Los benefactores espirituales nos enseñan que el egoísmo es la llaga que debe desaparecer de la faz de la Tierra. Por causa del egoísmo nuestro progreso moral anda con pasos muy lentos.
El hombre egoísta piensa en sí y solamente en sí. Todo lo que ve, observa, acredita que debe servirle.
La negación de la Caridad, el egoísmo genera inseguridad a los hombres, porque como el egoísmo y el orgullo andan con las manos dadas, la vida será siempre una carrera en la que vencerá el más experto. Una lucha de intereses, en que nada, ni nadie merece respeto.
Se observa, repetidas veces, en los apiñados colectivos, la carrera por conseguir un banco para sentar. No se respetan ancianos con dificultad de equilibrio, que son simplemente empujados. No se respetan deficientes, en su difícil marcha, ni mujeres con criaturas al cuello.
Lo que importa es que el egoísta esté confortablemente acomodado.
De esa pequeña muestra cotidiana pasamos al panorama del mundo, donde naciones ricas contrastan con las misérrimas, con el pueblo para morir de hambre.
Eso nos recuerda de una gran hambre que se abatió sobre un país europeo, en determinada época.
Los pobres, y sobre todo las criaturas sufrían mucho.
Un hombre abastecido llamó veinte criaturas y les dijo que todos los días el comparecería a la plaza con una cesta con un pan para cada una de ellas. Un pan por día es lo que recibirían, hasta que el hambre se extinguiese en el país.
Las criaturas, hambrientas, saltaron por encima de la cesta y pelearon, cada una queriendo el pan mayor.
Terminada la batalla, cada cual salió corriendo con su triunfo: el pan para matar el hambre.
Se fueron todos, a excepción de una chavalilla. A distancia, fijo la mirada en el hombre. Llego dudosa, tomó el último y menor pan que había sobrado en la cesta, agradeció, sonreía y mientras se fue.
Al día siguiente, los niños volvieron. A los empujones y las bofetadas se disputó los panes más grandes.
Para la pequeñina restó un panecillo fino, ni la mitad del tamaño de los otros.
Cuando, al llegar a la casa, su madre abrió el pequeño pan, encontró seis monedas de plata.
La chavala corrió para devolverlas al buen hombre que le dijo: Son suyas. No es engaño. Mande colocar las monedas en el pan más pequeño para recompensarla a usted.
Y concluyó la lección: Acuérdese de que las personas que prefieren el menor pedazo para disputar, deforma egoísta y agresiva, la mayor parte, van a encontrar bendiciones mayores que el dinero en su camino.
* * *
Existen muchas almas solitarias simplemente porque no se resuelven a romper las ataduras del egoísmo para ser útiles a alguien.
El egoísmo puede ser considerado como una vieja e inútil ropa que se conserva en el hogar del orgullo.
El mejor antídoto para el mal del egoísmo es el conocimiento de la vida espiritual.
Redacción de Momento Espirita
" El arte de oír es también la ciencia de ayudar"
- Juana de Angelis -
El espírita Albaceteño.-
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