domingo, 17 de julio de 2022

De la ingratitud

    INQUIETUDES

1.- Dios y el Universo

2.-Biografía resumida de José María Fernández Colavida

3.- De la ingratitud

4.-¿ Para qué hacer el bien ?


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                DIOS Y EL UNIVERSO


León Denis 


     A veces se oye a ciertos profanos decir: "¡Yo no necesito a Dios!" Palabras tristes y deplorables, palabras orgullosas de los que, sin Dios, no serían nada, no hubieran jamás existido.. ¡Oh, ceguedad del Espíritu humano, cien veces peor que la del cuerpo! ¿Habéis oído decir alguna vez a la flor: Yo no necesito del Sol? ¿Habéis oído decir al niño: No necesito padre; al ciego: No necesito la luz?
     Pues bien, ¡Dios no es solamente la luz de las almas; es también el amor! Y el amor es la fuerza de las fuerzas. El amor triunfa sobre todas las potencias brutales. Acordémonos de que si la idea cristiana ha vencido al mundo antiguo, si ha triunfado sobre la potencia romana, sobre la fuerza de los ejércitos, sobre el dominio de los césares, es por el amor. Ha vencido por estas palabras: "¡Felices los que tienen la dulzura, pues ellos poseerán la tierra!"
     Y, en efecto, no hay hombre por duro, por cruel que sea, que no quede desarmado frente a vosotros si se haya convencido de que queréis su bien, su dicha, que lo queréis de una manera real y desinteresada.
     El amor es todopoderoso: es el calor que hace derretir al hielo del escepticismo, del odio, del furor; el calor que vivifica a las almas adormecidas, pero prontas a estallar y a dilatarse bajo sus rayos.
     Notadlo: las fuerzas sutiles e invisibles son las reinas del mundo, las dueñas de la Naturaleza. ¡Observad la electricidad! No pesa nada y no parece nada, y, sin embargo, la electricidad es una fuerza maravillosa: volatiliza los metales y descompone todos los cuerpos. Lo mismo sucede con el magnetismo, que puede paralizar el brazo de un gigante. Igualmente el amor puede dominar a las fuerzas y reducirlas, puede trasformar el alma humana, principio de la vida en nosotros, asiento de las fuerzas del pensamiento.. He aquí por qué Dios, siendo el foco del amor universal, es también la potencia suprema.

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               Biografía resumida de

         José María Fernández Colavida          


(Tortosa, 1819 – Barcelona, 1888)


     Si deseáramos describir, en pocas palabras, quién es José María Fernández Colavida, deberíamos afirmar, ante todo, que se trata del ejemplo real y concreto del hombre de bien y del verdadero espírita, enseñado en El Evangelio según el Espiritismo.
     Conocido, con toda justicia, como el Kardec español, trabajó y sigue trabajando permanentemente por el progreso de la humanidad, divulgando la Doctrina Espírita no solamente por medio de su perfecto conocimiento doctrinario, sino también por el fiel ejemplo que siempre ha dado de la práctica de las enseñanzas espíritas, sobre todo de la ley de amor, de justicia y de caridad.
     Primer traductor y editor de los libros de Allan Kardec al idioma español, jamás buscó ventajas materiales en las obras que publicaba, donando muchas de ellas en beneficio de la divulgación doctrinaria o vendiéndolas a precios simbólicos, que ni siquiera cubrían los costos generados por la impresión. Fue gracias a su abnegado trabajo de divulgación doctrinaria que Amalia Domingo Soler, entre otros innumerables beneficiarios, pudo tener las obras de Allan Kardec, como ella misma cuenta en Memorias: «[…] Fernández Colavida me mandó la colección completa de su Revista, las obras de Allan Kardec y una carta cariñosísima. Cuando yo me vi dueña de los libros de Kardec por los que tanto había suspirado, mi alegría fue inmensa».
     Fundador, director y redactor, en Barcelona, de la Revista Espiritista –Periódico de Estudios Psicológicos, posteriormente denominada Revista de Estudios Psicológicos, fue el mayor divulgador espírita a los países de lengua española. Realizó un trabajo admirable de orientación doctrinaria a espíritas de varios lugares del mundo, tales como Argentina, Colombia, Cuba, Ecuador, Filipinas, México, Perú, Uruguay, además de España.
     Fundador de la primera librería espírita en la capital de Cataluña, fue el importador de los trescientos volúmenes y folletos sobre el Espiritismo quemados el 9 de octubre de 1861 en el Auto de Fe de Barcelona.
     También fue el fundador de la Asociación de los Amigos de los Pobres, de la Sociedad Barcelonesa Propagadora del Espiritismo y el director del Grupo Espírita La Paz, instituciones en las que trabajó con ahínco por el bien del prójimo.
     Presidente de honor del Primer Congreso Internacional Espírita, realizado en Barcelona en septiembre de 1888, pocos meses antes de su desencarnación, recibió el homenaje con la más grande humildad, pues jamás buscó ningún reconocimiento, excepto el de su propia conciencia.
     Gran soldado de la paz del Cristo, ha trabajado de manera incesante por la unión de los espíritas alrededor del estudio y de la práctica de la moral de Jesús y de las enseñanzas codificadas por Allan Kardec. Sus manos laboriosas, herramientas luminosas en servicio constante a la causa espírita, escribían, en su más reciente encarnación, textos doctrinarios, cartas de orientaciones a espíritas de todas las condiciones sociales y de varias nacionalidades, así como llevaban auxilio a necesitados de toda especie, sea la ayuda material a las personas pobres económicamente, sea los fluidos saludables a los enfermos de cuerpo o de alma.
      En la vida espiritual, esas mismas manos, además de permanecer fielmente en el trabajo de las letras y del auxilio, nos son extendidas amorosamente para sostenernos en el recto cumplimiento de nuestros deberes como espíritas.
      En su tumba, donde yace el cuerpo mortal, los espíritas de España y América, como una muestra de gratitud, deseaban construir un monumento. Con todo el respeto que esa iniciativa merece, no dejemos de prestar también otro homenaje al ejemplo inmortal de ese noble Espíritu bienhechor, edificando, en nosotros mismos, el monumento de la práctica de las dos enseñanzas fundamentales para todo espírita, es decir: «Hermanos, amémonos e instruyámonos».

Por Simoni Privato Goidanich

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            DE LA INGRATITUD

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De San Juan de la Cruz a la priora del convento de Segovia, María de la Encarnación, ante la persecución que estaba sintiendo en determinados momentos de su vida, a causa de su posible envío a Méjico:

De lo que a mí me toca en este negocio, hija mía, no le dé pena, que ninguna a mí me da. De lo que la tengo muy grande es de que se eche culpa a quien no la tiene; porque estas cosas no las hacen los hombres, sino Dios, que sabe lo que nos conviene y las ordena para nuestro bien. No piense otra cosa sino que todo lo ordena Dios. Y adonde no hay amor, ponga amor, y sacará Amor.

             San Juan de la Cruz.

Reflexión:

San Juan de la Cruz reflexiona acerca de la falta de agradecimiento que, en general, padecen los seres humanos, aunque hubiesen recibido algún beneficio. Esto es bastante común; a veces, los beneficiados se sienten avergonzados, o lo que es más grave, su orgullo se siente herido y procuran alejarse lo más posible de aquellos que puedan recordarles su pasado, sobre todo si su presente ha cambiado y su posición social ha mejorado notablemente.

Les hace comprender que hay que hacer las cosas sin esperar nada a cambio y aun a riesgo de recibir ingratitud, que aquellos que así actúan ni siquiera son culpables, que son cosas que permite Dios para templar nuestra paciencia y tolerancia ante las faltas de los demás, habida cuenta de que también nosotros tenemos las propias, lo cual redundará en nuestro beneficio. Así, pues, obremos siempre con desinterés, porque recogeremos aquello que sembremos.

 Mª Luisa Escrich. Amor, Paz y Caridad

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      ¿ PARA QUÉ HACER EL BIEN ?

- ¿ Cuál sería la utilidad del bien? ¿Por qué reprimirse, y no satisfacer todas las pasiones, todos los deseos, aunque fuese a costa de otros, puesto que no tendría consecuencias?

¿Creéis que semejante porvenir será más o menos feliz o infeliz según lo que hayamos hecho durante la vida y desearéis, por consiguiente, que sea lo más feliz posible, puesto que debe ser eterno?
     ¿Tendréis, acaso, la pretensión de ser uno de los hombres más perfectos que existen en la Tierra y de tener, por ello, el derecho de alcanzar sin dificultades la felicidad suprema de los elegidos? No. Luego admitís que hay hombres que valen más que vosotros y que tienen derecho a una mejor situación, sin que con eso estéis entre los condenados. ¡Muy
bien! Colocaos, por un instante, con el pensamiento, en esa situación media que sería la vuestra, como lo admitís, y suponiendo que alguien os diga: “Sufrís y no sois tan felices como podríais serlo, mientras tenéis ante vosotros seres que disfrutan una felicidad perfecta, ¿queréis cambiar vuestra posición con la de ellos? –Sin duda responderéis: ¿y
qué debo hacer para lograrlo?– Poco menos que nada, volver a empezar lo que hicisteis mal y procurar hacerlo mejor. –¿Dudaríais en aceptarlo, aunque fuese a costa de muchas existencias de pruebas? Pongamos una comparación más prosaica. Si a un hombre que, sin ser un pordiosero, sufre privaciones a causa de la escasez de sus recursos, se le dijese: “He allí una inmensa fortuna de la que podéis disfrutar, basta para ello, que trabajéis arduamente durante un minuto”. Aunque fuese el más perezoso de la Tierra diría sin titubear: “Trabajemos un minuto, dos, una hora, un día si fuere necesario. ¿Qué importa todo eso si voy a terminar mi vida en la abundancia?” Y en efecto, ¿ qué es la duración de la vida corporal, comparada con la eternidad? Menos que un minuto, menos que un segundo.

Allan Kardec

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