclavas de esa y otras pasiones absurdas. 

¡He aquí, la necesidad de la divulgación de este conocimiento y otros conceptos de verdad! He aquí una oportunidad de progreso espiritual para vosotros, divulgando éstos y otros conceptos de verdad. Pongamos en práctica esa maravillosa enseñanza del sublime Maestro: “Amad a vuestros enemigos”. Y con ello quebraréis el poder que sobre vosotros pudieran ejercer a través del odio o rencor. Puede que alguno diga: ¿Cómo puedo yo sentir amor por quien me ha hecho daño? Y yo os pregunto, hermanos muy queridos, ¿no habéis hecho sufrir alguna vez a alguien o causado daño en algún modo? ¿Y no querríais que ese error os fuese perdonado y olvidado? De cierto que sí. Entonces… 
Y ¿sabíais que sólo el amor es productor de perdón? Porque, quien ama, perdona; quien mantiene odio, no perdona. Quien ama y perdona, se engrandece; quien odia, se empequeñece. Quien ama es comprensivo y perdona las ofensas, no dando cabida en su alma a sentimiento alguno de odio que pueda desarrollar un deseo de malquerencia, venganza o represalia, aun cuando en el momento del daño u ofensa perciba ese impacto. ¡Sólo las almas débiles y ruines albergan odio! Pedid al sublime Maestro Jesús, con fervor, con verdadero deseo de perdonar y anhelo de superación, que os enseñe a perdonar, que os enseñe a amar a quien daño o agravio os haya hecho. 
Haced esto una y otra vez, muchas veces. Si así lo hacéis, con fe y humildad sentida; pronto comenzaréis a percibir que una sensación de paz y sosiego inunda todo vuestro ser. Esa es la señal de haber alcanzado la vibración de Amor del Cristo. Y un nuevo deseo de bien comenzaréis a sentir hacia la persona o personas que por error o falta de control de su emotividad, y aún por ruindad os haya causado ese agravio o daño. Y no os desaniméis si no conseguís de inmediato ese propósito digno. Perseverad, perseverad hasta que hayais establecido la unión vibratoria con la Ley del Amor Universal, generadora de paz y armonía, y liberadora del odio y su secuela de malquerencias y amarguras. Y la paz interna (mental-emocional) aumentará vuestra capacidad intelectual, vuestra alegría de vivir y ansia de progreso. Porque, un alma y una mente despojadas de odios, rencores y malquerencias, con ideales elevados, vibrando en amor fraterno, se exteriorizará en una personalidad más eficiente, ágil y realizadora. Y cada vez que llegue a vuestra mente, en el comienzo, el recuerdo o imagen del motivo del agravio (que poco a poco irá desvaneciéndose) desechadlo y proyectad sobre esa persona vibraciones de amor, a modo de comprensión y deseos de bien; poniendo todo vuestro deseo de bien en ese sentimiento, para que esa vibración sea poderosa y le beneficie intensamente, con lo cual os beneficiaréis vosotros mismos. 

Cuanto más améis, más felices habréis de sentiros; ya que, la LEY que es Amor, os devolverá ese amor en felicidad. Si dais amor, afectos, alegrías, servicio desinteresado (que es amor en acción); eso mismo recibiréis en la proporción que deis y más aún. Pero, si dominados por una pasión, envidia, egoísmo o amor propio, causáis sufrimiento de algún modo o realizáis actos de venganza o cometéis alguna bajeza; iréis acumulando un karma doloroso, y esos mismos daños causados recibiréis en la proporción que hayais causado o deseado; porque, la Ley es justa. Retened en vuestra conciencia este axioma; la siembra es voluntaria; pero, la cosecha es obligatoria. Ahora que ya conocéis las desventajas (algunas tan sólo) del odio, rencor, malquerencias y resentimientos; comprenderéis que, mantener esos enemigos, es un lujo que se paga muy caro.Y lo curioso es… sin disfrutarlo. Necesario es saber dar a conocer que, con la muerte del cuerpo físico no mueren las pasiones, antes al contrario, se intensifican; porque, están en la propia naturaleza psíquica que, al dejar la envoltura carnal continúa con los mismos pensamientos, sentimientos y tendencias que mantenía como humano, sin los atenuantes de la vida en la carne. De aquí que, un enemigo en el “otro lado” es mucho más peligroso. 

Aquí apegados al plano físico, en nuestra propia atmósfera, se agitan millones y millones de almas de los que fallecieron cargados de pasiones. Son seres atrasados que, por sus bajas tendencias no pueden elevarse y deambulan imantados al ambiente en donde han vivido, e inciden o tratan de incidir con harta frecuencia, en la vida de los humanos; quienes, por falta de vigilancia sobre sus sentimientos y reacciones, pueden ser sus víctimas. A más de esos, existen otros seres de maldad y organizaciones maléficas, compuestas por seres desencarnados que continúan viviendo sus pasiones y tratan de arrastrar a los humanos hacia la maldad y el crimen. Son los demonios a que hacen referencia las iglesias del cristianismo. Y buscan continuar sus gamberradas y la acción de sus odios, rebeldías y maldad de todo género, influyendo en aquellas personas con sentimientos ruines, azuzando sus bajas pasiones. No obstante, esas fuerzas negativas nada podrán hacer en vosotros si no les dais cabida. Las pasiones e imperfecciones humanas, son las puertas de entrada a esas influencias maléficas. No lo olvidéis. La venganza es un sentimiento de las almas ruines, que les liga con el ofensor o enemigo al pasar el umbral del Más Allá, ocasionando grandes sufrimientos. Y a más de eso, volviendo a ligarlo como humano, en alguna de las siguientes vidas planetarias. 

Aquellos que, impregnados de creencias religiosas, manteniendo todavía conceptos dogmáticos apartados de la Verdad, y que obrando mal creen que, arrepintiéndose y confiando sus faltas y actos de maldad a los oídos de un confesor puedan quedar libres de esas deudas espirituales, o indultados por hombres que se atribuyen poderes divinos; están en un craso error. Ni el arrepentimiento, ni la confesión, ni la penitencia les darán el perdón; porque, el perdón no existe en lo espiritual. Existe la Ley justa de: a cada cual según sus obras. Y toda transgresión a la Ley del Amor, produce un desequilibrio en la sección espiritual del causante, cuyo equilibrio tendrá que ser restablecido por el mismo causante: ya por el amor, ya por el dolor. ¡No nos engañemos con espejismos! Termino mi exposición y análisis, con una llamada a vuestra razón: 
Perdonad todo agravio y ofensa que os hagan y seréis los más gananciosos. ¡Engrandeceos por el perdón! ¡Perdonad siempre!. 

Sebastián de Arauco 
Extraído de la revista espirita ” Amor paz y caridad”

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La desencarnación
Por Raúl Teixeira
No hay ninguna razón para prestar culto a la muerte. La muerte es uno de esos fenómenos naturales, con los cuales nos acostumbramos. Con ella también nos acostumbramos. Desde todos los tiempos, las personas tienen miedo a la muerte porque se fue pasando de un individuo a otro esa misma idea de que morir es acabar. El sujeto muere, el fin, se acabo, nunca más lo veremos, nunca más nos vera. Pero, cuando nos damos cuenta de que no es bien así que las cosas suceden, todo se transforma. Pasamos a ver la muerte como una transformación, como vimos en todos los demás sectores de la naturaleza material. Es por causa de esto que la muerte representa el desgaste de los órganos.
Por las vías naturales el individuo va muriendo, por causa del desgaste de los órganos. Pero, ese desgaste comienza a darse cuando nacemos. Cuando el bebe sale del vientre de la madre y respira la primera vez con sus propios pulmones, ya comienza a quemar sus células, con los esfuerzos que la naturaleza le impone. Así, nuestra muerte comienza con nuestro nacimiento. Es como si comenzásemos a cronometrar en una carrera. En el momento en que el coche sale, pulsamos el cronometro. Cuando el niño emite su primer gemido, se pulsa el cronometro de la vida orgánica. Y ahí vivimos durante un periodo de algunas horas, de algunos meses o años, o decenas de años.
La muerte no representa el fin de las cosas. Vimos que el ser espiritual sale del cuerpo, pero no sale de la vida. Está claro que en nuestra cultura judaico-cristiana, aprendemos a sufrir con la muerte. Hay otras culturas que festejan la muerte porque saben que es la liberación, es la gran salida. Como tenemos esa herencia religiosa judaico-cristiana, todo para nosotros es regado con mucho sufrimiento, mucho tormento. Para completar, las religiones tradicionales trataran de envolver el fenómeno de la muerte en lo que hay de peor, en paños negros, en paños morados, con muchos cirios, con mucha lagrima. Tenemos esa sensación de que nuestro ser querido murió definitivamente. Pero, cual nada. Pablo de Tarso dijo: Si Jesús Cristo resucito, todos nosotros resucitaremos. Y esa resurrección de Cristo no es en el nivel físico, es en el nivel espiritual porque, al final de cuentas, en el nivel físico es imposible resucitar.
Nuestro cuerpo sufre los efectos de descomposición, del deterioro de la materia. Nuestro cuerpo se deshace, vira en agua llena de moléculas, de átomos que van sufriendo las transformaciones a que nos reportamos. Luego, ese cuerpo no retornara más. Aquellos que imaginan la resurrección de la carne no pararan para pensar en la complicación que seria para la Divinidad trasladar átomos y moléculas para formar un cuerpo original. Se tendría que deshacer de otros cuerpos, que ya se banquetearon, que se sirvieron de los elementos de ese cuerpo anterior. Es mucho más fácil admitir que no es por ahí que las cosas acontecen.
Nuestros muertos están de pie, continúan vivos en esa otra dimensión. ¿Para donde vamos después de que morimos? ¿Para el cielo, para el infierno, para el purgatorio, para el limbo? No, nada de eso. Volvemos al hogar primitivo, al mundo espiritual o mundo de los Espíritus. Es de allá que venimos para la Tierra, es para allá que retornaremos al salir de la Tierra. Y ese mundo normal primitivo es la realidad que nos circunda. Todos estamos circundados, inmersos en ese mundo normal primitivo, el mundo de los Espíritus.
¿Y el infierno? Ese no es una cuestión del mundo de los Espíritus, es del alma humana. Nosotros construimos en nosotros mismos nuestro infierno, con nuestras actitudes incorrectas, con nuestros crímenes, nuestros vicios, nuestra pereza.
¿Y el cielo? De la misa forma, construimos el propio cielo que deseamos para nosotros, por la obediencia a las Leyes de Dios, por el servicio al bien al prójimo.
¿El purgatorio? Es aquí mismo en la Tierra. Purgatorio es un lugar donde se purga, donde se limpian, se lijan, se liman las anfractuosidades que cargamos, las irregularidades que cargamos. Ese purgatorio es el planeta Tierra.
Dios espera que creamos ese Reino de los Cielos en nuestro interior porque tal sea la vida, tal será la muerte.

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