Todos
sabemos que debemos perdonar las ofensas, tal como nos enseñó y
ejemplificó Jesús, pero vamos a hacer una reflexión hacia nuestro
interior, pulsando la verdad de nuestra alma, porque a Dios no se le
puede engañar por mucho que ocultemos o disimulemos nuestros sentimientos.
Yo
planteo aquí: ¿ De verdad somos sinceros al perdonar y lo hacemos
de corazón y convencidos de que es una respuesta necesaria ante
ciertos momentos de la vida en que sufrimos la incomprensión o la
maldad de otros?.
Es
humano sentir un rescoldo de dolor después de sufrir una ofensa, y
ese rescoldo puede terminar convirtiéndose en una llama de
resentimiento que puede alcanzar las proporciones tremendas de un
gran incendio de odio y deseo de venganza, del cual, los grandes
quemados seremos nosotros mismos.
Si hay odio o resentimiento después de una ofensa, se podría afirmar que nos han perjudicado por doble vía:
Una, la que se ve o se nota, que es la más inmediata, la ofensa o perjuicio en sí mismos, que de inmediato nos hiere o nos duele como una puñalada o un puñetazo moral o anímico que malamente encajamos.
Y esta herida o este dolor, cuando nos lo infieren, es algo inevitable porque el hecho en sí mismo no depende de nosotros y no podemos hacer nada para impedir que suceda. Pero después, en frío, enseguida notamos que el hecho nos ha dejado una impresión o recuerdo doloroso o negativo, y este recuerdo nos deja una sensación nefasta que finalmente suele desembocar en un sentimiento claro de odio, rencor y hasta deseos más o menos ocultos de venganza.
Y
llegados a este punto, enseguida podemos comprender que esa
situación interna nuestra, nos supone un malestar o un tormento
añadidos al que nos causó el sentirnos víctimas de la injusticia
de otra persona, y este recuerdo amargo actúa como un veneno de
acción lenta, que nos va minando y nos va haciendo poco a poco,
más y más daño añadido al primer dolor que sufrimos con la ofensa
desencadenante de todo el proceso interno nuestro que le siguió.
No dependió de nosotros el poder evitar el impacto negativo ante la agresión o el insulto, pero sin embargo el veneno del resentimiento si lo podemos manejar de modo que mediante un acto de voluntad, no le demos cabida en nuestro interior y así nos podamos librar de él para que no nos afecte.
Y es que para perdonar, el primer paso imprescindible para conseguirlo, es el de querer firmemente hacerlo, aun a pesar de que por dentro estemos dolidos por la ofensa sufrida, pues de este modo nos estamos evitando un dolor añadido posteriormente.
A nadie debemos otorgar el privilegio de poder robarnos la paz, armonía y equilibrio internos, pues es nuestro más preciado tesoro íntimo, y lo podemos y debemos defender mediante un acto de voluntad, queriendo, por encima de todo y a pesar de todo, perdonar siempre.
Queda
claro que perdón no significa olvido, porque eso sería como quien
padece un ataque de amnesia. Una mente normal y equilibrada no
tiene por qué olvidar los actos buenos y malos que acontecen en su
vida, pues todos ellos constituyen valiosas lecciones que fortalecen
y depuran nuestro espíritu. Hay que considerar que los actos de los
demás, son de ellos y no nuestros, por lo tanto si han estado mal,
estos son en todo caso un problema de ellos y no nuestro, pero si
nos dejamos llevar por el bajo sentimiento o resentimiento de la
venganza o del odio, entonces esto sí que supone un problema
nuestro, del que nos deberemos liberar lo antes posible para evitar
las consecuencias de sufrimiento que por ellos tendremos que padecer
con arreglo a la Ley de Acción y Reacción.
No seamos torpes con nosotros mismos, añadiendo sufrimiento innecesario a nuestro dolor o desengaño. Aunque solo sea por propio interés perdonemos siempre y mantengamos nuestra mente y espíritu por encima de las torpezas de los demás a quienes no debemos otorgar la llave de nuestra paz y nuestra felicidad. Recordemos que a quién escupe al cielo, le es salpicado en su cara, por lo cual , llegado el caso, deberemos decir como Jesús de Nazaret cuando se vio agonizando en la cruz por la crueldad e incomprensión de tantas personas que le escupieron y pidieron su muerte: “ Perdónalos Padre porque no saben lo que hacen”.
José Luis Martín
"Darle golpes a tu orgullo es una mayor
señal de fortaleza que darte golpes de pecho"
- Maria Teresa Gonzales de Coimbra -
El Espírita Albaceteño.- elespiritadealbacete.blogspot.com
marinamiesdeamor.blogspot.com
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