INQUIETUDES ESPÍRITAS
1.- Espiritismo y Espiritualismo
2.- Facultades morales y espirituales
3.- Preexistencia y supervivencia del Alma
4.- La Ley de Conservación
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ESPIRITISMO Y ESPIRITUALISMO
La palabra espiritualista tiene, desde hace mucho tiempo, una acepción bien determinada. Esta es la que nos da la Academia: Aquél o aquélla cuya doctrina es opuesta al materialismo. Todas las religiones están necesariamente fundadas en el espiritualismo....
Cualquiera que crea que hay en nosotros algo más que materia, es espiritualista, lo que no
implica la creencia en los espíritus y en sus manifestaciones. ¿Cómo le distinguiría usted,
pues, del que cree en esto último?
Si hubiese dado a mi REVISTA la calificación de espiritualista, no hubiese especificado su objeto, porque sin desmentir el titulo, hubiera podido no decir una palabra de los espíritus y hasta combatirlos.
Todo espírita es necesariamente espiritualista, pero falta mucho para que todos los
espiritualistas sean espíritas.
ALLAN KARDEC- "Qué es el Espiritismo".
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Comenzamos con una frase de Víctor Hugo: "La cuna tiene un ayer y la tumba tiene un mañana"
Un principio fundamental en que se basa el ideario espiritista es la existencia del espíritu como elemento animador y organizador de la materia. El Espíritu es el Principio Inteligente del Universo.
Existimos antes de nacer y continuamos viviendo después de la muerte. Todos los seres vivientes están dinamizados por un ente psíquico imperecedero. En los animales, esa alma rudimentaria se manifiesta principalmente a través de los instintos y del raciocinio elemental; en los seres humanos es el asiento de la individualidad superior, en sus expresiones intelectuales, emotivas y volitivas, principio central de conciencia indestructible y perdurable, que coexiste con el organismo corporal, siendo testigo inmutable de sus cambios. No es que tenemos un espíritu, somos un espíritu. Puesto que el organismo no es el individuo real, sino su representación exterior, somos un espíritu con un cuerpo, no un cuerpo con un espíritu.
El espíritu está envuelto por una estructura fluídica, a la que Kardec llamó Periespíritu y que actúa como un campo magnético, en torno al cual se agregan las partículas de materia densa que van a constituir el organismo físico.
A pesar de las apariencias, millares de hombres y mujeres, en todos los tiempos, han sentido germinar la noción maravillosa de la supervivencia, como una íntima y profunda protesta del principio esencial que vibra en ellos, su espíritu inmortal. Muchos de estos seres han encontrado el alimento de su ideal en la fe; otros, en la teorización especulativa, y ahora, gracias al Espiritismo, la humanidad puede llegar a esta certeza, por medio de la experimentación científica de los fenómenos.
La existencia y supervivencia del principio espiritual, como lo que espera al ser humano después de la muerte, mediante el Espiritismo ha dejado de ser un problema de metafísica abstracta, o un artículo de fe religiosa para convertirse en un hecho concreto y positivo. Los teólogos de todas las religiones hicieron del alma una concepción tan abstracta, que en verdad casi equivalía a negarla, y reaccionando contra esa absurda concepción, los pensadores materialistas creyeron cortar el nudo gordiano y decretaron la supresión del alma o espíritu, y transfirieron todas sus propiedades al cuerpo físico. Si bien Descartes expresó en su momento, con gran brillo y altura, la noción dualista que informa todo espiritualismo en su esencia. Este filósofo, ha sido junto con el Espiritismo, frente al espiritualismo científico, que establecieron la existencia real, positiva y concreta del espíritu.
El insigne pensador espírita francés, Gustavo Geley, presentó su sistema de filosofía científica, idealista y dialéctica, respaldado sobre dos proposiciones capitales:
1).- Lo que hay de esencial en el Universo y en el individuo, es un dinamo-psiquismo único, primitivamente inconsciente, considerando en sí todas las potencialidades. Las apariencias diversas e innumerables de las cosas, no son más que sus representaciones.
2).- El dinamo-psiquismo esencial y creador, pasa, por la evolución, de lo inconsciente a lo consciente.
Estas dos proposiciones reposan sobre los hechos. Pueden ser hoy el objeto de una demostración precisa, en el individuo primero, y luego, por una vasta inducción, pueden trasladarse al Universo.
El Espiritismo libera al hombre de la angustia de la muerte al darle el sentido de la inmortalidad, haciendo resaltar con claridad meridiana la excelsitud de los destinos humanos, en estadios posteriores a la disgregación física.
- Jon Aizpúrua- de su obra "Fundamentos del Espiritismo"-
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LA
LEY DE CONSERVACIÓN
El instinto de conservación, por ser una de las manifestaciones de la ley natural, es inherente a todos los seres vivos. Siendo maquinal entre los especímenes situados en los primeros peldaños de la escala evolutiva, se va desarrollando a medida que los seres animan organismos más complejos y mejor dotados, volviéndose en el reino hominal, inteligente y con razonamiento.
Siendo la vida orgánica absolutamente necesaria para el perfeccionamiento de los seres, Dios siempre les facilitó los medios de conservarla, haciendo que la tierra produjese cuanto fuese suficiente para el mantenimiento de todos los que la habitan. Siendo, entretanto, que, si las criaturas tuviesen que usar los frutos de la tierra sólo en función de su utilidad, la ley de conservación no se cumpliría, Dios tuvo a bien imprimir en ese acto el atractivo del placer, dando a cada cosa un sabor especial que les estimulase el apetito. Además de eso, por la propia constitución somática con que modeló a los seres, les restringió el gozo de la alimentación al límite de lo necesario, límite ese que, si es observado, les aseguraría una salud perfectamente equilibrada.
El hombre, sin embargo, en el ejercicio de su libre albedrío, frecuentemente se propasa, cometiendo toda clase de excesos y extravagancias, resultando de ahí muchas de las enfermedades que lo afligen y lo conducen a la muerte, prematuramente. Pero como nada se pierde en la economía de la evolución, los sufrimientos procedentes de los de abusos que comete le dan experiencia, le fortalecen la razón, habilitándolo, finalmente, a distinguir el uso del abuso. Se podría decir que, en ciertos lugares del globo, el suelo, menos fértil, no produce lo suficiente para la nutrición de sus habitantes y que el gran número de personas que en ellos sucumben víctimas del hambre parece desmentir que haya una Providencia Divina para proveerlos de los recursos con que cumplir la ley de conservación de la vida.
Tales calamidades ocurren, de hecho, pero no por culpa de Dios, a quien no se puede imputar las faltas de nuestra sociedad, en la cual unos se regalan con lo superfluo, mientras otros carecen de lo mínimo necesario. Si los hombres fuesen menos egoístas, si no tuviesen la máscara de religiosos, en esas circunstancias, se prestarían mutuo apoyo, ya que la tierra y ellos mismos pertenecen a una sola familia: la Humanidad. Además de eso, les corresponde a los hombres aplicarse en el estudio de los problemas que los afligen a fin de darles la debida solución, sea perfeccionando cada vez más las técnicas de cultivo de la tierra, para conseguir un aumento de producción, sea por medio de investigaciones, en el sentido de descubrir otras fuentes de alimentos, esfuerzos esos que les engrandecerán la inteligencia, señalando nuevas etapas en el progreso de la civilización.
Aceptada la premisa de que la conservación de la vida es un deber impuesto al hombre por la ley natural, ¿se podría concluir que, en una circunstancia extremadamente crítica, le sea lícito, para matar el hambre, sacrificar a un semejante? ¡No! Eso sería homicidio y crimen de lesa naturaleza. En tal caso, antes morir que matar, pues grande será nuestro merecimiento si fuéramos capaces de tan sublime renuncia por amor al prójimo. Y las privaciones voluntarias, observadas por algunos seguidores de varias religiones, ¿serían meritorias a los ojos de Dios? ¿Contribuirían, efectivamente, para la elevación del alma? Según la Doctrina Espírita, todos los usos que perjudiquen la salud, lejos de acelerar el desarrollo espiritual, lo retardan, pues solapan las fuerzas vitales de sus practicantes, disminuyéndoles la disposición para el trabajo, que siempre fue y continuará siendo el único camino del progreso.
Siendo el objetivo de esclarecer, lo mejor posible, este asunto, Kardec preguntó a sus mentores: “Si no debemos infligirnos sufrimientos voluntarios que no sean de utilidad alguna para los demás, ¿tenemos, en cambio, que tratar de preservarnos de los que prevemos, o que nos amenazan?” La respuesta que obtuvo, clara y precisa, es la siguiente, como broche de oro a estas líneas: “El instinto de conservación ha sido concedido a todos los seres contra los peligros y los padecimientos. Fustigad vuestro Espíritu y no vuestro cuerpo, mortificad el orgullo, sofocad el egoísmo, el cual se asemeja a una serpiente que os devora el corazón, y haréis más por vuestro propio adelanto que con rigores que ya no pertenecen a este siglo”. (Libro de los Espíritus Cap. V, preg. 702 y siguientes)
Rodolfo Calligaris
Extraído del libro “Las leyes morales”
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