La orientación de Cristo para que amemos al prójimo como a nosotros mismos es fácil de ser repetida, más aun está un tanto lejos de ser vivida.
Cuando Jesús hizo esa recomendación, no establece ninguna condición, simplemente recomienda que amemos.
Todavía, tenemos tendencia a consagrar la mayor estima apenas a aquellos que leen la vida por la cartilla de nuestros puntos de vista.
Nuestra devoción suele ser calurosa para los que están de acuerdo con nuestro punto de vista, con nuestros hábitos arraigados y principios sociales.
Nos olvidamos de que nuestras interpretaciones no siempre son los mejores, nuestras costumbres las más nobles y más reconocida nuestras directrices.
Caridad: Amor en acción |
Es importante desintegrar la concha de nuestro egoísmo para dedicarnos al amor al prójimo conforme recomienda Jesús. No por el servicio afectivo con el que se ligan a nuestro itinerario personal, más si por la fidelidad con la que se dedican a favor del bien común.
Si amamos a alguien tan solo por la belleza física, probablemente encontraremos mañana el objeto de nuestro afecto a camino del estercolero.
Si estimamos en algún amigo apenas la oratoria brillante, es posible que el esté en breve, en aflictiva mudez.
Si el móvil de nuestra supuesta afección son los bienes materiales, recordemos que estos son pasajeros como las flores de un día.
Es imprescindible perfeccionar nuestro modo de ver y sentir, a fin de avanzar rumbo a la vida superior.
Es bien verdad que existen personas con las cuales no intercambiamos afectividad. Diríamos hasta que la presencia de algunas personas nos causa aversión.
Todavía, si no las conseguimos amar, es importante que no les deseemos mal. Que rompamos de una vez por todas las pesadas cadenas del desafecto, no enviándoles vibraciones negativas.
Jesús recomienda que amemos a nuestros enemigos, más, dedicar amor a los enemigos aun es muy difícil, en el actual estado evolutivo de la Tierra. Todavía, nos es imposible. Basta que comencemos a ver a nuestros supuestos enemigos como hermanos que carecen del amor a Dios tanto como nosotros.
El primer paso es intensificar el afecto a los que nos son simpáticos. Después, dedicar atención a los que nos son indiferentes: porteros, carteros, asistentes, ascensoristas, entre otros. Enseguida, tolerar a los que nos causan aversión.
Así, cuando menos lo esperemos, el amor al prójimo será ya constante en nuestros corazones. Es preciso dar el primer paso, y continuar firmes. ¡ He ahí el gran desafío!
Busquemos a las criaturas, por encima de todo, por las obras con que benefician el tiempo y el espacio en el que nos movemos, porque un día, comprenderemos que el mejor raramente es aquel que concuerda con nosotros, más si es siempre el que concuerda con el Señor, colaborando con El, en la mejoría de la vida, dentro y fuera de nosotros.
¡Piense en eso!
Redacción del Momento Espirita.
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