martes, 29 de julio de 2014

Alma y Espíritu



¿ Qué es el Alma y el Espíritu?.-

Estos dos conceptos y definiciones a veces no se tienen muy claros y se suelen confundir, aunque en realidad son dos denominaciones que se refieren a una misma realidad.
El Espiritismo define al espíritu como el elemento animador y organizador de la materia, o el principio inteligente del Universo.
En los seres humanos, el espíritu es la energía que nos mueve y con la que pensamos, sentimos, etc; viene a ser nuestro Ser o Yo y supone nuestra realidad esencial que conforma nuestra individualidad con sus expresiones intelectuales, emotivas y volitivas; es el principio indestructible que mantiene la conciencia y que coexiste junto al organismo corporal, quedando como simple espectador de los cambios que se van sucediendo en el cuerpo físico al paso del tiempo .
Del Ser humano se puede decir que tiene una doble naturaleza: la animal , por la que posee un cuerpo y unos órganos que proceden de la materia semejante a la misma naturaleza carnal de los animales , y la espiritual, a la que se deben las facultades sensitivas, intelectuales, volitivas y morales.
Existe además junto al Espíritu un elemento intermedio entre el espíritu y la materia, indispensable para que el espíritu pueda estar unido al cuerpo físico y para que el pensamiento del espíritu se transmita a los órganos físicos : este elemento es el Perispíritu o Cuerpo Espiritual, que acompaña y moldea al Ser espiritual, dándole forma y límites en el espacio o dimensión en la que habita.
La palabra espíritu, es el vocablo utilizado para referirse al mas íntimo Yo del Ser Humano; este Yo que somos todos, es pura energía psíquica que se manifiesta como ser individual, consciente y pensante con sentimientos y con voluntad propia; es la “Chispa Divína” o Ego que existe en nosotros.
Allán Kardec define ambos conceptos diferenciando el Alma como un Ser inmaterial distinto e individual, unido a un cuerpo de materia carnal que le sirve de envoltura, o sea, que es el propio Espíritu cuando está encarnado dando vida a un ser humano. De este modo define los dos conceptos referidos a una misma cosa, según se encuentre encarnado o desencarnado.
Las Almas o Espíritus humanos son energía individualizada y circunscrita en un cuerpo fluídico de naturaleza intermedia entre la energía sutil del espíritu que albergan, y la solidez de la materia carnal. A este cuerpo fluídico Kardec llamó Periespíritu, con el que el Espíritu forma una unidad.. Estos cuerpos espirituales mantienen la misma forma y la misma apariencia del cuerpo físico, al cual moldea y acompaña durante su desarrollo desde el estado embrionario, y después durante el resto de su vida humana , siendo a su vez la causa de la cohesión celular de la materia viva.
Todos en esencia, somos Espíritus. Esencialmente somos Energía psíquica pensante y sintiente, con voluntad propia , que nos hallamos en pleno proceso evolutivo o de cambio hacia grados más elevados de desarrollo y perfección, y esta energía conforma en nosotros una unidad de Conciencia individualizada ( también conocida como el Ego).
No es que los humanos tengamos un alma, sino que somos un alma que tenemos un cuerpo material y esto es lo que nos hace capaces de evolucionar, experimentando y asimilando experiencias en un largo proceso de aprendizaje y desarrollo continuo.
Como ya se ha dicho, el espíritu se hace humano cuando finalmente se individualiza a partir de su evolución en las especies animales que ya están en la cúspide de la máxima evolución psíquica susceptible de ser alcanzada en esa escala evolutiva, en donde formaba parte del alma grupal de la especie, de la que después como humano aún conserva vestigios procedentes de su anterior etapa. Su etapa hominal comienza cuando esa alma animal muy evolucionada, comienza a tener consciencia de su propio Yo .
El Espíritu humano aunque parcialmente libre en muchos momentos de su existencia humana, vive la mayor parte de su tiempo como encerrado en la materia , en donde solamente es a través de los sentidos corporales como puede comunicarse con el mundo exterior que le rodea.
Los Espíritus libres de la materia carnal poseen ciertas facultades para nosotros extraordinarias, tal como el poderse trasladar en el espacio instantáneamente solo por acción de su pensamiento y voluntad, de modo que pueden ver , oír , sentir y percibir , no ya solamente por los órganos sensoriales como sucede en los seres humanos, sino a través de todo su Cuerpo Espiritual. Esto permite que sus percepciones sean mas claras que las nuestras , así como el poder comunicarse entre sí sin palabras debido a que sus pensamientos son formas de energía que se reflejan en su cuerpo espiritual, de modo similar a como una imagen se refleja en un espejo . Los conceptos de espacio y de tiempo, para ellos son muy diferentes a los que tenemos los Seres encarnados.
Los Espíritus de orden superior están libres de inclinaciones y atracciones físicas; se podría decir que permanecen alejados de lo material.No así los de orden inferior que permanecen aún sujetos a las pasiones y sensaciones de la materia, sufriendo muchas veces por las carencias de las sensaciones que la materia les podía brindar.
El Alma o espíritu encarnado es también conocida por las diversas escuelas esotéricas, religiones y filosofías, bajo los nombres de : Psicosoma, Cuerpo Astral, Cuerpo Emocional, etc.
Así como el cuerpo físico está formado por elementos materiales de la Tierra, el cuerpo espiritual o alma ( Periespíritu), lo está por la sustancia o energía tomada por el Ser en el mundo psíquico o espiritual.
Según afirman ciertas Escuelas Esotéricas, el Periespíritu (Cuerpo Astral ), se mantiene ligado al cuerpo físico mediante otro cuerpo o campo de energía vital que impregna íntimamente las células y órganos del cuerpo físico ; esta energía vital reside en los fluidos orgánicos, sobre todo en la sangre, y desde que el Ser nace en este mundo como Ser humano, este Ser( alma) tarda al rededor de siete años aproximadamente en acoplarse totalmente a las energías orgánicas y vitales de su cuerpo físico. Esto supone que el alma durante la primera infancia, está más desligada a la materia que acompaña, que después de esa edad a partir de la cual se consolida y estabiliza más con la materia de su cuerpo físico.
El periespíritu actúa y se liga en el cuerpo físico mediante el Cuerpo Vital que es un campo de energía orgánica, debido a que dicho periespíritu actúa como un campo magnético que mantiene la estabilidad de la vida orgánica mediante la cohesión celular y el mantenimiento de las energías vitales. También actúa el periespíritu como agente moldeador del cuerpo al que mantiene la estructura y los rasgos físicos a lo largo de toda la vida como Ser humano, a pesar de que durante toda la vida humana, el cuerpo físico mantiene una renovación celular constante y el paso del tiempo lo cambia y deteriora.

- José Luis Martín-

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Los conocimientos parapsicológicos demuestran ,entre otras cosas, que la concepción hasta hoy oficial de que un alma es pura y simplemente una función cerebral, es falsa”.


- Karl Gruber -

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El  problema del ser y del destino
León Denís

RESUMEN DE LA INTRODUCCIÓN DEL LIBRO


Una dolorosa observación sorprende al pensador en el ocaso de la vida. Resulta también, más punzantes las impresiones sentidas en su giro por el espacio. Reconoce él entonces que, si las enseñanzas administradas por las instituciones humanas, en general (religiones, escuelas, universidades), nos hacen conocer muchas cosas superfluas, en compensación casi nada enseña, de lo que más precisamos conocer para la orientación de la existencia terrestre y preparación para el Más Allá.
Aquellos a quienes incumbe la alta misión de ilustrar y guiar el alma humana, parecen ignorar su naturaleza y su verdadero destino.
La mayor parte de los profesores y pedagogos, apartan  sistemáticamente de sus lecciones, todo lo que se refiere al problema de la vida, las cuestiones de extensión y finalidad...
La misma impotencia encontramos en los sacerdotes. Por sus afirmaciones desprovistas de pruebas, apenas consiguen comunicar a las almas que le son confiadas, una creencia que ya no corresponde a las reglas de una critica sana, ni a las exigencias de la razón.
Efectivamente, en la universidad, como en la Iglesia, el alma moderna no encuentra sino oscuridad y contradicciones, en todo lo que respecta al problema de su naturaleza y de su futuro.
Es a ese estado de cosas que se debe atribuir, en gran parte, los males de nuestra época, la incoherencia de las ideas, el desorden de las conciencias, la anarquía moral y social.
La educación que se da a las generaciones es complicada; más, no les aclara el camino de la vida, no les da el temple necesario para las luchas de la existencia. Carl du Prel refiere el siguiente hecho:
"Un amigo mío, profesor de la universidad, pasó por el dolor de perder una hija, lo que le reavivó el problema de la inmortalidad. Se dirigió a los colegas, profesores de Filosofía, esperando encontrar consuelo en sus respuestas. Amarga decepción: pidiera pan, y le ofrecían una piedra; buscaba una afirmación, le respondían con un talvez!"
Sarcev, modelo completo del profesor universitario, escribía; "Estoy en la Tierra. Ignoro absolutamente como vine aquí, ni como aquí fui lanzado. Ignoro como saldré de aquí, ni lo que será de mí cuando lo haga."
El alma de nuestros hijos, sacudida entre sistemas variados y contradictorios ( el positivismo de Auguste Comte, el naturalismo de Hegel, el materialismo de Stuart Mill, el eclectismo de Cousin, etc), fluctúa incierta, sin ideal, sin fin preciso.
El eminente profesor Raoul Pictet señala ese estado de espíritu en la Introducción de su última obra sobre las “Ciencias Psíquicas”.
 Habla él, del efecto desastroso producido por las teorías materialistas, en la mentalidad de sus alumnos, y concluye así:
"Esos pobres mozos, admiten que todo lo que pasa en el mundo es efecto necesario y fatal de condiciones primarias, en las que la voluntad no interviene; consideran que la propia existencia es, forzosamente, juguete de la fatalidad ineluctable, a la cual están entregados de pies y manos atadas.
Esos mozos cesan de luchar enseguida, ante las primeras dificultades. Ya no creen en sí mismos. Se tornan tumbas vivas, donde se encierran, promiscuamente, sus esperanzas, sus esfuerzos, sus deseos, fosa común de todo lo que hace latir el corazón, hasta el día del envenenamiento. He visto esos cadáveres ante sus escritorios y en el laboratorio, y me ha causado pena verlos.”
Las teorías de Reno, las doctrinas de Nietzsche, de Schopenhauer, de Haeckel, etc., mucho contribuyeron, a su vez, para determinar ese estado de cosas. Su influencia por todas partes se extiende. Se les debe atribuir, en gran parte, ese lento trabajo, obra oscura de escepticismo y de desánimo, que se desarrolla en el alma contemporánea, esa desagregación de todo lo que fortificaba la alegría, la confianza en el futuro, las cualidades viriles de nuestra raza.
Hasta aquí, el pensamiento se confinaba en círculos estrechos: religiones, escuelas, o sistemas, que se excluyen y combaten recíprocamente. De ahí, esa división profunda de los espíritus, esas corrientes violentas y contrarias, que perturban y confunden al medio social.
Aprendamos a salir de estos círculos austeros y a dar libre expansión al pensamiento, cada sistema contiene una parte de verdad; ninguno contiene la realidad entera.
La crisis moral y la decadencia de nuestra época provienen, en gran parte, de haberse inmovilizado el espíritu humano, durante mucho tiempo. Es necesario arrancarlo de la inercia, de las rutinas seculares, llevarlo a las grandes altitudes, sin perder de vista las bases sólidas que le viene a ofrecer, una ciencia engrandecida y renovada.
Esta es la ciencia del mañana, trabajamos en construirla.
Ninguna obra humana puede ser grande y duradera si no se inspira, en la teoría y en la práctica, en sus principios y en sus explicaciones, en las leyes eternas del universo. Todo lo que es concebido y edificado fuera de las leyes superiores se funda en la arena y se desmorona.
Ahora, las doctrinas del socialismo actual tienen una tara capital. Quieren imponer una regla en contradicción con la Naturaleza y la verdadera ley de la Humanidad: el nivel igualitario.
La evolución gradual y progresiva es la ley fundamental de la Naturaleza y de la vida. Es la razón de ser del hombre, la norma del Universo. Insubordinarse contra esa ley, sustituirla por otro fin, sería tan insensato como querer parar el movimiento de la Tierra o el flujo y el reflujo de los océanos.
El lado más débil de la doctrina socialista es la ignorancia absoluta del hombre, de su principio esencial, de las leyes que presiden su destino. Y cuando se ignora al hombre individual, ¿cómo se podría gobernar al hombre social?
El origen de todos nuestros males, está en nuestra falta de conocimiento y en nuestra inferioridad moral.
Toda la sociedad permanecerá débil, impotente y dividida durante todo el tiempo en que la desconfianza, la duda, el egoísmo, la envidia y el odio la dominen. No se transforma una sociedad por medio de leyes. Las leyes y las instituciones nada son sin las costumbres, sin las creencias elevadas. Cualesquiera que sean la forma política y la legislación de un pueblo, si él posee buenas costumbres y fuertes convicciones, será siempre más feliz y poderoso que otro pueblo de moralidad inferior.
Siendo una sociedad la resultante de las fuerzas individuales, buenas o malas, para mejorar la forma de esa sociedad es preciso actuar primero sobre la inteligencia y sobre la conciencia de los individuos.
Más, para la Democracia socialista, el hombre interior, el hombre de la conciencia individual no existe; la colectividad lo absorbe por entero. Los principios que ella adopta no son más que una negación de toda filosofía elevada y de toda causa superior. No se busca otra cosa sino conquistar derechos; entre tanto, el gozo de los derechos no puede ser obtenido sin la práctica de los deberes. El derecho sin el deber, que lo limita y corrige, solo puede producir nuevas dilaceraciones, nuevos sufrimientos
Las iglesias, es verdad, a pesar de sus fórmulas anticuadas y de su espíritu retrógrado, agrupan todavía a su alrededor a muchas almas sensibles; pero, se tornarán incapaces de conjurar el peligro, por la imposibilidad en que se colocaran de ofrecer una definición precisa del destino humano y del Más Allá, apoyada en hechos probados y bien establecidos. La religión, que tendría, sobre ese punto capital, el más alto interés en pronunciarse, se conserva en el vacío.
La Humanidad, cansada de los dogmas y de las especulaciones sin pruebas, se hundió en el materialismo, o en la indiferencia. No hay salvación para el pensamiento, sino en una doctrina basada sobre la experiencia y el testimonio de los hechos.
¿De donde vendrá esa doctrina? ¿Del abismo en que nos arrastramos, que poder nos librará? ¿Que ideal nuevo vendrá a dar al hombre la confianza en el futuro y el fervor por el bien? En las horas trágicas de la Historia, cuando todo parecía perdido, nunca faltó el socorro. El alma humana no se puede hundir totalmente y perecer. En el momento en que las creencias del pasado se oscurecen, una nueva concepción de la vida y del destino, basada en la ciencia de los hechos, reaparece. La gran tradición revive bajo formas engrandecidas, más nuevas y más bellas.
La tarea a cumplir es grande. La educación del hombre debe ser enteramente rehecha. Esa educación, ya lo vimos, ni la Universidad, ni la Iglesia están en condiciones de ofrecer, puesto que ya no poseen las síntesis necesarias para aclarar la marcha de las nuevas generaciones.
 Una sola doctrina puede ofrecer esa síntesis, la del Espiritualismo científico; ella ya sube en el horizonte del mundo intelectual y parece que ha de iluminar el futuro.
A esa filosofía, a esa ciencia, libre, independiente, emancipada de toda presión oficial, de todo compromiso político, los descubrimientos contemporáneos traen cada día nuevas y preciosas contribuciones. Los fenómenos del Magnetismo, de la radioactividad, de la telepatía, son aplicaciones de un mismo principio, manifestaciones de una misma ley, que rige conjuntamente el ser y el Universo.
Después de algunos años de labor paciente, de experimentaciones concienzudas, de pesquisas perseverantes, y la nueva educación habrá encontrado su fórmula científica, su base esencial. Ese acontecimiento será el mayor suceso de la Historia, desde el aparecimiento del cristianismo.
Un tiempo se acaba; nuevos tiempos se anuncian. La hora en que estamos es una hora de transición y de parto doloroso. Las formas agotadas del pasado empalidecen y se deshacen para dar lugar a otras, al principio vagas y confusas, más que se aclaran cada vez más. En ellas se esboza el pensamiento creciente de la humanidad.
Se puede, todavía, en nuestra época, vivir y actuar con más intensidad que nunca; más, ¿se puede vivir y actuar plenamente, sin tener conciencia del fin a alcanzar? El estado del alma contemporánea pide, reclama una ciencia, un arte, una religión de luz y de libertad, que vengan a disiparle las dudas, liberarla de las viejas esclavitudes y de las miserias del pensamiento, guiarla hacia horizontes resplandecientes a los que se siente llevada por la misma naturaleza y por el impulso de fuerzas irresistibles.
La fe en el progreso no camina sin la fe en el futuro, en el futuro de cada uno y de todos. Los hombres no progresan y no adelantan, sino creyendo en el futuro y marchando con confianza, con certeza hacia el ideal entrevisto.
Todo nos lo dice, el Universo es regido por la ley de la evolución, es eso lo que entendemos por la palabra progreso. Y nosotros, en nuestro principio de vida, en nuestra alma, y en nuestra conciencia, estamos para siempre sometidos a esa ley. No se puede desconocer, hoy, esa fuerza, esa ley soberana ella conduce al alma y sus obras, a través del infinito del tiempo y del espacio, a un fin cada vez más elevado; más, esa ley no es realizable sino por nuestros esfuerzos.
Nuestro deber es trazar la trayectoria a la Humanidad futura, de la que somos todavía parte integrante, como nos lo enseñan la comunión de las almas, la revelación de los grandes Instructores invisibles y como la Naturaleza lo enseña también por sus millares de voces, por la renovación perpetua de todas las cosas, a aquellos que la saben estudiar y comprender.
Vamos, pues, hacia el futuro, hacia la vida siempre renaciente, por la vía inmensa que nos abre un Espiritua1ismo regenerado!
Fe del pasado, ciencias, filosofías, religiones, iluminaos con una llama nueva; sacudid vuestros viejos sudarios y las cenizas que os cubren.
Escuchad las voces reveladoras del túmulo; ellas nos traen una renovación del pensamiento con los secretos del Más Allá, que el hombre tiene necesidad de conocer para vivir mejor, actuar mejor, y morir mejor!

Paris, 1908 León Denis

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PENSAMIENTO
Allan Kardec

Hay en el hombre un principio inteligente llamado Alma o Espíritu, independiente de la materia y que le concede el sentido moral y la facultad de pensar.
Si el pensamiento fuese una propiedad de la materia, se vería a esta pensar; luego, como nadie ha visto jamás a la materia inerte dotada de facultades intelectuales, porque cuando el cuerpo ha muerto, ha cesado de pensar, es preciso deducir de todo lo expuesto, que el alma es independiente de la materia, y que los órganos materiales no son otra cosa, que los instrumentos de que se aprovecha el hombre. Para manifestar su pensamiento."

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 Lenguaje que debe tenerse con los Espíritus

280. El grado de inferioridad o superioridad de los Espíritus, naturalmente, indica el tono que conviene tenerse con ellos. Es evidente que cuanto más elevados están, más derecho tienen a nuestro respecto, a nuestras consideraciones y a nuestra sumisión. No les debemos menos deferencia que cuando vivían y además por otros motivos: en la Tierra hubiéramos considerado su rango y su posición social; en el mundo de los Espíritus nuestro respeto sólo se dirige a la superioridad moral. Su misma elevación les pones sobre las puerilidades de nuestras formas aduladoras.

Por las palabras no es como podemos captar su benevolencia; es por la sinceridad de sentimientos. Sería, pues, ridículo, darles los títulos que nuestros usos consagran a la distinción de las clases y que, viviendo, podrían haber lisonjeado su vanidad; si realmente son superiores, no solamente no hacen caso de eso, sino que les disgusta. Un buen pensamiento les es más agradable que los honores más laudables; si fuese de otro modo no estarían más elevados que la Humanidad. El Espíritu de un venerable eclesiástico que en la Tierra fue un príncipe de la Iglesia, hombre de bien, y que practicaba la ley de Jesús, respondió un día a uno que le evocaba, dándole el título de Monseñor: “Al menos deberías decir ex Monseñor, porque aquí no hay otro señor que Dios; debes saber que yo veo algunos aquí que en la Tierra se arrodillaban delante de mí y ante los cuales yo mismo me incline ahora”.

En cuanto a los Espíritus inferiores, su carácter nos traza el lenguaje que conviene tener con ellos. En el número los hay que, aunque inofensivos y aun benévolos, son ligeros, ignorantes y atolondrados; tratarles del mismo modo que a los Espíritus formales, como lo hacen ciertas personas, sería lo mismo que si nos inclináramos delante de un aprendiz o de un asno cubierto con el birrete de doctor. En tono familiar es el más adecuado para ellos, y no se formalizan por esto; al contrario, se prestan a ello con gusto.

Entre los Espíritus inferiores los hay que son infelices. Cualesquiera que puedan ser las faltas que expían, sus sufrimientos son títulos tanto más grandes para nuestra conmiseración, pues ninguna persona puede vanagloriarse de evadirse de esta palabra de Jesús: “Que el que esté sin pecado le lance la primera piedra”. La benevolencia que les manifestamos es un consuelo para ellos; a falta de simpatía, deben encontrar la indulgencia que quisiéramos que se tuviera por nosotros.

Los Espíritus que revelan su inferioridad por el cinismo de su lenguaje, sus mentiras, la bajeza de sus sentimientos, la perfidia de sus consejos, seguramente son menos dignos de nuestro interés que aquellos cuyas palabras manifiestan su arrepentimiento; al menos les debemos la piedad que concedemos a los más grandes criminales, y el medio de reducirles al silencio es el de manifestarse superior a ellos. No se dedican sino a la persona que ellos creen que nada tienen que temer; porque los Espíritus perversos reconocen a sus señores en los hombres de bien como en los Espíritus superiores.

En resumen, sería tanta irreverencia el tratar de igual a igual a los Espíritus superiores, como ridículo el tener una misma deferencia para todos sin excepción. Tengamos veneración para los que lo merecen, reconocimiento para los que nos protegen y nos asisten; para todos los otros una benevolencia de la cual necesitaremos, puede ser, nosotros mismos un día. Penetrando en el mundo incorpóreo, aprendemos el modo de conocerle, y este conocimiento debe arreglar nuestras relaciones con aquellos que lo habitan. Los antiguos, en su ignorancia, les levantaron altares; para nosotros sólo son criaturas más o menos perfectas y no elevamos altares sino a Dios.

- El Libro de los Médiums -

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