jueves, 16 de octubre de 2014

El problema religioso en el Espiritismo


                                 
                       EL PROBLEMA RELIGIOSO EN EL                           LIBRO DE LOS ESPÍRITUS


La índole religiosa de El Libro de los Espíritus resalta desde sus páginas iniciales. Como ya vimos, Kardec lo inaugura con la definición de Dios. Pero el Dios espírita no es antropomorfo, no se trata de un ser formado a imagen y semejanza del hombre, como el de las religiones. A este respecto, la definición espiritista resulta terminante: “Dios es la inteligencia suprema, causa primera de todas las cosas”. 
Así como para Spinoza es Dios la sustancia infinita, para Kardec es la inteligencia infinita. Pero, del mismo modo que se han equivocado aquellos que confundieron la sustancia spinociana con el Universo, así también se engañan los que confunden la inteligencia infinita con el hombre finito, y la religión espírita con los formalismos religiosos. 
En efecto, los atributos de Dios no se confunden con los precarios atributos humanos: Él es eterno, inmutable, inmaterial, único, todopoderoso, soberanamente justo y bueno. No se confunde Dios con el Universo, puesto que es el Creador y mantenedor de éste. Sin embargo, cuando trata de la justicia de Dios vemos a Kardec empleando terminología antropomórfica, en que habla de penas y recompensas, y que ha dado hincapié para que se afirme que el Dios espírita es similar al de las religiones. 
     La explicación de este hecho, que a primera vista parecería contradictorio, figura en el parágrafo 10 del Capítulo Primero:  “¿Puede el hombre comprender la naturaleza íntima de Dios? – No. Le falta un sentido para ello”. Y de inmediato viene la explicación de Kardec al respecto. Más adelante, en el párrafo 13, encontramos la respuesta de que los atributos de Dios, a que antes nos referíamos, son tan sólo una interpretación humana, aquello que el hombre en su actual estadio de evolución puede concebir en lo que atañe a Dios. Por tanto, Kardec se vale, para tratar acerca de Dios, del lenguaje que podemos emplear, de una manera que resulte comprensible. No es que esté humanizando a Dios, sino que lo pone tan sólo al alcance del entendimiento humano. 
     No obstante, la suprema naturaleza de Dios, en cuanto inteligencia infinita y causa primaria, es siempre preservada. Lo comprobamos en todo el Capítulo Primero y en otros muchos pasajes del libro. En el capítulo en que se refiere al panteísmo, toda confusión entre Creador y Creación ha sido descartada. El Dios espiritista no es antropomorfo, pero tampoco es panteísta. Por lo demás, El Libro de los Espíritus torna de inmediato prohibitivo el camino a las especulaciones ilusorias e imaginativas sobre la naturaleza de Dios. 
   Visto que falta al hombre el medio para comprenderlo, en vano será intentar su definición mediante hipótesis ingenuas o audaces. Tal lo que vemos en el parágrafo 14 del Capítulo Primero, al establecerse un principio que defiende de manera absoluta la posición del Espiritismo frente al problema, separándolo definitivamente de todas las escuelas de teología especulativa o de ocultismo, de cualquier especie que fueren. Transcribimos ese fragmento básico en su francés original, pudiendo el lector encontrar su traducción a renglón seguido: 
[“Dios existe, y no podéis dudar de ello. Esto es lo esencial. Creedme, no vayáis más allá. No os extraviéis en un laberinto del que no podríais salir. Esto no os haría mejores, sino quizá un tanto más orgullosos, debido a que creeríais saber y en rigor de verdad nada sabríais. Así pues, dejad a un lado todos esos sistemas. Bastantes cosas tenéis que os tocan más directamente, empezando por vosotros mismos. Estudiad vuestras propias imperfecciones a fin de desembarazaros de ellas; esto os resultará más útil que querer penetrar lo impenetrable”.] 
     Dios, como inteligencia infinita o suprema, es lo que es. No ofrece asidero para especulaciones ociosas o definiciones imaginativas. El hombre debe mantenerse dentro de los límites de sí mismo, preocuparse por sus imperfecciones, mejorar… Le basta con saber que Dios existe y que es justo y bueno. De esto el ser humano no puede dudar, pues “por la obra se conoce al obrero”, y la Naturaleza misma atestigua la existencia de Dios, su propia conciencia le está diciendo que Él existe y la ley general de la evolución comprueba su justicia y bondad.           Afirmaba Descartes que Dios está en la conciencia del hombre como la marca del obrero en su obra. Los Espíritus confirman ese principio, pero van más allá, mostrando que la marca del obrero se encuentra en todas las cosas, en la Naturaleza entera. La negación de Dios es, para el Espiritismo, como la negación del Sol. El ateo, el descreído, no es un condenado, un pecador irremisible, sino un ciego cuyos ojos pueden ser abiertos, y en verdad lo serán… Porque Dios es necesariamente existente, según el principio cartesiano. Nada puede entenderse sin Dios. Él constituye el centro y la razón de ser de todo cuanto existe. Sacar a Dios del Universo sería como eliminar el Sol de nuestro sistema planetario: un simple absurdo. 
     Pero, el hecho de que no posea forma humana, de que no se asemeje al hombre en lo que toca a la constitución física de éste, no se sigue que Dios esté distante del ser humano y sea indiferente a él. El Dios espiritista se parece al aristotélico por su poder de atracción, pero se aleja de él en cuanto a la indiferencia con respecto al Cosmos. Porque Dios es providencia y amor, es el Creador y Padre de todo y de todos. 
     El Universo se define en una tríada, similar a las tríadas druídicas: Dios, espíritu y materia. Lo vemos en el párrafo 27, cuando Kardec pregunta si existe dos elementos generales, el espíritu y la materia, y los Espíritus le responden: . [“Sí, y por encima de todo está Dios, el Creador y Padre de todo. Esas tres cosas constituyen el principio de cuanto existe, la trinidad universal”.] La materia, empero, no es sólo el elemento palpable, pues hay en ella el fluido universal, su lado fluídico, que desempeña el rol de intermediario entre el plano espiritual y el propiamente material. 

     Ante esa concepción surge un problema de carácter teológico y escriturístico. Si Dios no se asemeja al hombre, ¿cómo interpretar el pasaje bíblico según el cual Él creó al hombre a su imagen y semejanza? La explicación se provee en el parágrafo 88, cuando Kardec pregunta sobre el hombre extrae de ellos falsas conclusiones, porque puede abusar de todo, aun de lo más elevado”.] 
     Kardec corrobora la tesis de los Espíritus: el materialismo constituye una aberración de la inteligencia. Esto es lo que nos manifiesta al principio de su comentario: . [“Por una aberración de la inteligencia hay personas que sólo ven en los seres orgánicos la acción de la materia y relacionan con ella todos nuestros actos”.] 
     Y así prosigue el libro, todo él impulsado por el soplo del Espíritu, penetrado por el sentimiento religioso y, más particularmente, por el sentido cristiano de ese sentimiento. Cuando en el párrafo 625 pregunta Kardec cuál es el tipo humano más perfecto que Dios haya ofrecido al hombre para que le sirva de guía y modelo, la respuesta que se le da es categórica: “Ved a Jesús”. Y Kardec comenta entonces: [“Es Jesús para el hombre el arquetipo de la perfección moral a que puede aspirar la humanidad en la Tierra. Dios nos lo ofrece como el modelo más perfecto, y la doctrina que ha enseñado es la más pura expresión de su ley, porque estaba animado del Espíritu divino y fue el Ser más puro que haya aparecido en la Tierra”.] 
     La religión espiritista se traduce en espíritu y verdad. Lo que a Dios interesa no es la precaria exterioridad de los ritos y del culto convencional, casi siempre vacío, sino el pensamiento y el sentimiento del hombre. La adoración de la Divinidad constituye una ley natural, como lo es la ley de gravedad. El hombre gravita hacia Dios, del modo mismo que la piedra gracia hacia la Tierra y ésta hace lo propio alrededor del Sol. Pero las manifestaciones externas de la adoración no resultan necesarias. 
     En el párrafo 653 hallamos la clara respuesta de los Espíritus sobre este tópico:  “La verdadera adoración está en el corazón. En todas vuestras acciones, pensad siempre que un Maestro os observa. Se condena la vida contemplativa, por ser inútil, así como la monástica, puesto que Dios no quiere el cultivo egoísta del sentimiento religioso, sino la práctica de la caridad, la experiencia viva y constante del amor por medio de las relaciones humanas.
El Libro de los Espíritus no deja a un lado la cuestión del culto religioso. El hombre, que hacia Dios gravita, es un Ser religioso por naturaleza, que necesita manifestar su religiosidad. Y tal manifestación se opera en las formas naturales de adoración, entre las que se cuenta la plegaria. Por medio de la oración el hombre piensa en Dios, se acerca a Él, con Él se comunica. Tal lo que hallamos a partir del parágrafo 658. Mediante las preces el ser humano puede acelerar su evolución, elevarse más pronto sobre sí mismo. Pero tampoco el rezar puede ser tan sólo un acto formal. Con la oración es posible hacer tres cosas: alabar, pedir y dar gracias a Dios; pero siempre que lo hagamos con el corazón y no únicamente con los labios. 
     Tenemos así la religión espírita, que tiempo después se definirá de una manera más objetiva o directa en El Evangelio según el Espiritismo. Una religión psíquica, según la denominó Conan Doyle, equivalente a la “religión dinámica” de Bergson. En el Capítulo V de la “Conclusión” asevera Kardec: “El Espiritismo posee fortaleza porque se apoya sobre los cimientos mismos de la religión: Dios, el alma, las penas y recompensas futuras. Porque, sobre todo, muestra esas penas y recompensas como secuelas naturales de la vida terrena, y porque nada, en el cuadro que ofrece el porvenir, puede ser desautorizado por la razón más exigente”. En suma, religión positiva, basada en las leyes naturales, desprovista de pompas misteriosas y de una teología fantasiosa. 
     Para completar el panorama religioso de El Libro de los Espíritus nos queda el Capítulo Doce del Libro Tercero y todo el Libro Cuarto. En aquel capítulo se refiere Kardec al perfeccionamiento moral del hombre, encara los problemas atinentes a las virtudes y los vicios, las pasiones y el egoísmo; define después el carácter del hombre de bien y concluye con un mensaje de San Agustín sobre la manera de conocernos a nosotros mismos. En el Libro Cuarto disponemos de un capítulo acerca de las penas y goces terrenos, el cual es un código de la vida moral en la Tierra, verdadero catecismo de la conducta espírita, y asimismo hay un capítulo que versa sobre las penas y goces futuros y las consecuencias espirituales de nuestro comportamiento terrenal.

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HEREDITARIEDAD

Realmente no podemos negar los principios de la hereditariedad en la formación del cuerpo físico.
El fruto es la síntesis del árbol.
La casa construida revela la calidad del operario que aseguró el levantamiento.
Nuestros padres, en la Tierra, por eso mismo, son los artífices de la genética, plasmando el instrumento adecuado, para nuestra realización, a largo plazo, entre los hombres.
Urge, sin embargo, considerar que la morada material nada tiene que ver, sustancialmente con su inquilino provisorio, como el lecho nada posee de común con el enfermo que lo ocupa, exceptuándose naturalmente el valor del servicio prestado a uno y a otro, por cuanto, sin el domicilio, el hombre estaría relegado a la intemperie, sin el catre acogedor, el enfermo perecería por deficiencia de protección.
En la consanguinidad terrestre, nos reunimos unos a los otros, de modo general, por los principios de afinidad.
Padres delincuentes traen espíritus viciosos que, se les afilian a la carne transitoria, les imponen el duro trabajo regenerativo, al paso que hogares dignos invocan la presencia de almas ennoblecidas y bellas que eligen en la sensibilidad y en el amor, en la ciencia y en la virtud su clima ideal.
Semejante regla, con todo, tiene sus excepciones porque en el ambiente sombrío de la biciación y del crimen pueden aparecer criaturas embargadas por el más alto nivel de evolución, cumpliendo ahí difíciles tareas de renunciamiento y elevación para que la luz se haga entre los que se refocilan en las tinieblas, mientras que en los círculos felices pueden surgir almas torvas, emisarias de sufrimientos y sombras, trazando angustiante reajuste a la asamblea familiar en la que temporalmente están.
De ese modo, la familia terrena es la forja de lazos purificadores, en la que cada espíritu renaciente, aunque recogiendo de la descendencia doméstica el cuerpo que mereció, es, en el fondo, el heredero de sí mismo, una vez que cada uno de nosotros trae consigo del pasado remoto y próximo las bendiciones y llagas, las aflicciones y las alegrías que sumo para sí mismo en los caminos inmensurables del tiempo.
Seamos cultores de la sabiduría y del amor, de la bondad y de la educación, aun ahora, por cuanto, si somos hoy los esclavos de la espinosa plantación del pretérito, seremos mañana venturosos señores de nuestros propios destinos, si esposamos el bien por norma inalterable de nuestra paz, desde hoy.


Por el espíritu Emmanuel – Del Libro: Sembrador en los Nuevos Tiempos, Médium Francisco Cándido Xavier

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                                           CONCIENCIA


Todos tenemos  algo que nos avisa, cuando actuamos mal, es una voz interior que solo escucha uno mismo, y que no nos delata ante los demás, pero si, en nuestro interior, acusándonos.  La conciencia es un dato positivo, una realidad antropológica y social que nadie puede animarse a negar. Ella influye sobre nuestra vida, sobre nuestro comportamiento en las relaciones humanas y, por eso, se proyecta de una manera innegable en el plano de lo sensible.
Sabemos que la conciencia varia de grados en lo relacionado con su estructura y su coherencia. Y sabemos también cuales son los peligros concretos de una conciencia inmadura, aun no suficientemente definida, y, por tanto, indolente o incoherente, contradictoria, que puede producir catástrofes en el ámbito de su influencia o de su dominio. Las variaciones de la moral entre los grupos humanos y las mismas civilizaciones devienen más del grado evolutivo de la conciencia dominante en la sociedad que de los factores mesológicos y sus consecuencias económicas. En el plano religioso, la conciencia es un factor determinante de la realidad religiosa. La conciencia judaica de Saulo de Tarso hizo de él un perseguidor sanguinario de los cristianos primitivos, el lapidador cruel de Esteban. Más, al reaccionar su conciencia ante los principios cristianos, él se transformó en el Apóstol de los Gentiles y en el mayor propagador del Cristianismo.
Las exigencias de la conciencia son siempre las mismas en todos los hombres. Las variaciones de grados y de coherencia son consecuencia del proceso de maduración y de las condiciones del medio y de la educación. La conciencia madura en la proporción en que las experiencias van revelando al Espíritu su ansia latente de trascendencia.
El hombre se envanece de su capacidad de subyugar a su prójimo, de mandar, de imponer miedo, respeto, sometiéndolo todo a su voluntad. Su conciencia se abre en el plano individual, más, encerrándose en si misma. Es el reconocimiento de su poder que, naturalmente, lo embriaga y lo conduce hacia excesos peligrosos. Pero en la proporción en que las ligaciones del clan se desarrollan, el parentesco, la simpatía y las afinidades se manifiestan, la embriaguez del poder va siendo atenuada, contenida por el influjo de los límites inevitables. Luego, el agotamiento progresivo de las fuerzas físicas y el peligro a las enfermedades, a la competición con iguales o más fuertes que él, y, por fin, a la certeza de la muerte irán abatiendo su arrogancia.
En las reencarnaciones sucesivas esas experiencias se renuevan, pero el impulso de trascendencia se acentúa, llevándolo a procurar otros medios de superación: El poder social, la hipocresía, la estrategia de las posesiones materiales y de las posiciones de mando. Sólo lentamente, durante el transcurso del tiempo, aprisionado por las reacciones que lo enredan en situaciones difíciles, muchas veces torturantes, su conciencia comienza a abrirse hacia el respeto de los derechos de los demás La interacción social, en la reciprocidad de las obligaciones y de las necesidades, en la transformación de los instintos en sentimientos, irá poco a poco despertándolo hacia nuevas dimensiones de consciencia.
La Violencia del hombre civilizado tiene sus raíces profundas y vigorosas en la selva. El homo brutalis tiene sus leyes: Subyugar, humillar, torturar, matar. Su valor esta siempre por encima del valor de los demás. Su creencia es la única válida. Su modo de ver al mundo y a los demás hombres es el único certero. Su dios es el único verdadero. Sólo lo que es bueno para él es bueno para la comunidad. Los que se oponen a sus designios deben ser eliminados por el bien de todos. La violencia es su método de acción, justificado por su valor personal y por su capacidad única de juzgar. El mismo teje la trama de fuego de su futuro en las encarnaciones dolorosas que tendrá que enfrentar. Las religiones de la violencia han hecho de Dios una divinidad implacable y los libros básicos de sus revelaciones están llenos de homicidios y genocidios practicados en nombre de Dios.
En los momentos de transición, como los que estamos viviendo, la violencia desencadenada exige la oposición vigorosa y el sacrificio de quienes ya han alcanzado el desarrollo conciencial de la civilización. La complicidad con las prácticas de la violencia, por parte de las conciencias esclarecidas, retarda la evolución colectiva y rebaja a los cómplices a posiciones indignas. Lo mismo acontece en lo relacionado con la aceptación de los principios erróneos por conveniencia. El Espíritu se coloca entonces en lucha consigo mismo, negando su propio desarrollo conciencial y encendiendo en sí mismo la hoguera de los remordimientos futuros.
La civilización del Espíritu se convierte, de tal manera, en el resultado de un parto doloroso. Mas, como todos los partos, él tiene que realizarse. Y si fuera posible el aborto, la civilización se cerraría en sí misma y todos los responsables se sumergirían con ella en las tinieblas de la miseria moral.
La estructura moral de la conciencia esta delineada de una manera indeleble en las páginas de la enseñanza moral de Jesús. Tenemos que profundizar su estudio y tratar de aplicarlo en nuestra vivencia social. La civilización cristiana va a salir ahora del tubo de ensayo y pasará a consolidarse en la forma verdadera de una civilización del Espíritu, en la que los principios espirituales encarnarán en las normas de conducta, en las expresiones del comportamiento del Hombre Nuevo.
Las energías espirituales y la orientación racional de la enseñanza moral de Cristo, encerradas en el complejo de los mitos del Evangelio son, según Herculano  Pires, los elementos que únicamente pueden orientar, como ya lo están haciendo, sobre el futuro de la humanidad terrena.
 Merchita
(Del Libro de J. Herculano Pires “Agonía de la Religiones)
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