miércoles, 17 de mayo de 2017

VIDA Y MUERTE



Contenido de este blog en el día de hoy:

- Reflexiones desde el otro lado
- El Espírita ante Dios
- Dialéctica espírita
- Vida y Muerte

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          Reflexiones desde el otro lado 

            Comunicado desde el Más Allá

      Partiendo de la ignorancia sobre el momento en que cada uno ha de regresar a la patria espiritual, así como de la incertidumbre que la vida misma presenta a cada momento, no es menos cierto que el espíritu encarnado presiente la cercanía del final. Pero hasta en esto nos equivocamos con frecuencia; este fue concretamente mi caso.
        Una enfermedad crónica importante hizo su aparición en mi organismo a una edad madura pero tampoco muy próxima a la senectud. Esta circunstancia imprevista, en pleno proceso de trabajo y servicio espiritual, me hizo reflexionar profundamente sobre la utilidad de mi vida, las expectativas y la necesidad de seguir cumpliendo con mi deber, pues me recordaba a mi mismo todas las cosas que tenía todavía por hacer y creía no disponer del tiempo suficiente para realizarlas.
      La angustia de no poder cumplir con mi compromiso espiritual, era directamente proporcional a las aflicciones que experimentaba como consecuencia de mi enfermedad. En algún momento mi mente dudó, creyendo que se acercaba mi final en la tierra, y a pesar de que contaba con ayudas espirituales extraordinarias, que sin duda no merecía, el abatimiento y la depresión intentaron conquistar mi alma. Por suerte o por necesidad de progreso, mi momento todavía no había llegado, y así fue como recibí la ayuda de hermanos encarnados que, inspirados por sus guías, acudieron en mi auxilio proponiéndome una curación mediante cirugías espirituales. Con anterioridad ya había intentado la terapia médica que no ofreció resultado alguno.
       Con el ánimo dispuesto y con toda la fe del mundo, me propuse aceptar la sugerencia y ponerme en manos de Dios para aquello que tuviera a bien depararme la experiencia. Me traslade a otro país dónde me practicaron una cirugía espiritual que logró con éxito reducir y paralizar la evolución y desarrollo de las células enfermas que amenazaban mi vida.
        Tal y como yo lo viví, esta fue otra prueba para mí; no sólo de la misericordia divina, que me concedía una prórroga para seguir realizando el bien y alcanzando méritos de rescate espiritual; sino también de la fortaleza y supremacía del mundo espiritual sobre la materia. Pues allá donde el diagnóstico médico era pesimista, negativo e irreversible; la intervención del mundo espiritual a través de la mediumnidad y de los cirujanos espirituales que me ayudaron triunfó plenamente, concediéndome un nuevo periodo de salud relativa que me permitía realizar mi trabajo en beneficio del prójimo sin demasiada incomodidad.
        Con anterioridad a la experiencia de la cirugía, el momento grave y dramático del diagnóstico irreversible que amenazaba mi vida en un corto plazo, hizo que comenzara a prepararme para el tránsito hacia el plano espiritual. Mi pensamiento, se veía dominado por la angustia de la falta de tiempo para cumplir con mi compromiso espiritual mencionada anteriormente. Mi alma se sentía decepcionada por tener que regresar al mundo espiritual, sin casi nada que llevar en las manos para ofrecer como trabajo, servicio y reparación de los errores cometidos con anterioridad.
       La recuperación de la salud mediante esta intervención mediúmnica; no sólo reforzó mi convicciones de una forma incuestionable para mi conciencia, sino que, al mismo tiempo despejó de forma permanente cualquier sombra de duda, abatimiento o depresión que viniera a perturbarme. Tal fue la seguridad y la fuerza que esta experiencia me proporcionó, que desde ese momento en adelante mi determinación redobló los esfuerzos, el trabajo apenas suponía para mí cansancio físico, nunca decaimiento psicológico ni abulia intelectual.
         A partir de aquí, dejé de preocuparme por el tiempo, comprendiendo que, cuando llegara mi hora de partir, lo haría con aquello que hubiera realizado hasta ese momento, proponiéndome no preocuparme nunca más por ello; pues mi determinación de progreso y crecimiento espiritual trascendería al momento de mi muerte física y, una vez plenamente consciente de mis deberes y compromisos, estos seguiría realizándolos después de traspasar el umbral de la vida física; tal y como este trabajo que realizo ahora mismo está certificando.
       El espíritu nunca se cansa en su progreso y crecimiento hacia la plenitud; la energía que lo alimenta es la propia energía divina, pues estamos creados a imagen y semejanza de Dios, en cuanto a esencia espiritual y naturaleza inmortal. La materia es el reductor de la energía del espíritu; dónde este último se encuentra como en una cárcel, sin apenas poder manifestar todas sus potencialidades y capacidades.
       Con posterioridad, algunos años transcurrieron, y volví a someterme a una nueva cirugía espiritual para continuar con mis expectativas de vida agotando todas las posibilidades a mi alcance. Pero en esta segunda ocasión ya no sentía angustia ninguna, mi pensamiento y mi corazón fueron depositados con calma, serenidad, paz y fe en la voluntad divina, que me sustentaba de manera extraordinaria; aceptando de antemano, sin rebeldía y con abnegación, las consecuencias o circunstancias que la providencia tuviera a bien reservarme.
          Esta fue una buena preparación para mi partida definitiva, que aconteció algunos años más tarde; donde mi trabajo era ya incansable, desafiando los límites de la resistencia física, del dolor de la enfermedad que avanzaba irreversible. Todo ello lo superaba con la seguridad y confianza de que tales aflicciones, servían notablemente en la depuración de mi alma; y por ello agradecía a Dios diariamente no sólo por la misericordia de su amor y auxilio que me permitía seguir trabajando, sino por las aflicciones que me acontecían. Era un agradecimiento sincero, que brotaba de mi alma y de mi entendimiento, pues este último me hacía comprender que cuanto más sufría de forma inevitable, -pues lo contrario sería masoquismo y esto es contrario a la ley divina-, ese sufrimiento me ayudaba a regresar al mundo espiritual liberado de cargas mórbidas y deletéreas que mis actos errados del pasado habían sembrado en mi conciencia.
       Esa liberación por la punición inevitable era aceptada por mí con abnegación; y unida al trabajo constante, al sacrificio al que los viajes me obligaban para colaborar con otros hermanos e instituciones en otras partes del mundo, al dictado de conferencias y participación en congresos, eventos, seminarios, etc. eran aspectos que contribuían en la divulgación de la doctrina en distintos países, y todo ello me daba fuerzas y constituía mi día a día en la última etapa de mi vida.
      Cuando regresaba a la tranquilidad de mi apartamento, dedicaba mis esfuerzos a escribir, a traducir obras de otros compañeros, a pulir y terminar mis libros que, -aunque fueron pocos, eran para mí como los hijos que nunca tuve-; e inspirados por el mundo espiritual, representaban para mi alma un logro impensable para mí años atrás. Era la constatación evidente de mi crecimiento espiritual, de mi disposición noble, sincera y humilde par convertirme en un instrumento de los espíritus del bien al servicio de la obra del Maestro Jesús.
        En todo este trasiego, recuerdo con especial cariño mis viajes a España; donde percepciones espirituales me retrotraían a existencias anteriores, afectos mutuos con hermanos a los que conocí y recuerdos del pasado que viví con nitidez y claridad. Quizás, el hecho de que alguno de mis antepasados y espíritus familiares queridos procedieran de allí; supuso para mí una fuente emocional que se reactivaba sobremanera cuando me reencontraba con algunos de mis hermanos de ideal o en algunos lugares que yo ya conocía de antemano, sin haber estado nunca allí.
        Esta circunstancia, del recuerdo espontáneo de vidas anteriores, se repitió sólo en una ocasión con anterioridad en mi vida, con motivo de un viaje que, en compañía de otros hermanos de ideal realicé a Jerusalén y la antigua Palestina. Allí experimenté sensaciones indescriptibles desde el punto de vista espiritual que mi limitada percepción mediumnica me permitía. En aquellos momentos, albergaba la certeza de que la psicosfera que rodeaba el ambiente en aquella tierra, pudo haber sensibilizado mi alma de tal forma que me permitiera sentir momentos de felicidad interior y amor incondicional inenarrable.
      Hoy también comprendo que, todos aquellos que experimentan en sus vidas el código de amor que predicó Jesús, pertenezcan a la religión que pertenezcan, o incluso aunque no crean en Jesucristo, -cuando viven el amor desinteresado que el predicó y lo transmiten a sus semejantes- son lo suficientemente sensibles para captar el amor desinteresado e iluminar sus almas con percepciones sutiles que les llenan de felicidad y plenitud interior.
      Así fui recorriendo mi última etapa en la vida física, preparándome para partir mediante el trabajo, el servicio desinteresado y la renuncia. Afrontando los sufrimientos inevitables con alegría y gratitud por poderlos experimentar, convencido de sus beneficios futuros para mi alma. Y por fin todo llegó a su debido tiempo, pero de ello hablaremos en la próxima ocasión.
Benet de Canfield
PPsicografiado por Antonio Lledó Flor - ©2017, Amor paz y caridad

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                                       El espírita ante Dios 

Cuando el hombre, venga de donde venga, sea religioso, ateo, libre-pensador, etc., entra en el Espiritismo, se abre ante él un campo tan amplio de investigaciones, que, de momento, no se da cuenta de tamaña grandiosidad. A medida que va ampliando sus estudios y sus experiencias, más ancha se torna la perspectiva de lo que antes le era desconocido, y en todo comienza a ver la grandeza de Dios. Tanto es así, que se queda maravillado ante tanta justicia, tanto amor, belleza y poder. 

Entonces ve lo que significa su individualidad en esta Creación. Comprende que su vida es eterna, por lo menos en principio, y que no se encuentra aquí por acaso, que no es un ser llegado a la Tierra sin motivo ni razón, mas que su existencia está ligada al concierto universal de la Creación. Comprende que jamás será abandonado, pues está sujeto a una ley que a todos abarca, y que, con los demás seres humanos, alcanzará por sus esfuerzos, más temprano o más tarde, su felicidad, su belleza y su sabiduría. 

Comprende que puede retardar más o menos su progreso, más que, por fin, tendrá que verse atraído por el amor universal, y que, aceptando o no, será un día impregnado por todo cuanto de bello y grande encierra el amor divino. Comprende que formará parte de la gran familia de espíritus felices, que gozan y trabajan en el plano del amor divino. 

Así, pues, el ser encarnado, al descubrir su vida, su futuro, la grandeza del objetivo de su propia creación, se siente admirado ante la Suprema Sabiduría, el Amor Supremo, el Creador Omnipotente de tanta belleza, de tanta armonía y de tanto amor. Esa impresión, recibida al convertirse al Espiritismo, debe todo espírita procurar no solamente guardarla, mas también aumentarla, porque de eso depende, en gran parte, su progreso. Digo esto porque, pasado el momento de las primeras impresiones, el espírita comienza a olvidarse del respeto y de la adoración que debe al Padre, incurriendo en una falta de agradecimiento, que va a los pocos separándolo de influencias que le son muy necesarias, en el curso de su vida en el planeta. Si todo, en la Creación, mutuamente se atrae y se interpenetra, esa misma ley no puede dejar de existir entre la criatura y su Creador. 

En este punto, viene a propósito citar lo que dicen algunos espíritas: 
Que nada se debe pedir a Dios, porque Él no derogará sus leyes y porque todo ya nos dio. Manera equivocada de pensar. Dios estableció sus leyes y las puso, con toda la Creación, a disposición de sus hijos. A nosotros, sin embargo, compete alcanzarlo. Y teniendo, como tiene todo, que sufrir su atracción, ¿eso no implicará también el amor a Dios, la gratitud y la adoración1 que le debemos?. Si el espírita siente, atraerá sobre sí aquello que sienta. Supongamos que un hombre tiene malos pensamientos, referentes al crimen, al vicio, a la vanidad. ¿No atraerá sobre sí influencias que le impulsarán a ser criminoso, vicioso y orgulloso? Pues si los deseos y pensamientos malos atraen malas influencias, ¿dejará de existir la misma ley en lo tocante a los buenos pensamientos y a los deseos buenos? No hay duda, pues de lo contrario existirían dos leyes; una para regir el mal, y otra para regir el bien. Pues si los deseos y pensamientos buenos atraen buenas influencias, ¿cuánto más no debe atraerlas aquel que sepa amar al Padre, adorarlo en espíritu y verdad y procurar seguir sus mandamientos? Vemos así que, sin derogar leyes ni conceder privilegios, el espírita verdaderamente agradecido y enamorado de Dios atraerá influencias que, como ya dije, le serán muy provechosas en el curso de su vida planetaria. 

Y tanto es así, que pienso lo siguiente: si todos nosotros, espíritas, nos hubiésemos afirmado en esa posición, y nos hubiésemos tornado practicantes del amor divino, no estaríamos hoy tan diseminados y desunidos como estamos. Noten bien, mis hermanos: encontramos pocos Centros Espíritas en que no haya habido disensiones, y si algún Centro fue reducido a cenizas, eso fue debido a la falta de caridad y amor entre los responsables, por causa de defectos no corregidos, y a la falta de prudencia y de comedimiento a que todo espírita debe ceñirse, en sus pensamientos y actitudes. 

Si el amor y la adoración del Padre reinasen en el corazón de cada espírita, antes de hablar y obrar, cada uno pensaría si lo que hace está de acuerdo con la ley del Creador. Y si no estuviese, el espírita, lleno de amor a Dios, ¿evitaría todo lo que es injusto, para no hacer fraude a la ley y no rebelarse contra Él, que es todo amor y justicia? Muchas veces, en lugar de hablar, causando conflictos, preferiría callar, y con esa actitud de indulgencia o tolerancia daría un buen ejemplo, evitando responsabilidades y enseñando a sus hermanos. 
He conocido espíritas que todo confían a su criterio y a su saber, olvidándose de mantener vivo el amor a Dios, y de otras prácticas de las que más tarde trataré. Ésos, sin embargo, no saben que, por más entendidos que sean, les falta lo principal y sin que lo perciban, caen en la rutina común. De esa manera, en sus conversaciones, sus procedimientos y sus maneras no se distinguen de los hombres vulgares. Así, aunque crean en el Espiritismo, tratase apenas de un Espiritismo mental, que no domina el corazón. 

Por eso, en muchos actos de la vida, poco se diferencian de los que no conocen la doctrina. De ahí la razón de existir espíritas que no hacen ningún mal, mas que también no practican ningún bien, y que por un simple descuido caen en el ridículo, perjudicando entonces la propagación de la doctrina que sustentan. Y a veces suceden cosas peores, pues algún espíritu obsesor influye sobre ellos, haciéndoles concebir y propagar teorías extrañas, que perturban la buena marcha del Espiritismo, sembrando la duda en unos y la división en otros. Esto también puede ocurrir a los que, por falta de instrucción, encuentran todo bueno y maravilloso. 

Y aún con los que penetran en asuntos poco explorados y conocidos, haciendo afirmaciones y adoptando principios que no consuelan ni edifican, y sólo sirven para llevar la confusión a las inteligencias exaltadas. Éste no es trabajo destinado a la crítica de esas teorías, más deseo dar algunas reglas de conducta a los espíritas de buena voluntad, para evitarles ciertos obstáculos que muchos daños le pueden causar 2. Declaré que el amor a Dios puede atraer ciertas influencias para el espírita que lo procure avivar en su corazón, y que sepa transportarse al infinito a través de la oración, del pensamiento, de la meditación, de esas expansiones del alma... ¡Oración! Es un tema muy discutido y despreciado por muchos espíritas. Pongo de lado todas las formas rutinarias de orar, distraídas, convencionales, sistemáticas. 

2. Esta observación viene muy a propósito, delante del número de teorías absurdas que invaden actualmente el medio espírita. Ella se explica muy bien a los llamados «reformadores» de la doctrina mundo. 

Hablo de la oración que es acompañada por el sentimiento, por la firme voluntad, por el amor y la adoración al Padre. Hablo de la oración que edifica, que consuela, que brota de lo más profundo del alma; de la oración que es pronunciada por el ser que desea libertarse de las miserias y de las imperfecciones de la Tierra. Esta forma de oración, la considero necesaria a todo espírita, tanto que me atrevo a decir: quien de ella prescinde no se elevará jamás a las cualidades morales necesarias a un buen espírita. Y todavía más: quien de ella prescinde no podrá alcanzar, cuando vuelva al mundo espiritual, la condición de espíritu de luz, y está arriesgado a ser espíritu de tinieblas y de perturbación, a menos que sus trabajos y ocupaciones en la Tierra hayan sido pautados por la caridad y el amor al prójimo, lo que es tan raro en este. 

Hemos de considerar que la Humanidad está llena de errores, de maldad, de hipocresía, de egoísmo, de orgullo. Cada uno de nosotros despide alguna cosa de sí mismo, de aquello que es, en este mundo. Coloquemos un espírita en medio de toda esa imperfección, y a pesar de sus creencias él se contagiará en esa atmósfera general. Si ese espírita no dispone del medio de librarse de las malas influencias que lo envuelven, es imposible que se conserve prudente, circunspecto, tolerante, justiciero. Y como la ley exige la práctica de esas virtudes, para que alcancemos alguna felicidad espiritual, si alguna de ellas nos faltan, no estaremos aptos a morar después entre los buenos. Y, si no podemos vivir entre éstos, tenemos que ser contados en la categoría de los que no lo son. Y allí donde la bondad no impera, no puede haber felicidad, ni luz, ni libertad. 
Por eso entiendo que el espírita, para librarse de los vicios, debe saturarse de fluidos e influencias superiores a los que nos rodean en este mundo, y para que ellos nos envuelvan es necesario ponemos en condiciones de recibirlos. Cuando oramos con fervor, el espíritu se eleva en busca de entidades superiores del espacio. Como los seres que lo habitan tienen la caridad por misión principal, nunca dejan de amparar a los que por voluntad propia se dirigen a ellos. Se establece entonces una corriente fluídica entre el que ora y el que lo atiende. La influencia recibida lo circunda de luz y esa luz lo limpia de los fluidos impuros. Al concluir la oración, aquel que la pronunció limpióse de los malos fluidos y se envolvió en la atmósfera salutar de los buenos fluidos. Así como los primeros eran el vehículo de las acciones de los malos espíritus, los buenos espíritus, con sus fluidos, son una barrera contra las influencias perversas que no podrán dominarlo más. 
Para tornarlo más claro, daré un ejemplo. Supongamos una casa de campo sin cerca, ni muralla, ni cualquier otra especie de defensa. Cualquier malhechor que desee aproximarse no encontrará impedimento alguno, y mismamente de noche podrá llegar a las puertas de la casa sin cualquier precaución. Si la casa, por el contrario, está amurallada convenientemente y sus puertas cerradas con seguridad, ningún viandante y ningún malhechor podrán aproximarse con tanta facilidad. Así es, que tanto para el viandante, como para el malhechor, una casa amurada ofrece resistencia, lo que no ocurre con la otra. El espírita que ora es como la casa de campo amurada. El que no ora es como la que no tiene cerca ni muralla. Por eso, todas las malas influencias, encuentran más facilidades para aproximarse de él. Todo espírita, pues, debe ser agradecido al Padre, debe adorarlo por su grandeza, admirarlo por las maravillas de la Creación y respetarlo por ser uno de sus hijos. Porque en verdad, el hombre fue creado por Dios. 

Él es nuestro Padre, nuestro bien y nuestra Esperanza. Es Él autor de toda la belleza que nos rodea, desde el ave que se eleva en el espacio hasta el pez que se sumerge en las aguas, desde el monte en que crece el arbusto y florece la violeta hasta el astro que brilla en el infinito. Es Él el creador de aquélla que nos concibió en sus entrañas. Él es el todo: la luz, el amor, la belleza, la sabiduría, el progreso. Todo es Dios. El espírita que sabe todo eso y no se siente atraído por tanta grandeza, tanto amor, tanto poder, y vive olvidado del Padre, pasa horas y días sin demostrarle su agradecimiento, ¿qué calificativo merece? Prefiero callarme en ese punto. 

Mas es claro que ese espírita no siente todavía en su alma lo que debería sentir, no cumple el primer deber de un buen espírita, y es muy difícil que pueda estar apto para cumplir como debe la misión que le corresponde. En resumen: El espírita debe portarse delante de Dios como un buen hijo, que agradece a su padre por haberle creado. Debe respetar la grandeza de su Creador, adorar su Omnipotencia, amarlo por su Sublimidad. Y ese respeto, esa adoración, ese amor, esa gratitud, deben ser manifestados al Todopoderoso tanto cuanto posible. Ya para que él se porte como un buen hijo, ante un sublime y amoroso Padre, ya para atraer su influencia y la de los buenos espíritus, de que tanto necesitamos en nuestra condición de atraso, en un mundo en que imperan la ignorancia y el dolor. 

Extraído del libro "El Tesoro de los Espíritas" 
Miguel Vives

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           La Dialéctica Espírita 

        Definió Hegel la estructura y la función del diálogo identificando sus leyes con las del Ser mismo: tesis, antítesis y síntesis. Más tarde, Marx y Engels desplazaron el diálogo de esa concepción ontológica para conferirle un sentido materialista y revolucionario. Cupo a Hamelin, empero, definir-lo en su aspecto más fecundo, como un proceso de necesaria fusión de la tesis y la antítesis, en la producción de una nueva idea o nueva tesis.
      Este es, en nuestro sentir, el proceso dialéctico del Espiritismo, que en vez de poner énfasis en la contradicción en sí, en la lucha de contrarios, prefiere ponerlo en la armonía, en la fusión de esos contrarios, para una nueva creación. En este sentido se desarrolla el diálogo en El Libro de los Espíritus. 
       Por lo demás, nunca ha habido un diálogo como éste. Jamás un ser humano se inclinó, con toda la seguridad del hombre moderno, sobre el borde del abismo de lo incognoscible para interrogarlo, escuchar sus voces misteriosas, contradecirlo, discutir con él y, por último, arrancarle sus más íntimos secretos. Y nunca tampoco el abismo se mostró tan dócil y hasta deseoso de revelarse al hombre en todos sus aspectos. 
         Sócrates percibía las voces de su daimon y discutía con el Oráculo de Delfos. Pero no se limitó a eso Kardec. Fue aún más lejos, dialogando con el Mundo Invisible entero, analizando sus voces en rigor, escuchando a inferiores y a superiores, para descubrir las leyes que rigen ese mundo, las formas de vida existentes en él, el mecanismo de sus relaciones con el nuestro. 
        El método dialéctico es el proceso natural del desarrollo, tanto del pensamiento como de todas las cosas. Cierta vez comparó Emmanuel al Antiguo Testamento como un llamado de los hombres a Dios, Y el Nuevo Testamento como la respuesta de Dios a ese llamado. Aceptando la imagen podemos afirmar que El Libro de los Espíritus constituye la síntesis de ese diálogo, es el instante en que, según la definición de Hamelin, llamamiento y respuesta se funden en la comprensión espiritual, abriendo camino para una nueva fase de la vida terrena.

EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS

ALLAN KARDEC                 

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                                         VIDA Y MUERTE

" Debemos cuidar el cuerpo humano como si fuese a vivir eternamente y del Espíritu, como si fuera a desencarnar mañana."

La vida es la luz, donación, alegría y movimiento. La muerte es sombra, egoísmo, desaliento e inercia. Analiza las fuerzas vivas que te rodean y observarás a la naturaleza deshacerse en cánticos de trabajo y amor, asegurándote el bienestar.
Es el árbol creciendo en la producción intensiva, el manantial en actividad constante para garantizarte la existencia, la atmósfera rehaciendo sin cesar los elementos con que te preserva la salud y el equilibrio...
Pero no lejos de ti puedes ver igualmente a la muerte en el poso estancado en que las aguas se corrompen, en la azada inútil que la herrumbe devora, en el fruto desaprovechado que la corrupción daña...
Depende de ti despertar y vivir, valorando el tiempo que el Señor te confiere, extendiendo el don de ayudar y aprender, amar y servir.
Muchos nacen y renacen en el cuerpo físico, transitando de la infancia hacia la vejez y del sepulcro a la cuna, a la manera de almas cadavéricas en el egoísmo y en la rebelión, en la ociosidad o en la delincuencia, a la que irreflexivamente se acogen.
Absorben los recursos de la Tierra sin retribución, reciben sin dar, exigen el concurso ajeno sin ningún impulso de cooperación en favor de los demás y absorben las fuerzas que encuentran, como vorágine que todo lo consume sin ningún provecho para el mundo que los acoge.
Semejantes compañeros son realmente los muertos dignos de socorro y de piedad, porque a distancia de la luz que les corresponde inflamar en sí mismos, prefieren sumergirse en la inutilidad, acomodándose con las tinieblas.
Recuérdate de los talentos con que Dios te ennoblece el sentimiento y el raciocinio, el cerebro y el corazón y, haciéndote verter la gloria del bien, a través de tu verbo y de tus manos, despierta y vive, para que, de las experiencias fragmentarias del aprendizaje humano, puedas, un día, alzar vuelo firme en dirección de la Vida Eterna.

- Espíritu Emmanuel a través del médium Chico Xavier-

                                                        
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