UN SACERDOTE PREGUNTÓ A KARDEC :
El sacerdote. -¿Me permitiría usted, caballero, que a mi vez le dirija algunas preguntas?
ALLAN . KARDEC. –Con mucho gusto. Pero, antes de responderlas, creo útil manifestarle el terreno en que espero colocarme para responderle.
Debo manifestarle que de ningún modo pretenderé convertirlo a nuestras ideas.
Si desea conocerlas detalladamente, las encontrará en los libros donde están expuestas; allí las podrá usted estudiar detenidamente, y libre será de rechazarlas o aceptarlas.
El Espiritismo tiene por objeto combatir la incredulidad y sus funestas consecuencias, dando pruebas patentes de la existencia del alma y de la vida futura. Se dirige, pues, a los que no creen en nada o que dudan, y usted lo sabe, el número de ellos es grande. Los que tienen una fe religiosa, y a los que basta esa fe, no tiene necesidad de él. Al que dice: “Yo creo en la autoridad de la Iglesia y me atengo a lo que enseña sin buscar nada más”, el Espiritismo responde que no se impone a nadie ni viene a forzar convicción alguna.
La libertad de conciencia es una consecuencia de la libertad de pensar, que es uno de los atributos del hombre, y el Espiritismo se pondría en contradicción con sus principios de caridad y de tolerancia si no las respetase. A sus ojos, toda creencia, cuando es sincera y no induce a dañar al prójimo, es respetable aunque fuese errónea. Si alguien se empeña en creer, por ejemplo, que es el Sol el que da vueltas y no la Tierra, le diríamos: Créalo usted, si le place; porque eso no impedirá que la Tierra dé vueltas; pero del mismo modo que nosotros no procuramos violentar su conciencia, no procure usted violentar la de otros. Si convierte usted en instrumento de persecución una creencia inocente en sí misma, se trueca en nociva y puede ser combatida.
Tal es, señor sacerdote, la línea de conducta que he observado con los ministros de diversos cultos que a mí se han dirigido. Cuando me han interrogado sobre puntos de
la doctrina, les he dado las explicaciones necesarias, absteniéndome empero de discutir
ciertos dogmas, de que no debe ocuparse el Espiritismo, ya que cada uno es libre de
apreciarlos. Pero jamás he ido en busca de ellos con el intento de destruir su fe por medio
de la coacción. El que a nosotros viene como hermano, como hermano lo recibimos. Al
que nos rechaza le dejamos en paz. Este es el consejo que no ceso de dar a los espiritistas,
porque jamás he elogiado a los que se atribuyen la misión de convertir al clero. Siempre
les he dicho: Sembrad en el campo de los incrédulos, que en él hay abundante mies que
recoger.
El Espiritismo no se impone, porque, como he dicho, respeta la libertad de conciencia. Sabe, por otra parte, que toda creencia impuesta es superficial y sólo da las apariencias de fe, pero no la fe sincera. A la vista de todos expone sus principios, de modo que pueda cada uno formar opinión con conocimiento de causa. Los que los aceptan, laicos o sacerdotes, lo hacen libremente y porque los encuentran racionales; pero de ninguna manera abrigamos mala voluntad respecto de los que son de nuestro parecer. Si hay lucha entre la Iglesia y el Espiritismo, estamos convencidos de que no la hemos provocado nosotros.
ALLAN kARDEC ( QUÉ ES EL ESPIRITISMO)
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Resumen teórico del móvil de las acciones humanas
872. La cuestión del libre arbitrio puede resumirse así: El hombre no es inevitablemente conducido al mal. Los actos que realiza no “están escritos” de antemano. Los delitos que comete no constituyen el resultado de un decreto del destino. Puede –con el carácter de prueba o con el de expiación- escoger una existencia en la que se verá arrastrado hacia el crimen, ya sea por el ambiente mismo en que se encuentre, o bien por las circunstancias que sobrevengan; pero siempre es libre de hacer o no hacer. Así pues, el libre albedrío existe en el estado de Espíritu en la elección de la existencia y de las pruebas, y en el estado corporal en la facultad de ceder o resistir a las solicitaciones a las que nos hemos voluntariamente sometido. Cabe a la educación combatir esas malas tendencias. Y lo hará con provecho cuando esa educación se base en el estudio profundizado de la naturaleza moral del hombre. Mediante el conocimiento de las leyes que rigen esa naturaleza moral se llegará a modificarla, del modo que se modifica la inteligencia por medio de la instrucción y el estado físico por la higiene.
El Espíritu desprendido de la materia, en estado errante, elige sus futuras vidas corpóreas según sea el grado de perfeccionamiento a que haya llegado, y en esto sobre todo consiste – según dijimos- su libre albedrío. Esa libertad no se ve anulada por la encarnación. Si cede a la influencia de la materia es porque desfallece bajo las pruebas mismas que ha escogido, y para que lo ayuden a superarlas puede invocar la asistencia de Dios y de los buenos Espíritus. (Véase el parágrafo 337).
Sin el libre albedrío el hombre no tiene culpa en el mal ni mérito en el bien. Y esto es tan reconocido, que en la sociedad humana se reprueba o se elogia siempre la intención, vale expresar, la voluntad. Ahora bien, quien dice voluntad está diciendo libertad. Por lo tanto, el hombre no puede buscar una excusa para sus malas acciones achacándolas a su organismo, sin abdicar de su razón y de su condición de ser humano, para equipararse al animal. Si es así para el mal, lo mismo será para el bien. Pero cuando el hombre practica el bien tiene gran cuidado en que se le reconozca el mérito a él mismo y no a sus órganos, lo que prueba que instintivamente no renuncia, a despecho de lo que opinen algunos obcecados, al más bello privilegio de su especie: la libertad de pensar.
La fatalidad, tal como se la entiende comúnmente, supone la decisión previa e irrevocable de todos los acontecimientos de la vida, sea cual fuere su importancia. Si fuera este el orden de las cosas, el hombre sería una máquina carente de voluntad. ¿Para qué le serviría entonces su inteligencia, visto que sería dominado invariablemente, en todos sus actos, por el poder del destino? Semejante doctrina, si fuese cierta, significaría la destrucción de toda libertad moral. Ya no habría responsabilidad para el hombre y, por consiguiente, no existirían ni el bien ni el mal, ni crímenes ni virtudes. Dios, soberanamente justo, no podría castigar a su criatura por culpas que ella no haya contraído, como así tampoco recompensarla por virtudes cuyo mérito no le cabría. Una ley así sería, además, la negación de la ley del progreso, por cuanto el hombre que esperara todo de la suerte no intentaría nada para mejorar su posición, puesto que no podría hacerla ni mejor ni peor.
Sin embargo, la fatalidad no es una palabra vana. Existe en la situación en que está el hombre en la Tierra y en las funciones que cumple, como consecuencia del tipo de vida que eligió su Espíritu, ya sea con carácter de prueba, de expiación o de misión. Sufre invariablemente todas las vicisitudes de esa existencia y todas las inclinaciones, buenas o malas, que le son inherentes. Pero hasta ahí no más llega la fatalidad, porque de su voluntad depende que ceda o no a esas tendencias. El detalle de los acontecimientos se halla subordinado a las circunstancias que él mismo provoca por medio de sus actos, sobre los cuales pueden también influir los Espíritus, por los pensamientos que le sugieran. (Ver párrafo 459).
La fatalidad reside, pues, en los sucesos que se presenten, visto que ellos son la consecuencia de la elección de la vida que ha hecho el Espíritu. Puede no estar en el resultado de tales acontecimientos, pues podrá depender del hombre modificar el curso de los mismos valiéndose de su prudencia. Pero la fatalidad no interviene nunca en los actos de la vida moral. En la muerte sí está sometido el hombre, de manera absoluta, a la inexorable ley de la fatalidad. Porque no puede escapar al decreto que fija el término de su existencia, ni a la clase de muerte que debe interrumpir su curso.
Según la doctrina común, el hombre posee en sí mismo todos sus instintos. Éstos procederían, o de su organismo, del cual no podría ser responsable, o de su propia naturaleza, en la que puede buscar una excusa que lo satisfaga personalmente, alegando que no es culpa suya que sea él así. Con toda evidencia, la Doctrina Espírita es más moral. Admite en el hombre la existencia del libre albedrío en toda su plenitud. Y al decirle que si procede mal está cediendo a una mala sugestión extraña, le deja toda la responsabilidad del hecho, pues le reconoce el poder de resistir, cosa evidentemente más fácil que si tuviera que luchar contra su propia naturaleza. Así pues, conforme a la Doctrina Espírita no hay tentación que sea irresistible. El hombre puede siempre hacer oídos sordos a la voz oculta que en su fuero interno lo está incitando al mal, como podrá asimismo desatender la voz material de alguien que le hable. Lo puede por su voluntad, pidiendo a Dios la fuerza necesaria para ello y reclamando al efecto la ayuda de los buenos Espíritus. Es lo que Jesús nos enseña en el sublime ruego de la oración dominical, cuando nos hace decir: “No nos dejéis caer en tentación, mas líbranos del mal”.
Esa teoría de la causa excitadora de nuestros actos resalta, evidentemente, de toda la enseñanza impartida por los Espíritus. No sólo es de sublime moralidad, sino que –agregamos- eleva al hombre a sus propios ojos. Lo muestra libre de sacudirse un yugo obsesor, así como es libre de cerrar su casa a los importunos. No es ya una máquina que funcione por un impulso independiente de su voluntad, sino un ser provisto de razón, que escucha, juzga y escoge libremente entre dos consejos. Añadamos que, pese a esto, el hombre no está privado de su iniciativa. No deja por ello de obrar por propio impulso, puesto que en definitiva es sólo un Espíritu encarnado que conserva, bajo la envoltura corporal, las cualidades y defectos que como Espíritu tenía.
Las faltas que cometemos tienen, pues, su causa primera en la imperfección de nuestro propio Espíritu, el que no ha alcanzado aún la superioridad moral que algún día tendrá, pero que no por ello deja de poseer su libre arbitrio. La vida corporal le es concedida para que purgue sus imperfecciones por medio de las pruebas que enfrenta, y tales imperfecciones son, precisamente, las que lo tornan más débil y accesible a las sugestiones de los demás Espíritus imperfectos como él, que aprovechan esto para tratar de hacer que desfallezca en la lucha que ha emprendido. Si sale vencedor de ella, se eleva. Si fracasa, sigue siendo lo que era: ni peor ni mejor. Se trata de una prueba que habrá de reiniciar, y puede que permanezca mucho tiempo en ese estado. Cuanto más se depura, tanto más disminuyen sus puntos débiles y menos oportunidades da a los que lo incitan al mal. Su fuerza moral crece en virtud de su elevación, y los malos Espíritus se alejan de él.
Todos los Espíritus, buenos en mayor o menor grado, cuando se hallan encarnados constituyen la especie humana. Y como la Tierra es uno de los mundos menos adelantados, hay en ella más Espíritus malos que buenos, de ahí que veamos tanta perversidad entre nosotros. Hagamos, pues, todos los esfuerzos que podamos para no tener que volver más tarde a esta estación, y para merecer ir a descansar en un mundo mejor, en uno de esos mundos privile-giados en los que el bien reina soberano, y donde sólo recordaremos nuestro paso por la Tierra como un período de exilio.
ALLAN KARDEC ( LIBRO DE LOS ESPÍRITUS )
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Dijo León Denis que las vibraciones del pensamiento se propagan a través del espacio y nos traen pensamientos y vibraciones similares, Si llegamos un día a comprender la naturaleza y la extensión de esta fuerza, no tendremos más que elevados y nobles pensamientos. Pero el hombre se desconoce a sí mismo, como ignora los recursos inmensos de este pensamiento creador y fecundo que duerme en él y con ayuda del cual podría renovar el mundo.
- Marco Antonio Gonzalez -
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LA MEDICINA DEL ALMA Y LA MEDIÚMNIDAD
Qué amor, que luz, que esplendor, que claridad invade el alma cuando nos liberamos de las ataduras materiales que posesionan nuestro sentir y nos llenan de tristeza amargura soledad y de dolor. Cuanta soledad y tristeza hay en las pruebas humanas, que maravilla, que bendición esta labor de amor que a través de los instrumentos terrenos podemos llevar a la tierra para esa renovación y abertura, cambio en el sentir y vivir que libera la carga de los intereses en el corazón del hombre, que hermoso despertar en el amanecer de la vida con un esplendor de amor y luz que invade el sentir y nos envuelve en esperanza y consuelo para el desarrollo de la caridad al hermano necesitado que se encuentra atrapado en la ignorancia de las pruebas terrenas. Soy la hermana misionera, si tienes pendiente algún comentario puedes hacerlo...
–Me han indicado los guías, que tú me harías las indicaciones sobre esta hermana enferma para hacer los trabajos de ayuda que realizamos.
Está mal esta hermana, en espíritu y en materia. Ya habíamos indicado en su principio que era un trabajo de tres novenarios, de 27 días... Queda en la voluntad de los humanos el deseo de encontrar ese calor, esa luz que os libere de las enfermedades del alma para que pueda ser restablecida la salud en el cuerpo. Con estos trabajos complemento con mi misión de caridad de mi fase terrena para liberar ataduras. He estado al lado de esta hermana y seguiré estando, también, de todos que en amor y justicia necesite la ayuda y ponga la voluntad para que esa ayuda sea posible y se desarrolle en su sentir. Son trabajos muy fuertes necesarios para ayudar a esta hermana, necesitaría contactos en vivo para atacar a ese deterioro para el cual la ciencia humana no está preparada; no sabe como reconducir la situación.
Ya ha indicado el hermano guía mi trabajo en entrega y misión en la salud del alma, que será al lado de este médium para desarrollar una labor que ya se hubiera de haber iniciado en la fase terrena. Me retiraré con mi gratitud al poder utilizar este instrumento, también a estos hermanos que tan cariñosamente me ayudan en este mi despertar, ya aquí en la Casa Eterna. Que la luz nos proteja y nos dé fuerzas para seguir en el sendero de nuestra verdad de amor.
Qué amor, que luz, que esplendor, que claridad invade el alma cuando nos liberamos de las ataduras materiales que posesionan nuestro sentir y nos llenan de tristeza amargura soledad y de dolor. Cuanta soledad y tristeza hay en las pruebas humanas, que maravilla, que bendición esta labor de amor que a través de los instrumentos terrenos podemos llevar a la tierra para esa renovación y abertura, cambio en el sentir y vivir que libera la carga de los intereses en el corazón del hombre, que hermoso despertar en el amanecer de la vida con un esplendor de amor y luz que invade el sentir y nos envuelve en esperanza y consuelo para el desarrollo de la caridad al hermano necesitado que se encuentra atrapado en la ignorancia de las pruebas terrenas. Soy la hermana misionera, si tienes pendiente algún comentario puedes hacerlo...
–Me han indicado los guías, que tú me harías las indicaciones sobre esta hermana enferma para hacer los trabajos de ayuda que realizamos.
Está mal esta hermana, en espíritu y en materia. Ya habíamos indicado en su principio que era un trabajo de tres novenarios, de 27 días... Queda en la voluntad de los humanos el deseo de encontrar ese calor, esa luz que os libere de las enfermedades del alma para que pueda ser restablecida la salud en el cuerpo. Con estos trabajos complemento con mi misión de caridad de mi fase terrena para liberar ataduras. He estado al lado de esta hermana y seguiré estando, también, de todos que en amor y justicia necesite la ayuda y ponga la voluntad para que esa ayuda sea posible y se desarrolle en su sentir. Son trabajos muy fuertes necesarios para ayudar a esta hermana, necesitaría contactos en vivo para atacar a ese deterioro para el cual la ciencia humana no está preparada; no sabe como reconducir la situación.
Ya ha indicado el hermano guía mi trabajo en entrega y misión en la salud del alma, que será al lado de este médium para desarrollar una labor que ya se hubiera de haber iniciado en la fase terrena. Me retiraré con mi gratitud al poder utilizar este instrumento, también a estos hermanos que tan cariñosamente me ayudan en este mi despertar, ya aquí en la Casa Eterna. Que la luz nos proteja y nos dé fuerzas para seguir en el sendero de nuestra verdad de amor.
Espíritu Pepita
Médium: Manolo Carrá
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