Si creéis, pues, en un porvenir cualquiera, no admitiréis sin duda, que sea el mismo para todos, pues de lo contrario, ¿cuál sería la utilidad del bien? ¿Por qué reprimirse, y no satisfacer todas las pasiones, todos los deseos,aunque fuese a costa de otros, puesto que no tendría consecuencias?
¿Creéis que semejante porvenir será más o menos feliz o infeliz según lo que hayamos hecho durante la vida y desearéis, por consiguiente, que sea lo más feliz posible, puesto que debe ser eterno?
¿Tendréis, acaso, la pretensión de ser uno de los hombres más perfectos que existen en la Tierra y de tener, por ello, el derecho de alcanzar sin dificultades la felicidad suprema de los elegidos? No. Luego admitís que hay hombres que valen más que vosotros y que tienen derecho a una mejor situación, sin que con eso estéis entre los condenados. ¡Muy bien! Colocaos, por un instante, con el pensamiento, en esa situación media que sería la vuestra, como lo admitís, y suponiendo que alguien os diga: “Sufrís y no sois tan felices como podríais serlo, mientras tenéis ante vosotros seres que disfrutan una felicidad perfecta, ¿queréis cambiar vuestra posición con la de ellos? –Sin duda responderéis: ¿y qué debo hacer para lograrlo?– Poco menos que nada, volver a empezar
lo que hicisteis mal y procurar hacerlo mejor. –¿Dudaríais en aceptarlo,aunque fuese a costa de muchas existencias de pruebas? Pongamos una comparación más prosaica. Si a un hombre que, sin ser un pordiosero, sufre privaciones a causa de la escasez de sus recursos, se le dijese: “He allí una inmensa fortuna de la que podéis disfrutar,basta para ello, que trabajéis arduamente durante un minuto”. Aunque fuese el más perezoso de la Tierra diría sin titubear: “Trabajemos un minuto, dos, una hora, un día si fuere necesario. ¿Qué importa todo
eso si voy a terminar mi vida en la abundancia?” Y en efecto, ¿qué es la duración de la vida corporal, comparada con la eternidad? Menos que un minuto, menos que un segundo.
Hemos oído hacer este argumento: Dios, que es soberanamente bueno, no puede condenar al hombre a empezar de nuevo una serie de miserias y tribulaciones. ¿Acaso se puede sacar la conclusión de que hay más bondad en condenar a un hombre a un sufrimiento perpetuo por algunos momentos de error, que ofreciéndole medios de reparar sus faltas? “Había dos fabricantes, cada uno de los cuales tenía un obrero que podía aspirar a ser socio de su principal. Sucedió que, en cierta ocasión, ambos obreros emplearon muy mal su jornada de trabajo, mereciendo por ello ser despedidos. Uno de los dos fabricantes despidió al obrero a pesar de sus súplicas, el cual no encontrando trabajo murió en la miseria. El otro dijo al suyo: perdiste un día y me debes otro en compensación. Ejecutaste mal tu trabajo y me debes reparación. Te permito que vuelvas a empezarlo; procura hacerlo bien y no te despediré y podrás continuar aspirando a la posición superior que te prometí”. ¿Hay necesidad de preguntar cuál de los dos fabricantes fue más humano? Y Dios, que es la misma clemencia,¿será más inexorable que un hombre? La idea de que nuestro destino queda eternamente decidido por algunos años de prueba, aun cuando no haya dependido siempre de nosotros la consecución de la perfección en la Tierra, tiene algo de doloroso, mientras que la idea contraria es eminentemente consoladora, pues no nos arrebata la esperanza. Así, pues, sin decidirnos ni en pro ni en contra de la pluralidad de las existencias, sin dar predilección a una hipótesis o a otra, diremos que, si podemos escoger, no existe nadie que prefiera un juicio sin apelación. Un filósofo dijo que si Dios no existiera sería necesario inventarlo para la felicidad del género humano; podría decirse lo mismo de la pluralidad de existencias. Pero como dijimos,Dios no nos pide permiso, ni consulta nuestro gusto; esto es o no es.
Veamos de que lado están las probabilidades y examinemos la materia bajo otro aspecto, haciendo siempre abstracción de la enseñanza de los Espíritus y considerándola únicamente como estudio filosófico.
Es evidente que, si no existe la reencarnación, sólo hay una existencia corporal. Si nuestra actual existencia corporal es la única, el alma de cada hombre es creada al nacer, a menos que se admita su anterioridad, en cuyo caso se preguntaría lo que era el alma antes de su nacimiento y si ese estado no constituiría de alguna forma una
existencia. No cabe término medio: o el alma existía o no existía antes del cuerpo; si existía antes del cuerpo, ¿cuál era su situación? ¿Tenía o no conciencia de sí misma? Si no tenía conciencia era como si no existiese. Si tenía su individualidad, ¿era progresiva o estacionaria?
En uno y otro caso, ¿en qué grado se encontraba al ingresar en el cuerpo?
El L.E.
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La ciencia es solo un ideal. La de hoy corrige la de ayer , y la de mañana la de hoy.
Ortega y Gasset
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José Aniorte Alcaraz
El Universo y nuestro mundo espiritual, todavía hoy, a pesar de los grandes descubrimientos científicos realizados, continúa siendo el gran desconocido. Hay muchas teorías sobre este tema, unas malintencionadas, otras mantenidas por el orgullo de personas que se creen en posesión de toda la sabiduría, siendo en realidad objeto de la ignorancia.
Yo, sin considerarme naturalmente,
un maestro, después de cincuenta y seis años de estudio, razonando,
investigando y comprobando con total independencia, tengo mi propia
teoría, pues cada maestro
tiene su librito; teoría
que estoy dispuesto a cambiar o rectificar, cuando encuentre otra más
convincente.
Nos
dice “El Libro de los Espíritus”: en
el Universo todo se eslabona,
todo
efecto es la consecuencia de una causa.
Nuestra evolución empieza en un átomo, pasa por el mineral, el
vegetal, el animal, el hombre y finalmente el arcángel. En el mismo
libro se pregunta: ¿dónde
está la inteligencia?,
respuesta: en
su base, en el Universo;
otra pregunta: ¿qué
es el Espíritu?,
respuesta: principio
inteligente del Universo.
Por consiguiente, si el Espíritu o principio inteligente, tiene su
origen en el Universo y reside en él, no puede estar durmiendo
en el
mineral o soñando
en el
vegetal.
El
principio inteligente no duerme ni sueña, es una partícula Divina,
que está latente, esperando que la materia reúna las condiciones
óptimas necesarias para poder ser utilizada por el “Principio
Inteligente”.
Así es como el Espíritu inmortal, se sirve de la materia
animalizada, desde su estado más primitivo, para empezar su
evolución desde un átomo. Pasando por el largo y extenso período
de la vida animal, en este estado el alma está adormecida, no puede
imaginar su situación, no tiene idea de su existencia; no alcanza a
comprender la diferencia existente entre la vida y la muerte. Para
ella sólo existe un instinto, que sin duda puede ser inteligente,
pues independiente de su voluntad, se manifiesta según las
necesidades, como pueden ser: la naturaleza de las especies, el clima
o la difícil situación a la que cada especie tiene que sobrevivir.
En esta compleja y
ardua situación, el alma se forma, se ensaya y lentamente se
prepara, hasta que al fin, comienza a sentir de forma confusa, un
impulso nuevo y desconocido; siente por primera vez la aspiración y
el deseo de individualizarse.
En esta circunstancia,
es cuando se produce la gran metamorfosis, y el alma animal emprende
un nuevo período, para convertirse en alma humana. Todo esto
realmente maravilloso, cuenta con la ayuda de los buenos espíritus
que están al servicio de Dios. Somos creados por Dios, y Él dirige
nuestro destino, hasta que nosotros estamos preparados para asumir la
responsabilidad y el control del mismo.
La materia en su estado
primitivo, está dispersa por todo el Universo, en realidad es el
principio de todo, el principio de la vida. Con sus continuas
transformaciones, crea los elementos necesarios para la evolución
del Universo, siendo éste una creación de Dios.
En nuestro planeta la
evolución de la materia, empieza en un átomo como partícula
organizada. Siguiendo el proceso de evolución nos centramos en la
materia inerte, emprendiendo su desarrollo en los elementos
minerales, que tras un laborioso proceso inconsciente, cuando aparece
el ambiente y el medio adecuados, atrae al principio vital, dándose
la transformación hacia la materia animada, que tras circunstancias
mucho más sofisticadas y el medio propicio para animalizarse, el
principio inteligente que espera la oportunidad para el comienzo de
su evolución, utiliza la materia orgánica, junto con el fluido
vital, para el comienzo de la evolución animal.
El principio
inteligente, desde su estado más primitivo, empieza su larga e
interminable carrera evolutiva en la escala animal, sin pasar por la
escala mineral o vegetal. A través de los tiempos, pasando por
distintas especies, sin conciencia de su existencia, sigue
adelante por un impulso divino que despierta en él un instinto
primario, pero necesario para sobrevivir en el ámbito que se
encuentra. Este instinto, lentamente y a través de los considerables
periodos evolutivos, de especies diferentes, también se transforma
en una inteligencia animal, limitada; porque no puede saber ni sentir
la razón de su existencia, ni distinguir la vida de la muerte. Su
inteligencia instintiva, es el medio que posee de subsistencia.
Durante estos
prolongados e incontables períodos, el alma se está consolidando y
preparando para el gran futuro que le espera.
No está dormida, sino
aturdida, porque puede sentir pero no tiene la capacidad de
manifestar lo que siente, y paciente espera hasta poder reunir las
condiciones para hacerlo. Desde el primer momento que el alma tiene
contacto con la materia animalizada, lo hace envuelta en su cuerpo
astral, pues sería imposible que el principio inteligente, pudiera
utilizar la materia sin un cuerpo fluídico o intermediario.
El alma revestida de
los fluidos más animalizados, de los instintos más vulgares y
primitivos, tiene que vivir y sentir, caminando valientemente a
través de los tiempos; ignorando su identidad pero conservando en lo
más íntimo de su ser, la partícula divina, que un día, cuando
esté en disposición para formar parte de la humanidad y asumir la
responsabilidad de sus actos, se individualizará, y conseguirá la
elevación y redención de su Espíritu.
El alma del animal, es
un alma animalizada, con su inseparable cuerpo astral compuesto de
fluidos primitivos; tiene vida animal pero no vida espiritual,
sobrevive a la muerte sin tener consciencia de su existencia. Recorre
los largos caminos de su evolución, sin tener responsabilidad de
ello. El animal esté donde esté, continúa siendo animal, porque
tiene unas limitaciones que nunca podría superar por vía directa.
El alma animal no puede
convertirse en alma humana, aunque tenga latente en su interior, el
principio divino del ángel. Para salir de esta situación, tiene que
pasar por la gran transformación.
Cuando llega el momento
se produce el cambio, como la completa metamorfosis de las mariposas;
convirtiéndose el alma animal, en alma humana. El alma animal,
después de esta metamorfosis, se siente confundida, como si acabara
de nacer o despertara de una terrible pesadilla; no recuerda nada
pero lentamente, con recelo y por primera vez, siente el deseo
incesante de superarse para salir de la oscuridad y liberarse de la
envoltura animal.
Desde este momento, aún
tiene un período muy largo de ensayos en la escala animal, para
reafirmar su individualidad, recomponer su cuerpo fluídico o
periespíritu, despojándose gradualmente de todas las impurezas
animalizadas, que su mente espiritual, inconscientemente, ha tenido
que alimentar durante tanto tiempo vivido en el mundo inferior.
Una vez que rehace su
estructura mental y fluídica, ya se encuentra en condiciones para
empezar un nuevo ciclo evolutivo como ser pensante de la humanidad.
Es preciso aclarar que en nuestro planeta, salvo alguna excepción
extraordinaria, el animal no tiene ninguna posibilidad de alcanzar el
estado de evolución que acabo de describir.
Este
proceso es propio de otros mundos inferiores a éste; en la Tierra,
el animal siempre es animal. En “El Libro de los Espíritus” nos
dice: “hay
entre el alma de los irracionales y la humana tanta diferencia, como
la existente entre el alma del hombre y Dios”.
Aquéllos que afirman que en un principio, la vida en este planeta
fue por generación espontánea, están diciendo algo muy cierto, que
ni ellos mismos comprenden el significado de lo que dicen.
Allan Kardec definió
al periespíritu con una forma vaporosa; él sabía en aquellos
momentos, hace ciento cincuenta años, que tocar este punto en
profundidad, en lugar de conseguir instruir a los lectores, los
llevaría a la confusión. Hoy podemos afirmar que en su estado
natural, podría muy bien ser un cuerpo vaporoso, porque se compone
de una combinación de fluidos semimateriales, extraídos o tomados
del fluido Universal.
El Espíritu para
nosotros es inmaterial, no tiene forma, lo podemos sentir, pero no lo
vemos. Es tan sensible que para poder dirigir nuestro cuerpo o tener
contacto con él, es imprescindible disponer de un cuerpo
intermediario y semimaterial, como es el periespíritu.
Cuando el Espíritu
reencarna para una nueva existencia, lo hace a través de su cuerpo
astral; se protege con él y no llega a tener contacto directo con su
cuerpo físico. La unión del Espíritu con el cuerpo se efectúa por
medio de su envoltura fluídica. Por su naturaleza sutil, el
periespíritu sirve de unión entre el Espíritu y la materia.
El alma queda unida al
germen por este mediador fluídico, que se va adaptando y estrechando
lentamente, siguiendo las fases progresivas de la gestación, hasta
completar la formación del cuerpo físico.
Desde la concepción
hasta el nacimiento, la unión se lleva a cabo con cierta lentitud,
molécula a molécula; bajo el flujo creciente de los elementos
materiales y la fuerza vital que es facilitada por los movimientos
vibratorios del periespíritu infantil, que se reduce al mismo tiempo
que la conciencia del alma queda adormecida.
Durante el periodo de
gestación, el periespíritu se impregna de fluido vital, para
convertirse en el regulador de la energía que necesitan los
elementos materiales del cuerpo en formación. La individualidad y la
memoria del Espíritu, se conservan y a su debido tiempo, se
manifiestan en el plano físico.
Cuando se completa la
vida uterina, se produce el nacimiento, siendo en este momento cuando
el Espíritu, a través del periespíritu toma el control de su
cuerpo. El periodo de crecimiento será largo, durante el cual el
Espíritu tiene que modelar su nueva envoltura y hacer de ella un
instrumento capaz de manifestar sus cualidades y sentimientos.
Durante el sueño, en
el transcurso de la vida infantil, el Espíritu recibe la ayuda
espiritual necesaria, para recuperar fuerzas y seguir el curso de su
nueva reencarnación. Durante su estancia en el plano espiritual, el
Espíritu, para manifestarse lo hace con su cuerpo fluídico; sin él
sólo sería una especie de ser invisible.
El Espíritu nunca
puede separarse de su cuerpo astral, con él se convierte en un ser
real, reflejando la imagen del Espíritu; es el archivo de sus
memorias, es además una especie de conciencia que a través de su
imagen, recuerda al Espíritu los aciertos o desatinos que ha
practicado con su forma de vida.
Cuando el Espíritu
está en el plano físico, fácilmente puede engañarse a sí mismo y
engañar a los demás, porque un espíritu malévolo, puede tener un
cuerpo bello, proporcionando una apariencia falsa de la realidad.
Cuando después de la
muerte se regresa al mundo de la verdad, donde cada uno se sitúa en
el lugar que le corresponde, donde no existen los favores, ni las
influencias, pero sí existe el cielo y el infierno que llevamos con
nosotros, como creación propia, encontrándonos allí atrapados por
un mundo de sombras o un mundo de luz, según la imagen que predomine
con más fuerza en nuestra mente.
En
esta situación es cuando podemos contemplar el verdadero aspecto del
Espíritu, que según la conducta seguida en el plano físico,
volverá con un cuerpo más luminoso o menos, o con un cuerpo plagado
de heridas, envuelto por las sombras, implorando una ayuda que nadie
le puede dar, porque sólo él a través de su arrepentimiento, la
podrá obtener.
El
mundo espiritual “superior”
aún
continúa siendo para nosotros el gran desconocido, pero el mundo
incorpóreo más cercano a nosotros, podemos decir que es muy
semejante al nuestro. No obstante, existe una parte completamente
diferente; el Más Allá es un mundo de sentimientos, y nuestra
humanidad, se desenvuelve entre pasiones y sensaciones.
Los espíritus
“comunes” viven entre nosotros, y tienen un cuerpo tan semejante
al nuestro, que algunos se confunden y en determinadas
circunstancias, piensan que aún tienen el mismo cuerpo que tenían
antes de morir. Estos espíritus están en todas partes, en nuestra
casa, en el campo, en las ciudades, en los medios de transporte, en
lugares de ocio...
Es un mundo que se
agita alrededor nuestro, y se acerca a nosotros por afinidad. Los hay
de todas clases y en situaciones diferentes; cada uno tiene sus
dificultades y persigue su objetivo.
La apariencia del
Espíritu cambia según el estado mental en el que se encuentra. Su
aspecto se refleja con claridad en su cuerpo astral, y los fluidos
que le recubren, causan malestar o bienestar cuando se aproximan a
nosotros.
La lectura de este
libro no está dedicada a los analistas ni a los científicos, sino a
los humildes y necesitados que han vivido engañados por los
dogmatismos fanáticos de las religiones del pasado y del presente.
Lo que escribo aquí no
es un tema nuevo, ya se ha publicado en otros libros, pero la actual
publicación pretende ser más directa y sencilla; comprensible para
aquéllos que desconocen el tema por falta de estudio, y puedan
comprender con menos dificultad, esta verdad que es la única
realidad de nuestra vida. Todas las revelaciones nuevas, han sido
rechazadas sin mostrar algún interés por conocerlas, pero esta
realidad tiene una contestación lógica para todas las preguntas.
Mi
querido lector, acepta estas enseñanzas que llegan gratuitamente a
tus manos, y nunca tendrás que hacerte preguntas, sin obtener la
respuesta adecuada.
José Aniorte Alcaraz
*************************************
A la vista del cielo ,es preciso creer o negar .
Alfredo De Musset
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Evolución Anímica
Todo el que sabe mirar la Naturaleza con ojos filosóficos descubre que ella es la gran educadora, donde reside toda la verdad, y observando ve los secretos que permanecen velados para los ignorantes. Nada aparece súbitamente y en el estado perfecto, así lo dicen las leyes que rigen las múltiples evoluciones de la materia física o viva.
El sistema solar, nuestro planeta, los vegetales, los animales, el lenguaje, las artes, las ciencias, todo, lejos de haber brotado espontáneamente, es el resultado de una larga y gradual ascensión, desde las formas rudimentarias hasta las modalidades que en nuestros días conocemos.
En el alma humana, sucede lo mismo, vemos en la Tierra que pasa por fases de diversas manifestaciones, desde el salvaje hasta el genio de las naciones civilizadas.
El alma tanto en el ser humano como en el animal es indivisible, dado que los primeros fulgores del instinto son los signos reveladores de su acción. A partir de los animales simples como los zoófitos, ha adquirido sucesivamente el periespiritu, mediante transformaciones incesantes, sus propiedades funcionales.
La envoltura del alma es el “periespiritu” , tanto en los animales como en el hombre, individualiza al principio pensante por medio del fluido universal que lo constituye.
Este punto poco estudiado, ha sido corroborado y comprobado, con la intervención de médiums videntes, que el alma animal no se destruye con la muerte.
Si el principio inteligente del animal sobrevive a la materia, si goza de individualidad, es posible aplicarle las mismas reglas que rigen al alma humana, explicándose así todo.
Por medio del Espiritismo se comprobó experimentalmente la necesidad de la reencarnación del alma humana; la ley de continuidad en los seres vivos, permite creer que el alma del animal está sometida a ese mismo proceso: de este modo el principio inteligente animaría sucesivamente organismos y más organismos cada vez más perfeccionados, a medida que fuera adquiriendo capacidad para dirigirlos.
El Espiritismo, no inventa nada, al proclamar la existencia del periespiritu, demuestra que tal órgano reproduce fluídicamente la forma corporal de los animales, que es permanente en medio del flujo perpetuo de las moléculas vivas y, consecuentemente que en él es donde radican los instintos y las modificaciones de la herencia. Por ser inmutable, pese a los incesantes cambios de que es testimonio el hombre contiene – digámoslo así - los estatutos y las leyes que dirigen la evolución del Ser; no se disgrega con la muerte, sino que se constituye la individualidad póstuma del principio intelectivo; tomando en registro todas las modificaciones que le proporciona las numerosas y sucesivas existencias, acabando por hacerse apto, después de haber recorrido toda la serie, no solo para organizar y dirigir organismos muy complicados, sino para hacerlo sin conocimiento del alma.
Si no sabemos como están constituidos los seres vivos, es difícil comprender el papel de periespiritu y del sistema nervioso. Los médicos, los naturalistas y los filósofos hablan constantemente en sus escritos de las sustancias vivas, de moléculas orgánicas, de materia organizada, de tejidos, de órganos, etcétera; pero pocos dan una definición precisa de tales frases.
En los animales superiores se advierte la carne, los huesos, los tendones, los nervios, los vasos, las membranas, etcétera. Se ha adquirido la certeza de que el organismo de un vegetal o animal cualquiera, proviene de la reunión, de la asociación de un número inmenso de células, y las partes diferentes del cuerpo animal o vegetal son debido a las modificaciones que las células sufren.
En química, por descomposiciones sucesivas, los productos más complejos pueden siempre reducirse a los elementos primordiales, a los cuerpos simples de que están formados; en historia natural, la célula aparece como el residuo último de toda clase de residuos. La molécula orgánica, es el elemento anatómico por excelencia de que están formados todos los seres vivos.
La célula esta compuesta de tres partes: aunque varia en su forma, siempre se compone de tres partes 1ª) un núcleo solidó que está en el interior 2ª) un liquido que baña al núcleo, y la 3ª) una membrana que lo envuelve todo.
La parte esencial, la parte verdaderamente viva, es el líquido, al que se ha dado el nombre de protoplasma; de manera que este líquido gelatinoso es el que constituye realmente el fundamento de la vida orgánica. En tanto él vive en los millones de células que forman un cuerpo, el cuerpo vive también; cuando él muere en una parte cualquiera de las células que componen un miembro, el miembro muere; si se destruye, en fin, el protoplasma en la totalidad de las células, el cuerpo entero muere.
Si la teoría de la evolución es exacta, la vida debió principiar en la Tierra por la formación del protoplasma. Este hecho se verifica en nuestros días. Las exploraciones de los grandes fondos submarinos han dado a conocer una sustancia gelatinosa que parece ser la primera manifestación vital".
Los notabilísimos trabajos de Haeckel respecto a tales seres rudimentarios, confirman plenamente las deducciones de Darwin y dan al transformismo una base seria.
El modo de reproducción de las células es muy simple: cuando a alcanzado cierto volumen, se producen una o muchas divisiones en su masa, se fracciona en dos o más partes, y cada una de ellas, se hace independiente, se nutre y crece como la célula, madre, hasta que llega el momento que a su vez da nacimientos a otras células semejantes. Algunas veces las células originarias de la primera nos se separan, sino que forman una serie de células asociadas, que dan nacimiento a su vez a otras y otras, también unidas, según el grado de vitalidad que posean. Esto es lo que acontece a los animales, vegetales y al hombre.
Aun en las asociaciones más complejas las células que constituyen un ser vivo no pierden por completo su independencia: cada una de ellas vive por su cuenta, y las diversas funciones fisiológicas del animal, no son otra cosa que la resultante de los actos cumplidos por un cierto grupo de células.
El objeto de todo organismo es vivir, y cada parte concurre a la consecución de este resultado en la esfera que le es propia. Se puede comparar el cuerpo vivo a una manufactura, cada órgano a un conjunto de obreros y cada obrero a una célula. Cada obrero tiene que efectuar un trabajo especial, pero uniendo las piezas elaboradas de este modo, se obtiene el objeto manufacturado.
"La comunidad, como el individuo, tiene su unidad abstracta y su existencia colectiva; es una reunión de individuos, frecuentemente en número inmenso, que no obstante puede ser considerada como un individuo solo, como un ser único, aunque compuesto. Y es así, no solamente para la abstracción más o menos racional, sino para la realidad, materialmente, lo mismo para nuestra inteligencia que para nuestros sentidos, porque está constituida como un ser organizado, de partes continuas y recíprocamente dependientes, todas ellas fragmentos de un mismo todo, aunque cada una por sí sea a su vez un todo más o menos bien circunscrito; todas ellas miembros de un mismo cuerpo, aunque cada una constituye un cuerpo organizado, un pequeño colectivo...
"Como la familia y la sociedad, la comunidad puede estar muy diversamente constituida. La fusión anatómica, y, por consecuencia, la solidaridad fisiológica de los individuos así reunidos, puede estar limitada a unos pocos puntos y a unas pocas funciones vitales, o extenderse a la casi totalidad de los órganos y de las funciones. Todos los grados intermedios pueden presentarse también, y se pasa por gradaciones insensibles de seres organizados en quienes las vidas colectivas permanecen aún casi independientes y los individuos claramente diferenciados, a otras en que los individuos son de más en más dependientes y mixtos, y tras éstas a otras en que todas las vidas se confunden en una vida común y las individualidades propiamente dichas desaparecen más o menos completamente en la individualidad colectiva".
Los animales superiores son estas individualidades colectivas, aunque sólo desde el punto de vista vital. Hemos visto ya que la fuerza vital es un principio y un efecto: un principio porque es necesario un ser vivo para comunicar la vida, y un efecto, porque una vez fecundado el germen, las leyes físicas y químicas se encargan del mantenimiento de la vida. Aquí no caben equívocos: la fuerza vital tiene existencia propia, puesto que cada ser puede reproducirse en un semejante suyo, y puesto que no se puede dar vida artificialmente a un compuesto inorgánico. Más todavía: suponiendo que se llegara, por ejemplo, a fabricar un músculo sensible de manera que produjese los mismo fenómenos que un músculo ordinario, el músculo fabricado no podría regenerarse, como acontece incesantemente en el organismo vivo. Luego, aunque el principio vital opere y se mantenga por medio de leyes naturales, no cabe ninguna duda de que es distinto de tales leyes. Aquel principio es una fuerza, una transformació n especial de la energía; no goza de existencia sobrenatural, pero sí es el producto necesario de la evolución ascendente, el primer grado, no de la organización, pero sí del mantenimiento, de la reparación de la materia viva. Pueden hallarse indicios de este principio reparador hasta en la materia bruta: un cristal está capacitado para cicatrizar sus heridas. Pasteur ha puesto este hecho en evidencia (véase Comptes rendus, del 16 de mayo de 1881).
Si a un cristal roto en cualquiera de sus partes se le coloca en la disolución a que debe su origen, se observará que no solamente crece en todas sus caras, sino que se inicia un trabajo de reconstitució n mucho más activo en la parte lesionada, hasta que el daño queda reparado; una vez conseguido esto, se reestablece la simetría. Si se colora el agua madre con una sustancia violeta, por ejemplo, se verá distintamente el trabajo suplementario que se realiza para la reconstitució n de la parte destruida.
El principio vital, por consiguiente, es una fuerza esencialmente organizadora y reparadora y, en los vegetales y los animales, él es quien repara las células destruidas por el uso, siguiendo un plan determinado. Podemos considerarle en cierto modo como el desenvolvimiento, el grado superior, la transformació n exaltada de esa fuerza que en los cuerpos brutos conocemos por afinidad. Además, el fluido vital obra sobre las moléculas que produce el fantasma magnético. Si se niega la existencia de una fuerza vital, aunque invisible e imponderable, no es posible comprender cómo un cuerpo vivo conserva una forma fija, invariable, según la especie a que pertenezca, a pesar de la renovación incesante de las moléculas del cuerpo.
En tanto la vida es difusa, como en los animales inferiores; en tanto todas las células pueden vivir individualmente sin necesitarse unas a otras, el principio inteligente no se revela en ellas de un modo claro, puesto que en estos seres rudimentarios no se observa sino la irritabilidad, es decir, la reacción a una influencia externa sin sensibilidad apreciable; pero desde el momento en que el sistema nervioso aparece, se concentran en él las funciones animales, la comunidad viviente se transforma en individuo, y el principio inteligente toma a su cargo el gobierno del cuerpo, manifestando su presencia por los primeros fulgores del instinto.
Gabriel Delanne
Extraído del libro Evolución Anímica de Gabriel Delanne
Adaptación: Oswaldo E. Porras Dorta
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