domingo, 11 de marzo de 2012

Sexo y Destino



De la obra del mismo título de 
Francisco Candido Xavier    
y  

Waldo Vieira



Aproveché e indagué sobre el divorcio.
El juez me dijo que, reconociendo que todos los matrimonios terrestres entre personas de evolución respetable, se efectúan en la base de los programas de trabajo previamente establecidos, bien en cuestiones de beneficio general o de pruebas legítimas, el divorcio se obstaculiza, en las Esferas Superiores, por todos los medios lícitos, no obstante en muchos casos es permitido, bajo pena de transformar la justicia en prepotencia contra víctimas de crueldades sociales que la legislación terrestre no consigue remediar ni prever.
Una vez que surge el problema, el elemento de la pareja responsable por la ruptura de la confianza y estabilidad de la unión conyugal, pasa a ser juzgado. La víctima es inducida a la generosidad y a la benevolencia a través de los recursos que la Espiritualidad Superior consigue articular, para que no se malogren planes de servicios, siempre importantes para la comunidad, entendiendo como tal el conjunto de espíritus encarnados y desencarnados, cuyas ventajas son recíprocas con la humildad y buen hacer de cualquiera de sus miembros. En razón de eso, alcanzan la Patria Espiritual, en la condición de nobles hijos de Dios, las grandes mujeres y grandes hombres, considerados grandes delante de la Providencia, cuando soportan sin queja, las infidelidades y las violencias de su pareja, olvidando incomprensiones y ultrajes recibidos, por amor a las tareas que los Designios del Señor pusieron en sus corazones y en sus manos, bien para amparar a la familia o para realizar buenas obras. Los que tienen tal comportamiento dignifican todos los grupos espirituales donde residen, sean de la raza o religión que sea, y son acogidos como verdaderos héroes, por haber abrazado sin rebeldía a los que castigaban su alma, sin retirarles el afecto ni la presencia. Pero, los que no pueden perdonar las afrentas, aunque no tengan esa grandeza íntima, son amparados igualmente, ayudándoles en su deseo de separación conyugal, sumando sus deudas para futuros rescates y concediéndoles los cambios que necesitaban. .
Llegados a ese punto, el hombre o la mujer continúan recogiendo el apoyo espiritual que les sea preciso, según su merecimiento y necesidad, dando libertad y respeto tanto a uno como a otro en lo que concierne a la renovación de la compañía y el camino a recorrer, con las responsabilidades naturales que acompañen a esas decisiones.
Así sucede, comentó Amantino, porque la Divina Providencia manda exaltar las virtudes de los que aman sin egoísmo, sin desconsiderar el acatamiento que se debe a las criaturas de vida recta expoliadas en el patrimonio afectivo. Los Ejecutores de las leyes Universales, actuando en nombre de Dios, no aprueban la esclavitud de nadie y, en cualquier sitio cósmico se proponen levantar conciencias libres y respetables que se eleven para la Suprema Sabiduría y para el Amor Supremo, veneradas y dignas, aunque para eso escojan multimilenarias experiencias de ilusión y dolor.
Estaba realmente impresionado. Pregunté sobre la moral en los países terrestres donde un hombre puede tener varias esposas. Amantino destacó que la poligamia, incluso aparentemente legalizada entre los hombres, es una herencia animal que desaparecerá de la faz de la Tierra y que, estando en un lugar inspirado por las enseñanzas de Cristo, no debemos olvidar que en el Evangelio, basta un hombre para una mujer y una mujer para un hombre.
Ponderó que existen circunstancias difíciles en que el hombre o la mujer son llamados a la abstención sexual, en interés de la tranquilidad o elevación de aquellos que les rodean, situación esa que no cambian sin alterar o agravar los propios compromisos.
Pregunté si la casa proporcionaba auxilio en función de los errores. El me dijo, con buen humor que el auxilio se verifica exactamente en función de los aciertos. Cuanto más preciso sea el reencarnado en la práctica de los deberes que le competen, más amparo recoge en los días oscuros en que pueda caer en errores. Cualquier petición de ayuda que se formule allí, antes de ser tramitada, se analiza minuciosamente en función de la documentación de la persona para quien se pide el favor. Aciertos son haberes, errores son deudas. Sumados unos con otros, se verifica, de inmediato, hasta que punto es posible o aconsejable la atención, determinándose la media del auxilio atribuible a cada petición individual.
Resaltó que en esa clara aplicación del derecho, muchos requerimientos de socorro, se transforman automáticamente en correcciones, porque si escasean créditos a los interesados, restando las deudas, el resto asumía la forma de enmienda lo que, a veces, irritaba a los solicitantes sin que pudiesen modificar el curso de la justicia.. En ese sentido, las oraciones o incluso solamente las vibraciones de alegría y reconocimiento de todas las criaturas encarnadas o desencarnadas, funcionan como abonos de significado muy importante para cada uno, de cualquier lugar, ilustró Amantino con convicción. Crea o no en la inmortalidad, toda persona es un alma eterna. Por eso, independientemente de la propia voluntad, las leyes de la Creación marcan en el camino de cada espíritu los bienes o males que practique, dando cosechas en función de la siembra. Realizando el perfeccionamiento moral de etapa en etapa y entendiendo la existencia física como aprendizaje del alma, lleno de aciertos y errores, con raras excepciones la individualidad en cualquier plano de la vida, es mantenida por encima de todo, por el rendimiento de utilidad al bien común. Eso, destacó el juez, es el principio general de la Naturaleza. El árbol que dé buenos frutos atrae la defensa inmediata del hortelano. El animal útil recibe de su dueño cuidados especiales.
Por tanto, la persona, cuanto más valor demuestre para la colectividad en la Tierra o en otros lugares, más ayuda recibirá de las Esferas Superiores.
No podía ni pensar en alguna objeción. Todo lo expuesto allí era justo y natural.
Comenté que me gustaría saber cómo eran las audiencias, por lo que, en vista de que Félix no quería alterar el servicio, Amantino me propuso que fuese espectador de un caso allí mismo, en el gabinete, para que tuviese por lo menos una muestra de lo que allí se hacía.
El instructor estuvo de acuerdo, solicitando la presencia de dos centinelas a la entrada. Me extrañó la petición de mi amigo, cuya sencillez me había acostumbrado a venerar, pero lo inesperado se encargaría de demostrar lo necesario de esa medida.
Entró una señora con aspecto triste.
Viendo a Félix, se olvidó de la autoridad con que estaba revestido Amantino y se puso de rodillas delante del instructor.
Waldo Vieira
Félix indicó a los guardianes que la levantasen.
Ahí entendí que el mentor se había preparado, de antemano, a rechazar cualquier manifestación de lisonja, que él nunca soportaba.
La recién llegada, a regañadientes, fue obligada a hablar de pie sujeta por los dos vigilantes.
–¡Instructor, tenga compasión de nosotros! –lloró la mujer, entregándole los papeles que traía– pedí protección para mi hija y vea el resultado… El manicomio, el manicomio… ¿Cómo un corazón de madre puede estar de acuerdo con eso? Es imposible, es imposible…
El benefactor leyó y expuso:
–Jovelina, seamos fuertes y razonables. El traslado es justo.
–¡Justo! ¿Pero no conoce a mi hija?
–¡Ah, si! –dijo Félix con indefinible tristeza en su semblante– Iria Veletri… Me acuerdo cuando se fue, hace treinta y seis años… Se casó a los dieciocho y se separó del marido, hombre digno, a los veintiséis, sólo porque el compañero no compartía su gusto por los gustos y caprichos lujosos. En los ocho años de matrimonio, nunca estuvo a la altura de los compromisos mantenidos y practicó seis abortos…
Al abandonar el hogar y precipitarse en la prostitución, en varias ocasiones se le invitó indirectamente, por mediación de amigos de nuestro lado, a apartarse de los hábitos disolutos, convirtiéndose en madre respetable de hijos que, aunque nacidos del sufrimiento, se transformarían con el tiempo en protectores y compañeros abne-gados… Se emprendieron varios intentos… Iria, sin embargo, expulsó a todos los hijitos arrancando de su seno los cuerpecitos en formación…
Con los abortos y hasta ahora, no hizo nada que recomiende su permanencia en el mundo… No consta en su ficha el mínimo gesto de bondad hacia sus semejantes… Ella misma se entregó de buen grado a los vampiros que consumen sus energías… Y nuestra Casa no opuso nada a que viviese así obsesionada, para que no continúe convirtiendo el claustro materno en un antro de muerte…
Y dejando entrever una profunda melancolía en su mirada, acabó diciéndola mientras la abrazaba con ternura paternal:
–¡Ah! ¡Jovelina, Jovelina!... Cuantos de nosotros tenemos hijos amados en los hospitales de la Tierra… El manicomio también es un refugio levantado por la Divina Providencia para expurgar nuestras culpas…
Vuelva a sus tareas y honre a su hija trabajando y sirviendo más… ¡Su amor de madre será para nuestra Iria como la luz que remueve las tinieblas!.. .
La peticionaria miró a los ojos del instructor, ojos que le hablaban de un recóndito martirio moral, y le dio las gracias, angustiada, besando su diestra con humildad.
La sala volvió a sus quehaceres, y la entrevista no generó ningún comentario.
Me separé de los nuevos amigos y, a pocos pasos del edificio, ya fuera de él, me despedí de Félix.
Pasadas algunas horas entré en la casa de salud, en Botafogo.
Marina, bajo los cuidados de Moreira, dormía agitada.
CAPÍTULO 11
En la casa de salud, Marina exigía cuidados, vigilancia. Entre bastidores, Moreira y nosotros nos volcábamos en ello, mientras que Claudio y Salomón unían sus energías en el plano físico, garantizando la cooperación.
El apoyo espiritual unido a la Medicina, funcionaba con seguridad.
Aún así, los problemas se complicaban alrededor nuestro.
Nemesio y Marcia, después de cinco semanas de descanso en la sierra, volvieron a Río, algo cambiados por la aventura. Ella, interesada en la unión definitiva; él, dudoso, había replegado velas. Tenía miedo, no de la opinión de los demás en la sociedad, sino de sí mismo. Aquel mes de descanso para olvidar, pasado en brazos de una mujer que no se hubiese imaginado un tiempo antes, le inquietaba. No es que Marcia hubiese perdido los encantos con los que le sedujera, se asustaba de sí mismo junto a ella. En las excursiones, la llamaba "Marina". Se despertaba, por la noche, creyendo que estaba con la joven, soñaba, reencontraba y expresaba, dormido, declaraciones de amor como en los tiempos en que Beatriz estaba enferma en la cama.
En varias ocasiones fuimos a arrancarle de esas crisis a través de recursos mag-néticos, notando sus sensaciones de alivio, al comprobar que Marcia, experta y maternal, sabía tolerarle y comprenderle.
La esposa de Claudio a su vez, no obstante se hubiese propuesto seducirle y casarse con el, reconocía el obstáculo. Se daba cuenta claramente que Nemesio tenía a la chiquilla fija en su memoria. Aquel hombre de negocios amaba a su hija, le pertenecía en cuerpo y alma, aunque a ella no le había negado cariño y ternura.
Al principio quiso rebelarse, pero enseguida calculó, como era su costumbre, y llegó a la conclusión de que no se hallaba comprometida personalmente en el amor, y sí en una transacción económica, cuyas ventajas no estaba dispuesta a perder. En el fondo, no le importaba que él adorase a la joven. Ella aspiraba a tenerlo sujeto, ganar su fortuna y su confianza. Para ello, ensayaba todas las formas de hacerse imprescindible. Peticiones atendidas, comidas favoritas, gotas estimulantes en el momento preciso, zapatillas a mano…
Pidió a Nemesio casarse en un país que aprobase el divorcio y él prometió satisfa-cerla, pero, de vuelta a Río, prefirió que se quedase en casa de Selma, la compañera y amiga que residía en Lapa, mencionando que Gilberto estaría en la casa familiar.
Era importante para el señor Torres que no viviesen juntos hasta que consiguiese trasladar a su hijo a una ciudad del sur del país. Marcia debía esperar y esperaba, aun cuando ambos siguieran saliendo juntos a bailar, a cenar, a divertirse…
Gilberto, mientras tanto se veía a sí mismo descorazonado, abatido. Como niño sin guía o navegante sin brújula. No tenía la menor motivación por el trabajo ni ideales que controlasen sus sentimientos. Derrochaba el dinero del padre a manos llenas en juergas y borracheras. Muchas veces, embriagado, hablaba de suicidio, acordándose de la distante Marina.
Se sentía infeliz, derrotado. Aquí y allí, oía comentarios escabrosos referentes a su padre y Doña Marcia por parte de sus amigos, pero todavía tenía la nobleza necesaria para rechazarlos, considerando que eran mentiras y maledicencias. Sabía que su padre estaba descansando y no ignoraba que Doña Marcia también estaba de reposo, y les defendía enfureciéndose, casi siempre borracho y manejado fácilmente, como una marioneta, por alcohólicos desencarnados.
Mientras tanto, ante esta destrucción el hermano Félix construía…
Después de dos meses de tratamiento, Marina regresó a Flamengo acogida por el cariño paterno.
En pocas horas, se puso al corriente de la situación. Había perdido la asistencia de su madre y no desconocía los obstáculos con que debía contar para volver a ejercer su profesión. Sabía que era difícil que contratasen a alguien que salía de una casa de salud mental.
Al principio sufría, se acomplejaba.
Pero, contaba con un padre cuya grandeza de corazón había siempre ignorado hasta ese momento, y asimismo una fe que le daba fuerzas y esperanza.
Claudio la rodeó de ternura y bondad. El apartamento siempre estaba repleto de mimos y flores y los textos espíritas, leídos a veces con lágrimas, la infundían la consoladora certeza en las verdades y promesas de Cristo, que había aceptado como maestro de su alma. Tenía también la amistad de Salomón, que la trataba como a una hija, y formaba ya parte de la familia espiritual de Claudio. Tomó interés en los servicios de beneficencia a niños abandonados y a chicos con problemas. Cuando el padre sugirió que hiciesen el Evangelio en casa una vez por semana, aceptó encantada, pidiendo a su padre que instalasen en casa a Doña Justa que estaba viuda y sola. La antigua empleada, contenta, fue elevada a la condición de gobernanta, y en realidad era como una más de la familia.
La casa rezumaba tranquilidad, no obstante, Moreira y nosotros seguíamos atentos, a la defensiva.
Conversaciones y lecturas, tareas y planes surgían como flores prometedoras que Félix venía a ver de vez en cuando, participando de las oraciones y alegrías.
En cuanto a Nemesio y Doña Marcia, sólo había silencio.
El padre y la hija se empeñaban en olvidarles, pero Gilberto…
Los amigos pedían para él ayuda y compasión. El chico se encontraba abatido y abandonado.
Borracheras, juergas. Si Claudio y Marina no podían protegerle por lo menos que intentasen que pidiera ayuda profesional.
¿Cómo le iban a negar el apoyo?
Claudio notó que la hija todavía le amaba tiernamente, ardientemente, y decidió respetar su decisión.
Después de conversar largamente con Marina, el señor Nogueira escogió una ocasión que le pareció favorable y quedó con él en una churrasquería de Leme. Comieron rápidamente y Claudio le invitó a cenar al día siguiente. El y su hija le esperarían en casa.
Torres hijo sonrió y se comprometió a ir.
Seis meses habían transcurrido desde la transformació n de Claudio. En mayo, al atardecer, refrescaba en Río con las brisas frías que se dirigían al mar.
Gilberto compareció en el momento previsto. Triste, pero sobrio. Hasta la cena, habló de banalidades y sufrimientos. Decía que estaba deprimido, se sentía fracasado. Poco a poco se dio cuenta que se encontraba entre dos corazones que eran capaces de recuperar sus sentimientos y profundizó más en otros temas.
Tanto el anfitrión como Marina no le interrumpieron, mostrando amor y esperanza en sus ojos.
El joven se sintió muy reconfortado, como en un baño de fuerzas balsámicas. Se imaginaba de vuelta a su antigua casa, reflexionó pensando en la madre muerta, y lloró…
El jefe de la casa, conmovido tanto como Moreira y nosotros por aquella explosión de lágrimas, le acarició el cabello y le preguntó por qué les había retirado su amistad.
Gilberto se desahogó. Dijo que había tenido una entrevista muy desagradable con su padre. Le comentó que Marina era una persona poco honesta y fiable, describiendo como él mismo había estado con ella en situaciones comprometidas, en resumen, que no servía para mujer casada y le amenazó tanto que le obligó a declarar que renunciaba al matrimonio con ella, por reconocer que estaba enferma…
Se había apartado por esas razones, aunque continuaba amándola mucho, pero veía imposible seguir teniendo en cuenta las acusaciones recibidas…
Marina, abatida, no confirmó nada ni se defendió. Se limitó a llorar discretamente, mientras Claudio intentaba armonizar aquellos corazones desavenidos.
Moreira, que había asumido apasionadamente la defensa de la joven, perdió la calma. Retomó su antigua insolencia y me dijo en voz alta que, a pesar de llevar seis meses de Evangelio, sentía una gran dificultad para no reunir la banda de compañeros de otro tiempo e ir a castigar a aquel viejo Don Juan con todo el rigor posible.
Le pedí que se callara por amor al bien que nos proponíamos realizar.
Moreira se asustó al oír mi reconvención tan incisiva. Le expliqué que, en las inme-diaciones, algunos hermanos infelices habrían oído la intención que él había formulado y todos los que estuviesen de acuerdo con la idea, irían a la residencia de los Torres a abrir brechas.
Me valí del ejemplo para enseñarle cosas que me habían sido muy útiles en mis pri-meras experiencias de hombre desencarnado en proceso reeducativo.
Le dije que había aprendido de varios benefactores, que el mal no merece más con-sideració n que la que sea necesaria para corregirlo. Pero, si todavía no conseguimos impedir su acceso al corazón, en forma de sentimiento, es forzoso no pensar en él. Pero si no contamos con recursos para sacarlo de nuestra mente, es imperioso evitarlo en la palabra, para que la idea infeliz, ya articulada, no se convierta en agente vivo de destrucción, actuando por nuestra cuenta y a la vez independientemente de nosotros.. Resaltó que el ambiente allí estaba limpio de inferencias indeseables, pero él, Moreira, había hablado abiertamente y compañeros no distantes interesados en nuestro regreso a la crueldad mental, habrían captado la sugestión…
Gilberto se despidió.
Moreira, con el apuro del aprendiz que reconoce haber errado, preguntaba qué hacer, pero no lo dudó. Le aclaré que habitábamos ahora en el plano espiritual, donde el pensamiento y la palabra adquieren mucha más fuerza de expresión y de acción que en el plano físico y que no nos quedaba otra alternativa sino seguir, al lado de Torres hijo, observando hasta qué punto existía el peligro, para poner la solución adecuada.
El amigo, inquieto por primera vez después de mucho tiempo, dejó la casa de los Nogueira y me acompañó.
Ambos fuimos en el coche de Gilberto, a su lado, mientras él estaba absorto en sus pensamientos.
El chico entró en casa, acordándose de Marina, del cambio que había sufrido… Aquel pelo peinado con sencillez, el rostro tratado sin excesos, las maneras y las frases sensatas de Claudio al decir, sin quejarse, que Doña Marcia últimamente estaba fuera para descansar, el clima hogareño lleno de paz… Todo aquello era nuevo para él, nuevas sensaciones… Se sentía perturbado, experimentaba remordimientos por la franqueza que se hacía gala, sin saber si realmente eran celos que sentía hacia esas formas de ser.
Instintivamente, se encaminó hacia la habitación que solía ocupar Marina… Quería sumirse en sus recuerdos, reflexionar.
Le seguíamos y, al girar levemente el picaporte, vio asombrado a través de la puerta entreabierta, que su padre y Doña Marcia se besaban y, en torno a ellos pu-lulaba, para nuestra visión espiritual, la chusma de amigos perturbados cuyos servicios fueron solicitados inconscientemente por Moreira. Aquellos vampiros se mostraban muy activos, transformando simples impulsos de afecto de la madura pareja, en voluptuoso arrebatamiento.
Nemesio de espaldas, fue visto sin ver, como había ocurrido meses antes con él mismo y la pareja de jóvenes. Doña Marcia, al estar de frente, como le sucediera a Marina observó la asombrada cara del muchacho.
El chico salió de puntillas angustiado. La duda le oprimía. El ídolo paterno se derrumbaba de golpe. ¿Tendría realmente el padre razones para separarle de la mujer que amaba?
Por nuestro lado, se hacía indispensable la colaboración a favor de Moreira, arrepentido. El amigo se había aproximado a la pandilla que le complicaba y com-prometía suponiendo que le hacían un favor, oscilando entre la revuelta y la paciencia.
Intervine, pidiendo serenidad. Debíamos respetar a Nemesio y a su compañera, no teníamos derecho a escarnecerles ni escarmentarles.
La banda se retiró y Moreira transfirió las atenciones para Doña Marcia que, ladina como era, no se había desmayado como hizo Marina en su día. Razonando fríamente, se separó de Torres padre y le acarició la cabeza, diciendo que había venido de Lapa sólo para verle, ya que se sintió mal al verle indispuesto el día anterior. Quería que se recuperase y se encontrase mejor de salud. Le ayudó a acostarse y después de darle consejos cariñosos, salió con el pretexto de hablar con el servicio.
Una vez fuera, en el pasillo, pensó en como superar aquella dificultad. Aun cuando era impasible a la hora de preservar sus intereses, todavía era madre y pensaba en su hija. No podía envenenar el ánimo de Gilberto, debería hacer algo por aproximarles de nuevo. No podía consentir, además, que el joven la tuviese por una mujer sin escrúpulos, ya que algún día podría ser su madrastra.
Moreira aprovechó estos minutos de reflexión y la abrazó, respetuoso, rogándola que tuviese piedad. Que favoreciese a Marina, apoyando a Gilberto. Debía hablar con el joven, apaciguar las posibles rencillas entre ellos…
Me aproximé también a ella y, le supliqué que intercediese y ayudase. No intentaba reconciliarse con Claudio, de quien quería efectivamente la separación. Pero ¿por qué no practicar la caridad con la hija enferma, tratando de encaminar a aquel chico que se hundía en la decadencia moral, hacia un matrimonio digno? Era la madre de Marina, la que la había tenido en los brazos de pequeña, la había cantado nanas, orientado en la infancia y la adolescencia, queriendo siempre que fuese feliz… ¿Cómo podría olvidarse de ella en un momento así, cuando el destino le proporcionaba todas las posibilidades para extenderle las manos? La esposa de Claudio, al impacto de los argumentos que asimilaba en forma de reflexiones, se acordó del pasado y lloró. En aquel instante, sus sentimientos eran puros, como en la noche en que la vimos, indignada por el dolor, defender a Marita en la casa de Crescina. Entre la conciencia y el corazón, no había lugar para el cálculo y la astucia.
No lo dudó ni un instante.
Se dirigió al cuarto de Gilberto, entró con la confianza de una madre que va a hablar con un hijo, se sentó al lado de su cama en la que el chico estaba acostado y le habló, con lágrimas en los ojos.
Empezó pidiéndole perdón. A continuación, le pidió permiso para confesarle que Nemesio y ella eran amantes hacía mucho tiempo. En un rasgo de generosidad que le honraba, mintió por la felicidad de su hija…
Le dijo que hacía mucho vivía separada de Claudio, a quien no podía soportar más, y que, antes de la muerte de Doña Beatriz ya existía la relación íntima con Nemesio. Destacó, escogiendo la inflexión apropiada para impresionar más al joven, que había cometido un gran error al consentir que Marina se convirtiese en la enfermera de la señora Torres, ya que desde ese momento tenía razones de peso para sospechar que su padre deseaba a la joven.
Sabiendo su interés por Marina, tuvo un gran ataque de celos. Veneraba, sin embargo, la grandeza espiritual de Doña Beatriz, a quien estimaba de mucho antes, y esperó a su muerte antes de tomar ninguna acción. Una vez que falleció, resolvió abandonar definitivamente la casa, para no enfrentarse con Marina, y acompañar a Nemesio a Petrópolis, donde estuvieron ambos descansando. Continuó justificándose, más y más…
Ahora que él les había sorprendido juntos, le pedía perdón como a un hijo, cuyo cariño quería conservar. No volvería a Flamengo, se separaría definitivamente de Claudio y compartiría el destino de Nemesio, si él accedía… Aún así, era madre y le suplicó por Marina. Si la amaba, que no la abandonase con indiferencia o desprecio, en un momento como aquel, en que se rehacía de una penosa enfermedad. Le pidió protección para la chiquilla, toda la que ella no podía ahora ofrecerle.
La señora Nogueira acabó, sinceramente conmovida, y observamos sensibilizados, los prodigios de la comprensión y la bondad en un corazón juvenil. Con la mirada llameante de júbilo, se levantó y se arrodilló delante de aquella mujer que sosegaba su espíritu con aquella historia caritativa que él necesitaba para rehacer su camino.
Besó sus manos con lágrimas de alegría y le dio las gracias con frases de cariño filial. Ahora comprendía, si –comentó–, que su padre, bondadoso, se había sentido despechado e intentado apartar a Marina de su lado.
Buscaría a la joven, prometió olvidar el pasado para no herir la dignidad maternal con que ella, Doña Marcia, le había descubierto su nobleza de sentimientos, torturada como estaba, entre la pasión de mujer y la devoción de ser madre.
Le dijo que ese día había estado con Marina y la había visto triste y sincera. Había sido rudo con ella, pero volvería a Flamengo a verla de nuevo y a hacer definitivamente las paces. En cuanto al futuro, no tenía motivos para indisponerse con Claudio, pero ya que la separación se hacía inminente, no escatimaría esfuerzos para que su padre y Doña Marcia se uniesen en un país donde el divorcio estuviese legalizado.
De la conversación al teléfono y del teléfono a casa de Marina fue cuestión de minutos.
Viendo a la pareja reunida, Nogueira estaba encantado, orando de gratitud en su interior.
Moreira y yo enviamos esta información al hermano Félix que vino, en la noche del día siguiente, a compartir nuestras oraciones de alegría.
Después de abrazar a Claudio y a los dos enamorados que salían para Copacabana a buscar a Salomón, el benefactor y nosotros nos dirigimos hacia Lapa.
Marcia, recostada en un sofá, fumaba pensando en la llegada de Nemesio para ir a cenar a Cinelandia, y también para ver una película, pero Félix, magnánimo como siempre, se acercó a ella a pesar de las bocanadas de humo, besándola en la frente, con lágrimas en los ojos…
No disponíamos de elevación espiritual suficiente para auscultar sus pensamientos sublimes. Nos dimos cuenta sólo que él la contempló, como quien agradece la inesperada abnegación ...  


Traducción al castellano: 

ALFREDO ALONSO YUSTE


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