Una lección de escritura dada por un Espíritu
En general los Espíritus no son maestros en caligrafía, porque la escritura a través del médium no brilla comúnmente por su elegancia; el Sr. D…, uno de nuestros médiums, ha presentado en este aspecto un fenómeno excepcional: el de escribir mucho mejor bajo la inspiración de los Espíritus que bajo la propia.
Su escritura normal es muy mala (de la cual no se envanece diciendo que es la de los grandes hombres); toma un carácter especial, muy distinto – según el Espíritu que se comunica – y la misma se reproduce constantemente con el mismo Espíritu, pero siempre más nítida, más legible y más correcta; con algunos es una especie de escritura inglesa, realizada con una cierta audacia. Uno de los miembros de la Sociedad, el Dr. V…, tenía la idea de evocar a un calígrafo distinguido, como asunto de observación desde el punto de vista de la escritura. Él conocía a uno, llamado Bertrand, fallecido hace aproximadamente dos años, con el cual tuvimos, en otra sesión, la siguiente conversación:
1. A la fórmula de evocación, respondió:
-Estoy aquí.
2. ¿Dónde estabais cuando os hemos evocado?
– Resp. Ya estaba cerca de vosotros.
3. ¿Sabéis con qué objetivo principal os hemos rogado venir?
– Resp. No, pero deseo saberlo.
Nota – El Sr. Bertrand, Espíritu, está aún bajo la influencia de la materia, como se lo podía suponer por su vida terrestre; se sabe que esos Espíritus son menos aptos para leer el pensamiento que aquellos que están más desmaterializados.
4. Desearíamos que aceptaseis reproducir a través del médium una escritura caligráfica que tuviera el carácter de aquella que teníais cuando encarnado; ¿lo podéis hacer?
– Resp. Lo puedo.
Nota – A partir de esta palabra, el médium – que no se rige por las reglas enseñadas por los profesores de escritura – tomó, sin percibirlo, una posición correcta, tanto del cuerpo como de la mano: todo el resto de la conversación fue escrito como el fragmento cuyo facsímile reproducimos. Como punto de comparación, damos arriba la escritura normal del médium.
5. ¿Recordáis las circunstancias de vuestra vida terrestre?
– Resp. Algunas.
6. ¿Podríais decirnos en qué año habéis muerto?
– Resp. He muerto en 1856.
7. ¿Con qué edad?
– Resp. Con 56 años.
8. ¿En qué ciudad vivíais?
– Resp. En Saint-Germain.
9. ¿Cuál era vuestro género de vida?
– Resp. Trataba de satisfacer mi cuerpo.
10. ¿Os ocupabais un poco con las cosas del otro mundo?
– Resp. No lo suficiente.
11. ¿Os lamentáis por no ser más de este mundo?
– Resp. Lamento no haber empleado lo suficientemente bien mi existencia.
12. ¿Sois más feliz que en la Tierra?
– Resp. No, sufro por el bien que no hice.
13. ¿Qué pensáis del porvenir que os está reservado?
– Resp. Pienso que he de necesitar toda la misericordia de Dios.
14. ¿Cuáles son vuestras relaciones en el mundo donde estáis?
– Resp. Relaciones lastimeras e infelices.
15. Cuando volvéis a la Tierra, ¿hay lugares que frecuentáis con preferencia?
– Resp. Busco a las almas que se compadecen de mis penas o que oran por mí.
16. ¿Veis tan claramente las cosas de la Tierra como cuando estabais encarnado?
– Resp. Prefiero no verlas; si lo hiciera, sería eso también una causa de disgustos.
17. Se dice que cuando encarnado erais muy poco tolerante; ¿es verdad?
– Resp. Era muy violento.
18. ¿Qué pensáis del objeto de nuestras reuniones?
– Resp. Bien que hubiera gustado conocerlas en vida; me hubieran hecho mejorar.
19. ¿Veis a otros Espíritus como vos?
– Resp. Sí, pero estoy muy confundido delante de ellos.
20. Rogamos a Dios para que os ayude en su santa misericordia; los sentimientos que acabáis de expresar deben haceros encontrar piedad ante Él, y no dudamos que ayuden a vuestro adelanto.
– Resp. Os agradezco; Dios os proteja; ¡bendito sea Él por esto! Mi turno también llegará; así lo espero.
Nota – Las enseñanzas proporcionadas por el Sr. Bertrand, Espíritu, son perfectamente exactas y están de acuerdo con el género de vida y el carácter que se le conocía; solamente al reconocer su inferioridad y sus errores, su lenguaje es más serio y más elevado del que se podía esperar; esto nos prueba, una vez más, la penosa situación de aquellos que están demasiado apegados a la materia en este mundo. Es así que hasta los Espíritus inferiores nos dan a menudo útiles lecciones de moral con el ejemplo.
Allan Kardec
Revista Espirita 1858
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DESCUBRIENDO COSAS DEL MUNDO ESPIRITUAL
Los
más grandes sabios de la antigüedad, conocían ya las relaciones
con el mundo espiritual aunque aun no conocían el Espiritismo.
El
alma humana, está ligada continuamente a una sociedad toda
inmaterial, actúa con el Mundo Espiritual y recibe de ese mundo
impresiones que, como hombre no percibe mientras el orden perfecto no
esté establecido.
Solo
después de la muerte somos seres espirituales, el periespíritu se
puede separar del cuerpo Material, aunque por poco tiempo.
No
se muere, y todos los que llamamos muertos continúan viviendo.
La
relación de nuestro periespíritu con el Mundo Espiritual es más
frecuente de lo que podemos imaginar, principalmente cuando estamos
adormecidos. Durante la vida terrenal, somos espíritu y actuamos
como espíritu, realizando una especie de espiritismo ignorado. En
ese invisible intercambio con el mundo espiritual, recibimos
pensamientos elevados y aclaraciones, los cuales solemos denominar
inspiraciones, intuición etc.
Es
una especie de Espiritismo ejercido inconscientemente.
Todos
los espiritistas gozan de excelente salud, si se guían por la
enseñanza de los espíritus. Los espíritus nos aconsejan
indefectiblemente, una vida moral. Un espíritu sano responde por un
cuerpo sano.
Las
apariciones de los fallecidos, en nuestro mundo, se realizan,
ciertamente, por el mucho amor que nos dedican.
Vienen
a avivar en nosotros la fe y la esperanza de que nos encontraremos en
un futuro próximo. Nosotros nos admiraremos cuando despertemos en el
más allá.
Muchos
de los que creen en la inmortalidad, se suponen que somos abandonados
en una eterna oscuridad. Eso no tiene lógica alguna. Cada uno de
nosotros será recibido por seres espirituales, nuestros parientes y
amigos, que nos llevan junto a ellos. Morir aquí es nacer en el Más
Allá.
La
bibliografía espiritista es inmensa, hay una gran literatura a
disposición y alcance de todos al relacionarse el Espiritismo muy
cerca con casi todas las ciencias, nos aclara muchos enigmas, ayuda a
hacerlos más comprensibles.
El
Espiritismo, ha traído una infinidad de hechos a la luz del día. El
nos ha facilitado los conocimientos de que el Hombre está dotado de
un espíritu inmortal, y la vida terrena es una especie de escuela
preparatoria.
El
hombre percibe sus deberes por un instinto sentimental, como por la
intuición que los Espíritus Guías le transmiten. Del cumplimiento
de esos deberes, dependen su progreso y su felicidad. Cumpliendo con
sus deberes se desenvuelven en él fuerzas espirituales. Y, más,
cada vez más, comprende cómo y dónde puede encontrar su
verdadera felicidad.
La
existencia en la Tierra, es apenas una fracción mínima de la vida.
Siempre y siempre, son buenos los resultados del buen proceder. Los
buenos actos siguen al frente del espíritu y captan intuiciones
puras y elevadas. Así, cuando el espíritu penetra en la esfera
superior, es bien recibido y pasa de continuo a ser auxiliado, en el
sentido de proseguir en su propio progreso. Todas las vidas que
hemos vivido y que viviremos son una existencia sola. Es una
evolución continua, de grado en grado, para la sublimación.
Las
leyes son eternas e inmutables, todo lo rigen, influencian a todos
los seres, sin excepción, para el bien. No hay seres privilegiados.
Nadie es castigado por los errores cometidos que no puede evitar.
Justicia eterna, amor eterno, es lo que impera.
Debemos
recordar el deber para con Dios, el deber para con el prójimo y el
deber para con nosotros mismos, teniendo en cuenta el espíritu y el
cuerpo.
Por
el mecanismo de la reencarnación, el ser astral trae consigo, en su
regreso a la Tierra, sus antiguas conquistas. Recorre otra vez los
años terrestres y, si es sabio, aprovecha al máximo las
oportunidades que le son ofrecidas. Es como el alumno que va siendo
transferido a clases más y más elevadas, pero siempre que sea
aprobado. Si fue haragán y le falto buena voluntad, volverá a
repetir el curso, hasta terminarlo con distinción.
No
siempre el ser astral regresa a la Tierra para rectificar errores
cometidos o para repetir lecciones mal aprendidas. Los hay que,
espontáneamente, se ofrecen para el retorno: son los misioneros.
De
nuevo en la Tierra, se distribuyen entre los más diversos sectores
de la experiencia humana, como guías, misioneros del bien y del
amor, del saber y de la ejemplificación.
Guían
a los grupos humanos y los animan, estimulándoles el progreso
espiritual. Son como los profesores de instrucción superior que van
a dar clase a los alumnos ya iniciados en el saber, para enseñarlos
y hacerlos progresar.
Son
entidades como Buda, Rafael, Confucio, Galileo, Euler, etc. Seres
privilegiados que aceptaron venir a la Tierra sacrificándose, por su
amor a la Humanidad y por el deseo de hacerla progresar y mejorar.
En
el más allá, cada uno de nosotros, vamos a ocupar el lugar que
merecemos.
De
acuerdo con nuestra elevación moral, alcanzaremos nuestro bien.
Nuestro procedimiento en la Tierra, es la balanza que determina
nuestro valor en el Más Allá. Es por eso que, incesantemente, los
espíritus y el Espiritismo pregonan el cumplimiento de los deberes,
la acumulación de los valores morales, el perfeccionamiento
espiritual.
El
que huye de estos imperativos, paraliza su propio progreso.
Cada
conquista del ser astral, es la ganancia que se obtiene a costa de
arduos trabajos, ya que nada nos es regalado. Cuando dejamos de hacer
algo en una existencia física, volvemos a la Tierra para realizarlo,
y tal vez, con el agravante de colocarnos en dificultades mayores,
como consecuencia de la implicación que guardamos los unos para con
los otros, para quien comprende el Espiritismo, hay siempre buena
voluntad y alegría para enfrentar los deberes y las dificultades,
pues eso representa nuestra ascensión.
Muchos
sonámbulos o médiums se resisten a regresar del trance, las
maravillas y las bellezas que contemplan cuando están en trance los
atraen irresistiblemente hacia las armonías celestiales.
Al
despertar se quejan de la oscuridad existente en la sala y se
muestran tristes. Es que ven las bellezas para las cuales nuestro
ojo físico está ciego. El Más Allá, no dista tanto de nosotros,
como mucha gente imagina. El Más Allá, en realidad, comienza en
donde acaba el “Aquí” Y se extiende hasta donde no podemos
comprender: Dios en su infinita sabiduría, creo el infinito para que
la vida lo pueble.
Pero, con nuestros groseros
sentidos, con nuestra tibia comprensión, no podemos alcanzar esos
objetivos. Nuestros ojos ven puntos luminosos a los cuales llamamos
estrellas y apenas podemos decir que son soles de otros mundos
esparcidos por lo inmensurable.
Como
todos los seres vivos son de naturaleza cósmica, también son
etéreos y es por eso que el inmenso espacio etérico nos pertenece,
es nuestro elemento, nuestra verdadera patria, en donde encontramos
la plenitud de nuestra felicidad. En verdad, es nuestro hogar. La
Tierra es una simple estación durante un gran viaje. Como seres
materializados que somos, no podemos imaginárnosla. Nuestra
comprensión no va más allá de la materia de que está hecho
nuestro cuerpo y lo que nos rodea.
Los
científicos físicos, quieren probar que la materia no existe, que
ella se reduce a la sustancia etérea. Así, llegamos a comprender
que, aun nuestra casa planetaria, la Tierra, no es otra cosa que una
densidad astral, que también ella es una materialización. Las
últimas novedades sobre la radioactividad, nos convencen de que la
materia se forma como resultado de inmensas velocidades y ciclones
del éter.
La
doctrina espirita avanza, dilata sus fronteras, vence a sus
opositores, está presta a probar que el cuerpo es un producto del
espíritu.
Las
confusiones y las incertidumbres se acabaron. El Espiritismo es
sencillo y cristalino. Con el vemos la vida y el Mundo bajo una nueva
y viva luz.
Trabajo realizado por Merchita
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RAZÓN O CORAZÓN
El Espiritismo enseña que todos los Espíritus son creados por Dios en estado de ignorancia y simplicidad.
Ellos poseen el embrión de todas las virtudes. Más necesitan de las experiencias de la vida para desenvolver su infinito potencial.
En el universo no hay privilegios o injusticias. Cada cual ocupa una posición adecuada a su estado evolutivo y a sus necesidades de aprendizaje.
En la jornada para la plenitud, las alas del conocimiento y de la moralidad gradualmente despuntan en toda criatura.
Aunque hoy parezca un pervertido adquirirá la máxima pureza. Todo es una cuestión de tiempo y de esfuerzo. La criatura que parece privilegiada por la vida, en verdad trabajo más su interior.
Tal vez sea más vieja que los demás, por haber sido creada antes. Más ciertamente ya trabajó mucho. Al final, el mero pasar del tiempo enseña poco. Es lo que ocurre en una escuela. De nada adelanta ser más viejo que los demás de la clase. Si no aprende la lección, no es aprobado para la etapa siguiente.
La Angelitud es un estado de conciencia de quien mucho sabe y quien mucho ama.
Frecuentemente se oye hablar de embates entre la razón y el sentimiento.
En cara a determinada situación, la criatura no sabe qué rumbo tomar.
Su corazón ansia determinada solución, más la razón apunta para otra salida.
Ese género de duda revela la poca comprensión que aun tenemos de la finalidad de la vida.
Nadie nace para pasear o para realizar fantasías.
Todos traemos una programación para cumplir, que invariablemente visa nuestra evolución, o nuestro perfeccionamiento.
El objetivo de nuestra vida siempre será el desarrollar el ángel que reside en nosotros.
Ese objetivo se identifica con la adquisición de la sabiduría y del amor. Ocurre que el amor no es sinónimo de deseo. Esa sublime energía rige el universo. Ella despierta en nosotros el ideal de auxiliar al prójimo para ser feliz.
Más la razón nos dice que la felicidad depende del deber cumplido. Nadie puede ser genuinamente feliz con la conciencia pesada. Así, el corazón y la razón nunca entran en contradicción, para quien comprende su real papel cara a la vida.
Nuestros amores no nos pertenecen. Ellos son hijos del divino padre, que los creó para una meta transcendente y maravillosa. Nuestro papel es el de ayudarlos atender esa meta tan sublime. Amar no implica ser connivente o librar al prójimo del trabajo que le compete.
Amar no significa mantener al ser amado a nuestro lado, cuando el desea vivir otras experiencias. Amar es auxiliar a ser feliz, a ser mejor, a crecer para Dios.
La razón lucida ilumina y dirige el corazón. El corazón que aprendió a amar suaviza y dulcifica el raciocinio.
La sabiduría y el amor son dos energías que se complementan, en la perfecta armonía de la vida.
Ni determinaciones duras e implacables, ni connivencia con equívocos o sentimentalismos.
Quien ama y sabe, educa y ampara.
Calienta, más libera.
Portado por Marco Aurelio Rocha
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