jueves, 26 de marzo de 2015

¿Por qué creo en la inmortalidad?


                ALLAN KARDEC  CHARLA CON LA                         VIUDA DE FOULON (ESPÍRITU)
             

8 de febrero de 1865


Querida Mme. Foulon, estoy muy contento por la comunicación que habéis dado para mí el otro día y con vuestra promesa de continuar nuestras conversaciones. Os he reconocido perfectamente en la comunicación. Habláis en ella de cosas ignoradas del médium, y que sólo pueden ser vuestras. Después, vuestro afectuoso lenguaje en cuanto a mí es el de vuestra alma cariñosa. Pero hay en él una seguridad, un aplomo, una firmeza que no os conocía en vuestra vida. Sabéis que sobre esto me he permitido más de una amonestación en ciertas circunstancias.

R. Es verdad, pero desde que me vi gravemente enferma, he recobrado mi firmeza de espíritu, perdida por las penas y las vicisitudes que me habían a veces hecho tímida durante la vida. Me he dicho: tú eres espiritista. Olvida la tierra. Prepárate a la transformación de tu ser, y ve, por el pensamiento, el sendero luminoso que debe seguir tu alma al dejar tu cuerpo, y que la conducirá dichosa y libre a las esferas celestes en que tú debes vivir en adelante. Me diréis que era un poco presuntuoso por mi parte contar con la dicha perfecta al dejar la Tierra. Pero había sufrido tanto, que tuve que expiar mis faltas de esta existencia y de las precedentes. Esta intuición no me engañó, y ella es la que me dio el valor, la calma y la firmeza de los últimos instantes. Esta firmeza se ha aumentado naturalmente cuando después de mi libertad he visto mis esperanzas realizadas.
P. ¿Queréis describirnos ahora vuestro tránsito, vuestro despertar y vuestras primeras impresiones?.

R. He sufrido, pero mi espíritu ha sido más fuerte que el sufrimiento material que le hacía sentir el desprendimiento. Me he encontrado, después del último suspiro, como en síncope, sin tener ninguna conciencia de mi estado ni pensar en nada y en una vaga somnolencia que no era ni el sueño del cuerpo, ni el despertar del alma. He permanecido bastante tiempo así. Después, como si saliese de un largo desmayo, me he despertado poco a poco en medio de hermanos que no conocía. Me prodigaban sus cuidados y sus caricias, me mostraban un punto en el espacio que parecía una estrella brillante, y me han dicho: “Allí es a donde vas a ir con nosotros. Tú no perteneces a la Tierra.” Entonces he recobrado la memoria. Me he apoyado en ellos, y como un grupo gracioso que se lanza a las esferas desconocidas, pero con la certidumbre de encontrar allí la dicha, hemos subido, subido, y la estrella se engrandecía. Era un mundo feliz, un mundo superior, donde vuestra buena amiga va a encontrar por fin el descanso. Quiero decir, el descanso debido a las fatigas corporales que he sufrido y a las vicisitudes de la vida terrestre. Pero no la indolencia del espíritu, porque la actividad del espíritu es un goce.

P. ¿Es decir, que habéis dejado definitivamente la Tierra?.

R. Tengo aún en ella muchos seres que me son queridos para dejarla definitivamente. Volveré a ella, pues, en espíritu, porque tengo que cumplir una misión al lado de mis hijos. Bien sabéis, por otra parte, que ningún obstáculo se opone a que los espíritus que habitan en los mundos superiores a la Tierra vengan a visitarla.
P. La situación en que estáis parece debe debilitar vuestras relaciones con aquellos que habéis dejado aquí.

R. No, amigo mío: El amor une las almas. Creedme, se puede estar en la Tierra más cerca de los que han alcanzado la perfección que de aquellos que la inferioridad y el egoísmo hace dar vueltas alrededor de la esfera terrestre. La caridad y el amor son dos motores de una atracción poderosa. Es el lazo que cimenta la unión de las almas, enlazadas la una a la otra, y la continúa a pesar de la distancia y de los lugares. No hay distancia sino para los cuerpos materiales. No la hay para los espíritus.
P. ¿Qué idea os formáis ahora de mis trabajos concernientes al Espiritismo?.

R. Encuentro que tenéis cargo de almas y que es penoso de llevar. Pero veo el fin y sé que lo alcanzaréis. Os ayudaré, si puede ser, con mis consejos de espíritu para que podáis superar las dificultades que os serán suscitadas, comprometiéndoos a propósito a tomar ciertas medidas propias para activar en vuestra vida el movimiento renovador a que se dirige el Espiritismo. Vuestro amigo Demeure, unido al Espíritu de Verdad, os será un auxilio más útil todavía. Es más sabio y lúcido que yo. Pero como sé que la asistencia de los buenos espíritus os fortifica y sostiene en vuestra obra, creed que la mía os la ofrezco siempre y por todas partes.

P. Se podría deducir de algunas de vuestras palabras que no prestaréis una cooperación personal muy activa a la obra del Espiritismo.

R. Os engañáis. Pero veo tantos otros espíritus más capaces que yo para tratar esta importante cuestión, que un sentimiento invencible de timidez me impide, por el momento, responderos según vuestros deseos. Puede ser que esto suceda, y entonces tendré más ánimo y atrevimiento, pero es preciso que antes lo conozca mejor. No hace más que cuatro días que he muerto. Estoy aún bajo la impresión del encanto, del deslumbramiento que me rodea. Amigo mío, ¿no lo comprendéis?. No soy capaz de expresar las nuevas sensaciones que experimento. He debido obligarme para volver en mí de la fascinación que ejercen sobre mi ser las maravillas que admiro. No puedo hacer otra cosa sino bendecir y adorar a Dios en sus obras. Pero esta situación pasará. Los espíritus me aseguran que pronto estaré acostumbrada a todas estas magnificencias, y que podré entonces con mi lucidez de espíritu tratar todas las cuestiones relativas a la renovación terrestre. Además de esto debéis considerar que en este momento, sobre todo, tengo una familia que consolar. Adiós y hasta luego. Vuestra buena amiga que os ama y os amará siempre, maestro mío, porque sois vos a quien he debido el único consuelo perdurable y verdadero que he conocido en la Tierra.

Viuda de Foulon

Extraído del libro “El cielo y el infierno”Allan Kardec

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¿POR QUÉ CREO EN LA INMORTALIDAD?


Hace muchos siglos, Cícerón escribió: hay en el espíritu de los hombres, no sé porque, un cierto presagio de una existencia futura, la cual crea raíces profundas en los mayores genios y en las almas más sublimes.”
Hellen Keller, escritora, conferencista y consejera de la Fundación Americana de los Ciegos, declaró: “El hecho de ser ciega y sorda para el mundo material me ayuda a desenvolver la conciencia del mundo invisible, espiritual.  Conozco  a mi amigos no por la apariencia física, sino por su espíritu.
      Gracias a eso, la muerte  no me separa de aquellos que amo. El cualquier momento puedo traerlos  cerca de mí,  con el fin de alegrar mi soledad. Por tanto, para mi no hay muerte en el sentido de la cesación de la vida.
Los que ven acostumbran  a confiar exclusivamente en lo que ven. Cuando un ente querido muere  y deja de ser visto, pierden el contacto con él.
Tengo   embotado el sentido de lo visible, al paso que el sentido interior  me proporciona la visión de lo invisible.
Cuando vagueo por la oscuridad, deparando con dificultades, tengo conciencia de voces animadoras que murmuran en el mundo del espíritu.  Emparedada en el silencio y en las tinieblas poseo la luz que me dará la visión mil veces más clara  cuando la muerte me puso en  libertad.”
¡El teólogo y filosofo inglés, Hames Matineau dijo, cuando conmemoraba sus 80 años: “como fue reducida la parte del trabajo de  mi vida que conseguí ejecutar!
“Nada es tan claro como esto: la vida en la Tierra, aun la más plenamente vivida, es apenas un fragmento. Así, la vida intelectual y espiritual del hombre en la Tierra no es un círculo perfecto  y completo, sino una parábola que cada vez más se extiende  al infinito.
Esta tierra no nos da a beber de la copa hasta el final de la vida. Nos permite sólo un sorbo de amor, la belleza, el carácter y la verdad."
“Si la muerte es el fin de todo, el trofeo está, por así decir, irónicamente apartado de nosotros. Un Dios digno de confianza no procedería así."
Hornell Hart, profesor emérito de sociología en la Universidad de Duke, así se expresó en los años 60: “Mi creencia personal de la inmortalidad ha sido inconmensurablemente  fortalecida por la investigación física. Esa investigación, hace más de 75 años, esclareció una cuestión que me afligió por largo espacio de tiempo: “el yo, el Espíritu, el alma, ¿sobrevive a la muerte?
“Más de 3 millones de experiencias, como las efectuadas en la Universidad de Duke, por el Dr. Joseph Banks Rhine, y en otros lugares, demostraron que el Espíritu humano puede funcionar independientemente del espacio y tiempo,  tal como nosotros lo entendemos.”
“El Hecho de poder observar nuestra conciencia   y operar separadamente del cerebro  y del organismo material refuerza mi creencia en que el alma transciende al cuerpo.”
Esas anotaciones demuestran que la inmortalidad y la  individualidad del alma, bien como su consecuente evolución infinita, són una necesidad lógica para todos aquellos que creen en un Dios sabio y justo.

                     ¿Usted sabía?


Que el Dr. Charles Richet,, premio Nobel de Fisiología en 1913 y creador de la Metapsíquica, investigó, por largo tiempo, los fenómenos de apariciones tangibles  de personas ya fallecidas?
El pudo observar y conversar con esos espíritus, materializados, obteniendo de ellos informaciones valiosas acerca de la vida después de la muerte.
Sus principales obras en esa materia fueron: “Tratado de Metapsíquica”, “El Sexto sentido”, “El futuro de la Premonición” Y “La Gran Esperanza”.

Redacción de Momento Espirita 


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        LA CARNE ES DÉBIL

(Este estudio se ha publicado en la Revue Spirite de París, en 1869, y por consiguiente no pertenece a las Obras Póstumas. Lo incluimos aquí por su importancia
-Sociedad Anónima Propagadora del Espiritismo)



Hay pensamientos viciosos que evidentemente son inherentes al Espíritu,porque tienden más a lo moral que a lo físico: otros más bien parecen la consecuencia del organismo y por esta razón, se cree que en ellos hay menos responsabilidad. Tales son las predisposiciones a la cólera, a la malicie, a la sensualidad, etc.
Esta perfectamente reconocido hoy por los filósofos espiritualistas que los órganos cerebrales, correspondiendo a las diversas aptitudes, deben su desarrollo a la actividad del Espíritu; que este desarrollo es, pues, un efecto y no una causa.
Un hombre no es músico porque tiene la protuberancia de la música, sino que tiene la protuberancia de la música porque su Espíritu es músico.
Si la actividad del Espíritu obra sobre el cerebro, debe obrar igualmente sobre las demás partes del organismo. El Espíritu es así el artista de su propio cuerpo, que amolda, por decirlo así, con objeto de apropiarlo a sus necesidades y a la manifestación de sus tendencias. Dado esto, la perfección del cuerpo en las razas adelantadas sería el resultado del trabajo del Espíritu, que perfecciona su organismo a medida que aumenta sus facultades. (El Génesis según el-Espiritismo,Cáp. II; Génesis Espiritual).
Por una consecuencia natural de este principio, las disposiciones morales del Espíritu deben modificar las cualidades de la sangre, darle más o menos actividad, provocar una secreción más o menos abundante de bilis o de otros fluidos. Así es,por ejemplo, como el glotón se siente venir la saliva o, como vulgarmente se dice,el agua a la boca, al ver un manjar apetitoso. No es el manjar quien puede sobrexcitar el órgano del gusto, puesto que no hay contacto: es, pues, el Espíritu,cuya sensualidad se ha despertado, quien obra por el pensamiento sobre este órgano, mientras que la vista de este manjar no produce efecto alguno .en otro Espíritu. Lo mismo sucede con todos los apetitos, con todos los deseos provocados por la vista.
La diversidad de las emociones no puede explicarse en muchos casos sino por la diversidad de las cualidades del Espíritu. Tal es la razón por que una persona sensible vierte fácilmente lágrimas: no es la abundancia de las lágrimas la que da la sensibilidad al Espíritu, sino la sensibilidad del Espíritu es la que provoca la secreción abundante de lágrimas. Bajo el imperio de la sensibilidad se ha modelado el organismo sobre esta disposición normal del Espíritu, como se ha modelado sobre la del Espíritu glotón.
Siguiendo este orden de ideas, se comprende que un Espíritu irascible debe infundirse en un temperamento bilioso: de donde se deduce que un hombre no es colérico porque es bilioso, sino que es bilioso porque es colérico. Lo mismo sucede con todas las demás disposiciones instintivas. Un Espíritu débil e indolente dejará a su organismo en un estado de atonía en relación con su carácter, en tanto que si es activo y enérgico, dará a su sangre y a sus nervios cualidades completamente distintas. La acción del Espíritu sobre el físico es de tal modo evidente, que se ve con frecuencia producirse por el efecto de violentas conmociones morales grandes desórdenes orgánicos. La expresión vulgar: La emoción le ha vuelto la sangre, no es tan desnuda de sentido como pudiera creerse; luego, ¿Quién ha podido volver la sangre sino las disposiciones morales del Espíritu?
Este efecto es sensible, especialmente en los grandes dolores, las grandes alegrías y los grandes sustos, cuya reacción puede hasta causar la muerte. Se ven gentes que mueren de miedo de morir; ¿que relación existe, pues, entre el cuerpo del individuo y el objeto que causa su espanto, objeto que, con frecuencia, no tiene realidad alguna? Se dice: es efecto de la imaginación: sea; pero, ¿que es la imaginación sino un atributo, un modo de sensibilidad del Espíritu? Difícil parece atribuir la imaginación a los músculos y a los nervios, porque entonces no se explicaría por que estos músculos. Y estos nervios no tienen siempre imaginación; por que no la tienen ya después de la muerte; por que lo que en unos causa un espanto mortal, excita el valor en otros, etc.
De cualquier sutileza que se use para explicar los fenómenos morales por las solas propiedades de la materia, se cae inevitablemente en un laberinto, en cuyo fondo se percibe, en toda su evidencia y como única solución posible, el ser espiritual independiente, para quien el organismo no es sino un medio de manifestación, como el piano es el instrumento de las manifestaciones del pensamiento del músico. Del mismo modo que el músico armoniza su piano, puede decirse que el Espíritu armoniza su cuerpo para ponerlo al diapasón de sus disposiciones morales.
Es curioso, en verdad, ver al materialismo hablar incesantemente de la necesidad de levantar la dignidad del hombre, cuando se esfuerza por reducirlo a un pedazo de carne que se pudre y desaparece sin dejar ningún vestigio; reivindicar para él la libertad como un derecho natural, cuando le considera solo un mecanismo sin responsabilidad de sus actos.
Con el ser espiritual independiente, preexistente y sobreviviendo al cuerpo, la  responsabilidad es absoluta; pues, para la mayoría, el primero, el principal móvil de la creencia en la nada, es el espanto que causa esta responsabilidad, fuera de la ley humana, y a la cual creen escapar cerrando los ojos. Hasta hoy ninguna buena definición tenía esta responsabilidad: no era mas que un terror vago, fundado, es preciso reconocerlo, en creencias no siempre admisibles por la razón: el Espiritismo la demuestra como una realidad patente, efectiva, sin restricción, como una consecuencia natural de la espiritualidad del ser; por eso ciertas gentes tienen miedo al Espiritismo, que les turbaría en su inquietud, colocando frente a ellos el terrible tribunal del porvenir. Probar que el hombre es responsable de todos sus actos, es probar su libertad de acción, y probar su libertad, es elevar su dignidad.
La perspectiva de la responsabilidad fuera de la ley humana es el elemento moralizador más poderoso; a este fin conduce el Espiritismo por la fuerza de las cosas.
Según las precedentes .observaciones fisiológicas, puede, pues, admitirse, que el temperamento es, en parte al menos, determinado por la naturaleza del Espíritu, que es causa y no es efecto. Decimos en parte, porque hay casos en que el físico influye evidentemente sobre lo moral; por ejemplo, cuando un estado mórbido o anormal esta determinado por una causa externa accidental,independiente del Espíritu, como la temperatura, el clima, los vicios hereditarios de constitución, un mal pasajero, etc. La moral del Espíritu puede entonces estar afectada en sus manifestaciones por el estado patológico, sin que su naturaleza intrínseca sea modificada.
Excusarse de las malas acciones por la debilidad de la carne, no es, pues, más que un pretexto para escapar a la responsabilidad. La carne no es débil sino porque el Espíritu es débil, lo que cambia la cuestión y deja al Espíritu la responsabilidad de todos sus actos. La carne, que no tiene pensamiento ni voluntad, no prevalece nunca sobre el ser pensador y que quiere; el Espíritu es quien da a la carne las cualidades correspondientes a sus instintos, como un artista imprime a su obra material el sello de su genio. El Espíritu, libre de los instintos de la bestialidad, se amolda un cuerpo que ya no es un tirano para sus aspiraciones hacia la espiritualidad de su ser: entonces es cuando el hombre come para vivir, porque vivir es una necesidad, pero no vive ya para corner.
La responsabilidad moral de los actos de la vida, queda, pues íntegra; pero la razón dice que las consecuencias de esta responsabilidad deben ser proporcionadas al desarrollo intelectual del Espíritu; cuanto más ilustrado, le es menos excusable, porque con la inteligencia y el sentido moral nacen las nociones del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto. El salvaje, muy próximo todavía a la animalidad, que cede al instinto del bruto comiéndose a su semejante, es, sin duda,menos culpable que el hombre civilizado que comete simplemente una injusticia.
También en la medicina encuentra esta ley su aplicación y da la razón del mal éxito de aquella en ciertos casos. Desde el momento que el temperamento es un efecto y no una causa, los esfuerzos intentados para modificarlo pueden ser paralizados por las disposiciones morales del Espíritu, que opone una resistencia inconsciente y neutraliza la acción terapéutica. Es, pues, preciso obrar sobre la causa principal: si se consigue cambiar las disposiciones morales del Espíritu, el temperamento se modificará él mismo bajo, el imperio de una voluntad diferente o, por lo menos, la acción del tratamiento médico será secundada en vez de ser contrarrestada. Dad, si es posible, valor al poltrón y veréis cesar los efectos fisiológicos del miedo: lo mismo sucede con las demás disposiciones.
Sin embargo, ¿se dirá, el médico del cuerpo, puede hacerse médico del alma?
¿Está en sus atribuciones hacerse el moralizador de sus enfermos? Si,indudablemente, hasta cierto punto; es hasta un deber que un buen médico no desatiende nunca, desde el instante que ve en el estado del alma un obstáculo al restablecimiento de la salud del cuerpo; lo esencial es aplicar el remedio moral con prudencia, tacto y oportunidad, según las circunstancias. Desde este punto de vista, su acción es forzosa- mente circunscrita, porque, además de no tener el médico sobre el enfermo más que un ascendiente moral, una transformación del carácter es difícil en cierta edad: a la educación primera es a quien incumbe esta clase de cuidados. Cuando desde la cuna la educación se dirija en este sentido, cuando se trate de ahogar en su germen las imperfecciones morales, como se
hace para las imperfecciones físicas, el médico no encontrará ya en el temperamento un obstáculo contra el cual es impotente su ciencia las mas de las veces.
Este es, como se ve, todo un estudio pero un estudio completamente estéril,en tanto que no se cuide de la acción del elemento espiritual en el organismo.
Participación incesantemente activa del elemento espiritual en los fenómenos de la vida: tal es la clave de la mayor parte de los problemas contra los que se estrella la ciencia; cuando la ciencia haga tener en cuenta la acción de este principio, verá abrirse ante ella horizontes completamente nuevos. El Espiritismo demuestra esta verdad.

A. Kardec
              
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