lunes, 21 de septiembre de 2015

LA MISIÓN DE LOS AVATARES BENEFACTORES

            CONCEPTO DE MEDIÚMNIDAD

Médium quiere decir medianero, intermediario. La mediúmnidad es la facultad humana, natural, por la cual se establecen las relaciones entre hombres y espíritus. No es un poder oculto que se pueda desarrollar a través de prácticas rituales o por el poder misterioso de un iniciado o de un gurú. La Mediúmnidad pertenece al campo de la comunicación. Se desarrolla naturalmente en las personas de mayor sensibilidad para la captación mental y sensorial de cosas y hechos del mundo espiritual que nos cerca y nos afecta con sus vibraciones psíquicas y afectivas. De la misma manera que la inteligencia y las demás facultades humanas, la Mediúmnidad se desarrolla en el proceso de relación. Generalmente su desarrollo es cíclico, o sea, se procesa por etapas sucesivas, en forma de espiral. Los niños la poseen, por así decir, a flor de piel, pero resguardada por la influencia benéfica y controladora de los espíritus protectores, que las religiones llaman ángeles de la guarda. En esa fase infantil las manifestaciones mediúmnicas son más de carácter anímico; el niño proyecta su alma en las cosas y en los seres que lo rodean, reciben las intuiciones orientadoras de sus protectores, a veces ven y anuncian la presencia de espíritus y no raras veces transmiten avisos y recados de los espíritus a los familiares, de manera positiva y directa o de manera simbólica e indirecta. Cuando pasan de los siete u ocho años se integran mejor en el condicionamiento de la vida terrena, desconectándose progresivamente de las relaciones espirituales y dando más importancia a las relaciones humanas. El espíritu se ajusta en su escafandra para enfrentar los problemas del mundo. Se cierra el primer ciclo mediúmnico, para a continuación abrirse el segundo. Se considera entonces que el niño no tiene mediúmnidad, la fase anterior es llevada a cuenta de la imaginación y la fabulación infantil.








Es generalmente en la adolescencia, a partir de los doce o trece años, que se inicia el segundo ciclo. En el primer ciclo sólo se debe intervenir en el proceso mediúmnico con plegarias y pases, para ablandar las excitaciones naturales del niño, casi siempre cargadas de reminiscencias extrañas del pasado carnal o espiritual. En la adolescencia su cuerpo ya maduró lo suficiente para que las manifestaciones mediúmnicas se hagan más intensas y positivas. Es tiempo de encaminarla con informaciones más precisas sobre el problema mediúmnico. No se debe intentar su desarrollo en sesiones, a menos que se trate de un caso obsesivo. Pero aún en ese caso es necesario tener cuidado para orientar al adolescente sin excitar su imaginación, acostumbrándolo al proceso natural regido por las leyes del crecimiento. El pase, la oración y las reuniones para estudio doctrinario son los medios de ayudar al proceso sin forzarlo, dándole la orientación necesaria. Ciertos adolescentes se integran rápida y naturalmente en la nueva situación y se preparan en serio para la actividad mediúmnica. Otros rechazan la mediúmnidad y buscan volverse sólo hacia los sueños juveniles. Es la hora de las actividades lúdicas, de los juegos y deportes, del estudio y la adquisición de conocimientos generales, de la integración más completa a la realidad terrena. No se les debe forzar, sólo estimularlos en lo referente a las enseñanzas espíritas. Su mente se abre hacia el contacto más profundo y constante con la vida del mundo. Pero él ya trae en la conciencia las directrices propias de su vida, que se manifestarán más o menos nítidas en sus tendencias y en sus anhelos. Forzarlo a continuar un rumbo que rechaza es cometer una violencia de graves consecuencias futuras. Los ejemplos de los familiares influyen más en sus opciones que las enseñanzas y las exhortaciones orales. Él toma cuenta de sí mismo y reafirma su personalidad. Es preciso respetarlo y ayudarlo con amor y comprensión. En el caso de las manifestaciones espontáneas de la mediúmnidad es conveniente reducirlas al círculo privado de la familia o de un grupo de amigos en las instituciones juveniles, hasta que su mediúmnidad se defina, imponiéndose por sí misma.

El tercer ciclo ocurre generalmente en el pasaje de la adolescencia hacia la juventud, entre los dieciocho y veinticinco años. Es el tiempo, en esa fase, de los estudios serios del Espiritismo y de la Mediúmnidad, así como de la práctica mediúmnica libre, en los centros y grupos espíritas. Si la mediúmnidad no se definió debidamente, no debemos preocuparnos. Hay procesos que tardan hasta cerca de los 30 años, de la madurez corporal, para la verdadera eclosión de la mediúmnidad. Basta mantenerlo en conexión con las actividades espíritas, sin forzarlo. Si no revela ninguna tendencia mediúmnica, lo mejor es darle sólo acceso a las actividades sociales o asistenciales. Las sesiones de educación mediúmnica (impropiamente llamadas de desarrollo) se destinan sólo a médiums ya caracterizados por manifestaciones espontáneas, por lo tanto ya desarrollados.

Hay aún un cuarto ciclo, correspondiente a la mediúmnidad que sólo aparece después de la madurez, en la vejez o en su aproximación. Se trata de manifestaciones que se hacen posibles debido a la condiciones de la edad: debilitamiento físico, permitiendo una más fácil expansión de las energías perispiríticas; mayor introversión de la mente, con la disminución de las actividades de la vida práctica, estado de apatía neuropsíquica, provocado por los cambios orgánicos del envejecimiento. Esos factores permiten mayor desprendimiento del espíritu y su relacionamiento con entidades desencarnadas. Ese tipo de mediúmnidad tardía tiene poca duración, constituyendo una especie de preparación mediúmnica para la muerte. Se restringe a fenómenos de videncia, comunicación oral, intuición, percepción extra-sensorial y psicografia. Aunque sea una preparación, la muerte puede tardar varios años, durante los cuales el espíritu se adapta a los problemas espirituales con los que no se preocupó en el correr de la vida. Esos hechos comprueban el concepto de mediúmnidad como simple modalidad de relacionamiento hombre-espíritu. Kardec recuerda que el hecho del espíritu estar encarnado no lo priva de relacionarse con los espíritus libres, de la misma manera que un ciudadano encarcelado puede conversar con un ciudadano libre a través de las rejas. No se trata de las conocidas visiones de moribundos en el lecho mortuorio, sino el típico desarrollo tardío de la mediúmnidad que, por la completa integración del individuo en la vida carnal, imantado a los problemas del día a día, no consiguió aflorar. Su manifestación tardía acuerda el adagio de que los extremos se tocan. La vejez nos devuelve a la proximidad del mundo espiritual, en posición semejante a la de los niños.

En verdad, la potencialidad mediúmnica nunca permanece letárgica. Por el contrario, ella se actualiza con más frecuencia de lo que suponemos, pasa de potencia a acto en diversos momentos de la vida, a través de presentimientos, previsiones de acontecimientos simples, como el encuentro de un amigo hace mucho tiempo ausente, percepciones extra-sensoriales que atribuimos a la imaginación o al recuerdo y así por el estilo. Vivimos mediúmnicamente, entre dos mundos y en relación permanente con entidades espirituales. Durante el sueño, como Kardec probó a través de investigaciones a lo largo de más de diez años, nos desprendemos del cuerpo que reposa y pasamos al plano espiritual. En los momentos de ausencia psíquica de distracción, de ensoñación, nos distanciamos del cuerpo rápidamente y a él retornamos como el pájaro que vuela de vuelta al nido. La Psicología busca explicar esos lapsos fisiológicamente, pero las reacciones orgánicas a que atribuye el hecho no son causa y sí efecto de un acto mediúmnico de alejamiento del espíritu. Los estudios de Hipnotismo comprueban eso, mostrando que la hipnosis interfiere constantemente en nuestra vigilia, haciéndonos dormir de pie y soñar despiertos, como generalmente se dice. La búsqueda científica de una esencia orgánica de la mediúmnidad nunca dio ni dará resultados. Porque la mediúmnidad tiene su esencia en la libertad del espíritu.

Llegado a este punto podemos colocar el problema en términos más precisos: la mediúmnidad es la manifestación del espíritu a través del cuerpo. En el acto mediúmnico se manifiesta tanto el espíritu del médium como el espíritu al cual él atiende y sirve. Los problemas mediúmnicos consisten, por lo tanto, simplemente en disciplinar las relaciones espíritu-cuerpo. Es lo que llamamos educación mediúmnica. En la medida en que el médium aprende, como espíritu, a controlar su libertad y a seleccionar sus relaciones espirituales, su mediúmnidad se perfecciona y se hace segura. Así el bueno médium es aquel que mantiene su equilibrio psicofísico y procede en la vida de tal manera que crea para sí mismo un ambiente espiritual de moralidad, amor y respeto por el prójimo. La mayor dificultad del médium está en hacer comprender que, para eso, no necesita hacerse santo, sino sólo un hombre de bien. Los objetivos de santidad perseguidos por las religiones, a través de los milenios, generó en el mundo una expectativa incomoda para todos los que se dedican a los problemas espirituales. Nadie se hace santo a través de la sofocación de los poderes vitales del hombre y la adopción de un comportamiento social de apariencia piadosa. El resultado de eso es el fingimiento, la hipocresía que Jesús condenó incesantemente en los fariseos, una actitud permanente de condescendencia y bondad que no corresponde a las condiciones íntimas de la criatura. El médium debe ser espontáneo, natural, una criatura humana normal, que no tiene motivos para juzgarse superior a los demás. Todo fingimiento y todo artificio en las relaciones sociales llevan a los individuos a la falsedad y a la farsa. La llamada reforma-íntima esquematizada y forzada no modifica a nadie, sólo artificializa engañosamente a los que la siguen. Los cambios interiores de la criatura transcurren de sus experiencias en la existencia, experiencias vitales y concienciales que producen cambios profundos en la visión íntima del mundo y de la vida.

Esa colocación de los problemas mediúmnicos sugiere un concepto de la mediúmnidad que nos lleva a las propias raíces del Espiritismo. La Mediúmnidad nos aparece como el fundamento de toda la realidad. El momento del fiat lux, de la Creación del Cosmos, es un acto mediúmnico. Cuando el espíritu estructura la materia para manifestarse en la Creación, construye el elemento intermediario entre él y la realidad sensible o material. La materia se hace el médium del espíritu. Así, la vida es una permanente manifestación mediúmnica del espíritu que, por ella, se proyecta y se manifiesta en el plano sensible o material. El inteligible, que es el espíritu, el principio inteligente del Universo, da su mensaje inteligente a través de las infinitas formas de la Naturaleza, desde los reinos mineral, vegetal y animal, hasta el reino hominal, donde la mediúmnidad se define en plenitud. La responsabilidad del Hombre, de la Criatura Humana, expresión más elevada del Médium, adquiere dimensiones cósmicas. Él es el producto multimilenar de la evolución universal y carga en su mediúmnidad individual el pesado deber de contribuir para que la Humanidad realice su destino cósmico. La comprensión de este problema es indispensable para que los médiums aprendan a velar por sus facultades.

Tomado del libro MEDIÚMNIDAD de José Herculano Pires
Traducción al español: Oscar Cervantes Velásquez
CENTRO DE ESTUDIOS ESPÍRITAS FRANCISCO DE ASÍS
SANTA MARTA - COLOMBIA
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El espírita ante las 

religiones

El Espiritismo es la Religión en Espíritu y Verdad, de la que Jesús habló a la Mujer Samaritana:«Día vendrá en que los verdaderos adoradores de Dios lo adorarán en espíritu y verdad». Mas hay espíritas que no comprenden eso y niegan la religión espírita. ¿Es posible que quitemos del Espiritismo la fe en Dios y la ley de la caridad? Todo el problema, que tanta discusión ha levantado entre algunos hermanos intelectuales, se resume en la falta de comprensión de aquello que sea religión. Los hermanos antirreligiosos gastan tinta y papel en cantidad deseando probar un absurdo.

Alegan que Kardec se recusó a llamar el Espiritismo de religión. Pero el mismo Kardec explicó, porque lo evitó -no se recusó, mas apenas evitó-, llamar el Espiritismo de religión: no deseaba confundir una doctrina de luz y libertad con las organizaciones dogmáticas y fanáticas del mundo religioso. En este caso, dirán algunos hermanos: El Espiritismo es contra las religiones. Pero esto no es verdad.

El mismo Kardec declaró, como podemos ver en Lo que es el Espiritismo, que él es el mayor auxiliar de las religiones. Acontece, sin embargo, que la religión espírita no se estructura en un sistema religioso. Hoy, después de los grandes estudios filosóficos realizados sobre esa cuestión, desde los fines del siglo pasado hasta nuestros días, todo hombre de cultura comprende que la religión no es iglesia, sino sentimiento.

El gran filósofo Henri Bergson enseñó que hay dos tipos de religión: la social, que es dogmática y estática, y la individual, que es libre y dinámica. Así pensaba también Enrique Pestalozzi, para quien la religión verdadera es la Moralidad. Vemos ahí uno de los motivos por el cual decía Kardec que el Espiritismo tiene consecuencias morales, en vez de referirse a consecuencias religiosas. Hoy en día, el Codificador no tendría duda en hablar de religión, porque el concepto actual de religión es mucho más amplio.

El Espiritismo tiene tres aspectos, como sabemos: el científico, en el cual él se presenta como ciencia de observación e investigación, tratando de los fenómenos espíritas; el filosófico, en el que procura interpretar los resultados de la investigación científica y damos una visión nueva del mundo, y el religioso, en el cual nos enseña cómo aplicar, en la vida práctica, los principios de la filosofía espírita. ¿Queremos, acaso quedarnos apenas en los principios, sin aplicarlos? Este libro de Miguel Vives es un manual de moral espírita y, como vemos en sus páginas, está enteramente impregnado de religión. Más, es claro, de religión en espíritu y verdad, sin ninguna sujeción a ritualismos anticuados o reinventados, a sacerdotes o sacramentos.

El Espiritismo es la Religión de la Moralidad, a que se refería Pestalozzi. Uno de los principios fundamentales de la moral espírita, como sabemos, es la tolerancia. La religión espírita, por tanto, al contrario de las religiones dogmáticas y sacerdotales, que son siempre agresivas, es sumamente tolerante. Por eso mismo, el espírita no debe atacar, criticar, menospreciar a las otras religiones. Poco importa que ellas hagan lo contrario, con respecto al Espiritismo. Lo que nos cabe es respetar todas las formas de creencia que nuestros hermanos de la Humanidad quieran adoptar. ¿No enseñó Jesús que son muchos los caminos que llevan al Padre? ¿Cómo puede el espírita, que comprende el espíritu de esa enseñanza, atacar esta o aquella religión? Mas, si no puede atacar, si no debe criticar (en el mal sentido de la palabra), también no puede y no debe quedarse con los pies en dos canoas, diciéndose al mismo tiempo espírita y adepto de otra religión. ¿Pues si tenemos la religión en espíritu y verdad, que es lo que vamos hacer con una religión formalista y dogmática? Cabe aquí la pregunta del apóstol Pablo a los Gálatas: Corréis mucho; ¿quién os impidió, para no obedecer a la verdad? (V: 7). Y también la enseñanza evangélica de Jesús: «Sea tu hablar: sí, sí; no, no». Todas ellas auxilian al espíritu a evoluir. ¿Pero, cuando ya tenemos el conocimiento del espíritu, hemos de volver a la carne? Las religiones son escuelas, en que los espíritus aprenden la verdad espiritual.

¿Quién ya pasó por la escuela primaria y está en la secundaria puede frecuentar al mismo tiempo las dos? ¿Y quien ya entró en el curso superior, ha de volver al secundario? ¿Si el Espiritismo nos enseña que lo que vale es la intención, cómo hemos de continuar en la práctica de los ritos? ¿Si ya aprendimos que Dios está en el corazón de cada uno, cómo continuar a inciensarlo en el altar? ¿Si sabemos que los sacramentos son fórmulas exteriores, simples símbolos destinados a enseñar verdades más profundas, y si ya alcanzamos esas verdades, hemos de retroceder a la práctica de esa fórmula? El espírita sabe qué todas las religiones tienen por finalidad conducir a las criaturas humanas a la comprensión de la Espiritualidad. No puede condenarlas, más también no puede sujetarse a ellas. Debe aprobarlas para aquellos hermanos que todavía carecen de ellas. Mas, de su parte, tiene la obligación de mostrar y ejemplificar la libertad que ya alcanzó. Y el deber de ser fiel a la verdad que encontró.

¿Seria justo que un escritor volviese a letrear el be-a-ba? ¿O que un escritor se burlase de los niños que deletrean? ¿No fue deletreando que él aprendió a escribir? Del mismo modo es la posición del espírita ante las religiones. Le cabe comprenderlas pero siempre firme en su posición de espírita. Quien no es fiel en lo mínimo, tampoco lo será en lo máximo, como nos enseña la parábola.

El espírita que, para atender al respeto humano, a las conveniencias sociales o hasta mismamente a sus intereses particulares, tuerce el sentido de la tolerancia espírita para participar de rituales en los que ya no acredita más, ni puede acreditar, es infiel para consigo mismo y para con la verdad espiritual que descubrió en el Espiritismo. Es infiel en lo mínimo, pues lo que recibió en esta vida es apenas el principio de lo que recibirá más tarde.¿No mostrándose digno de ese mínimo, como podrá esperar el máximo? Recordemos aún una advertencia de Pablo, que nos sirve de mucho actualmente: ¿Si alguien te ve llegar, a ti que tienes ciencia, sentado a la mesa en el templo de los ídolos, no será la conciencia del flaco inducida a comer de las cosas sacrificadas a los ídolos? (I. COr. VIII: 10).

El espírita no tiene apenas libertad mas también responsabilidad. Será responsable por sus ejemplos ante los flacos. El está en condiciones de participar de los ídolos (o sea: de los sacramentos y rituales de las iglesias), sin afectarse personalmente. Pero no puede olvidar que afectará a los otros. Si, por su ejemplo, abre las puertas del movimiento espírita a la infiltración de elementos formalistas, será responsable por la deformación de la práctica doctrinaria. Esa es una gran responsabilidad, contra la cual deberemos siempre estar de atalaya. ¡Dios nos libre de tener que responder por la desfiguración de la propia verdad que nos salvó del error!

En conclusión: El espírita debe respetar todas las creencias sinceras, todas las religiones que llevan la criatura al Creador, no atacando ninguna ni burlándose de sus prácticas; pero no tiene el derecho de, en nombre de la tolerancia, tornarse cómplice de prácticas religiosas o de enseñanzas teológicas que pueden llevar a sus hermanos de vuelta al pasado; todas las religiones son buenas para aquellos que las aceptan y practican con sinceridad, pero si el espírita no es sincero consigo mismo, y con su propia religión, ¿quién puede acreditar en él?

Miguel Vives
Extraído del libro “El Tesoro de los Espírita
s”

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                    LA MISIÓN DE LOS AVATARES BENEFACTORES


 Está muy arraigada la creencia de que los grandes benefactores de la Humanidad, son espíritus que han sido destinados para hacer el bien.
 Se les ha escogido con la finalidad de:
 1) Traer nuevos conocimientos, que aceleren la evolución de los espíritus encarnados.
 2) Participar en acciones, que conduzcan a cambios, los cuales al final, significaran un progreso para la Humanidad. Esto generalmente en condición de líder.
 3) Realizar obras benéficas con el fin de aminorar las penalidades y sufrimientos, que padece el ser humano, en su tránsito como encarnado.
 En el primer caso,  se trata de un espíritu que ha sido escogido:
Porque pertenece a un nivel de evolución superior, al existente en nuestro mundo y posee conocimientos que en este preciso momento, le son necesarios a la humanidad.
Su tarea es impartir esta enseñanza y dejar instalado el procedimiento, para que este saber, llegue a otros seres humanos.

Estos son espíritus, los cuales al terminar su tarea, vuelven al nivel de evolución, en  donde se están desarrollando.
En la mayoría de las religiones, se nos habla de la existencia de estos espíritus misionarios.
 El segundo caso, trata de espíritus capaces de comandar acciones     determinadas, que la misma dinámica social requiere, en forma indispensable,  
 para la continuación  de la evolución humana.
 En muy pocos de estos casos intervienen los espíritus misionarios.
La mayoría de los puestos de liderazgo, son cubiertos por reencarnados, que habitan en los escenarios del acontecimiento y los cuales poseen los conocimientos y las aptitudes necesarias para dirigir y llevar a buen fin esta misión.
En la historia de la humanidad, en  los procesos libertarios,avances sociales y culturales, abundan este tipo de actores. 
El tercer caso corresponde a aquellas personas, las cuales desarrollan constantemente actividades en favor del bienestar de la humanidad, en lucha contra el hambre, las enfermedades,el maltrato a los seres humanos, la conservación del ambiente, etc.                                   Ellos  dedican gran parte  de su existencia en favor de esa lucha, generalmente  sin recibir ninguna retribución por su labor.
Existe la creencia errada, de que estos espíritus fueron escogidos con anterioridad a su reencarnación, para luchar contra las adversidades y necesidades, que padece el ser humano.
Nada más errado; nuestra evolución se desarrolla mediante la lucha contra esas adversidades y necesidades que nos acompañan en la vida. Mal podría Dios, eliminar esos problemas, que resultan ser como el combustible necesario, que impulsa nuestra evolución.
Estos espíritus que realizan trabajos de ayuda al prójimo, simplemente están cumpliendo con la ley de “Causa y efecto”.
Están compensando el daño o maltrato por ellos  realizado; generalmente, en vidas anteriores a sus semejantes y así van disminuyendo su carga negativa, mediante buenas acciones y ayuda al prójimo, en la vida actual.
Todo esto se basa, en la preparación que hace nuestro espíritu, con la espiritualidad que nos acompaña, antes de cada reencarnación. En ello se incluye los aspectos en los cuales debemos avanzar en nuestra evolución, en los aprendizajes que nos toca obtener, pero también, en la disminución de los daños causados por nuestras acciones, a nuestros semejantes.
Nos relata la hermana Amalia Domingo soler en unos de sus libros, de un caso en donde una persona murió a la edad de ciento cincuenta años, en Rusia.
 Preguntada la Espiritualidad, sobre el motivo por el cual esta persona había vivido tanto, respondió que era el deseo de ella, tener el mayor tiempo posible para cancelar, por medio de las buenas acciones que realizaba en esta vida, el daño que había causado a la humanidad en vidas anteriores  y así iniciar una nueva reencarnación, en mejores condiciones que la actual.
 -Oswaldo E. Porras Dorta-
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CONCORDANCIAS BÍBLICAS

 RESPECTO A LA CREACIÓN.

Los pueblos se formaron ideas muy divergentes sobre la Creación, según el grado de sus conocimientos. La razón apoyada en
la Ciencia, reconoció la imposibilidad de ciertas teorías. La dada por
los Espíritus confirma la opinión admitida hace mucho tiempo por
los hombres más ilustrados.
La objeción que puede hacerse a esta teoría es que está en
contradicción con el texto de los libros sagrados; pero un examen
serio hace reconocer que esta contradicción es más aparente que real
y que resulta de la interpretación dada a un significado frecuentemente
alegórico.
La cuestión del primer hombre en la persona de Adán, como tronco exclusivo de la Humanidad, no es el único punto sobre el cual tuvieron que modificarse las creencias religiosas. En cierta época, el movimiento de la Tierra pareció tan opuesto al texto sagrado, que no hubo clase de persecuciones de que no fuese pretexto esa teoría; y, sin embargo, la Tierra gira, a pesar de los anatemas y nadie podría negarlo hoy sin agraviar su propia razón.
Dice igualmente la Biblia que el mundo fue creado en seis días y fija la época alrededor de 4000 años antes de la era cristiana. Antes de esa época, no existiría la Tierra, que fue sacada de la nada. El texto es formal; pero he aquí que la Ciencia positiva, la Ciencia inexorable,viene a probar lo contrario. La formación del globo está escrita concaracteres perennes en el mundo fósil, y está probado que los seis días de la creación indican períodos, cada uno de los cuales abarca, quizá, muchos centenares de miles de años. Este no es un sistema,
una doctrina, una opinión aislada, es un hecho tan constante como el movimiento de la Tierra, que la Teología no puede resistirse a admitir, prueba evidente del error en que pueden caer los que se atienen a la
letra de las expresiones de un lenguaje que con frecuencia es figurado.
¿Debe concluirse por ello que La Biblia está errada? No, pero sí que los hombres se equivocaron al interpretarla.
La Ciencia, excavando los archivos de la Tierra, reconoció el orden en el cual aparecieron en su superficie los diferentes seres vivos, y este orden está de acuerdo con el indicado en El Génesis, con la diferencia que esta obra en vez de salir milagrosamente de las manos de Dios, en algunas horas, se realizó siempre por su voluntad, pero según la ley de las fuerzas de la Naturaleza, en algunos millones de años. ¿Es por eso menos grande y menos poderoso Dios? ¿Es menos sublime su obra porque carece del prestigio de la instantaneidad?
No, evidentemente; y sería preciso formarse una idea muy mezquina de la Divinidad para no reconocer su omnipotencia en las leyes eternas que ha establecido para gobernar los mundos. La ciencia,lejos de disminuir la obra divina, nos la presenta bajo un aspecto más grandioso y más conforme con las nociones que tenemos del poderío y la majestad de Dios, por la misma razón de cumplirse sin derogar las leyes de la Naturaleza.
Conforme en este punto con Moisés, la Ciencia coloca al hombre en último lugar en el orden de la creación de los seres vivos. Sin embargo, Moisés fija el diluvio universal en el año 1654 del mundo,mientras la Geología nos muestra el gran cataclismo anterior a la aparición del hombre, atendiendo a que, hasta hoy, no se encontró en
las capas primitivas ninguna señal de su presencia, ni la de los animales de su misma categoría, bajo el punto de vista físico. Pero nada prueba que ésto sea imposible y varios descubrimientos ya han hecho surgir dudas al respecto. Pudiendo suceder que de un momento a otro, se adquiera la certeza material de esa anterioridad de la raza humana y entonces se reconocerá que bajo este punto, como en otros, el texto bíblico es alegórico.
La cuestión estriba en saber si el cataclismo geológico es el mismo que vivió Noé. Ahora bien, el tiempo necesario para la formación de las camadas fósiles no permite que se los confunda y cuando se encuentren vestigios de la existencia del hombre antes de la gran catástrofe, quedará probado, o que no fue Adán el primer hombre, o que su creación se pierde en la noche de los tiempos. Contra la evidencia no son posibles los raciocinios y será preciso aceptar el hecho, como se aceptó el del movimiento de la Tierra y el de los seis
períodos de la Creación.
Cierto que la existencia del hombre antes del diluvio geológico es aún hipotética; pero he aquí lo que lo es menos.
Admitiendo que el hombre apareció por primera vez en la Tierra 4000 años antes de Cristo, si 1650 años más tarde fue destruida toda la raza humana, excepto una sola familia, resulta de eso que la
población de la Tierra data de Noé, es decir, de 2350 años antes de nuestra era. Pues bien, cuando los Hebreos emigraron a Egipto en el siglo dieciocho, encontraron muy poblado y civilizado a aquel país.
La historia prueba que en esa época la India y otros países estaban igualmente florecientes, sin tener en cuenta la cronología de ciertos pueblos que se remonta a una época mucho más remota. Sería, pues,
preciso que del siglo veinticuatro al dieciocho, es decir, en un espacio de 600 años, la posteridad de un solo hombre pudiese poblar todos los inmensos países conocidos entonces, suponiendo que no lo hubiesen sido los otros, sino que, en aquel breve intervalo, la especie humana hubiera podido elevarse de la ignorancia absoluta del estado primitivo al mayor grado de desenvolvimiento intelectual, lo cual es contrario a todas las leyes antropológicas.
En apoyo de esta opinión viene también la diversidad de razas.
Es indudable que el clima y las costumbres producen modificaciones en el carácter físico, pero se conoce hasta donde pueden llegar las influencias de esas causas y el examen fisiológico prueba que entre ciertas razas existen diferencias constitucionales más profundas que las que puede producir el clima. El cruzamiento de las razas produce los tipos intermedios y tiende a borrar los caracteres extremos; pero no los produce sino que se limita a formar variedades. Ahora bien, para que hubiese cruzamiento de razas era preciso que las hubiera
distintas, ¿y cómo explicar su existencia suponiéndoles un tronco común y sobre todo un tronco tan cercano? ¿Cómo admitir que en algunos siglos ciertos descendientes de Noé se hayan transformado al punto de producir la raza etiópica, por ejemplo? Semejante metamorfosis no es más admisible que la hipótesis de un tronco común al lobo y a la oveja, al elefante y a la pulga, al ave y al pez. Repetimos que nada puede prevalecer contra la evidencia de los hechos. Por el contrario, todo se explica, cuando se admite la existencia del hombre
antes de la época que vulgarmente se le señala; la diversidad de orígenes; que viviendo hace seis mil años, Adán haya poblado una región deshabitada aún; el diluvio de Noé como una catástrofe parcial confundida con un cataclismo geológico; y teniendo finalmente en cuenta la forma alegórica peculiar al estilo oriental y que encontramos en los libros sagrados de todos los pueblos. Por eso es prudente no negar, apresuradamente, como falsas, doctrinas que pueden, como tantas otras, desmentir tarde o temprano a los que las combaten. Las ideas religiosas, caminando con la Ciencia, lejos de perder, se engrandecen y este es el único medio de no ofrecer un lado vulnerable al escepticismo.
EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS. ALLAN KARDEC.  
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