MUERTES POR ACCIDENTES, VIOLENTAS O INESPERADAS
En los casos de muertes por accidentes, o de forma
violenta, las condiciones son algo diferentes. En estos casos la
vida orgánica se detiene bruscamente, mientras que la separación
del espíritu se opera de forma lenta y gradual, sobre todo cuando no
hay una total destrucción del cuerpo físico
En estos casos de muerte repentina e
inesperada, estando el cuerpo físico en pleno vigor normal, las
fuerzas orgánicas no se extinguen gradualmente como en los casos de
enfermedades largas o vejez, sino que como los lazos que unen alma y
cuerpo son numerosos y fuertes, a pesar de que la muerte sea
instantánea, la completa y total muerte o desintegración de las
fuerzas vitales que unen cuerpo y alma , supone, a pesar de la
muerte clínica que se pueda apreciar, un proceso mas lento y gradual
que comienza precisamente en el momento de la muerte física
instantánea y su duración depende del nivel de vitalidad orgánica,
así como de la clase de deuda con la Ley de Consecuencias (de la que
hablamos en el capítulo correspondiente), del Ser humano así
fallecido.
En esta clase de muertes imprevistas, por
violencia o accidentes, a veces los lazos vitales que mantienen unido
al espíritu con su cuerpo físico, son desligados del mismo momentos
antes del accidente, y entonces el Ser no sufre ningún choque
psíquico, brusco y traumático por su repentina desencarnación,
siendo apartado rápidamente del lugar de su desencarnación,
normalmente en estado de sueño profundo, de adormecimiento o de
turbación, para despertar posteriormente de modo gradual, siendo
esclarecido sobre su nueva situación.
Las muertes repentinas o violentas que se
presentan cuando la vida orgánica está en todo su vigor, producen
en el Alma una sensación dolorosa y la sumen en una prolongada
turbación. Si su estado espiritual está desequilibrado por una
vida desequilibrada y llena de egoísmo y materialidad, pueden ser
presa durante mucho tiempo de sensaciones horribles , quedando en un
estado de víctimas de la obsesión, a merced de seres del bajo
astral, de los que mas adelante hablaremos.
A veces los Seres fallecidos accidentalmente de
modo imprevisto , permanecen mucho tiempo despiertos en el ambiente
físico de este mundo, y con frecuencia ignoran lo que les ha
sucedido y cual es su situación real, creyéndose aún vivos aunque
en un estado de cierta confusión o turbación mental , percibiendo
mezcladas escenas del nuevo plano de Vida en que se encuentran sin
comprenderlo, y escenas del escenario físico que todavía no han
abandonado. Y de este modo algunos pueden permanecer así mucho
tiempo en este mundo sin comprender su situación; son los que cuando
su periespíritu se condensa en la materia y se hace mas o menos
visible y hasta tangible, o producen efectos físicos que delatan su
presencia real, se les ha denominado “espectros “ o “fantasmas”,
y así permanecen hasta el día en que les llega su
“auto-iluminación”, esto es, la comprensión profunda y la
aceptación de quienes son , donde están y a donde deber partir, en
cuyo momento elevan el pensamiento a Dios y piden ayuda, recibiendo
la misma por Seres del plano espiritual que les atienden y guían
en su nueva forma de vida.
Un caso aparte es cuando el desencarnado de forma
violenta e imprevista es un niño de corta edad. En estos casos su
espíritu queda desligado inmediatamente de la materia y su
incorporación al mundo espiritual es como un inmediato regreso al
hogar de origen.
- Jose Luis Martín-
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EL ESTUDIO DEL PERIESPÍRITU
Los científicos ya han determinado, que el cuerpo humano genera electricidad, porque el tejido vivo genera energía.
La neurobióloga Candace Pert ha demostrado que los neuropéptidos, sustancias químicas activadas por las emociones, son pensamientos convertidos en materia, por lo que las emociones residen físicamente en el cuerpo y se interrelacionan con las células y los tejidos.
De hecho, el mismo tipo de células que producen y reciben esas sustancias químicas emocionales en el cerebro, están presentes en todo el cuerpo. La Dra. Pert dice: “[…] cada órgano y sistema corporal está calibrado para absorber y procesar energías emocionales y psíquicas específicas. Es decir, cada zona del cuerpo transmite energía en una frecuencia específica, detallada, y cuando estamos sanos, todas están sintonizadas armónicamente”.
La ciencia analítica ya empieza a confirmar que las células están dotadas de inteligencia, que las hace agruparse, defenderse y actuar conforme un plan establecido. Pero esa inteligencia celular ¿de donde proviene?, ¿dónde se encuentra el plan inteligente que lo dirige todo?
El Dr. Jorge Carvajal, atendiendo a un paciente con un miembro amputado y aplicando cromoterapia descubrió que:
“el espacio que nos circunda está compuesto por algo que responde a la luz, al calor, a sustancias químicas que rechaza y reconoce; ese algo nos modela y permanece cuando una parte del organismo es destruida y, al trabajar sobre ese campo invisible, se obtienen respuestas en el cuerpo físico”.
Antiguas medicinas como la hindú, china, y más contemporáneas como la radiestesia y otras, nos hablan de un cuerpo etérico sobre el que se construye nuestro cuerpo físico. Este cuerpo es sensible al calor, color y tonos.
Estudios bioenergéticos, demuestran que cada célula tiene su propia música, inaudible para nosotros, pero necesaria en el mantenimiento de la armonía de los tejidos.
Con colores y sonidos, las células dialogan entre sí produciendo una vibración que es registrada como sonidos o color. Mediante el sonido o la luz, se puede enseñar de nuevo el ritmo perdido, y el cuerpo escucha y aprende. Pero de nada sirve si no hay una concienciación del ser humano, hacia una visión totalitaria que nos demuestra, que la espiritualidad es mucho más que una necesidad psíquica y emocional: es una necesidad biológica innata.
El Dr. Hernán Guimaraes Andrade, presidente del Instituto Brasileño de Investigaciones Piscobiofísicas confirma la existencia de algo inmaterial, aún no detectado por la ciencia establecida y que comanda la estructura de las células de los seres vivos.
Según su teoría, un campo de naturaleza magnética llamado Campo Biomagnético (CBM), está interrelacionado con el Modelo Organizador Biológico (MOB) o periespíritu.
De manera que ambos cuerpos (físico y espiritual), pueden transmitir y recibir la información necesaria, para ir modificando los cuerpos conforme a las vivencias del ente encarnado. Las experiencias del CBM le valieron al Dr. Andrade, en 1997, el Primer Premio Científico de al Asociación Médico-Espírita de Brasil.
En la actualidad existe un grupo de científicos internacionales, físicos, químicos, astrónomos, matemáticos y biólogos, entre otros, que se preocupan en retomar la búsqueda de Dios, siguiendo los pasos de Newton y Einstein.
Este movimiento científico es conocido como “Gnosis de Princeton” y presentan nuevos conceptos llamados campos mórficos o morfogenéticos y la resonancia mórfica.
Estos campos mórficos son estructuras energéticas que organizan la vida, estructuras inmateriales que dan forma a las cosas del mundo, de los átomos más simples, como el hidrógeno, a los seres vivos.
La resonancia mórfica sería una emanación de esos campos. Tienen como misión, transmitir o “informar” a las células como deben disponerse para formar al individuo de cada especie. Esos campos mórficos no se localizan en los genes, pero ejercen influencia directa sobre la materia.
Para los espiritistas, esos campos mórficos y la resonancia mórfica corresponden a la estructura del periespíritu, cuerpo espiritual o modelo organizador biológico.
Los Espíritus nos dicen: “los fluidos espirituales son el vehículo del pensamiento; éste actúa sobre aquéllos como el sonido lo hace sobre el aire.
Los fluidos transmiten el pensamiento, como el aire lo hace con los sonidos.[...] los movimientos más secretos del alma repercuten en la envoltura fluídica, actuando sobre el periespíritu y éste sobre el organismo material con el cual se halla en contacto molecular.
Si los efluvios son de naturaleza buena, el cuerpo recibirá una impresión saludable; si son malos, la sensación será desagradable; si los malos son permanentes y enérgicos, podrán ocasionar desórdenes físicos: ciertas enfermedades no tienen otro origen”.
El mundo cambia, los científicos empiezan a investigar las manifestaciones de la vida desde una perspectiva mucho más amplia y los espiritistas no podemos quedarnos atrás en el estudio de la ciencia, pues es ella la que nos confirma a cada paso que da,
que las enseñanzas de los Espíritus Superiores, siguen siendo vigentes desde su codificación hace ya más de 150 años.
Encarnamos en un cuerpo para aprender a equilibrar las energías, físicas y espirituales, del pensamiento y la acción, del poder material y del poder mental y nuestro cuerpo contiene una “plantilla” inmanente para la curación.
La Doctrina Espiritista determina la importancia del estudio de ese cuerpo energético, llamado periespíritu para poder entender de forma racional la fuerza creativa de nuestros pensamientos y emociones y cómo repercuten en nuestra vivencia psico-biológica.
Recordemos que todos somos, ante todo, espíritus y nuestra expresión en la vida cotidiana es una manifestación de nuestro espíritu. Luis Gonzaga Pinheiro, en su 12 Kardec, Allan. La Génesis, cap. XIV.
En las Jornadas Andaluzas de Espiritismo Noviembre de 2006 libro “O Periespírito e suas modelaçoes”, concluye: “Estudiar el periespíritu es tener conocimiento de si mismo, lección primordial en el Espiritismo y en el espiritualismo en general.
Sin ese entendimiento, prerequisito para el estudioso espírita, la mediumnidad, los efectos físicos, las obsesiones, la reencarnación, la ley de causa y efecto no son explicables ni entendidos, por constituir ese cuerpo vaporoso el agente por el cual tales fenómenos acontecen”.
El estudio analítico y comparativo del Espiritismo con otras corrientes filosóficas y científicas, nos ofrece una visión mucho más completa de la realidad en la que vivimos, mostrándonos a nosotros mismos, como co-creadores de la Vida y dejando de ser víctimas o esclavos de Ella.
Jornadas Andaluzas de Espiritismo Noviembre de 2006
Adaptación: Oswaldo E. Porras Dorta
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“El arte de ser hombre, es el de dirigir la orquesta planetaria, en la dirección señalada por el Gran Arquitecto, otro de los nombres con que ha sido reconocido Dios en la historia”.
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La ley superior del Universo, es el progreso incesante, la ascensión de los seres hacia Dios, hogar de las perfecciones. Profundidades del abismo de vida, por un camino infinito y una evolución constante, nos le acercamos. En el fondo de cada alma es depositado el germen de todas las facultades, de todas las fuerzas; le corresponde a ella hacerlos nacer por sus esfuerzos y sus trabajos. Contemplado bajo este aspecto, nuestro adelanto, nuestra felicidad futura es nuestra obra. La gracia no tiene más razón de ser. La justicia irradia sobre el mundo; porque, si todos nosotros luchamos y sufrimos, todos nosotros seremos salvados.
También se revela aquí en toda su grandeza el papel del dolor, su utilidad para el adelanto de los seres. Cada globo que rueda en el espacio es un vasto taller donde la sustancia espiritual es trabajada sin cesar. Así como un mineral grosero, bajo el efecto del fuego y las aguas, se convierte poco a poco en un metal puro, así el alma humana, bajo los martillos pesados del dolor se transforma y se fortifica. Es en medio de las pruebas que se forjan los grandes caracteres. El dolor es la purificación suprema, el horno donde funden todos los elementos impuros que nos manchan: el orgullo, el egoísmo, la indiferencia. Es la sola escuela donde se afinan las sensaciones, donde se aprenden la piedad y la resignación estoica. Los goces sensuales, atándonos a la materia, retrasan nuestra elevación, mientras que el sacrificio y la abnegación, nos sueltan con anticipación de esta pesada carga, nos preparan para nuevas etapas, a una ascensión más alta. El alma, purificada, santificada por las pruebas, ve terminar las encarnaciones dolorosas. Abandona para siempre los globos materiales y se eleva en la escala magnífica de mundos felices. Recorre el campo ilimitado de los espacios y de las edades.
A cada paso adelante, ve ensanchar su horizonte y aumentar su radio de acción; percibe cada vez más, de forma distinta, la gran armonía de las leyes y de las cosas, participa en ellas de forma más estrecha, más efectiva. Entonces el tiempo se borra para ella; los siglos fluyen como las horas. Unida a sus hermanas, compañeras de eterno viaje, persigue su ascensión intelectual y moral en el seno de una luz siempre creciente.
De nuestras observaciones y de nuestras búsquedas se deduce así una gran ley: la pluralidad de las existencias del alma. Vivimos antes del nacimiento y reviviremos después de la muerte. Esta ley da la clave de problemas hasta ahora insolubles. Sólo ella explica la desigualdad de las condiciones, la variedad infinita de las aptitudes y de los caracteres.
Conocimos o conoceremos sucesivamente todas las fases de la vida social, atravesaremos todos los medios. En el pasado, estábamos como estos salvajes que pueblan los continentes retrasados; en el futuro, podremos elevarnos a la altura de los genios inmortales, los espíritus gigantes que, semejantes a faros luminosos, alumbran la marcha de la humanidad. La historia de ésta es nuestra historia.
Con ella, recorrimos las vías arduas, sufrimos las evoluciones seculares que relatan los anales de las naciones. El tiempo y el trabajo: he aquí los elementos de nuestros progresos.
Esta ley de la reencarnación muestra de manera brillante la justicia suma que reina sobre todos los seres. Por turno forjamos y quebramos nosotros mismos nuestras cadenas.
Las pruebas horrorosas entre las que sufren algunos de nosotros son, en general, la consecuencia de su conducta pasada. El déspota renace esclavo; la mujer alta, la vanidosa de su belleza, repetirá un cuerpo informe y miserable; el ocioso volverá mercenario, encorvado a una tarea ingrata. El que hizo sufrir sufrirá a su vuelta. Inútil buscar el infierno en regiones desconocidas o lejanas, el infierno está en nosotros, se esconde en los pliegues ignorados del alma culpable, y sólo la expiación puede dar término a sus dolores. No hay penas eternas. ¿Pero, diremos, si otras vidas precedieron al nacimiento, por qué perdimos la memoria? ¿Cómo podremos expiar con éxito las faltas olvidadas?
¡La memoria! ¿No sería un pesado grillete atado a nuestros pies? ¿Saliendo apenas de etapas de furor y de bestialidad, que debió ser este pasado de cada uno de nosotros? ¡A través de las etapas pasadas, cuantas lágrimas vertidas, cuanta sangre derramada por nuestros hechos! Conocimos el odio y practicamos la injusticia. ¡Qué carga moral sería esta perspectiva larga de faltas para un espíritu todavía endeble e inseguro!
¿Y además, la memoria de nuestro propio pasado no estaría vinculada íntimamente a la memoria del pasado de los demás? ¡Qué situación para el culpable, señalado al hierro candente para la eternidad! Por la misma razón, los odios, los errores se perpetuarían, cavando divisiones profundas e imborrables, en el seno de esta humanidad ya tan desgarrada. Dios hizo bien de borrar de nuestros cerebros débiles la memoria de un pasado temible. Después de haber bebido el brebaje del olvido, renacemos a una nueva vida. Una educación diferente, una civilización más amplia hacen desvanecerse las quimeras que frecuentaron en otro tiempo nuestros espíritus. Aliviados de tan pesado equipaje avanzamos con paso más rápido por las vías que nos son abiertas.
Sin embargo, este pasado no es borrado tanto que no pudiéramos entrever algunos vestigios. Si, separándonos de influencias exteriores, descendemos al fondo de nuestro ser; si analizamos con cuidado nuestros gustos, nuestras aspiraciones, descubrimos cosas que nada en nuestra existencia actual y con la educación recibida puede explicar. Por lo tanto, de ahí logramos reconstituir este pasado, si no en sus detalles, por lo menos en sus grandes líneas. En cuanto a las faltas arrastran en esta vida una expiación necesaria, aunque momentáneamente sean borradas de nuestra vista, la causa primera no deja de subsistir, siempre visible, es decir nuestras pasiones, nuestro carácter fogoso, que las nuevas encarnaciones tienen por objeto amaestrar, suavizar.
Así pues, si dejamos en las puertas de la vida los recuerdos más peligrosos, traemos por lo menos con nosotros el fruto y las consecuencias de trabajos realizados, es decir una conciencia, un juicio, un carácter tales como les dimos forma nosotros mismos. Lo innato no es más que la herencia intelectual y moral que nos legan las vidas desvanecidas.
Y cada vez que se abren para nosotros las puertas de la muerte; cuando, liberada del yugo material, nuestra alma escapa de su prisión de carne para volver al mundo de los Espíritus, entonces el pasado reaparece poco a poco delante de ella. Una tras otra, sobre la ruta seguida, revisa sus existencias, las caídas, las paradas, las marchas rápidas. Ella misma se juzga midiendo el camino recorrido. En el espectáculo de sus vergüenzas o de sus méritos, mostrados ante ella, encuentra su castigo o su recompensa.
¿Siendo el fin de la vida el perfeccionamiento intelectual y moral del ser, qué condición, qué medio es el más conveniente mejor para conseguir este fin? El hombre puede trabajar en este perfeccionamiento en todas las condiciones, en todos medios sociales; sin embargo, tendrá éxito más fácilmente en ciertas condiciones determinadas.
La riqueza proporciona al hombre medios poderosos de estudio; le permite dar a su espíritu una cultura más desarrollada y más perfecta; pone entre sus manos las facilidades más grandes para aliviar a sus hermanos desgraciados, de participar, con vistas al mejoramiento de su suerte en fundaciones útiles. Pero son raros los que consideran un deber trabajar en el alivio de la miseria, en la instrucción y en la mejora de sus semejantes.
La riqueza deseca demasiado a menudo el corazón humano; extingue esta llama interior, este amor al progreso y a las mejoras sociales que alberga toda alma generosa; eleva una barrera entre los poderosos y los humildes; hace vivir en un medio que no alcanzan los desheredados de este mundo y donde, por consiguiente, las necesidades, los dolores de éstos son casi ignorados, desconocidos siempre.
La miseria tiene también sus peligros espantosos: la degradación de los caracteres, la desesperación, el suicidio. Pero mientras que la riqueza nos hace indiferentes, egoístas, la pobreza, acercándonos a humildes, nos hace compadecernos con su dolor. Sí, hay que haber sufrido para apreciar los sufrimientos de otro. Mientras que los poderosos, en el seno de los honores, se envidien entre ellos y procuren rivalizar en brillantez, los humildes, vecinos por la necesidad, viven a veces en conmovedora confraternidad.
Mira a las aves de nuestros climas durante los meses de invierno, cuando el cielo es sombrío, cuando la tierra está cubierta de un abrigo blanco de nieve; apretadas unas contra otras, al borde de un tejado, se calientan mutuamente en silencio. La necesidad les une.
Pero vienen los bellos días, el sol resplandeciente, la comida abundante, pían a cual mejor, se persiguen, se pelean, se hieren. Así es el hombre. Dulce, afectuoso para sus semejantes en los días de tristeza; la posesión de los bienes materiales lo hace demasiado a menudo duro y olvidadizo.
Una condición modesta convendrá mejor al espíritu deseoso de progresar, de adquirir las virtudes necesarias para su ascensión moral. Lejos del remolino de los placeres mentirosos, juzgará mejor la vida. Preguntará a la materia qué es necesario para la conservación de sus órganos, pero evitará caer en costumbres perniciosas, hacerse presa de las necesidades innumerables y ficticias que son las plagas de la humanidad. Será sobrio y laborioso, contentándose con poco, atándose por encima de todo a los placeres de la inteligencia y a las alegrías del corazón.
Tan fortificado contra los asaltos de la materia, el sabio, bajo la luz pura de la razón, verá resplandecer su destino. Alumbrado sobre el fin de la vida y el por qué de las cosas, se mantendrá firme, resignado ante el dolor; sabrá usarla para su depuración, para su adelanto.
Se enfrentará a la prueba con coraje, sabiendo que la prueba es saludable, que es el choque que desgarra nuestras almas, y que, por este rasgón solo, puede derramarse la hiel que está en nosotros. Si los hombres se ríen de él, si es víctima de la injusticia y de la intriga, aprenderá a soportar pacientemente sus dolores trasladando sus miradas hacia nuestros hermanos mayores, hacia Sócrates bebiendo la cicuta2, hacia Jesús en la cruz, hacia Juana de Arco en la hoguera. Se consolará en el pensamiento que los más grandes, más virtuosos, los más dignos, sufrieron y murieron para la humanidad.
Y cuando por fin, después de una existencia bien cumplida, vendrá la hora solemne, será con calma y sin pesar que acogerá a la muerte; la muerte, a la que los humanos rodean de un aparato siniestro; la muerte, el espanto de los poderosos y de los sensuales, y que,para el pensador austero, es sólo la liberación, la hora de la transformació n, la puerta que se abre al imperio luminoso de los Espíritus.
Este umbral de las regiones supraterrenales, lo atravesará con serenidad. Su conciencia, libre de las sombras materiales, se levantará delante de él como un juez, representante de Dios, pidiéndole: "¿que hiciste de tu vida? Y responderá: luché, sufrí, amé, enseñé el bien, la verdad, la justicia; les di a mis hermanos el ejemplo de la rectitud, de la dulzura; alivié a los que sufren, consolé a los que lloran. Y ahora, que El Eterno me juzga, ¡heme aquí en sus manos!"
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