sábado, 7 de marzo de 2015

LA BENEFICIENCIA


       
      PROGRESO DEL ESPIRITU Y MATERIALIDAD

A medida que progresa moralmente, el Espíritu se desmaterializa,es decir, se depura al liberarse de la influencia de la materia;su vida se espiritualiza, sus facultades y percepciones se amplían; su felicidad es proporcional al progreso realizado. No obstante, como actúa en virtud de su libre albedrío, puede por negligencia o mala  voluntad retardar su adelanto; prolonga, por consiguiente, la duración de sus encarnaciones materiales, que entonces se convertirán en un castigo, dado que por sus faltas permanece en las categorías inferiores,obligado a recomenzar la misma tarea. Así pues, del Espíritu depende abreviar, por medio del trabajo de purificación realizado sobre sí mismo, la duración del período de las encarnaciones.

*. El progreso material de un globo acompaña el progreso moral de sus habitantes. Ahora bien, como la creación de los mundos y de los Espíritus es incesante, y como estos progresan más o menos rápidamente, conforme al empleo que hagan de su libre albedrío, resulta de ahí que hay mundos más o menos antiguos, con grados diferentes de adelanto físico y moral, en los cuales la encarnación  es más o menos material y, por consiguiente, el trabajo para los Espíritus es menos arduo. Desde este punto de vista, la Tierra es uno de los globos menos adelantados. Poblado por Espíritus relativamente inferiores, la vida corporal es en él más penosa que en otros planetas. También los hay más atrasados, donde la existencia es todavía más penosa que en la Tierra, y en comparación con los cuales ésta sería un mundo relativamente feliz.

EL GÉNESIS 
ALLAN KARDEC.

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Artur Schopenhauer
La gente vulgar solo piensa en pasar el tiempo ;el que tiene talento,en aprovecharlo.
Schopenhauer


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La beneficencia

No hay mayor alegría para el espíritu evolucionado que la de hacer el bien a sus semejantes.
El espíritu imperfecto siente de vez en cuando esa sensación de alegría y regocijo, cuando  participa en las empresas a favor de sus semejantes,  ya que todos sabemos que Es un deber de todo cristiano dilatar la generosidad en el ejercicio de la beneficencia sin muchas interrogaciones  ni exigencias.
Para que nuestros corazones estén con regocijo, no tenemos que tener en él, remordimiento por no haber hecho el bien que podríamos haber hecho, ni por la indiferencia que hemos prestado a aquel que vino a llamar a nuestra puerta.
Hemos de aprovechar el tiempo y ayudar, pues la oportunidad pasa y ya es un tiempo irreparable.
Fuera de la caridad no hay salvación, la verdadera alegría reside en la caridad, en el bien practicado en pos de nuestros semejantes.  
Por eso cuando un pobre se acerque a nosotros, cuando un enfermo quejicoso reclame un servicio, cuando un vecino ofuscado irrumpa en nuestro camino, lejos de amonestarle, aprovechemos la oportunidad  de nuestra sonrisa gentil, de nuestra palabra  amiga, de la audición comprensiva, de nuestro interés por el dolor ajeno, de la paciencia fraternal…
Con el pretexto de no querer compactar con las sombras, no desdeñemos la ocasión de hacer el bien, recordemos que hay más fiesta en el Cielo por la entrada de uno malo convertido al bien, que por la entrada de cien justos, entonces procuremos acercarnos a esos hermanos infelices, exteriorizando todo nuestro amor, y el día que logremos hacerles cambiar, desistir de sus malas obras sentiremos el regocijo de la beneficencia, del bien que hemos realizado.
Seamos generosos con los que han sucumbido en la lucha contra sus pasiones y han sido arrastrados por el mal; seamos generosos para con los pecadores, los criminales y los duros de corazón, ya que no sabemos por las fases que han pasado y todo lo que han tenido que soportar para llegar al punto en que están, por eso a los que languidecen ante sus sufrimientos y aislamiento es que debemos procurar hacer el bien, y un día cuando les veamos fortalecidos sentiremos en nuestro interior la alegría y satisfacción que causa el bien hecho.
Dios nos da para que aprendamos a distribuir. El Señor agradece la bondad que podamos ejercer con la poca cosa que podamos entregar en el servicio del bien de los que sufren, como también por la palabra de ánimo que podamos grabar en los corazones torturados que nos solicitan fuerzas y esperanza.
La beneficencia  se expresa mediante el anonimato de las acciones dignificantes, para  que su práctica no reciba el premio de la gratitud del beneficiado ni el reconocimiento del grupo social, ofreciendo mecanismos de exaltación de la persona, que siente  regocijo con los homenajes, dificultando al “Yo” superior que pueda lograr la plenitud con Dios, por haber disfrutado de la recompensa del orgullo y de la vanidad a través de la glorificación de los hechos.
… Tengamos cuidado en no practicar las buenas obras delante de los hombres, ocultando con sabiduría en la naturalidad los momentos  de beneficencia y de amor que sean ofrecidos con relación a quien sufre.
Ofrezcamos nuestras manos, donemos las posibilidades  a la beneficencia, y comprenderemos que el mal no merece consideración, porque, predestinados a la luz y a la verdad, sean cuales sean nuestras limitaciones de hoy, el tiempo y el trabajo en nombre del amor a Dios, nos conducirá a la felicidad verdadera donde mueren todas las aflicciones, practicando la beneficencia que también es caridad.
Trabajo realizado por Merchita
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LOS PROBLEMAS DE  LA EXISTENCIA

Lo que le es importante al hombre saber por encima de todo, que es, de donde viene, donde va, cual es su destino. Las ideas que nos hacemos del Universo y de sus leyes, del papel que cada uno de nosotros debe jugar sobre este teatro vasto, son de una importancia capital. Es según ellas que dirigimos nuestros actos. Es consultándolas que fijamos un fin en nuestra vida y marchamos hacia ese fin. Allí está la base, el verdadero móvil de toda civilización. Tanto vale el ideal, tanto vale al hombre. Tanto para las colectividades, como para el individuo, es la concepción del mundo y de la vida que determina los deberes; fija la vía que hay que seguir; las resoluciones que hay que adoptar.
Pero, así como lo dijimos, la dificultad en resolver estos problemas no los hace rechazar demasiado a menudo. La opinión de la mayoría es inestable, indecisa; los actos, los caracteres se resienten de eso. Ahí está el mal de la época, la causa de la confusión en la cual está presa. Tenemos el instinto del progreso; queremos marchar, pero, ¿para ir a dónde? Es con lo qué no se sueña bastante. El hombre, ignorante de su destino, es como un viajero que recorre automáticamente un camino, sin conocer ni el punto de partida ni el punto de destino, y no sabe por qué viaja; que, como consecuencia, siempre está dispuesto a fijarse en el menor obstáculo, y pierde su tiempo descuidando el fin que hay que alcanzar.
La insuficiencia, la oscuridad de las doctrinas religiosas y los abusos que engendraron llevaron a buen número de espíritus al materialismo. Creemos de buena gana que todo acaba con la muerte, que el hombre no tiene otro destino que desvanecerse en la nada. Demostraremos más adelante cuánto esta manera de ver está en oposición flagrante con la experiencia y la razón. Digamos desde ahora que destruye toda noción de justicia y de progreso.
Si la vida está circunscrita entre la cuna y la tumba, si las perspectivas de la inmortalidad no vienen para alumbrar nuestra existencia, el hombre no tiene ya otra ley que la de sus instintos, la de sus apetitos, la de sus goces. Poca importancia tiene que le gusten el bien y la equidad. Si sólo aparece y sólo desaparece de este mundo, si se lleva con él, en el olvido, sus esperanzas y sus afectos, sufrirá tanto más cuanto más elevadas sean sus aspiraciones; amando la justicia, el soldado del derecho, se considera condenado por no ver casi nunca su consecución; apasionado por el progreso, sensible a los dolores de sus semejantes, se imagina que se apagará antes de haber visto triunfar sus principios.
Con la perspectiva de la nada, cuanto más habrá practicado la devoción y la justicia, más caerá su vida fértil en amarguras y en decepciones. El egoísmo bien comprendido sería la sabiduría suprema; la existencia perdería toda grandeza, toda dignidad. Las facultades más nobles, las tendencias más generosas del espíritu humano acabarían por marchitarse, por apagarse totalmente.
La negación de la vida futura suprime también toda sanción moral. Con ella, que sean buenos o malos, criminales o sublimes, todos los actos acaban con el mismo resultado. No hay compensaciones a las existencias miserables, a la oscuridad, a la opresión, al dolor; no hay más consuelo en la prueba, más esperanza para los afligidos. Ninguna diferencia espera, en el futuro, al egoísta que sólo vivió y a menudo a costa de sus semejantes, y el mártir o el apóstol que habrá sufrido, habrá sucumbido combatiendo por la emancipación y el progreso de la raza humana. La misma sombra servirá para ellos de mortaja. Si todo acaba con la muerte, el ser no tiene ninguna razón para esforzarse, para contener sus instintos, sus gustos. Aparte de las leyes terrestres, nada puede retenerlo. El bien y el mal, el justo y el injusto también se confunden y se unen en la nada. Y el suicidio será siempre un medio de escapar de los rigores de las leyes humanas.
La creencia en la nada, al mismo tiempo que arruina toda sanción moral, deja irresoluto el problema de la desigualdad de las existencias, en lo que toca a la diversidad de facultades, de aptitudes, de situaciones, de méritos. En efecto, ¿por qué a unos todos los dones del espíritu y del corazón, los favores de la fortuna, mientras que tantos otros, tienen en reparto sólo pobreza intelectual, vicios y miseria? ¿Por qué, en la misma familia, los padres y los hermanos, nacidos de la misma carne y de la misma sangre, difieren en tantos puntos? Muchas cuestiones insolubles para los materialistas, así como para muchos creyentes. Estas cuestiones, vamos a examinarlas brevemente a la luz de la razón.
 El porqué de la Vida, León Denis
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CUANTO OS PUEDO DAR

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