Jorge Hessen(el autor) |
Actualmente, muchos religiosos se enfrentan ferozmente. Son los judíos y palestinos los que se matan; son los seguidores de Buda e hinduistas los que se mantienen en lucha milenaria; son los pseudo-cristianos que se aniquilan en guerras absurdas, como si la Biblia, el Evangelio, el Bhagavad Gita y el Corán fuesen manuales de violencia y, no, el derrotero para la iluminación espiritual.
La defección moral, el liderazgo religioso actual, demuestra que la moralidad predicada reverbera como “melosa e hipócrita”, como dijo Nietzsche. Sin honestos líderes religiosos, las propuestas religiosas apartan a las personas, que saben pensar, del sentimiento de religiosidad superior y dan margen a que surjan críticos vigilantes, que desnudan sus errores, almacenando la esperanza de almas primarias para la legítima fe.
Históricamente, sabemos que Sigmund Freud puso, en orden, antiguos y violentos conceptos CRISTIANOS y “afirmó ser el Cristianismo un movimiento inútil, un infantilismo de las masas.” (1) El padre del psicoanálisis hizo, de las creencias, meros paliativos para neurosis individuales. El materialista Karl Marx, al conocer a los “cristianos” (¡no a Cristo!) en su profunda indignación, afirmó que el Cristianismo era el “apoyo del pueblo” (2), o sea, una emanación del sistema de exploración de la masa (capitalismo)
Sin embargo la Iglesia Romana y las sectas protestantes reivindican la herencia del Cristianismo de los primeros cristianos, que seguían más de cerca las enseñanzas de Cristo, ese Cristianismo puro ya no existe hace muchos siglos. El Cristianismo, que tal vez exista en nuestra sociedad, es, apenas, residual.
El legitimo Cristianismo no llegó al Siglo IV, exactamente, como en sus primeros tiempos, todavía, fue en ese periodo, sobretodo en el Concilio de Nicea, que recibió un golpe de misericordia. A partir de entonces, el decadente Imperio de Roma pasó a reconocer la Iglesia oriunda de ese Concilio, que, luego, se tornó la religión oficial de los romanos, por decisión del Emperador Constantino y obligatoria, tanto para un tercio de los cristianos, como para dos tercios de los no cristianos (barbaros) del Imperio.
El Cristianismo entro en un mundo en el cual ninguna religión, hasta entonces, había penetrado con tanta fuerza. En esos dos mil años de dominación cristiana, en Occidente, vimos “una fe tuerta”, de hecho, pese a ser una fe diluida, corrompida, deformada, y metamorfoseada en otra cosa, sino, en negar la esencia original, a Cristo.
Fueron dos mil años de búsqueda desenfrenada del poder, de privilegios, de control de reyes y príncipes, de usos y abusos de la máquina publica en su propio favor, siempre aliándose al que habría de vencer. La Historia registra que muchos colocaron las mascarás de cardenales y arzobispos, obispos, sacerdotes y pastores a fin de esconderse, cuando hacían atrocidades inimaginables, contra el prójimo. El Cristianismo, sin Cristo, ejerció control sobre la masa, cobrando impuestos a través de los diezmos; control sobre los hombres, promoviendo el miedo a las puniciones eternas y temporales; control sobre la devoción, manipulando esos sentimientos,, transformándolos en un supuesto temor a Dios.
Actualmente, estamos asistiendo al surgimiento de una máquina pseudo-religiosa. Maquina, como nunca ha sido creada antes. Maquina de comunicación, de manipulación del “sagrado” , de venta de favores divinos (“milagros”), de hipnotización de las personas al poder y máquina que transforma la población, sin instrucción, en un “rebaño de alineados”. Se apropio indebidamente, del nombre de Jesús para ludibrio a los fieles, manteniendo Maquiavelo como mentor de sus preceptos ambiciosos. En esa atrofia religiosa, es que surge la Doctrina Espirita, proponiendo la reconstrucción del edificio desmoronado de la fe, exaltando la verdadera moral de Cristo que, durante siglos, permaneció perdida, precisando, más que nunca, ser preservada. Con el Espiritismo, Jesús resucita de las cenizas de ese “Iglesismo” decadente y es entronizado como meigo conductor de los sentimientos, cuyas valiosas lecciones de amor brillan como antorcha transcendente de verdades perennes.
El espírita, para colaborar en la definitiva transformación moral del planeta, precisa pautarse por el desapego, por la humildad, por la simplicidad, recordando, a los comprometidos con la tarea de “unificación”, que no será con construcciones de Centros Espiritas lujosos; con disputas de cargos para la militancia político-partidaria; con peleas por cargos destacados en la Casa Espirita; con el vedetismo en las tribunas; con las luchas de simposios y congresos “grandiosos”, actualmente, vilmente, industrializados; o, robándose al estudio de Kardec y al servicio de la caridad, que llegaremos a cambiar la opinión de agentes formadores de opinión, seguidores de Freud, Marx, Nietzsche y otros.
Todos necesitamos caminar por la fe racional, a fin de que comprendamos mejor el Espiritismo, todavía, reconocemos, también, que no es la destrucción inapelable de los símbolos religiosos aquello que más necesitamos para fomentar la harmonía y la seguridad entre las criaturas, más, si, la nueva interpretación de ellos, hasta porque, “sin la religión, orientando a la inteligencia, caeríamos, todos, en las tinieblas de la irresponsabilidad, con el esfuerzo de milenios, volviendo tal vez a la estaca cero, del punto de vista de la organización material de la vida del Planeta.” (3)
Jorge Hessen
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