TILDE PÉREZ PIERONI DE CAPALBO
El día 3 de octubre de 1804, once del victimario del décimo tercer año del calendario republicano, nace en la Rua Salar 76, en Lyón, el admirable Juan Huss que recibe el nombre de Hipolyto León Denizard Rivail, más conocido con el seudónimo de Allan Kardec.
En el mundo se atollaba la incredulidad, danzando sobre la idea de Dios. Entre tanto, Kardec, en las consideraciones de El Libro de Los Médiums, mostró la dimensión espiritual de la vida y explicó el fenómeno mediúmnico. El mundo se sumergía en la desesperación olvidando el amor y la caridad. No obstante, Kardec, en las disertaciones de El Evangelio según El Espiritismo, reafirmo la enseñanza moral de Jesús y trajo de vuelta la Buena Nueva en su pureza primitiva. El mundo se esclavizaba en la intolerancia religiosa, temiendo al destino después de la muerte. Empero, Kardec, en la discusión lúcida de El Cielo y el Infierno, impugnó las penas eternas, expuso la justicia divina y exaltó la misericordia del padre. El mundo se perdía en el laberinto de las interpretaciones teológicas, enredándose en la trama de los dogmas rígidos. Pero en los capítulos de La Génesis, Kardec discurrió con sencillez y claridad sobre el origen de la tierra y del hombre, del bien y del mal, interpretó a la luz de la razón los milagros y las predicciones de Jesús. Al codificar el Espiritismo, Allan Kardec, revolucionó el conocimiento humano convocando a la ciencia y a la filosofía a experimentar y pensar en el más allá. También en la codificación del Espiritismo, Allan Kardec, estableció las bases de la doctrina sin ambigüedades. Pero aún hoy, existen seguidores que le distorsionan las enseñanzas. Kardec acuñó el término Espírita para designar al adepto de las nuevas ideas. Entre tanto, existen aquellos que se valen de expresiones para huir a la afirmación doctrinaria. Kardec estudió detenidamente el fenómeno mediúmnico para aceptarlo como verdadero, sin embargo, existen aquellos que ven la mediumnidad en cualquier manifestación psíquica. Kardec desarrolló la Ciencia Espírita, sin perder de vista las consecuencias morales. No obstante, existen aquellos que defienden la investigación como única finalidad de la Doctrina de los Espíritus. Kardec hizo de la comprensión un paso importante en la conquista de la fe. Empero, existen aquellos que creen ciegamente, despreciando el socorro de la razón y el buen sentido. Kardec preconizó la simplicidad de las reuniones Espíritas. Más, existen aquellos que inventan sofisticaciones y ceremonias innecesarias. Kardec explicó la reencarnación como una oportunidad de aprendizaje y la reparación de antiguas equivocaciones. Entre tanto, existen aquellos que usan la realidad de las vidas sucesivas par justificar actitudes innobles. Kardec construyó el edificio doctrinario de la nueva revelación. Con todo, existen aquellos que lo ven como simple expositor de la dimensión espiritual. Kardec trajo conocimientos fundamentales para la humanidad, en cualquier época. No obstante, existen aquellos que lo consideran superado. Kardec restableció e interpretó las verdades evangélicas anunciando el consolador prometido por Jesús. Sin embargo, existen aquellos que niegan el vértice moral de la Doctrina Espírita. Por todo esto y por muchas cosas más la actualidad de la Codificación Kardeciana es admirable.
Sin ninguna duda, Allan Kardec está tan actual hoy, como en la ocasión en que iluminó los caminos de la humanidad, encendiendo la luz de la Codificación Espírita. Reverenciemos, pues, al Insigne Apóstol de la Fe Razonada, y rememorando la inolvidable afirmación: Fuera de la Caridad no hay Salvación, proclamemos sin rodeos: Fuera de Kardec no hay Espiritismo.
Una gran responsabilidad recae sobre nosotros porque seguramente estuvimos presentes en aquella noche memorable de comienzo de siglo y nos comprometimos a construir la Nueva Era. Que no importen los obstáculos, ni los espinos; aquellos que tienen la meta no se detienen en las dificultades del camino. Nadie alcanza la montaña sin pasar por el valle. Nadie alcanza la plenitud sin conocer las dificultades. Es el fuego que moldea los metales y exactamente el cincel que transforma la piedra y la dificultad que torna a los hombres dignos de sí mismos. Llevemos a nuestras casas los compromisos de estos días y recordemos que se conoce el verdadero Espírita por su transformación moral, por el esfuerzo que emprende para ser hoy mejor que ayer y mañana mejor que hoy. Y resolviendo nuestras dificultades démonos las manos para que todos sepan, por nuestros ejemplos, de la excelencia de la doctrina que abrazamos. Que nuestras palabras profundas de conocimiento estén cimentadas por nuestros ejemplos de abnegación, de fraternidad entre nosotros, para que tengamos la capacidad de mantener fraternidad con los demás. Si no toleramos, si no nos ayudamos nosotros que tenemos el mismo ideal ¿cómo podremos servir y amar a aquellos que nos combaten? Fue exactamente lo que dijo Allan Kardec: "Escribo esta nota diez años después de publicar El Libro de Los Espíritus, y lo que sufrí, los testimonios, las ingratitudes, las persecuciones gratuitas, fueron superiores a lo que yo podía imaginar. Amigos queridos de la Sociedad de Estudios Espiritas de París me persiguieron, me besaban y me agredían, hablaban que yo vivía de las obras del Espiritismo, sin recordarse que yo las financiaba con mi dinero. Calumnias terribles fueron lanzadas contra mí, pero nunca desanimé. Todo me lo advirtió el Espíritu de Verdad; pero lo que me predijo fue las alegrías, la felicidad de ver crecer la obra. Y en aquellos días difíciles, cuando los dolores eran muy fuertes e insoportables, yo me elevaba por encima de la humanidad a través de la oración y desde allá veía la doctrina expandirse. Por eso bendigo todos los dolores, todas las dificultades, porque el bien suplanta el mal en todas las aflicciones. Espíritas, esta es nuestra hora de proclamar un mundo nuevo. Estamos señalados por el pensamiento de Jesús para llevar a todos los rincones de la tierra la doctrina hecha luz, capaz de erradicar de la tierra las bases del mal. El consolador, que no solo enjuga las lágrimas, sino que extrae las raíces de los males que producen las lágrimas. No nos engañemos, esta es nuestra oportunidad superior, porque nosotros somos pequeños Dioses, tenemos la tarea de sembrar un mundo nuevo y ninguna disculpa valdrá para justificar nuestro fracaso".
Allan Kardec estuvo y estará siempre presente en la conciencia moral de la humanidad, con su inmenso prestigio de sabio investigador de las realidades cósmicas, con su profundo sentido de humanidad, con su pureza moral, con su inagotable generosidad de sapiente que ofrece, con modestia, sus conocimientos a los hombres y pueblos, a los seres de todas las razas y condiciones sociales, para ayudarlos en sus desgracias y encaminarlos hacia los ideales del amor. Su luz, su voz, su fuerza intelectual y espiritual permanecerán en el mundo como la presencia de un consolador y de un guía, como la estrella polar que invita continuamente a todos a reencontrar el recto camino. La Doctrina Espiritista está enfocada a redimir el mundo desde el punto de vista moral y social, enfrentando triunfalmente los dogmatismos religiosos y materialistas que aún dominan en la sociedad actual, derrumbando el edificio milenario de las viejas supersticiones, y unificando a la especie humana en un abrazo de paz y fraternidad.
En este momento la tarea de Allan Kardec está terminada y el día 31 de Marzo de 1869, cuando ya estaba preparado para transferirse para Villa Segür, un aneurisma le revienta el cuerpo, pero el ave de luz se libera y él pasa ahora a dirigir la obra desde el mundo espiritual. Messier Luran tiene la oportunidad de decir en el momento de la exhumación cadavérica: “¡OH! voz que tenéis contacto con los ángeles, traednos las bendiciones de la inmortalidad. Velad por nosotros que continuamos en las sombras de la amargura. Vos que concluiste con la tarea, cuidad de nosotros”.
ALLAN KARDEC, MAESTRO
Hace más de un siglo dijiste la verdad de los siglos:
-La muerte es un ajado vestido que se deja.
Morir es renacer... progresar siempre... Y siempre
superar un estado más hondo de pureza.
Como a todos los sabios, te tuvieron por loco...
Y te llovían piedras...
Dijiste que los muertos alternan con los vivos
y que, por ellos mismos aquí se manifiestan.
Pulverizaste el velo secular del misterio
que separaba el cielo clerical de la tierra.
Revelabas al hombre hacedor de sí mismo...
Y te llovían piedras...
La verdad, en un puño bajaste de su trono
al implacable Dios de las penas eternas.
Dios solo puede ser Dios de Amor y Justicia,
y un mismo juez en todos: La voz de la conciencia.
Entre ciegos brillaba tu luz incomprendida...
Y te llovían piedras...
Igualaste a los pobres y a los ricos, probando
que no hay Dios que por rezos o dádivas se venda;
que la hermandad del hombre es la ley de las leyes;
que cada cual cosecha, al final, lo que siembra:
Todos sin privilegios son hijos de sus obras...
Y te llovían piedras...
Y el día más oscuro de la Historia de España
-celoso el Santo Oficio de tus obras maestras-,
por condenar tus libros, condenaba a la iglesia,
en un “auto de fe” –farsa de cruz y óleos-
el pueblo recogía, devoto, las cenizas...
Y aún te llovían piedras...
ALLAN KARDEC. Maestro sembrador de verdades
La nueva humanidad ya no deriva a ciegas.
Con el Espiritismo le has legado una brújula
de luz, que marca el norte del Amor y la Ciencia.
Y desde el cielo impar del Espíritu Puro...
Hoy te llueven estrellas...
Tomado de la revista “La Colmena”- Marzo 1967
Artículo cedido por el Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís.
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El espírita ante sí mismo
Todo hombre es demasiado indulgente para consigo mismo. Siempre encuentra medios para justificar su conducta, aunque ésta no sea lo suficientemente correcta. Procura siempre disculpar sus defectos y atenuar sus faltas. Tanto es así, que escuchamos a menudo, de aquellos a quienes hablamos de Espiritismo: «Yo no creo en nada, apenas acompaño a la mayoría; pero, en lo que concierne a la otra vida, creo que lo mejor es hacer todo el bien posible. Así, si existe alguna cosa después de esta vida, nada de malo podrá acontecerme».
Esos hombres entienden que practican el bien siendo buenos padres, no haciendo ningún mal, ni en su casa ni fuera de ella, pagando todas sus deudas, cumpliendo sus compromisos y dando algunas limosnas cuando les place. Acreditan que así cumplen con el deber y están preparados para cuando sean llamados a juicio. ¡Pero cómo están engañados!
La sociedad procede mal, y lo que a veces para ella es corriente, constituye falta grave ante la ley divina. No basta evitar el mal. Es necesario hacer el bien, mucho bien. ¿Y cómo el hombre sabe si está haciendo mal o bien, si no sigue la ley divina, mas observa apenas la ley humana? ¿Aún que cumpla sus deberes sociales, dónde estará la práctica del «amarás al prójimo como a ti mismo»? ¿Y del pagarás el mal con el bien; si te hieren en un lado de la cara presentarás el otro; bendecirás a los que te maldicen; orarás por los que te persiguen y calumnian?
Las leyes humanas no cubren las faltas que no figuran en el código penal, pero las leyes divinas alcanzan a todas las faltas que se relacionan con la conciencia. Por eso, los que piensan como encima están equivocados. Pues si viven en paz, según la ley humana, están en falta con la ley divina, y cuando sea llegada su hora sufrirán las consecuencias de ese error. Por otro lado, mientras continúen pensando y obrando de esa manera, la sociedad no se reformará, y todos continuarán siendo víctimas del propio egoísmo y de la falsa interpretación de la ley, que inevitablemente dará a cada uno según sus propias obras.
Nosotros, los espíritas, no debemos proceder así. Todo espírita deberá ser muy severo consigo mismo. Nunca, en su íntimo, deberá disculparse una falta, nunca deberá procurar atenuantes para justificar su conducta, cuando ésta deja que desear. Deberá ser siempre el primero y el más severo juez de sí mismo. No puede olvidar que está en este mundo y tiene que sufrir y luchar por causa de su atraso, de sus imperfecciones y de sus deficiencias, y que urge libertarse de todo lo que sea contrario al amor, a la virtud, a la caridad, a la justicia. Pues, de lo contrario, en vano procurará la paz y nunca podrá honrar la doctrina que profesa, ni será digno de llamarse espírita.
Bien sabemos cuánto es difícil ser justos en todas las cosas. Mas el espírita, empero conserve aún los residuos de lo que fue en el pasado, debe luchar constantemente para avanzar en el camino de la depuración, sin desalentarse delante de las dificultades que encuentra par rehabilitarse, hasta llegar a ser una criatura enteramente digna. Para conseguirse eso, aconsejamos una práctica que hemos seguido durante muchos años, y que nos dio los mejores resultados, ayudándonos a obtener todas las condiciones necesarias para alcanzar nuestro propósito de vivir con justicia, dentro del amor de Dios. Cada espírita procurará, todos los días, antes de acostarse, hacer un examen de todo lo que sintió y realizó en la jornada transcurrida. Hay tres maneras de cometer faltas: por pensamientos, palabras y actos. La falta por pensamientos decorre de pasiones injustas o mal contenidas, de no ser indulgente para las faltas del prójimo, de codiciar cosas indebidas.
El espírita puede sentir deseos condenados por la ley divina. Falta por pensamiento. Los espíritus perturbadores muchas veces tentan al espírita a través de deseos indebidos. Muchas veces consiguen mantenerlo bajo su dominio. Aunque él no llegue a cometer la falta, esto le causa malestar y le imposibilita, mientras está bajo la tentación, de concebir buenos pensamientos y buenos deseos y, por tanto practicar el bien. Al hacer el examen diario, viendo que está sugestionado por malos pensamientos, el espírita debe tomar el firme propósito de resistir a esas influencias impuras y faltas de caridad. Para eso, pedirá fuerzas al Padre, recordará la pureza de las palabras y de los actos del Maestro Sublime, y no debe olvidarse de que todos tenemos un Ángel-Guardián, encargado de guiamos, el cual tendrá mucha satisfacción en colaborar en nuestra regeneración, ayudándonos como sus protegidos, desde que persistamos en los buenos propósitos.
A veces no se consigue un resultado inmediato, aunque eso ocurra, el espírita que cometió falta por pensamiento no debe acobardarse, mas persistir, día a día, en sus buenos propósitos, pedir y confiar, y después verá cómo sus esfuerzos serán coronados de completo éxito. Entonces se sentirá más tranquilo, los buenos pensamientos lo envolverán y conseguirá sin más dificultades entregarse a la práctica del bien. (Confiante en la ley de la evolución, y sabiendo que la construcción del bien es difícil en un mundo todavía inferior como es el nuestro, en el que prevalece el mal, el espírita no debe acobardarse ante los primeros fracasos. Aunque la victoria demore en llegar, su deber es luchar, apelando constantemente al Alto, pues la Doctrina le enseña que no fuimos hechos para la perdición, mas sí para la salvación. Si las fuerzas le faltasen, debe levantarse de cada caída haciendo nuevos propósitos de vencer y renovando sus pedidos al Espíritu Protector) (6). Falta por palabras. – Si cometió falta por palabras, siendo indiscreto por imprevidencia, intolerante o brutal, el espírita no debe llenarse de amor propio, mas, reconociendo su error, ha de sin más tardar, procurar el ofendido o los ofendidos y darles plena satisfacción, con absoluta sinceridad, demostrando verdadero arrepentimiento, hasta conseguir que la falta le sea perdonada. Entonces, al hacer su examen de conducta, el espírita tiene algo más que pedir al Padre y rogar al Señor, que tan amable fue para con todos.
Debe llamar con vehemencia a su Guía Espiritual procurando tomar las buenas resoluciones que sean necesarias para corregirse de ese defecto, haciendo todo para cumplir los buenos propósitos que tomar. Si no consigue el triunfo tan deprisa como lo desearía, no debe tampoco acobardarse, mas resistir y perseverar, pidiendo, arrepintiéndose y dando tantas satisfacciones a los otros como sean necesarias, cada vez que incurrir en esa falta. Todo eso sin olvidarse de que esa conducta le garantizará la Protección del Alto y le pondrá en condiciones de ser reconocido, por las personas de sus relaciones, como una criatura de buena voluntad, a pesar de sus defectos. Esa actitud hará que, sin demora, vea corregidos los impulsos que lo llevaban a la falta por palabras. Falta por acción.- Si la falta es por acción, es más grave, y el espírita debe procurar, por todos los medios posibles, evitar incurrir en ella de nuevo. Hay acciones que pueden constituir faltas leves, como otras que pueden ser graves. Las primeras, el espírita puedo corregirlas con la ayuda de Dios, de los Buenos Espíritus y de sus hermanos encarnados.
Digo con la ayuda de éstos también, porque el espírita, cuando incurre en una falta de esa naturaleza, no debe fiarse de sí mismo, mas, allá de sus propósitos y de la ayuda de los Buenos Espíritus, debe todavía procurar el consejo de los hermanos que, más experimentados, tengan ya adquirido otro temperamento y otras virtudes. Siendo humilde y estando realmente arrepentido de sus faltas, los hermanos pueden ayudarlo con sus consejos. Así, con el auxilio del Alto, de los hermanos en la Tierra, y afirmado en sus propósitos, puede llegar a corregirse y tomarse un espírita correcto. Si la falta es grave, acarrea consecuencias que no se borran apenas con buenos propósitos, puesto que exigen también la expiación; Por eso, aconsejamos a todo espírita, que infelizmente tenga incurrido en una falta grave, la práctica de una grande penitencia, como único medio de borrarla. Entendemos por penitencia el olvido de todo lo que pueda desviarlo de la corrección necesaria; una vida de recato, de abnegación, sufriendo todo por amor a Dios y como medio de reparación; dedicarse a la caridad para con los pobres, los dolientes, los afligidos, sin pensar sino en agradar a Dios y ser útil al prójimo, en la medida de sus fuerzas. Solamente así conseguimos borrar las faltas graves.
Así pues, el espírita que, en los exámenes de conciencia, se encuentra desgraciadamente en este caso, tendrá que hacer grandes esfuerzos de arrepentimiento y muchos propósitos decisivos, no reculando hasta conseguir su rehabilitación. Mucho pueden el arrepentimiento, la oración y la práctica de la caridad. Los espíritas que sigan nuestros consejos, y las prácticas que indicamos en los capítulos anteriores, mucho podrán adelantarse y mucho podrán encontrar en la vida futura. De lo contrario, muy difícil les será salir de esta existencia y tener una vida tranquila y feliz en el Espacio. Hay espíritas que -y no son pocos- viven siguiendo los impulsos de su corazón, sin preocuparse con las faltas de pensamientos y de palabras. Aunque atenten para las acciones, no dan la suficiente importancia al problema de la justicia en la conducta. Ésos, aunque no practiquen faltas graves, viven sin una regla segura y no avanzan,
y en muchas cosas se diferencian poco de los que no son espíritas. Esos hermanos van mal, y están expuestos a caer en malas condiciones cuando dejen la Tierra.
El procedimiento de hoy puede costarles en el futuro muchas lágrimas y muchos sufrimientos. Por eso, muchos espíritas desencarnados, según hemos visto en nuestros estudios, cayeran en mala situación, siendo pocos los que adquieren una posición brillante en el Espacio. Es la falta de estudio de sí mismos, del cuidado en la manera de hablar, de pensar y de obrar, que acarrea esas consecuencias. Hay, pues, que vivir apercibidos, no distraerse en la vida terrena, aprovecharse de ella para el progreso, para la conquista del verdadero bienestar. Es necesario orar, pedir, suplicar y también aconsejarse con los que tienen más experiencia de la vida de purificación. Hay que consultar libros de moral espírita, sobre todo El Evangelio según el Espiritismo, de Allan Kardec, en el cual están previstos muchos de los peligros con los que nos podemos enfrentar en la vida terrena. Es preciso no olvidar -esto todos los espíritas deben tener presente- que el tiempo de nuestra vida en la Tierra es sumamente corto, y que el tiempo que tendremos que pasar, y que sin remisión nos espera en el Espacio, será sumamente largo, siendo felices o infelices, según hayamos cumplido o dejado de cumplir nuestros deberes espirituales. Procuremos, pues, progresar en virtudes, en amor, en adoración al Padre, en respeto y veneración para con nuestros semejantes, y no dudemos de que nuestra felicidad será grande. Tendrán llegado a su fin los sufrimientos y los males, que por tantos años nos afligen y nos mantienen retenidos en planetas de expiación.
Miguel Vives
Extraído del libro “El Tesoro de los Espíritas”
6. Lo acrecentado entre paréntesis es nuestro por inspiración del momento. Recordamos aún lo siguiente: El espírita sabe que el mal no es permanente y que Dios no condena a los que desean sinceramente enmendarse; no hay pecado mortal en el Espiritismo; de esa manera, el espírita nunca tiene motivos para desesperarse o dejarse vencer. (N. del T.)
Todo hombre es demasiado indulgente para consigo mismo. Siempre encuentra medios para justificar su conducta, aunque ésta no sea lo suficientemente correcta. Procura siempre disculpar sus defectos y atenuar sus faltas. Tanto es así, que escuchamos a menudo, de aquellos a quienes hablamos de Espiritismo: «Yo no creo en nada, apenas acompaño a la mayoría; pero, en lo que concierne a la otra vida, creo que lo mejor es hacer todo el bien posible. Así, si existe alguna cosa después de esta vida, nada de malo podrá acontecerme».
Esos hombres entienden que practican el bien siendo buenos padres, no haciendo ningún mal, ni en su casa ni fuera de ella, pagando todas sus deudas, cumpliendo sus compromisos y dando algunas limosnas cuando les place. Acreditan que así cumplen con el deber y están preparados para cuando sean llamados a juicio. ¡Pero cómo están engañados!
La sociedad procede mal, y lo que a veces para ella es corriente, constituye falta grave ante la ley divina. No basta evitar el mal. Es necesario hacer el bien, mucho bien. ¿Y cómo el hombre sabe si está haciendo mal o bien, si no sigue la ley divina, mas observa apenas la ley humana? ¿Aún que cumpla sus deberes sociales, dónde estará la práctica del «amarás al prójimo como a ti mismo»? ¿Y del pagarás el mal con el bien; si te hieren en un lado de la cara presentarás el otro; bendecirás a los que te maldicen; orarás por los que te persiguen y calumnian?
Las leyes humanas no cubren las faltas que no figuran en el código penal, pero las leyes divinas alcanzan a todas las faltas que se relacionan con la conciencia. Por eso, los que piensan como encima están equivocados. Pues si viven en paz, según la ley humana, están en falta con la ley divina, y cuando sea llegada su hora sufrirán las consecuencias de ese error. Por otro lado, mientras continúen pensando y obrando de esa manera, la sociedad no se reformará, y todos continuarán siendo víctimas del propio egoísmo y de la falsa interpretación de la ley, que inevitablemente dará a cada uno según sus propias obras.
Nosotros, los espíritas, no debemos proceder así. Todo espírita deberá ser muy severo consigo mismo. Nunca, en su íntimo, deberá disculparse una falta, nunca deberá procurar atenuantes para justificar su conducta, cuando ésta deja que desear. Deberá ser siempre el primero y el más severo juez de sí mismo. No puede olvidar que está en este mundo y tiene que sufrir y luchar por causa de su atraso, de sus imperfecciones y de sus deficiencias, y que urge libertarse de todo lo que sea contrario al amor, a la virtud, a la caridad, a la justicia. Pues, de lo contrario, en vano procurará la paz y nunca podrá honrar la doctrina que profesa, ni será digno de llamarse espírita.
Bien sabemos cuánto es difícil ser justos en todas las cosas. Mas el espírita, empero conserve aún los residuos de lo que fue en el pasado, debe luchar constantemente para avanzar en el camino de la depuración, sin desalentarse delante de las dificultades que encuentra par rehabilitarse, hasta llegar a ser una criatura enteramente digna. Para conseguirse eso, aconsejamos una práctica que hemos seguido durante muchos años, y que nos dio los mejores resultados, ayudándonos a obtener todas las condiciones necesarias para alcanzar nuestro propósito de vivir con justicia, dentro del amor de Dios. Cada espírita procurará, todos los días, antes de acostarse, hacer un examen de todo lo que sintió y realizó en la jornada transcurrida. Hay tres maneras de cometer faltas: por pensamientos, palabras y actos. La falta por pensamientos decorre de pasiones injustas o mal contenidas, de no ser indulgente para las faltas del prójimo, de codiciar cosas indebidas.
El espírita puede sentir deseos condenados por la ley divina. Falta por pensamiento. Los espíritus perturbadores muchas veces tentan al espírita a través de deseos indebidos. Muchas veces consiguen mantenerlo bajo su dominio. Aunque él no llegue a cometer la falta, esto le causa malestar y le imposibilita, mientras está bajo la tentación, de concebir buenos pensamientos y buenos deseos y, por tanto practicar el bien. Al hacer el examen diario, viendo que está sugestionado por malos pensamientos, el espírita debe tomar el firme propósito de resistir a esas influencias impuras y faltas de caridad. Para eso, pedirá fuerzas al Padre, recordará la pureza de las palabras y de los actos del Maestro Sublime, y no debe olvidarse de que todos tenemos un Ángel-Guardián, encargado de guiamos, el cual tendrá mucha satisfacción en colaborar en nuestra regeneración, ayudándonos como sus protegidos, desde que persistamos en los buenos propósitos.
A veces no se consigue un resultado inmediato, aunque eso ocurra, el espírita que cometió falta por pensamiento no debe acobardarse, mas persistir, día a día, en sus buenos propósitos, pedir y confiar, y después verá cómo sus esfuerzos serán coronados de completo éxito. Entonces se sentirá más tranquilo, los buenos pensamientos lo envolverán y conseguirá sin más dificultades entregarse a la práctica del bien. (Confiante en la ley de la evolución, y sabiendo que la construcción del bien es difícil en un mundo todavía inferior como es el nuestro, en el que prevalece el mal, el espírita no debe acobardarse ante los primeros fracasos. Aunque la victoria demore en llegar, su deber es luchar, apelando constantemente al Alto, pues la Doctrina le enseña que no fuimos hechos para la perdición, mas sí para la salvación. Si las fuerzas le faltasen, debe levantarse de cada caída haciendo nuevos propósitos de vencer y renovando sus pedidos al Espíritu Protector) (6). Falta por palabras. – Si cometió falta por palabras, siendo indiscreto por imprevidencia, intolerante o brutal, el espírita no debe llenarse de amor propio, mas, reconociendo su error, ha de sin más tardar, procurar el ofendido o los ofendidos y darles plena satisfacción, con absoluta sinceridad, demostrando verdadero arrepentimiento, hasta conseguir que la falta le sea perdonada. Entonces, al hacer su examen de conducta, el espírita tiene algo más que pedir al Padre y rogar al Señor, que tan amable fue para con todos.
Debe llamar con vehemencia a su Guía Espiritual procurando tomar las buenas resoluciones que sean necesarias para corregirse de ese defecto, haciendo todo para cumplir los buenos propósitos que tomar. Si no consigue el triunfo tan deprisa como lo desearía, no debe tampoco acobardarse, mas resistir y perseverar, pidiendo, arrepintiéndose y dando tantas satisfacciones a los otros como sean necesarias, cada vez que incurrir en esa falta. Todo eso sin olvidarse de que esa conducta le garantizará la Protección del Alto y le pondrá en condiciones de ser reconocido, por las personas de sus relaciones, como una criatura de buena voluntad, a pesar de sus defectos. Esa actitud hará que, sin demora, vea corregidos los impulsos que lo llevaban a la falta por palabras. Falta por acción.- Si la falta es por acción, es más grave, y el espírita debe procurar, por todos los medios posibles, evitar incurrir en ella de nuevo. Hay acciones que pueden constituir faltas leves, como otras que pueden ser graves. Las primeras, el espírita puedo corregirlas con la ayuda de Dios, de los Buenos Espíritus y de sus hermanos encarnados.
Digo con la ayuda de éstos también, porque el espírita, cuando incurre en una falta de esa naturaleza, no debe fiarse de sí mismo, mas, allá de sus propósitos y de la ayuda de los Buenos Espíritus, debe todavía procurar el consejo de los hermanos que, más experimentados, tengan ya adquirido otro temperamento y otras virtudes. Siendo humilde y estando realmente arrepentido de sus faltas, los hermanos pueden ayudarlo con sus consejos. Así, con el auxilio del Alto, de los hermanos en la Tierra, y afirmado en sus propósitos, puede llegar a corregirse y tomarse un espírita correcto. Si la falta es grave, acarrea consecuencias que no se borran apenas con buenos propósitos, puesto que exigen también la expiación; Por eso, aconsejamos a todo espírita, que infelizmente tenga incurrido en una falta grave, la práctica de una grande penitencia, como único medio de borrarla. Entendemos por penitencia el olvido de todo lo que pueda desviarlo de la corrección necesaria; una vida de recato, de abnegación, sufriendo todo por amor a Dios y como medio de reparación; dedicarse a la caridad para con los pobres, los dolientes, los afligidos, sin pensar sino en agradar a Dios y ser útil al prójimo, en la medida de sus fuerzas. Solamente así conseguimos borrar las faltas graves.
Así pues, el espírita que, en los exámenes de conciencia, se encuentra desgraciadamente en este caso, tendrá que hacer grandes esfuerzos de arrepentimiento y muchos propósitos decisivos, no reculando hasta conseguir su rehabilitación. Mucho pueden el arrepentimiento, la oración y la práctica de la caridad. Los espíritas que sigan nuestros consejos, y las prácticas que indicamos en los capítulos anteriores, mucho podrán adelantarse y mucho podrán encontrar en la vida futura. De lo contrario, muy difícil les será salir de esta existencia y tener una vida tranquila y feliz en el Espacio. Hay espíritas que -y no son pocos- viven siguiendo los impulsos de su corazón, sin preocuparse con las faltas de pensamientos y de palabras. Aunque atenten para las acciones, no dan la suficiente importancia al problema de la justicia en la conducta. Ésos, aunque no practiquen faltas graves, viven sin una regla segura y no avanzan,
y en muchas cosas se diferencian poco de los que no son espíritas. Esos hermanos van mal, y están expuestos a caer en malas condiciones cuando dejen la Tierra.
El procedimiento de hoy puede costarles en el futuro muchas lágrimas y muchos sufrimientos. Por eso, muchos espíritas desencarnados, según hemos visto en nuestros estudios, cayeran en mala situación, siendo pocos los que adquieren una posición brillante en el Espacio. Es la falta de estudio de sí mismos, del cuidado en la manera de hablar, de pensar y de obrar, que acarrea esas consecuencias. Hay, pues, que vivir apercibidos, no distraerse en la vida terrena, aprovecharse de ella para el progreso, para la conquista del verdadero bienestar. Es necesario orar, pedir, suplicar y también aconsejarse con los que tienen más experiencia de la vida de purificación. Hay que consultar libros de moral espírita, sobre todo El Evangelio según el Espiritismo, de Allan Kardec, en el cual están previstos muchos de los peligros con los que nos podemos enfrentar en la vida terrena. Es preciso no olvidar -esto todos los espíritas deben tener presente- que el tiempo de nuestra vida en la Tierra es sumamente corto, y que el tiempo que tendremos que pasar, y que sin remisión nos espera en el Espacio, será sumamente largo, siendo felices o infelices, según hayamos cumplido o dejado de cumplir nuestros deberes espirituales. Procuremos, pues, progresar en virtudes, en amor, en adoración al Padre, en respeto y veneración para con nuestros semejantes, y no dudemos de que nuestra felicidad será grande. Tendrán llegado a su fin los sufrimientos y los males, que por tantos años nos afligen y nos mantienen retenidos en planetas de expiación.
Miguel Vives
Extraído del libro “El Tesoro de los Espíritas”
6. Lo acrecentado entre paréntesis es nuestro por inspiración del momento. Recordamos aún lo siguiente: El espírita sabe que el mal no es permanente y que Dios no condena a los que desean sinceramente enmendarse; no hay pecado mortal en el Espiritismo; de esa manera, el espírita nunca tiene motivos para desesperarse o dejarse vencer. (N. del T.)
( Aportación de Viviana Gianitelli)
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VENGANZA ESPANTOSA
Continuamente estoy recibiendo cartas pidiéndome que pregunte a los espíritus el porqué de muchos sucesos verdaderamente interesantes y muchos de ellos terribles. No siempre puedo complacer a mis amigos o hermanos. Unas veces porque no quiero abusar de las comunicaciones para conservar lo que yo necesito, que es la comunicación para mis trabajos literarios. Quiero que los espíritus no vean en mí un correveidile que les moleste, con preguntas impertinentes para satisfacer la curiosidad de la ignorancia. No, yo, cuando interrogo a los espíritus es para aprovechar sus narraciones y trasladarlas al papel publicándolas en los periódicos espiritistas, y de este modo mi trabajo es verdaderamente productivo, porque son muchos los que leen mis escritos y aprenden en ellos a saber sufrir y saber esperar. Otras veces tengo que dar la callada por respuesta, porque el guía de mis trabajos literarios me dice sencillamente, que no siempre se puede uno acercar al fuego (metafóricamente hablando), pues hay espíritus cuya historia es tan terrible, y tanta su inferioridad y degradación, que van envueltos en espesas brumas, y su fluido, no diremos que ocasione la muerte, pero sí produce un malestar indefinible, una angustia sin nombre, y en realidad tendrá que ser así, porque en la Tierra yo he experimentado sensaciones dolorosísimas cuando, por circunstancias fortuitas, he tenido que ir a ciertos lugares donde se reunían inferiores, o he cruzado calles cuyo vecindario se componía de mujeres perdidas y hombres degradados. ¡Qué fatiga! ¡Qué ansiedad! ¡Qué repugnancia! Yo creo que el Espíritu también debe sentir náuseas cuando encuentra en su camino a un ser o seres malvados. Podrá, pasada la primera impresión, dominarse y sentir compasión por los culpables, pero en el primer momento rechaza con horror a tales seres inferiores. Yo recuerdo perfectamente que hace muchos años visité la cárcel de Barcelona. Me acompañaba el alcaide y un escribano. Cuando llegamos al patio de la prisión y me detuve delante de una reja, me horroricé de ver aquel enjambre de hombres abyectos, medio desnudos muchos de ellos, que se acercaron a la reja, y me pedían cigarros sonriendo estúpidamente. ¡Qué cabezas tan deprimidas! ¡Qué miradas! ¡Qué ademanes! Yo volví la cabeza y murmuré con amargura dirigiéndome al alcaide: -¿Y éstos son hombres? -Pues fíjese en un preso que le voy a presentar, a ver qué sensación experimenta. Seguimos andando y entramos en una cocina muy limpia. Todos sus utensilios estaban muy bien colocados y brillaban las cacerolas de cobre como si tuvieran un baño de oro. Un hombre pequeño y rechoncho estaba afilando un cuchillo, al ver al alcaide se cuadró, sonriendo humildemente. Yo miré, y experimenté una sensación dolorosísima, parecía que por todo mi cuerpo me clavaban agudas espinas y que martillos candentes golpeaban mis sienes. El alcaide (de intento sin duda), le dirigió la palabra, le hizo varias preguntas para que yo tuviera tiempo de contemplarle, pero me sentí tan mal que salí de la cocina con presteza pidiendo agua porque me ahogaba, y con vivísima curiosidad le dije al alcaide: -¿Qué ha hecho ese hombre? ¿Por qué está aquí? -Porque ha violado a sus tres hijas y las tres han tenido un hijo, que el padre y abuelo quería estrangular, pero las tres criaturas se han salvado y él marchará al presidio de Ceuta dentro de algunos días. -¡Qué horror! Ahora me explico por qué yo no podía estar cerca de ese hombre. Pues lo mismo que pasa con los criminales de la Tierra, lo mismo deberá pasar con los criminales del espacio. Yo lo que sé es que me hacen preguntas a las cuales no puedo contestar porque, como dice mi guía: “Sufrirás demasiado, deja que los muertos entierren a sus muertos”. Pero últimamente me ha escrito un espiritista de México, muy interesado por saber el principio de una tragedia ocurrida en el manicomio de San Hipólito en México. En dicha casa de curación entró en Septiembre del año 1894 un enfermo llamado Ambrosio Sámano. Los médicos dijeron que tenía intoxicación por la marihuana y manía impulsiva y homicida. De fuerte constitución, muy musculoso, tiene ya fuerza hercúlea y domina, sin exageración ninguna, a tres hombres. Pertenece a una familia de neurópatas. Su madre es una histérica, el padre un neurasténico, y el hijo mayor de dicho matrimonio es también un enfermo. Ambrosio se ha puesto él mismo el apodo de “el dios de la Tierra”. En el hospital se hizo célebre por su ferocidad. Se golpeaba brutalmente, se desgarraba la ropa y gritaba: “¿Quién como yo?” Hace poco tiempo que ingresó en el hospital don Antonio Marrón, joven enfermo, pero no de locura. Por un descuido que no se explica, entró Marrón en el patio donde se paseaba Ambrosio, llevando puesta la camisa de fuerza, acompañado de dos celadores; pero éstos fueron llamados por alguien y se quedó solo el loco con Marrón, al que debió decirle: “dadme la libertad”, y Marrón le desató los lazos que sujetaban la camisa de fuerzas y el loco quedó libre y dueño del campo, y sin pérdida de tiempo, le puso la camisa a Marrón, lo cogió en brazos y se lo llevó a su celda, cerró la puerta y se quedó solo con su víctima.
Nadie puede saber cómo ocurrió el terrible drama entre las tinieblas de la celda, pero los gritos de los demás locos atrajeron a los celadores, los que vieron horrorizados que Marrón estaba en el suelo con la camisa de fuerza y los pies atados, y el loco, de rodillas ante el cadáver forcejaba por extraer una enorme alcayata, que él mismo había incrustado por cuarta vez en el cráneo de Marrón, y con tal fuerza debió clavarla el loco, que perforó el cráneo del infeliz Marrón y penetró en el pavimento. Sometieron al loco a un interrogatorio, diciéndole: -¿Mataste a un hombre? -Sí, señor. -¿Por qué? -Porque me tienen amarrado y me canso de esta vida. Quiero que me pasen a Belén. -Pero es que estás aquí por encontrarte enfermo. -No estoy enfermo. -Sí, estás loco. -No, señor; no señor. -¿Por qué eres tan malo? -Porque me tienen amarrado. -¿Si te soltaran serías bueno? -Sí, señor; sí, señor. Mucho más largo y más explícito es el relato que publica El Imparcial, de México, del 8 de Junio, pero con el extracto basta para hacerse cargo del terrible suceso ocurrido en el manicomio de San Hipólito. Epílogo de una historia de crímenes, tiene que ser la muerte del infeliz Marrón, que por una serie de circunstancias inexplicables, tuvo que quedar a merced de un loco temible que nunca paseaba solo, al que siempre le acompañaban dos celadores, y acudir a aquel patio, destinado exclusivamente para esparcimiento de los locos, un joven que estaba muy bien recomendado por un hermano suyo al director del hospital, que pagaba espléndidamente su pensión, porque era muy rico, habiendo heredado últimamente los dos hermanos cien mil duros, y entrar precisamente en el patio en el momento en que los dos celadores dejaban solo al loco, confiados en que éste no podía hacer uso de sus brazos, mandar el loco, obedecer el cuerdo, y con una rapidez extraordinaria, desarrollarse la terrible tragedia. Esto… no es producto de la casualidad, aquí hay una causalidad espantosa, pues no se muere atormentado tan cruelmente sin haber cometido un delito semejante. ¿Cuándo lo cometió Marrón? ¿En qué época? La sombra de los siglos ha borrado las páginas escritas en un libro cuyas hojas ya no existen. ¡Vana pregunta! Los hechos de los hombres no se borran jamás.
En la pizarra del infinito están escritas todas las cantidades de nuestros vicios, de nuestros atropellos, de nuestros crímenes. Aquellas cifras imborrables están esperando que Dios haga la suma de todas ellas, pero Dios no la sumará nunca, porque una sola suma significaría la perfección absoluta de un Espíritu y la perfección sólo Dios la posee. “Dices bien, me dice un Espíritu, siempre tendrán los hombres en los mundos y las almas en los espacios un cielo más que escalar y un abismo más donde caer. El progreso no tiene límites, el tiempo no tiene fin, los espíritus son los exploradores eternos, los trabajadores incansables, los mineros del Universo, los aeronautas de la Creación. El día de la vida universal no tiene ocaso; la noche del reposo no existe”. “Ahora bien, en esa historia de las humanidades, cuya primera hoja no se sabe con certeza en qué época se escribió, abundan episodios terroríficos, al par que encantadores idilios. Dueño cada Espíritu de emplear su tiempo según sus aspiraciones y sus deseos, se entrega a toda clase de excesos, mortificando unas veces su carne y otras degradando su inteligencia”. “Ese epílogo de una historia, como tú llamas al suceso ocurrido en un manicomio, tienes razón al decir que es el desenlace de un drama. ¡Cuántos han tomado parte en él, hace tiempo que vienen luchando juntos! Cuatro son los actores que han desempeñado su papel en esa escena final, tres que estaban en la Tierra y uno en el espacio. A grandes rasgos te trazaré un capítulo de la historia de esos desventurados; no estás tú en condiciones de penetrar muy a fondo en la vida íntima de cuatro seres que han adquirido grandes responsabilidades, dejándose dominar por sus indómitas pasiones”. “En una existencia no muy lejana, el que hoy se apellida “el dios de la Tierra” era un hombre feroz, indomable, que por satisfacer sus lúbricos deseos, mancilló el honor de muchas mujeres y mató a traición y frente a frente (según se le presentaba la ocasión) a más de un marido burlado, a más de un padre desesperado por el deshonor de su hija. Entre los hombres que murieron por sus manos, había un conde que había lavado su honra con la muerte de su esposa y de su única hija. Éste juró al morir perseguir eternamente al hombre que le había arrebatado su felicidad, y al encarnar Ambrosio Sámano en la Tierra, su enemigo se apoderó de él y aún no lo ha dejado”. “Tú dices que para morir atormentado tan cruelmente se debe haber cometido un delito semejante, y estás en lo cierto al afirmarlo. El joven que ha muerto por haberle perforado el cráneo, no cometió por su mano tal delito, pero presenció gozoso tal martirio, que solo sufrió un caudillo vencido por su deslealtad y su traición, y el ejecutor de tal crimen fue el Espíritu que juró no abandonar nunca al que hoy se llama “el dios de la Tierra”. “Une a estos tres espíritus una cadena de crímenes, cuyos eslabones los han forjado en diferentes existencias”. “El que hoy ha muerto (al parecer inocente) tiene muchas páginas escritas con sangre en el libro de su historia, y el Espíritu que tiene obsesado a “el dios de la Tierra” se ha vengado del matador y de la víctima, pues los dos le han arrebatado, en otro tiempo, el honor, la fortuna y la felicidad. Y hasta el hermano de la víctima de hoy ha contribuido a la realización de tal venganza, llevando al pobre enfermo al hospital donde debía morir, y ha sido él quien le abrió la puerta de tan triste lugar, porque en otro tiempo, siendo el gobernador de una fortaleza donde gemían prisioneros y prisioneras por mandato religioso, mujeres desdichadas que no querían abjurar de su religión y querían, al miso tiempo, conservar su virginidad, estas infelices tenían que sucumbir ante las amenazas de hombres opulentos que penetraban en sus calabozos, embriagados y enloquecidos. El gobernador era cómplice de tan infames atropellos, dejando entrar a varios magnates, siendo uno de ellos el que hoy ha muerto a manos del “dios de la Tierra”. Ayer le abrió las puertas de una prisión para que saciara sus brutales apetitos deshonrando a mujeres indefensas, y después le abrió las puertas de un hospital para que él muriera como había hecho morir a otro, con el cráneo perforado. Él se rió ayer de los momentos que pasó su víctima al morir, gozó con su agonía, y el ejecutor de aquella horrible muerte hoy levantó el brazo del que creéis loco, vengándose de los dos. Todos ellos habían escrito la sentencia realizada hoy”. “¿Entonces estaba escrito? Preguntas tú. Sí, estaba escrito, no por la fatalidad, estaba escrito por la serie de crímenes cometidos por todos ellos. El que pasa por loco no lo está, es víctima de su enemigo invisible. Podrá la ciencia asegurar que pertenece a una familia de desequilibrados, que él mismo lo está, pero tiene horas, tiene días, tiene noches que ve claro, muy claro y dice: “¡No estoy loco! ¡No! No lo estoy. Siento que por mis venas corre plomo derretido, siento que mi cerebro estalla, que unas manos de hierro oprimen mi garganta, que tengo sed de sangre, y al mismo tiempo, quisiera huir lejos, muy lejos de aquí para vivir tranquilo en los brazos de una mujer amada”. “Compadeced a las víctimas de sus enemigos invisibles. Sufren el más horrible de todos los tormentos, luchan con verdaderos titanes, cuya fuerza es tan poderosa que el hombre más fuerte de la Tierra cae vencido”. “Comprendo que sufres relatando tantos horrores, pero todo es útil. Así como los anatomistas hacen la autopsia de los cuerpos inertes, para estudiar las enfermedades y los defectos orgánicos que tanto atormentan a la mayoría de los hombres, también es conveniente hablar de lo invisible, de lo desconocido. ¿No se mira con el telescopio el mar del espacio donde navegan innumerables soles? Pues los misterios de ultratumba también merecen ser estudiados, porque sin conocer lo desconocido se vive a ciegas, se llega al crimen sin remordimiento, y hora es ya que sepan los hombres que el infierno y la gloria existen, que no están ni arriba ni abajo, que los llevamos nosotros mismos, que cada Espíritu construye su paraíso y su averno”. “Adiós”.
Dice muy bien el
Espíritu: es de gran utilidad levantar el velo que cubre la vida de
ayer. Es verdad que se sufre delatando crímenes, más si las heridas
del cuerpo se curan cauterizándolas, apliquemos el cauterio de la
revelación ultraterrena sobre los vicios incorregibles, sobre las
pasiones, sobre los odios, sobre la venganza. Pongamos de manifiesto
lo malo que es ser malo y lo bueno que es ser bueno, y si con
nuestros escritos un hombre se detiene en la pendiente de sus vicios,
¡Bendito sea el trabajo empleado! ¡Un alma que se despierta y ve
la luz, es un nuevo sol irradiante en el Universo!
Amalia Domingo Soler
Libro: La Luz que nos Guía
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