lunes, 4 de agosto de 2014

El aspecto de los espíritus



¿Qué aspecto tienen los Espíritus ?

Tendrían un aspecto humano normal, como si estuvieran en un soporte físico, por lo que no tiene nadie por qué imaginar aspectos tétricos o monstruosos propios de las películas de ficción y creer que debe de ser algo terrible ver a un Espíritu o a un fantasma, tal como se les ha llamado popularmente, sintiendo temores irracionales ante la sola idea de encontrarnos ante su presencia.. Lo que podemos ver, siempre es una apariencia o una imagen inmaterial, y esta imagen es una imagen humana, como la de cualquier humano normal.
Solo reflejan un aspecto aterrador aquellos Espíritus de baja condición moral , que ya lo eran cuando vivían en este mundo, aunque se camuflaban bajo la apariencia de un cuerpo físico que, como una máscara, les disimulaba su pobre condición espiritual. Pueden reflejar un aspecto aterrador o al menos muy desagradable, aquellos que se presencian, estando todavía fuertemente influenciados por el proceso de putrefacción del cuerpo material que quedó en la tumba, pero al cual estaban muy apegados y aun lo están; así se han dado casos de verse estas presencias de aspecto humano, muy demacrado, sin nariz o sin orejas, sin labios y mostrando la dentadura cadavérica, etc...
En el mundo espiritual al que pertenecen , mantienen la misma forma humana de la última personalidad que revistieron en este mundo , pero frecuentemente rejuvenecidos y embellecidos, y a diferencia del ser humano de este mundo, carecen de la rigidez en los movimientos normales de los que nos llamamos vivos .
Estas formas humanas con sus apariencias de persona normal se las proporciona su Periespíritu, semejante al último cuerpo que tuvieron en este mundo, y tienen la propiedad de ser asombrosamente flexibles y comprimibles a voluntad propia. Esto le permite a los Espíritus mantener o recobrar las apariencias y aspectos que tuvieron en épocas pasadas
A los Seres que fueron conocidos en vida , se les puede reconocer porque se presentan normalmente ante “los vivos”, con el mismo aspecto que tenían en este mundo, aunque cuando son Seres felices, en el Mas Allá, tal como indicamos atrás, este aspecto suele ser mucho mas jovial y saludable que el que presentaban cuando revestían su cuerpo físico.
Así, parece ser que el Ser espiritual conserva el aspecto que le confiere su estado íntimo, de dicha o de infelicidad, de modo que tiene hasta cierto punto la capacidad de modificar a voluntad y temporalmente su aspecto ante quienes se presenta , a fin de poder ser reconocido por algún otro Ser espiritual o humano al que conoció anteriormente, y no solo esta capacidad sirve para modificar a voluntad su aspecto individual sino que para ser mejor reconocido , mediante un fenómeno de ideoplastia ( del que ya hablamos anteriormente) , es capaz de hacerlo junto a la imágen de elementos que le acompañaron habitualmente en vida y por los que también es identificado, como puede ser una prenda , un bastón, etc .
Cuando alguna vez se han materializado, los ha visto y hasta tocado, muchas personas, pero cuando es una materialización parcial, la capacidad de verlos corresponde solamente a las facultades de videncia espiritual.

- Jose Luis Martín-

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Pero tú –el verdadero tú- eres una chispa de la Divina Llama Dios, que es omnipotente, mora en ti y por esa razón nada existe que tú no puedas hacer si quieres lograrlo”.

-Krishnamurti-


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El Egoísmo

El egoísmo es hermano de la soberbia, y procede de las mismas causas. Es una de las más terribles manifestaciones del alma y el mayor obstáculo para los mejoramientos sociales. Sólo él neutraliza y hace estériles casi todos los esfuerzos del hombre orientados hacia el bien. Así pues, combatirlo debe constituir la preocupación constante de todos los amigos del progreso y de todos los servidores de la justicia.

El egoísmo es la persistencia de ése individualismo feroz que caracteriza al animal, como un vestigio del estado de inferioridad que hemos tenido que sufrir. El hombre es, ante todo, un ser sociable; está destinado a vivir con sus semejantes, y no puede hacer nada sin ellos. Abandonado a sí mismo, sería impotente para satisfacer sus necesidades y desarrollar sus cualidades.

Después de Dios, es a la sociedad a quien debe el hombre todos los beneficios de la existencia, todas las ventajas de la civilización. Goza de ello, pero precisamente este goce, esta participación de los frutos de la obra común le imponen el deber de cooperar en la obra misma. Una estrecha solidaridad le une a la sociedad; se debe a ella, como ella se debe a él.

Permanecer inactivo improductivo, unútil, en medio del trabajo de todos, sería un ultraje a la moral, casi un robo; sería aprovechar las labores de los demás, aceptar un préstamo que nos negásemos a restituir.

Formamos parte integrante de la sociedad, y todo lo que le atañe a ella nos atañe. Con esta comprensión del vínculo social y de la ley de solidaridad es con lo que se mide la dosis de egoísmo que existe en nosotros. El que sabe vivir con sus semejantes y para sus semejantes, nada tiene que temer de este grande mal. Posee un criterio infalible para guzgar su conducta. No hace nada sin indagar si lo que proyecta es bueno o malo para aquellos que le rodean, sin preguntarse si sus actos son nocivos o beneficiosos para la sociedad de la que es miembro. Si sólo parecen ventajosos para él y perjudiciales para los demás, sabe que, en realidad, son malos para todos, y se abstiene en absoluto de ponerlos en práctica.

La avaricia es una de las formas más repugnantes del egoísmo. Pone de manifiesto la bajeza del alma que, acaparando riquezas utilizables para bien común, no sabe siquiera aprovecharse de ellas. El avaro, en su amor al oro, en su ansia de adquirirlo, empobrece a sus semejantes y permanece él mismo indigente, pues sigue siendo pobreza esa prosperidad aparente que acumula sin provecho para nadie; una pobreza relativa, pero tan lamentable como la de los desdichados, y justo objeto de la reprobación de todos.

Ningún sentimiento elevado, nada de lo que constituye la nobleza del Ser puede germinar en el alma de un avaro. La envidia, la insaciabilidad que le atormentan lo condenan a una penosa existencia, a un porvenir mas miserable aún. Nada iguala a su desesperación cuando, más allá de la tumba, ve sus tesoros repartidos o dilapidados.*

Los que busquéis la paz del corazón, huid de ese vicio bajo y miserable. Pero no caigáis en el exceso contrario. No derrochéis nada. Sabed usar de vuestros recursos con sensatez y moderación.

El egoísmo lleva en sí su propio castigo. El egoísta no ve más que su persona en el mundo; todo lo que le es extraño, le es indiferente. Así pues, las horas de su vida están sembradas de tedio. Encuentra en todas partes el vacío, tanto en la existencia terrenal como después de la muerte, dado que, hombres o Espíritus, todos le rehúyen.

Por el contrario, el que coopera en la medida de sus fuerzas en la obra social, el que vive en comunión con sus semejantes haciéndoles aprovecharse de sus facultades y de sus bienes, como él se aprovecha de los de ellos, todo lo que hay de bueno en él, ése se siente más feliz. Tiene la
conciencia de obedecer a la ley, de ser miembro útil de la sociedad. Todo lo que se realiza en el mundo le interesa; todo lo que es grande y hermoso le conmueve y le emociona; su alma vibra al unísono con todas las almas esclarecidas y generosas, y el tedio y el desencanto no hacen presa de él.*

Nuestro papel no es, pues, el de abstenernos, sino el de combatir sin descanso por el bien y por la verdad. No es sentado o acostado como hay que contemplar el espectáculo de la vida humana, sino de pie, como un zapador, como un soldado dispuesto a participar de todas las grandes tareas, a facilitar los caminos nuevos, a fecundar el patrimonio común de la humanidad.

Aunque el egoísmo se encuentra en todas las categorías de la sociedad, este vicio es más bien propio del rico que del pobre. Con demasiada frecuencia, la prosperidad seca el corazón, en tanto que el infortunio, haciéndonos conocer el peso del dolor, nos enseña a compartir el de los demás. El rico, ¿sabe siquiera a costa de cuántos trabajos y de qué duras labores se crean las mil cosas de que se compone su lujo?

No nos sentemos jamás ante una mesa bien servida sin pensar en los que padecen hambre. Esta idea nos hará sobrios y mesurados en nuestros apetitos y en nuestros gustos. Pensemos en los millones de hombres encorvados bajo los ardores del estío o ante las duras intemperies, y que, mediante un escaso salario, extraen del suelo los productos que abastecen nuestros festines o adornan nuestras moradas. Acrodémonos de que, para alumbrar nuestros aposentos con una luz resplandeciente y para hacer brotar en los hogares la llama bienhechora, unos hombres, semejantes nuestros, capaces como nosotros, de amar y sentir, trabajan debajo de la tierra, lejos del cielo azul y del alegre sol y, con el pico en la mano, perforan durante toda su vida las entrañas del planeta. Sepamos que para adornar nuestros salones de espejos y cristales resplandecientes, para producir la multitud de objetos de que se compone nuestro bienestar, otros hombres, por millares, semejantes a condenados junto al fuego, pasan la existencia entre el calor devorador de los altos hornos y de las fundiciones privados del aire, gastados, destrozados antes de tiempo, no tendiendo como perspectiva más que una vejez sufriente y de privaciones. Sepámoslo: toda esa comodidad de que gozamos con indiferencia es mantenida a costa del suplicio de los humildes y del padecimiento de los débiles. Que este pensamiento nos penetre y nos obsesione; como una espada de fuego, desterrará el egoísmo de nuestros corazones y nos obligará a consagrar al mejoramiento de la suerte de los débiles nuestros bienes, nuestro tiempo y nuestras facultades.

Pero, gracias al conocimiento de nuestro porvenir, la idea de solidaridad acabará por prevalecer. La Ley del retorno a la carne, la necesidad de nacer en condiciones modestas constituirán un estímulo que reprimirá al egoísmo. Ante estas perspectivas, el sentimiento desmedido de la personalidad se atenuará para darnos una noción más exacta de nuestro puesto y de nuestro papel en el universo. Sabiendo que estamos unidos a todas las almas, que somos solidarios de su adelanto y de su felicidad, nos interesaremos más por su situación, por su progreso y por sus trabajos. A medida que ese sentimiento se extienda por el mundo, las instituciones y las relaciones sociales mejorarán; la fraternidad, esa palabra trivial repetida por tantas bocas, descenderá a los corazones y se convertirá en una realidad. Nos sentiremos vivir en los demás, gozaremos con sus goces y sufriremos con sus males. No habrá entonces una sola queja que quede sin eco, ni un solo dolor que quede sin consuelo. La gran familia humana, fuerte, apacible y unida, avanzará con paso más rápido hacia sus magníficos
destinos.

Léon Denis
Después de la Muerte. Capítulo 46.

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   EL DON DE LA UBICUIDAD

El Espíritu elevado puede irradiar su pensamiento contínuo y presentarse en varios lugares al mismo tiempo. Como se puede trasladar a donde quiera, puede decirse que generaliza su visión. Puede dirigirse con su luz, al mismo tiempo, para muchos puntos diferentes. Cuanto menos puro es el Espíritu, más limitada es su visión. Solo los Espíritus Superiores pueden con la vista, abarcar un conjunto. A esa característica del Periespíritu, llamamos espansibilidad. En la organiazación fluídica de los Espíritus imperfectos, acontece lo contrario, la contrabilidad, que es la restricción de la entidad espiritual, para ver grandes distancias o incluso lo que acontece a su rededor.
( Enviado por Antonio Lima, de la Asoc. Espírita Fco. Javier)

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¿Cómo distinguir si un pensamiento que nos es sugerido procede de un Espíritu bueno o de uno malo? 

- Estudiad el asunto. Los Espíritus buenos sólo aconsejan el bien. A vosotros cabe distinguir. 
. ¿Con qué propósitos los Espíritus imperfectos nos incitan al mal? 
- Para haceros sufrir como ellos sufren. 
. ¿Atenúa esto sus padecimientos? 
- No, pero lo hacen por envidia de ver a seres más dichosos. 
¿Qué clase de sufrimientos quieren que experimentemos? 
- Los que resultan de ser de un orden inferior y alejado de Dios. 
¿Por qué permite Dios que algunos Espíritus nos empujen al mal? 

- Los Espíritus imperfectos son instrumentos destinados a probar la fe y constancia de los hombres en el bien. Tú, puesto que eres Espíritu, debes progresar en la ciencia de lo infinito, de ahí que pases por las pruebas del mal para llegar al bien. Nuestra misión consiste en ponerte en el bueno camino, y cuando actúan sobre ti malas influencias es porque tú las llamas con el deseo del mal, por cuanto los Espíritus inferiores acuden a ayudarte en el mal cuando tienes la voluntad de cometerlo: sólo pueden secundarte en el mal cuanto tú así lo quieres. Si sientes inclinación por el crimen tendrás a tu lado una nube de Espíritus que fomentarán en ti ese pensamiento. Pero habrá también a tu vera otros que tratarán de influir sobre ti para el bien, lo cual restablece el equilibrio y te deja dueño de escoger. 

Así deja Dios librada a nuestra conciencia la elección de la ruta que debemos seguir, y la libertad de ceder a una u otra de las influencias opuestas que sobre nosotros se ejercen. 

EL LIBRO DE LOS ESPIRITUS ALLAN KARDEC.

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