jueves, 26 de enero de 2017

EL VALOR DEL CUERPO



EL DOLOR


“Bienaventurados los que lloran,
Porque ellos recibirán consolación”
JESÚS

         Jorge Luis Borges, el notable escritor argentino, señalaba que “el ser humano sólo conoce chispazos de lo que verdaderamente es la felicidad”. Parecería que estamos destinados a sufrir. Sufrimos por culpa de otros, por culpa de nosotros mismos; sufrimos por lo que hacemos hoy o por lo que hemos hecho tiempo atrás; sufrimos, también, por razones que no corresponden a esta existencia, sino a otras, ya que somos viajeros siderales en la evolución de nuestras almas.
         Dolor y alegría, he aquí la gran dicotomía. La historia de la humanidad nos habla de que la existencia de uno de ellos anula al otro, lo cual no es así. El Espiritismo ha venido a contribuir al esclarecimiento del debatido tema del dolor.
La escuela existencialista ha sostenido que vivir para sufrir es una condena. Otros han argumentado que un Dios que pone el dolor en nuestras vidas es alguien cruel. Y las religiones, en su mayoría, han expresado que el dolor es el castigo para las almas culpables: sufre quien ha pecado o quien se ha alejado de Dios, en sus actos o en sus sentimientos.
         El dolor es una percepción sensitiva en lo físico y una manifestación emotiva vinculada al Espíritu y a las vivencias pasadas de quien sufre. Existen dolores sin base orgánica, que se manifiestan en un cuerpo sano luego de una situación emotiva. Otros, en cambio, tienen un aspecto psíquico, emocional como consecuencia de un accidente o problema corporal, y perduran aún después de haber encontrado la cura orgánica.
         No existe condición humana que esté exenta del dolor, y sólo quien está ausente completamente de la realidad de la vida, está inmune al dolor. El dolor, pues, puede ser considerado como una línea sensible que une al Espíritu con el cuerpo. Freud (1) ha señalado que la angustia “tiene una innegable conexión con la espera de un peligro que puede ser indeterminado”. Schopehauer ha expresado: “Nosotros experimentamos el dolor, pero no la ausencia del dolor” (2), y con sus dichos ha contribuido al desarrollo del psiquismo entre los hombres.
         Muchos sostienen que la eliminación total o definitiva del sufrimiento está relacionada con la pérdida del propio cuerpo, ignorando que el dolor no es sólo corporal. El doctor Leriche (3) con justa razón ha manifestado que “no existe una condición anatómica que permita aparecer el dolor” y que al interrogante sobre qué cosa es el dolor, sólo podemos responder: “no lo sabemos”. A pesar de la lucha emprendida por la medicina contra el dolor, éste sigue siendo en gran parte un desconocido.
         Uno de los grandes interrogantes de la humanidad fue siempre saber por qué sufrimos, cuál es la razón que nos lleva de una u otra forma a convivir con el dolor. El Espiritismo ha llegado para responder a este misterio, y para ello se ha valido, ni más ni menos, de los testimonios de quienes han sufrido no sólo en la vida física, sino luego de la muerte. A su vez, Las Voces de los Cielos han venido ha darnos múltiples enseñanzas al respecto. Enseñanzas que no han perdido vigencia, sino que más bien han sido admitidas y reconocidas desde distintos sectores de la ciencia, la filosofía, la religión y la cultura.

¿Por qué el dolor?
        
      Dice el doctor Felix D’Onofrio: “A pesar de formar parte del ciclo biológico de cada ser viviente, el dolor sigue siendo bastante desconocido (…) En el dolor, el hombre puede encontrarse consigo mismo y, en ese sentido, la experiencia dolorosa adquiere toda su potencialidad de la realidad humana. Al mismo tiempo, se transforma en pedagógico y reparador, ya que nos recuerda el sentido de finitud que llevamos en nosotros (4). El dolor no sólo es un llamado de atención para enseñarnos lo precaria que es nuestra vida. Como afirma el licenciado Daniel Gómez Montanelli (5): “El dolor es una oportunidad de aprendizaje y crecimiento espiritual”.  Todo padecimiento físico o moral tiene por finalidad hacer tomar conciencia al alma de sus deberes. Un dolor físico, producto de una enfermedad, sin duda nos hará replantear el grado de responsabilidad que tenemos en él. Nos llevará a repasar nuestros actos, nuestros pensamientos. Motivará que ahondemos en la razón de nuestro padecer. Y es para dejar de sufrir que buscaremos conocernos para perfeccionarnos, para salir de la angustia que nos asfixia, para construir un mañana más saludable. El dolor es el único estado que doblega nuestro orgullo, que pulveriza nuestra soberbia, que nos enfrenta con la posibilidad de morir y de nacer a la vez. De allí que es pedagógico, como lo indicara el doctor D’Onofrio. De allí que es una oportunidad para aprender, como bien lo afirma el licenciado Gómez Montanelli. El dolor, como dijera Emmanuel (6), “promueve el luminoso trabajo del perfeccionamiento y de la redención”.

¿Por qué las enfermedades?
        
      Dice Diego de la Cruz, a través de la sublime mediumnidad de Chico Xavier: “Cada vez que nos dejamos llevar por la cólera o la crueldad, contrariando los dispositivos de la ley de Dios, que es Amor, exteriorizamos corrientes de enfermedad y de muerte, que alcanzando o no el blanco de nuestra liviandad, se vuelve fatalmente en contra nuestra, por el principio ineludible de atracción que podamos observar en un imán común”. El desequilíbrio de la vida interior genera enfermedades. Así lo han demostrado el Profesor Harol Sexton Burr de la Universidad de Yale, y el Profesor Ravitz Junior de la Universidad de Duke, Estados unidos. Casi todos los estados mórbidos surgen como fenómenos secundarios sobre las zonas de predisposición enfermiza que formamos en nuestro propio cuerpo. El desequilibrio de nuestras fuerzas mentales genera rupturas entre el cuerpo y el espíritu, y, debido a las predisposiciones naturales que tenemos, conformadas por el bagaje karmático, una invasión de microbios asalta nuestro organismo.  El abuso de nuestros estados emocionales produce perturbaciones en los intercambios vitales del organismo. Y esa invasión de microbios se hace presente en la zona periespiritual más comprometida. Así, por ejemplo, la tuberculosis, el cáncer, la lepra y la ulceración aparecen como fenómenos secundarios, estando la causa principal, la raíz de la enfermedad, en el desequilibrio de la vida interior. Hoy en día el estrés es una de las enfermedades del momento. Con una sintomatología heterogénea, esta enfermedad es generada por el desequilibrio emocional y nervioso, producto de la angustia, el trabajo excesivo, la tensión, la desesperación, etc. Como vemos, hay una inestabilidad de la vida interior que genera las distintas dolencias.
         Pero a diferencia del estrés, que responde a una situación presente, existen enfermedades que obedecen a razones provenientes de otras existencias espirituales. La Psicología Transpersonal busca la salud de las personas mediante la exploración de ese pasado espiritual. En estos casos, como afirma el ingeniero Ney Prieto Peres: “En cada enfermedad hay un proceso, una etiología, un origen en el psiquismo, es decir, la enfermedad señala una trasgresión; es un resultado, un efecto de una causa que tiene que ver con comportamientos nuestros, la manera de ser, de reaccionar, en esta vida o en otras pasadas”. Lo que nosotros llamamos enfermedad, no es otra cosa que la manifestación a nivel material y emocional de tendencias psicológicas preexistentes, de una historia y de un estilo de vida, que irrumpen tanto en el organismo como en la psiquis, provocando un desequilibrio. Dice el doctor norteamericano Carl Simonton, especializado en radioterapia oncológica y Director del Centro de Terapia y de Investigación sobre el Cáncer en Dallas, Texas:   “La enfermedad puede ser originada o agravada como resultado de los procesos psicológicos del individuo. Esto no significa que la enfermedad sea menos real por el hecho de que no sea simplemente física…” Como se ve, Simonton ratifica la tesis espírita de que las enfermedades siempre obedecen a una razón espiritual. Es el Espíritu quien, con su accionar, ha dejado las huellas de la trasgresión de la Ley de Dios en el periespíritu y es preciso, para lograr la salud espiritual, comenzar a transitar rutar de probaciones y dificultades orgânicas que logren el equilibrio vital. A este respecto, el Lic. Daniel Gómez Montanelli nos dice: “El periespíritu y el cuerpo físico no son otra cosa que niveles de energía en distinto grado de condensación. La actividad mental del espíritu se asemeja a un foco de luz, cuya irradiación atraviesa al periespíritu y al cuerpo físico. Cualquier alteración a nivel espiritual se reflejará primeramente en el plano periespiritual, y finalmente en el plano físico (7)”. De allí que el origen de las enfermedades está en el pensamiento.
         Las enfermedades, entonces, obedecen siempre a un desequilibrio del pensamiento y del sentimiento, que generan en el organismo fluidos tóxicos que, si continúan, invaden, como si fueran microbios, las células orgánicas, desatando una serie de variadas dolencias.
         Tomando como base la pluralidad de existencias, podemos afirmar que las enfermedades presentes pueden responder a desequilibrios mentales y emocionales del pasado espiritual, de otras existencias corporales, como del presente. Siempre, entonces, en toda enfermedad hay responsabilidad de nosotros.

Hacia la curación
        
      ¿Cómo escapar al dolor, esa experiencia común entre los hombres? ¿Existe realmente la felicidad? ¿Somos concebidos por Dios para sufrir? Según el preclaro espíritu de Emmanuel (8), si todo Espíritu lleva consigo la noción de la dicha, es porque ella existe y aguarda a todas las almas en algún lugar del tiempo. Ahora bien, si ella no reina en nuestro mundo no es porque sea un castigo de Dios, sino porque los seres humanos todavía nos encontramos lejos de disfrutar de las verdaderas alegrías del Espíritu y transitamos por el mundo embanderados en el odio, en el egoísmo, en la crueldad; preferimos disfrutar de los placeres fugaces antes que trabajar por la construcción de la verdadera felicidad. Felicidad que no es de otro mundo, que está aquí, en el deleite que nos proporciona observar lo maravilloso de la naturaleza en nuestro planeta; conmovernos con el bienestar de otros; esforzarnos por no pensar solamente en aquello que nos interesa o en quienes nos interesan, sino ver más allá y dar de nosotros una porción de amor a quien carezca de él.
         El dolor es parte de la esencia del hombre. Sin embargo, a nosotros nos cabe el esfuerzo y la capacidad para sobreponernos a él. La verdadera salud no nos llega solamente con el restablecimiento del equilibrio orgánico, sino por la lucha, el coraje y la constancia que tengamos a la hora de lograr la armonía del Espíritu. Somos responsables de tener mayores dolores, pues no somos entes pasivos que en nada influimos para el desarrollo de una enfermedad. Quizá, por las razones enumeradas en párrafos anteriores, no podremos erradicar la enfermedad, pero si sobrellevarla de la mejor forma posible. En una palabra, podemos atenuar, eliminar o incrementar nuestros dolores, tanto en el plano emocional como orgánico. Pero veamos que nos dice al respecto el Lic. Gómez Montanelli: “Se sabe que el cáncer empieza con una célula que contiene información incorrecta, por lo cual se vuelve incapaz de realizar su función. (…) Si esta célula origina otras con la misma información genética, empieza a formarse un tumor, que no es otra cosa que un conjunto de células enfermas. (…) El sistema inmunológico está compuesto por varios tipos de células, diseñadas para atacar y destruir a los organismos extraños, incluyendo a este tipo de células enfermas. Este proceso de autocuración tiene lugar constantemente en todos los niveles. (…) Ahora bien, para que (…) cualquier tipo de enfermedad pueda tener lugar, es necesario que el sistema inmunológico se encuentre inhibido. (…)” Recientes estudios demostraron “que el sistema inmunológico está estrechamente relacionado con la vida emocional. (…) Las diferentes posiciones hacia la vida pueden estar asociadas a enfermedades específicas.”
         “Vosotros sois dioses”, decía el  Dulce Pastor de Almas, y la ciencia hoy nos demuestra la verdad de esa afirmación. En nosotros existe todo un potencial de fuerzas renovadoras que nos pueden conducir, si nos atrevemos a valernos de ellas, a la salud, tanto del Espíritu como del cuerpo. No existen recetas mágicas ni curas milagrosas que nos alejen del dolor. Sólo acercándonos a Dios mediante la comprensión, la solidaridad, la sofocación del odio y del resentimiento, desarrollando una vida sana física y mentalmente, comenzaremos a transitar el verdadero camino hacia la curación. Una curación que no se la puede vincular sólo con lo orgánico o con las dolencias del presente, sino con una mejoría de nuestro Espíritu de cara a su futuro.

Conclusión
        
      Si todo lo que vive en la Tierra - la naturaleza, el animal, el hombre – sufre, ¿cómo es posible que el amor sea la Ley del Universo y que por amor Dios haya dado forma a los seres? Job, el profeta de Israel, ha dicho: “¿Por qué Dios se enfurece en contra del hombre? (Jb. 14, 1-2) ¿Por qué asustar a una hoja que arrastra el viento o perseguir a una paja seca? (Jb. 13,25).”  En primer lugar, como ya hemos dicho, Dios no es el culpable de nuestros males. Nos dice al respecto Allan Kardec: “Todas nuestras acciones se hallan sometidas a las lees de Dios. (…) Si sufrimos las secuelas de dicha violación, sólo a notros mismos debemos atribuirlo, siendo así que nos convertimos en artesanos de nuestra dicha o de nuestra desgracia venideras (9).Las palabras de Job siguen siendo un gran interrogante sin respuestas posibles. El Espiritismo, mediante el aporte de las informaciones transmitidas por los Espíritus y de la revelación acerca de la pluralidad de existencias (10), ha brindado una nueva visión acerca del dolor. El sufrimiento, moral o físico, no es un castigo sino una consecuencia. No es un mal, sino un elemento educativo para el Espíritu, a quien perfecciona, haciéndolo reflexionar sobre distintas cuestiones de la vida interior. Nos dice León Denis (11) “Detrás del dolor hay algo invisible que conduce su acción, según las necesidades de cada uno, con un arte, una sabiduría infinita, trabajando así para aumentar nuestra belleza interior, jamás concluida, siempre proseguida de luz en luz, de virtud en virtud, hasta que nos hayamos transformados en espíritus celestiales.” El dolor siempre actuará en provecho nuestro, sea avisándonos los malestares propios de una futura enfermedad o indicándonos que algo no está bien en nosotros, y que debemos esforzarnos para superar ese mal trance. Por supuesto que existirán quienes se dejarán abatir, quienes renegarán de Dios y del mundo. Para ellos el dolor sólo ha servido como espejo que refleja la ausencia de la paz, de la fe, de la alegría. Es que por medio del dolor, inclusive, uno intenta vincularse a Dios. Hasta en ello es bueno. ¿Cuántos se acercan a una religión en las horas de angustia, para entender qué les sucede y apaciguar tanto dolor? De allí las más que nunca actuales palabras del Maestro Jesús: “Bienaventurados los que sufren, porque ellos recibirán consolación”. Dios es Amor y nunca dejará de velar por el bienestar de sus hijos. En las horas de infortunio no pensemos solamente en nosotros, sino también en tantos otros que sufren igual o mucho más. Elevemos una plegaria también por ellos y, si está a nuestro alcance, brindémosle también una caricia, una sonrisa, afecto, solidaridad. De esta manera mitigaremos también nuestros pesares y caminaremos confiados a nuestra próxima recuperación.

FABIAN LAZZARO

(Grupo Espírita “Buena Nueva”, Buenos Aires, Argentina)

(1) FREUD, S; “Inhibición, síntoma y angustia”, Obras Completas, Altaza, Madrid, 1998.
(2) A.A.V.V; La Filosofía ayer, hoy y mañana”; Losada S. A, Buenos Aires, 1951.
(3) ANTONELLI, F; “Para morir viviendo, psicología de la muerte”, Citta Nuova, Roma, 1981.
(4) D’ONOFRIO, Félix; “El dolor: un compañero incómodo”, Ediciones San Pablo, Buenos Aires, 1993.
(5) GÓMEZ MONTANELLI, Daniel; en revista de Espiritismo La Idea, Año LXX, Nº 596, Buenos Aires, 1993.
(6) EMMANUEL / F. C. XAVIER; “El Consolador que prometió Jesús”, 18 de Abril, Buenos Aires, 1973.
(7) GÓMEZ MONTANELLI, Daniel; obra citada.
(8) EMMANUEL / F. C. XAVIER; Obra citada.
(9) KARDEC, Allan; “El Libro de los Espíritus”, 18 de Abril, Buenos Aires, 1983.
(10) No es que solamente el Espiritismo dio a conocer la existencia de la Reencarnación, pues casi todas las religiones nos hablan de ella. Lo que sucede es que la mayoría de ellas nos dan ideas muy vagas y simbólicas al respecto. Sólo con Allan Kardec hemos tenido acceso a informaciones lógicas, precisas, aceptadas cada vez más por la practica de la medicina y la psicología.
(11) DENIS, León, “El problema del ser y del destino” ,  Editorial Maucci, Barcelona, 1923.

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 EL ESPIRITISMO EN SU MÁS SIMPLE                              EXPRESIÓN

“Creed que aquellos a quienes llamáis muertos, están más vivos que vosotros, porque ellos ven lo que no veis, oyen lo que no oís, reconoced en aquellos que os vienen a hablar, a vuestros padres, a vuestros amigos y a todos aquellos que amasteis en la Tierra y que creíais perdidos sin retorno; infelices aquellos que creen que todo acaba con el cuerpo, porque serán cruelmente desengañados; infelices
aquellos que tuvieren falta de caridad, porque sufrirán lo que hubieren hecho sufrir a
los otros! Escuchad la voz de aquellos que sufren y que vienen a deciros: “Nosotros sufrimos por haber desconocido el poder de Dios y dudado de su misericordia infinita; sufrimos por nuestro orgullo, egoísmo, avaricia y de todas las malas pasiones que no reprimimos; sufrimos por todo el mal que hicimos a nuestros semejantes por el olvido de la caridad.”
¡Decid si una doctrina que enseña semejantes cosas es risible, si es buena o mala! No encarándola sino desde el punto de vista del orden social, ¡decid si los hombres que la practicasen serían felices o infelices, mejores o peores!

 ALLAN KARDEC.


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                  NIÑOS DEL SIGLO 21 

Las niños de la actualidad sorprenden por la increíble capacidad de lidiar con artefactos tecnológicos. Asustan a los adultos de más de treinta años que sienten algún tipo de incomodidad delante de la computadora, de botones y m áquinas electrónicas sofisticadas. 
Los muchachos de hoy ven en tiempo real lo que ocurre en locales distantes de donde se encuentran y están acostumbrados a conquistas científicas. 
Todo eso lleva a que los padres se consideren superados, endiosando a los hijos o considerándolos verdaderos genios. 
Por más que actúen con alguna autonomía, las niños de hoy, como los de ayer, sienten necesidad de los adultos para decirles qué hacer y qué no hacer. 
Los pequeños genios se encaprichan, patalean e incluso hacen “huelga” para conseguir lo que desean. 
Precisan oír un "basta" que interrumpa su diversión con el game cuando llega la hora de las comidas, de bañarse o de ir a la escuela. Necesitan recibir un "no" para regular su rutina y su salud. 
Precisa de disciplina. Y disciplina se hace con límites. Es un error tratar a los niños sencillamente como cerebros ansiosos por más y más conocimientos. 
Ellos necesitan experiencias afectivas, por lo que no pueden despreciar los juegos con otros niños. 
Así como ellos precisan de límites, necesitan de los conflictos con sus amiguitos para aprender a relacionarse con personas y cosas. 
Algunos estudios más recientes sobre el aprendizaje señalan que se debe pensar en contenidos intelectuales solamente después de los siete años, cuando los niños consolidan su 
estructura neurológica, que los capacita a operar ciertas informaciones. 
El desarrollo emocional debe venir antes que el intelectual. Proceder de forma contraria, puede causar problemas como el desinter és por los estudios, con el pasar de los años. 
El mundo necesita de hombres capaces de amar, de respetar al semejante, de reconocer las diferencias, de pensar, mucho más que de genios sin moral, fríos y calculistas. 
La ciencia, sin sentimiento, ha causado males y tragedias. 
Preocupémonos, pues, en atender la búsqueda afectiva de nuestros hijos. Permitamos que ellos convivan con otros niños, que creen juegos, usando su creatividad. 
Tratemos de enseñarles, a través de la experiencia diaria, las ventajas del afecto verdadero, abrazándolos, besándolos, valorando sus pequeños gestos, escuchándolos con atención. 
El niño aprende lo que vivencia. El hogar es la escuela primera y fundamental. Es allí que se forma al hombre de bien que ampliará los horizontes del amor, en los días futuros, o al tirano de mal genio que piensa que el mundo debe girar alrededor suyo y solamente por su causa. 
¿ Usted sabía? 
¿Que incluso el niño considerado un genio precisa de cuidados elementales para crecer emocionalmente? 
¿Que para convertirse, de hecho, en una persona con la capacidad de crear, producir y disfrutar junto con los otros, el niño necesita de afecto? 
Los niños de la actualidad maduran emocionalmente más rápido que los de antaño. 
Pero a pesar de ello, siguen teniendo miedo de lo desconocido, alegr ándose con pequeñas cosas, sintiéndose infinitamente tristes por la pérdida de un animal de estimación. 
Son todas experiencias importantes para la formación y el aprendizaje emocional del ser humano, y se debe valorarlas en todos sus detalles. 


Juan Carlos Mariani-

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                  PARA REFLEXIONAR

DIOS está en todas partes, por lo que también está dentro de nosotros y de todas las personas que nos rodean, buenas o malas.
  Todo proviene de Dios.
  Todo es manifestación divina.
  Aun aquello que nos parece un mal o un error, puede ser causa de un beneficio futuro.
  Nuestro sufrimiento resulta del desconocimiento de la verdad básica: Dios dirige todos los acontecimientos, porque está en todo.

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                   El valor del cuerpo 

El desconocimiento del tema lleva a muchas personas a pensar que en el Espiritismo el cuerpo material es menospreciado. Al contrario de eso, el cuerpo es valorado como instrumento de trabajo indispensable a la evolución del espíritu. 

Condena, sí, el envilecimiento del cuerpo, el apego a él para fines puramente hedonistas. Los que hacen del cuerpo un simple instrumento de placer desvirtúan su finalidad. Por otro lado, los que lo desprecian o lo someten a torturas inútiles, asfixiando sus impulsos vitales en la búsqueda de una superioridad espiritual ilusoria y egoísta, se tornan mezquinos y atentan contra las leyes de Dios. 

Los trastornos de la afectividad, los desvíos sexuales, las frustraciones y los impedimentos en el campo genético, en la vida presente, son consecuencias de abusos y comportamientos perversos del pasado, en el plano de la reencarnación. 

Quien hoy los soporta está sometido a procesos correctivos indispensables al reequilibrio en las futuras encarnaciones. Dios no castiga. Dios corrige a través de la ley de acción y reacción. 

La sexualidad, de la que el sexo es sólo una expresión, es un complejo de potencialidad a disposición del espíritu. 

El propio Freud,acusado de pansexualismo en su interpretación del hombre, reconoció la posibilidad de sublimación de las potencialidades sexuales. 

El hombre que se esclaviza al sexo lo envilece. El que lo domina, puede sublimar sus poderes criadores, emplearlos en las más firmes realizaciones de la existencia. 

Si alguien está impedido de tener hijos, no lo estará de criarlos en los diversos sectores de la actividad humana. Kardec y Amélie Boudet no tuvieron hijos, pero legaron al mundo la doctrina de renovación y recriación de los valores humanos. 

El Espiritismo nos hace comprender la razón de las inhibiciones terrenas y la conveniencia de superarlas, en beneficio de nuestro propio equilibrio futuro. 

No es el cuerpo el responsable de los trastornos, sino el espíritu, o lo que es lo mismo decir, nosotros mismos, pues no somos cuerpo y sí espíritu. 

JOSÉ HERCULANO PIRES 

Traducción: Pura Argelich 
Adaptación: Oswaldo E. Porras Dorta
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