lunes, 5 de diciembre de 2022

El mensaje desde el Más Allá de un hijo a sus padres.

  INQUIETUDES  ESPÍRITAS

1.- El espírita ante la  muerte

2.-Padres e hijos

3.- Ellos se preocupan de nosotros

4.- El mensaje desde el Más Allá de un hijo a sus padres.


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EL ESPIRITA ANTE LA MUERTE

FABIENNE DUCOURNEAU
¿Cómo reacciona el espírita frente a la muerte? Esa es una pregunta que también pueden plantearse las personas no espíritas. En teoría, la definición de “muerte” nos es común; en cambio lo que nos es menos común, son nuestras respectivas actitudes frente a la muerte, simplemente porque existen diferencias según nuestras naturalezas y nuestras personalidades.
El espírita y el acompañamiento al final de la vida
En general, todos, un día u otro, por lo menos una vez, seremos confrontados a acompañar a una persona al final de su vida. Es cierto que ante una enfermedad recién declarada, el primer sentimiento que nos invade es la esperanza de una curación. Pero cuando se instalan la enfermedad y el sufrimiento, y la única salida posible es la muerte, entonces a menudo ésta se percibe como una liberación para la persona que amamos. El acompañamiento, en la propuesta espírita, en la definición espírita, por haberlo vivido yo misma, sigue siendo una experiencia intensa, por supuesto en la medida en que la persona la desee íntimamente, aun cuando, al final de la vida, ella se interroga con frecuencia respecto a la vida y la muerte, intensificando así todas las aspiraciones, como el deseo de infinito, de universalidad o de encontrar a los suyos en el más allá. Es allí donde el espiritismo cobra entonces todo su valor, en la esperanza de un más allá cierto. La dura realidad de la muerte se torna más aceptable en el sentido de que es apaciguada por el que está en el camino de salida y ciertamente también por el que se queda, el acompañamiento se convierte así en el camino compartido entre acompañante y acompañado. De esa manera, el intercambio sobre la muerte, sobre esta otra vida, ya no es un tema tabú. Se convierte en verdadero para preparar mejor la separación, para indicar a la persona que se ama, lo que va a encontrar, a encontrar más allá de la materia. En nuestra sociedad la negación de la muerte está aún tan presente que, al final de su vida, el hombre debe sentirse muy solo. Por qué no hacerse las siguientes preguntas: ¿al final de su vida el hombre tiene necesidades y preguntas espirituales? ¿Cómo las puede expresar si la persona que tiene enfrente no desea abordar el asunto de la muerte, a menudo por temor?
“Por efecto de la enseñanza espírita, la muerte pierde todo carácter atemorizante; ya no es sino una transformación necesaria, una renovación. En realidad, nada muere. La muerte sólo es aparente. Solamente cambia la forma externa; el principio de la vida, el alma, perdura en su unidad permanente, indestructible. Más allá de la tumba, ella y su cuerpo fluídico se encuentran, en la plenitud de sus facultades, con todas las adquisiciones: luces, aspiraciones, virtudes y poderes, con los que se ha enriquecido durante sus existencias terrenales. He aquí los bienes imperecederos de los que habla el Evangelio cuando dice: «Ni los gusanos ni el orín los corroen, y los ladrones no los roban». Son las únicas riquezas que nos es permitido llevarnos con nosotros y utilizar en la vida por venir. La muerte y la reencarnación que le sigue en un tiempo dado, son dos formas esenciales del progreso.
Rompiendo las estrechas costumbres que habíamos adquirido, nos ubican en medios diferentes; dan a nuestros pensamientos un nuevo auge; nos obligan a adaptar nuestro espíritu a las mil caras del orden social y universal. Cuando ha llegado el atardecer de la vida, cuando nuestra existencia, como la página de un libro, se pasa para hacer lugar a una página en blanco, a una página nueva, el sabio pasa revista a sus acciones. Feliz aquel que, en esta hora, pueda decirse: «¡Mis días han sido muy plenos!». ¡Feliz aquel que ha aceptado sus pruebas con resignación y las ha soportado con valor! Al desgarrar su alma, éstas han dejado que salga todo lo que había en ella de amargura y hiel. Repasando en su pensamiento esta vida difícil, el sabio bendecirá los sufrimientos soportados. Estando su conciencia en paz, verá acercarse sin temor el momento de la partida. Digamos adiós a las teorías que hacen de la muerte el preludio de la nada o de castigos sin fin. ¡Adiós, sombríos fantasmas de la teología, dogmas horrorosos, sentencias inexorables, suplicios infernales! ¡Espacio para la esperanza! ¡Espacio para la vida eterna! No son oscuras tinieblas, es una luz deslumbrante lo que sale de las tumbas”. Extracto del libro Después de la Muerte de Léon Denis.
El espírita frente a la muerte de un allegado
La separación de un ser querido siempre es motivo de tristeza, sea uno espírita o no. La aceptación es más o menos larga según la índole del vínculo que nos unía. Nuestra convicción y nuestra enseñanza espíritas nos dominan poco a poco, pues sabemos que nada muere, que iremos a la sesión espírita y sabremos que no están muertos. Esta certeza de la vida futura, de la presencia de los que hemos amado, y que seguimos amando, nos dan esperanza cuanto más el espírita se comunica con los fallecidos. La muerte se torna más dulce pues nos da el medio de comunicarnos con nuestros parientes y amigos que dejaron la Tierra antes que nosotros. Por el pensamiento, los acercamos a nosotros y ellos siguen ayudándonos, aconsejándonos y amándonos. ¡Qué alegría saberlos felices, conocer su nueva existencia y tener la certeza de que un día a nuestra vez los encontraremos, en el más allá o en otra existencia! En cambio, si los espíritus son sensibles a los dolores inconsolables de los que se quedan, los recuerdos y lamentos pueden ser un obstáculo para su avance. “Siendo el espíritu más feliz que en la Tierra, lamentarse por su vida, es lamentar que sea feliz. Dos amigos están prisioneros y encerrados en el mismo calabozo; un día ambos deben obtener su libertad, pero uno de ellos la consigue antes que el otro. ¿Sería caritativo que el que se queda se enfade porque su amigo fue liberado antes que él? ¿No habría más egoísmo que afecto de su parte si quisiera que compartiera su cautiverio y sus sufrimientos tanto tiempo como él? Es igual con dos seres que se aman en la Tierra; el que parte primero es el primero liberado, y debemos congratularlo por eso, esperando con paciencia el momento en que sea nuestro turno. Sobre este asunto haremos otra comparación. Ustedes tienen un amigo que, cerca de ustedes, está en una situación muy penosa; su salud o su interés exigen que se vaya a otro país donde estará mejor en todo respecto. Momentáneamente ya no estará cerca de ustedes, pero siempre estarán en correspondencia con él: la separación no será sino material. ¿Estarán disgustados por su alejamiento, si es para su bien? Con las pruebas patentes que da de la vida futura, de la presencia a nuestro alrededor de los que hemos amado, de la continuidad de su afecto y de su solicitud, por las relaciones que nos permiten hasta hablar con ellos, la doctrina espírita nos ofrece un supremo consuelo en una de las causas más legítimas de dolor. Con el espiritismo, más que soledad, más que abandono; el hombre más aislado siempre tiene amigos cerca de él, con los que puede conversar. Soportamos con impaciencia las tribulaciones de la vida; nos parecen tan intolerables que no comprendemos que podamos resistirlas; y sin embargo, si las hemos soportado con valor, si hemos sabido imponer silencio a nuestros murmullos, nos felicitaremos por ello cuando estemos fuera de esta prisión terrenal, como el paciente que sufre, cuando se cura, se felicita por haberse resignado a un tratamiento doloroso”. Extracto de El Libro de los Espíritus de Allan Kardec.
¿Los espíritas tienen miedo a la muerte?
A todo lo largo de la vida la muerte suscita nuestro interés, pero con frecuencia el cuestionamiento sobre nuestra propia muerte interviene luego de la partida de un padre, una madre, un amigo o un amor... ¿Cuánto tiempo nos queda aún por vivir? ¿Años, meses, semanas, días? ¿De qué manera vamos morir? Si bien se sabe a dónde vamos, el tiempo y la forma siguen siendo interrogantes y, lo confieso, una angustia, pues la enfermedad o el accidente producen temor. Efectivamente, la angustia viene sobre todo cuando se piensa en ese cambio de estado, cambio entre la vida física y la vida espiritual: en esa ruptura entre el espíritu y el cuerpo, ¿tendremos una caída, conoceremos la turbación? Si bien durante muchos años he tenido esta angustia, y todavía la tengo, hoy está más atenuada por dos razones: La primera, es la conducta moral que se apoya en nuestra filosofía, ayudar en el momento de la muerte por medio de la cadena fluídica o por nuestros pensamientos.
Sabemos que, en su mayoría, los espíritus que dejan nuestra Tierra, no pueden alcanzar la serenidad y la paz cuando llegan al mundo invisible, sobre todo los espíritus que no pueden evadirse de lo que acaban de vivir como guerras, crímenes o suicidios. La turbación, es lo vivido que sigue siendo el presente. Entonces, sí, todos conocemos más o menos la turbación, espíritas o no. Pero, para que la turbación sea abreviada, para la liberación del espíritu, el espiritismo nos ha enseñado que basta con darse la mano y tender nuestras almas hacia el más allá, formando así una cadena fluídica, una cadena amorosa. ¡Así puede ser vencida la turbación! La segunda razón es la lectura de los que nos han precedido en la partida y que han venido a la sesión espírita a dar testimonio. He aquí pues, varios testimonios de espíritus que, eso espero, disipen los Temores de ustedes, como fue mi caso. “Cuando llegas al final del túnel, no sabes exactamente lo que va a ocurrir. Ves claramente personas que se acercan. Reconoces a algunas de ellas, amigos o parientes. Están rodeadas por un halo blancuzco que delimita sus cuerpos. Avanzas con cierta angustia, tienes miedo de caer en el vacío, sientes desconfianza, no sabes y te preguntas si sueñas y luego, llega el momento de la conciencia, es un despertar brutal en dos palabras: estoy muerto y vivo. Entonces comprendes todo, te despejas completamente, el tiempo ya no existe”. “Se apaga lentamente y, súbitamente, a la entrada de una suerte de gruta, el túnel sombrío, avanzar, simplemente avanzar. Buscas, buscas porque no sabes, adivinas, crees adivinar, pero eso aún no quiere decir nada. Porque al final, te invade la luz que parecía acecharte. Te da un poder insospechado. Te dice que eres un espíritu y que procedes de Dios. Dios, palabra entre las palabras que habías tenido la costumbre de escuchar y quizás de decir, se convierte entonces en un momento, un instante, un calor, una vida, un esplendor que hace que tu pertenencia asuma de repente su verdadera naturaleza y entonces, tú mismo, te dices «Dios» y pronuncias «Dios» y amas a Dios. Este ya no es el Dios de los suplicios, este ya no es el Dios de los sacrificios, las cruces se han roto, el Padre está presente y comprendes entonces lo que quiere decir voluntad porque la voluntad pertenece a ti mismo en el don de la infinita bondad del Padre. Porque voluntad quiere decir que tienes el deseo de descubrir; para mí el descubrimiento del después de la muerte ha sido el descubrimiento de lo que presentía”. “Vean, desde mi salida de la escena, he tratado de comunicarme con aquellos que me añoraban, hablándoles, palmeándoles en la espalda: «Eh, estoy aquí, les escucho», pero ellos no me oían. Entonces, me devolví a mi nueva morada, a mi nueva escena donde ya estaban reunidos todos los que había conocido. Otro acto me esperaba, otro telón se levantaba, el de mi eternidad”.
Para mí, es una suerte ser espírita, estar siempre cerca de aquellos a quienes he amado. Cuando hablo de ellos, cuando pienso en ellos, los imagino en sus nuevas vidas, y me basta cerrar los ojos para saberlos presentes, ¡no en una presencia física pero igualmente presentes en una realidad invisible! Si a veces corren lágrimas, son lágrimas de recuerdo, de emoción pero nunca serán lágrimas de tristeza. No puedo encontrar definición más bella de la muerte que la dada por los propios espíritus.

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Padres e hijos

El momento de tener hijos es uno de los más importantes de nuestra vida. Un mundo nuevo se abre para los recién estrenados papás, lleno de alegrías y responsabilidades. Es muy importante tener claro cuáles son nuestros deberes para con estos pequeños.
En los días en los que vivimos todo es muy rápido. Los papás y las mamas trabajan sin tener, desgraciadamente, todo el tiempo que desearían para poder dedicar a sus hijos. A esto se le suma el cansancio de después de trabajar, los agobios, las preocupaciones, etc. Sin darnos cuenta nos vamos metiendo en un bucle que desgraciadamente tiene una consecuencia muy grave: La falta de atención hacia nuestros hijos.
Cuántos hijos tendremos, quienes serán nuestros hijos, a qué edad nacerán… son decisiones muy importantes que asumimos antes de comenzar esta nueva encarnación. Muchas veces, nuestros hijos son amigos del pasado que vienen a ayudarnos y acompañarnos en esta vida para superar juntos las dificultades que nos harán aprender y evolucionar. Otras veces son enemigos encarnados para que dentro del núcleo familiar podamos solucionar, a través del cariño, los conflictos contraídos en vidas anteriores.
Una de las responsabilidades mayores que tenemos como padres es la de educar a nuestros hijos. Y digo educar, no instruir. Está claro que como padres queremos lo mejor para ellos y que haremos todo lo posible porque nuestros hijos estudien y se hagan personas cultas, con un porvenir mejor que el que nosotros tuvimos o al menos igual. Cuando hablo de educar me refiero a formarles dentro de unos valores de responsabilidad, de ayuda a los demás, de humildad, de comprensión… en resumen, de amor hacia sí mismos y hacia el prójimo. Aunque la instrucción y la educación son dos ramas que deberían ir parejas, lamentablemente la segunda tendemos a darle menor importancia e incluso, en algunos casos, ninguna..
Siempre he pensado que es mejor prevenir que curar, por lo que vamos a hablar de la importancia de la educación.
El espiritismo nos dice que todos somos espíritus inmortales, con un pasado, un presente y un futuro. Tenemos libre albedrío y esta misma capacidad de tomar decisiones es la que nos hace, en muchas ocasiones cometer errores, hacer daño a las personas de nuestro alrededor, etc. Gracias a la reencarnación es que podemos subsanar y corregir todas esas equivocaciones que cometimos en vidas pasadas debido a nuestras imperfecciones morales.
Todos, absolutamente todos los espíritus que vuelven a la vida corporal lo hacen con la finalidad de mejorarse y evolucionar y la delicadeza de la edad infantil nos torna moldeables y accesibles a los consejos de la experiencia y de los que deben hacernos progresar, principalmente nuestros padres. En la infancia del cuerpo, el espíritu encuentra la oportunidad de renovar las bases de su propia vida.
Los primeros siete años de vida son fundamentales dentro de la educación de nuestros niños. Hay que tener en cuenta que al nacer, aún su espíritu no está completamente ligado al cuerpo, por lo que son más susceptibles para aprender cosas nuevas y de esta manera integrarlas dentro de sí mismos para que cuando llegue la adolescencia y por supuesto la etapa adulta, puedan enfrentarse a los problemas con una mayor seguridad. Pasado este tiempo es mucho más difícil, ya que el espíritu se integra completamente dentro del cuerpo físico y sale a la luz su verdadero carácter, con sus virtudes y sus defectos traídos de la experiencia de sus vidas anteriores. Si llegado a la etapa adolescente no hemos conseguido inculcarles valores morales, bases del sentimiento y del carácter, que les hagan discernir entre lo que es correcto y bueno para ellos, de lo que está equivocado, será la propia vida con sus pruebas las que les hará aprender de una manera más violenta y desagradable, ya que no poseerán las herramientas necesarias para poder enfrentarse a ella. Fuera, en la calle, en el colegio, universidad…nuestros hijos se instruyen, pero sólo dentro del hogar es que se educan. Fuera ellos oyen lo que deben hacer, en casa ven cómo se hace, siguiendo siempre como ejemplo la conducta de sus padres. La sociedad está en condiciones de formar al ciudadano, pero sólo dentro del núcleo familiar se puede formar al hombre.
Desde que nacen hasta que pasan la adolescencia necesitan de toda nuestra atención, cariño, tiempo, dedicación y sobre todo necesitan de nuestro ejemplo.
El espiritismo es muy claro referente al tema de la educación. En “El Libro de los Espíritus”, obra primordial dentro de la doctrina, podemos encontrar observaciones muy interesantes acerca de la cuestión:
Prg. 208“ Los Espíritus de los progenitores ¿no ejercen influencia sobre el del niño después del nacimiento de éste?
Tienen una influencia muy grande. Como ya dijimos, los Espíritus deben contribuir a su progreso recíproco. Pues bien, los de los padres tienen por misión desarrollar el de sus hijos mediante la educación. Para el Espíritu del padre es esta una tarea: si falla, será culpable.”
Prg. 582. ¿Se puede considerar a la paternidad como una misión?
Es, sin disputa, una misión. Se trata al mismo tiempo de un deber muy grande y que compromete, más de lo que el hombre cree, su responsabilidad para el porvenir. Dios ha puesto al hijo bajo la tutela de sus padres para que éstos lo encaminen por la senda del bien, y facilitó su tarea dando al niño una organización frágil y delicada, que lo torna accesible a todas las impresiones. Pero hay quienes se ocupan más en enderezar los árboles de su huerto y lograr que den muchos y buenos frutos, que en corregir el carácter de su hijo. Si éste sucumbe por su culpa, a ellos corresponderá la pena, y los sufrimientos del niño en la vida futura recaerán sobre los padres, porque no habrán hecho lo que de ellos dependía en pro del adelanto del hijo por la senda del bien.
Prg. 583. Si un niño se vuelve malo a pesar de los cuidados de sus progenitores, ¿son éstos los responsables?
No, pero cuanto peores sean las disposiciones del niño, más pesada resultará la labor y mayor será el mérito si los padres logran apartarlo del falso camino.
Indiscutiblemente, la educación de nuestros hijos no es un trabajo sencillo, pero sí debe ser algo prioritario en nuestras vidas. De ello depende que nuestra sociedad sea más justa, honesta y responsable. En estos días que tanto y tanto se habla de crisis, no nos paramos a pensar que la crisis mayor que hoy en día existe es la crisis del carácter, causante de todas las demás. Este momento necesita la acción de mujeres y hombres morales, justos y responsables. Es imprescindible reformar a la sociedad y la manera más efectiva es educando a nuestros niños y jóvenes, que son el futuro.
Yolanda Durán.
Coordinadora dpto.
Infanto Juvenil de la Federación Espírita Española.
De la revista del Ángel de Bien

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ELLOS SE PREOCUPAN DE NOSOTROS

486. ¿Se interesan los Espíritus por nuestros infortunios y por nuestra prosperidad? Aquellos que nos quieren bien ¿se afligen por los males que experimentamos en vida?
- Los Espíritus buenos hacen todo el bien que les es posible y se sienten felices por todas vuestras alegrías.- Se apenan por vuestros males cuando no los sobrelleváis con resignación, porque en tal caso esas desdichas no os reportan beneficio, y sois iguales al enfermo que rechaza el brebaje amargo que habrá de curarlo.

487. ¿De qué clase de nuestros males se afligen más los Espíritus, de los físicos o de los morales?
- Por vuestro egoísmo y dureza de corazón. De ahí procede todo. Ellos se ríen, en cambio, de todos esos males imaginarios nacidos del orgullo y de la ambición, y se regocijan de aquellos que tienen por efecto el de abreviar vuestro período de pruebas..

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Sabiendo los Espíritus que la vida corporal no es sino transitoria y que las tribulaciones que la acompañan son medios para llegar a un estado mejor, se apenan más por las causas morales que nos alejan de la buena senda, que por los males físicos que sufrimos y que sólo son pasajeros.

EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS
ALLAN KARDEC                                                                                            *****************

                                               


EL MENSAJE DESDE EL MÁS ALLÁ, DE UN HIJO A SUS PADRES

Querida mamá, mi querido papá: con la bendición de Jesús, ruego que me auxilien siempre. Aquí estoy con algunos amigos. Supliqué permiso para decirles algo y lo conseguí.

Creo, mamá, que esto sucede por su amor, por su cariño. Dicen que el corazón, cuando ama, vence la muerte, ¡y es verdad que la vence!

“Estoy oyendo sus palabras. Si yo no pudiera decir aquí que soy un espíritu débil y endeudado, muchos creerían que su hijo Drausio fue un santo. Pero todos nuestros hermanos aquí presentes, saben que para las madres, los hijos son siempre ángeles. Crea que, aunque no las merezcamos, ni Diógenes ni yo, sus palabras caen sobre nosotros como rocío Divino. Penetran en nuestras almas y afirman que usted y papá, confían en nosotros. “¿Qué felicidad puede existir mayor que ésta, madrecita, la de poder inclinarse sobre el papel, con el auxilio de muchos amigos espirituales, y escribirles derramando en él mi corazón? ¿Qué alegría puede existir mayor que ésta, la de poder decir que estamos vivos, que el accidente no consumió nuestra personalidad y que las cenizas del túmulo cubrieron solamente la ropa deshecha que no nos servía más?

“Nos encontramos bien, recuperando nuestro equilibrio poco a poco. Confieso que, al principio, mi impresión fue indescriptible. Comprendí que el fin había llegado, cuando el impacto del camión sobre nosotros, nos redujera a harapos de carne sanguinolenta. Lo vi todo, como si una poderosa fuerza me conservara en vigilia. El miedo se posesionó de mí y oré; oré como usted se puede imaginar, aplastado por la angustia y gritando por el dolor. Pensé en usted, en papá, en todos nuestros seres amados, sin olvidar a nuestra querida Cristina. No obstante, mi primera idea fue la de actuar en auxilio de Diógenes, pero no lo conseguí. Él, Ademar y Carlitos, yacían inertes. Alguien se aproximó a mí. Era la abuela María Filomena, que yo no había conocido. Me recogió en sus brazos y me dijo que el abuelo Rosin estaba orando en beneficio nuestro. No comprendía nada de lo que oía, pero acepté sus brazos cariñosos, en la seguridad de que ella venía por bendición de Jesús, en nuestro socorro. Enseguida, otros amigos espirituales, llegaron apresuradamente. El propio Don Romualdo de Seixas comandaba las providencias iniciales, y vi que él y los otros nos daban pases que comprendí que eran como un bálsamo para nosotros. No sé lo que Diógenes, Carlitos y Ademar sentirían de pronto, pero en cuanto a mí, puedo decir que aunque estaba unido al cuerpo abatido, sentí sueño y reposé... Despertando en la casa de Salud Espiritual donde usted nos vio, procuré por Diógenes y por los otros... Gradualmente, con el correr de los días, fui siendo atendido y vi a los tres, uno a uno... Mi primer problema se me presentó al recibir los pensamientos angustiados de papá, que deseaba morir con nosotros. ¡Ah, mamá, cuánto debemos a su fe!... Dentro de mí mismo, veía todo lo que nos llegaba de casa, y la visión de papá desesperado, me enloquecía; las oraciones de usted, me auxiliaban; los pensamientos tristes de papá Sampaio, me afligían, y las lágrimas de Cristina, ¡caían sobre mí como gotas de fuego sobre mi corazón! ¡Solamente basado en la resignación y las oraciones, es que conseguí sustentarme!

“Ahora, todo se va aclarando para mí y para Diógenes. Usted nos visitó, sí, en aquella bendita institución dedicada a los que llegan aquí más pronto. Más pronto, mamá, no quiere decir fuera de tiempo. Diógenes y yo debíamos venir para acá en el momento en que se verificó el desastre, y, naturalmente, por el desastre y no en otras condiciones. Es el pasado, madrecita, que exigía de nosotros eso. El conductor del camión no tuvo la culpa, y usted hizo muy bien en disculparlo; y no se puede afirmar que Carlitos estuviera conduciendo con exceso de velocidad, aunque si estaba inquieto por la preocupación de regresar pronto al ambiente doméstico. Rescatamos nuestras deudas. La Ley de la Reencarnación nos absolvió. Realmente, mamá, ¿ quién podrá decir que las pruebas sean una felicidad? Pero, ¿no será una bendición cumplir la Ley de Dios? Estemos pues, conformes. Ruego a papá que no piense más con desánimo o con violencia consigo mismo. Papá: hay millares de criaturas y de muchachos en la penuria, que necesitan de padres y de madres tan cariñosos y tan buenos como usted y como mamá.

     Trabajemos por el bien de ellos. Aquí, estamos aprendiendo que la mayor felicidad es hacer la felicidad de los demás. Y sólo por la caridad bien comprendida es que puede nacer la verdadera felicidad. ¡Caridad, padre mío!  Caridad con los otros para que nosotros seamos felices y podamos merecer la ventura del reencuentro, más tarde. Le ruego, mamá, que consuele a Cristina, y que le diga que estamos juntos. Los novios que se aman con el amor de Jesús, pueden ser buenos hermanos. Seré para ella un compañero espiritual y estoy pidiendo a Dios que ella encuentre un joven amigo y leal que la ampare y le dé la felicidad que yo no le pude dar. Esto no es olvidar, es comprendernos los unos a los otros. Agradezco a todos nuestros amigos, especialmente a Sampaio, las oraciones con que me ayudan. Usted debe continuar firme en su fe viva. Esté segura de que nos ha visto, cuando se encuentra fuera del cuerpo. Las visiones y los encuentros con la abuela Rosa, la tía Nena, Sergio, Cristina y Odorica, son todos verdaderos. Todas las personas tienen vida fuera del cuerpo físico, pero veo que, actualmente, el recuerdo no es habitualmente permitido, para que nuestros amigos encarnados no se desvíen y no olviden sus obligaciones en el mundo. Diga a la familia de Ademar, que él está muy bien amparado, y creo que en breve, conseguirá trabajar ya mediumnicamente en el grupo al que se hallaba unido mediante las reuniones que frecuentaba. Carlitos sufre todavía, y mucho, porque de todos nosotros, es el que más necesita estar al lado de la familia, pero esperamos que los seres queridos de él, lo auxilien con su paciencia y con sus oraciones. Diógenes está bien. No obstante, es el corazón juvenil que todos nosotros conocemos. En cuanto a mí he recibido de nuestro hermano Belilo y de la abuela María Filomena (y por intermedio de ellos el auxilio de muchos bienhechores espirituales), el apoyo de que todavía me siento necesitado. Quiero restaurarme, mamá; quiero trabajar, necesito levantar mis fuerzas y servir. Ayúdenme usted y papá. No puedo continuar escribiendo, porque el tiempo, aquí, es también medido y respetado como ahí. A todos los nuestros, especialmente al tío Roberto, nuestra gratitud. Y reuniéndola a usted y a papá en mi abrazo muy cariñoso, y pidiéndoles que no lloren más, soy, de todo corazón, el hijo agradecido.
DRAUSIO”


(Mensaje recibido en reunión pública de la Comunión Espírita Cristiana, en la noche del 17 de Octubre de 1966, por el médium Francisco Cândido Xavier).

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