miércoles, 24 de abril de 2013

MÁS ALLÁ DEL TIEMPO- El Génesis y la Ciencia




Seguían a nuestro frente. El ritmo era paso lento. Las manos dadas. Las cabezas nevadas y la lentitud del paso denunciaban la edad avanzada.
Un hombre. Una mujer. Una pareja de viejos.  Con las manos dadas, enamorados. Las manos se mantenían firmes, como decir que uno constituía el apoyo del otro. Tanto en lo físico, como en el afecto.
Quisimos imaginarlos, en la estela del tiempo, jóvenes, riendo y corriendo por el parque, bajo las bendiciones del sol. Saltando en el lago, jugando con el agua, uno y otro, riéndose.
Pudimos casi verlos de forma nítida abrazados, quietos, mirando embelesados el concierto de la primavera en flor, manos entrelazadas, cabezas apoyadas, tejiendo sueños y fantasías.
¿Habrían imaginado que alcanzarían esta edad, unidos?
Son ellos mismos. Atravesaron los años y prosiguen apasionados. Se casaron, tuvieron hijos, pasaron mil dificultades para educar, instruir y amar a la prole, renunciando mucho a beneficio de ellos.
Cuando los hijos se fueron, como aves de paso, dejando el nido para construir el suyo propio ellos quedaron solos, supieron retomar el embeleso de los primeros días.
¿Cuál es el secreto de esa  solida unión? Solo el amor  tiene el poder de atravesar los años  y tornarse más intenso. Solo él puede enfrentar con dignidad  el debilitamiento de las manos, la aparición de arrugas, y el andar más despacio.
Solamente él, porque posee lentes especiales, que transcienden lo físico y alcanzan el alma.
Una relación así regida prosigue para más allá´ de la vida corpórea. En parte como la flor que fenece con el viento helado y queda aguardando al otro.
Mientras espera al amado, la suya es tarea de amparar, celar por el que quedó en los caminos del mundo. En las noches de soledad, le habla en la intimidad del logo y le insufla coraje para no abatirse ante los peldaños que le faltan vencer.

Lo aguarda, en el mundo espiritual, como el novio espera a la amada, en día festivo. Y cuando finalmente llega el día de la partida, le prepara la llegada y retoma en los brazos en suave amplexo, demostrando que el amor vence al dolor, al sufrimiento y a la muerte.
Muchas almas que se aman así, en la Tierra, intensamente, retornan más tarde, en nuevo ropaje, nuevamente unidos y porque aman verdaderamente, se unen otra vez para idealizar cosas  en bien de la comunidad.
Es de esta forma que encontramos parejas unidos en la ciencia, en el arte, en la devoción al semejante, donándose mucho más allá del deber.
Habiendo vivido el amor en su esencia más profunda, aprendieron que cuanto más el se divide, más se multiplica.
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 La señora Kardec, esposa del Codificador del Espiritismo, después de la muerte de él vivió aun 14 años.
Mientras el vivió, ella fue siempre la compañera fiel de todas las horas, en todas sus actividades, fuesen pedagógicas  o las dedicadas a la Doctrina Espirita.
Desencarnó a edad avanzada, a los 87 años, lúcida y activa, entregada a la causa del Espiritismo.
 Redacción del Momento Espirita.
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El génesis y la ciencia
No diremos que las hipótesis sentadas por los grandes sabios, lleven todas ellas el sello de la verdad absoluta que nunca será patrimonio del hombre; porque entonces éste se igualaría a Dios; y siempre habrá tanta distancia de Dios al hombre, como de lo infinito a lo infinitesimal.

Esa eterna línea divisoria existirá en todas las edades, mas no por esto el trabajo de la inteligencia humana deja de ser admirable, encantador, asombroso, sorprendente. Nada más bello, nada más grande, nada más sublime y más consolador, que ver los titánicos esfuerzos de esas imaginaciones generosas, que con una ingeniosidad y actividad, y con un afán incansable, dedican todo el tiempo a estudiar los grandes principios que sirven de base a la vida de la humanidad. Qué importa que el fruto de todos esos trabajos no esté aún completamente sazonado, si el fruto, en razón de la verdad suprema, nunca estará al alcance de la inteligencia del hombre. 

¿Qué es el hombre en la Tierra? ¿Qué es la Tierra? Preguntemos primero. Astronómicamente considerada en el
mundo de Mercurio, brilla en su cielo como una estrella de primera magnitud.

En el cielo del mundo de Venus es visible a simple vista como una estrella de primera magnitud muy luminosa. En el cielo del mundo Lunar, el astro Tierra alumbra a media noche tanto como alumbrarían catorce lunas llenas. En el cielo del mundo de Marte, es una brillante estrella de la tarde, algo más pequeña de lo que nos parece Venus. En el cielo del mundo de Júpiter, débil estrella de la mañana y de la tarde, y puntito negro que pasa todos los años por delante de su Sol. En el cielo del mundo de Saturno, la Tierra es casi invisible, un punto telescópico que pasa cada quince años por delante del Sol. En el cielo del Mundo de Urano, la Tierra es completamente invisible, y en el cielo del mundo de Neptuno, es completamente desconocida.

Ahora bien, si en nuestro mismo sistema planetario, la Tierra a cierta distancia es completamente desconocida, ¿Qué papel representará ante los demás Universos?

Será menos que un átomo perdido en la inmensidad. ¿Y qué serán los habitantes de este globo comparados con otras humanidades? Menos, mucho menos de lo que son los infusorios para nosotros. ¿Y estos seres microscópicos, (los hombres terrenales) podrán ni aún remotamente creer que son la esencia de Dios? ¡No! Tendremos, todo lo más, nobles aspiraciones, trabajaremos atraídos por el foco de la verdad Suprema, haremos esfuerzos superiores a nuestras condiciones morales e intelectuales, tendremos intuición de algo inmenso, maravilloso, divino, sentiremos latir nuestras sienes y nuestro corazón con una sensación deliciosa pero inexplicable, suspiraremos por una tierra prometida, lloraremos por una libertad inconcebible, veremos en el cielo de nuestros sueños algo que nunca podrá expresar el lenguaje humano, pero dejaremos la Tierra más pequeñitos en ciencia, que lo es el feto en el claustro materno cuando el Espíritu que debe animarle está turbado sin conciencia de lo que fue, ni de lo que será. Por esto nos sonreímos con esa sonrisa compasiva de los ancianos que escuchan con melancolía los sueños entusiastas de sus nietos, cuando vemos que los hombres se afanan por demostrar, con las más concluyentes afirmaciones, que el Génesis mosaico es la misma palabra de Dios, es la obra obtenida por la divina revelación.

¿Y cómo puede ser su palabra augusta cuando la ciencia destruye sus aseveraciones? ¡Si Dios hubiese escrito un libro, sus argumentaciones serían incontrovertibles! Y el mero hecho de que el estudio de los hombres, avanza mucho más que las páginas sagradas de las Biblia de todas las, religiones. Es prueba inequívoca que esos viejos manuales de los siglos están escritos por los legisladores primitivos, hombres superiores a la generalidad, pero nunca fueron intérpretes divinos, porque de haberlo sido, los principios sentados en sus páginas, jamás la ciencia humana los hubiera podido destruir, porque siendo Dios la suprema sabiduría, sólo podría inspirar la verdad. La historia de los libros sagrados la describe muy bien Allan Kardec, veamos lo que dice:

La historia del origen de todos los pueblos se confunde con la de su religión: por eso los primeros libros han sido religiosos. Y como todas las religiones se refieren al principio de las cosas, que es también el de la humanidad, han dado a cerca de la formación y ordenación del Universo explicaciones que están en relación con el estado de los conocimientos del tiempo y de sus fundadores. Ha resultado de eso que los primeros libros sagrados fueron al mismo tiempo los primeros libros de ciencia, como han sido también por mucho tiempo el código de las leyes civiles.

La religión era entonces un freno poderoso para gobernar. Los pueblos se sometían gustosos a los poderes invisibles, en nombre de los cuales se les hablaba y los gobernantes se decían mandatarios, ya que no se proclamaron los iguales de esas mismas potencias. Para dar más fuerza a la religión, era preciso presentarla como absoluta, infalible e inmutable; sin lo cual hubiera perdido su prestigio entre seres casi brutales en quienes apenas apuntaba un destello de razón. No convenía que sobre ella pudiera discutirse ni tampoco sobre las órdenes del soberano; y de ahí el principio de la fe ciega y de la obediencia pasiva que tuvieron en su tiempo su razón de ser y su utilidad.

La veneración en que se tenían los libros sagrados, que se creían descendidos del cielo o inspirados por la divinidad misma, hacía sacrílego su examen.

En los tiempos primitivos los medios de observación eran necesariamente muy imperfectos, y por consecuencia, las primeras hipótesis relativas al sistema del mundo tenían que estar sobrecargadas de groseros errores; pero aún cuando éstos medios hubiesen sido tan perfeccionados como los que hoy tenemos, los hombres no hubieran sabido servirse de ellos, no pudiendo ser por otra parte sino el fruto del desarrollo de la inteligencia y del conocimiento sucesivo de las leyes de la naturaleza. A medida que el hombre ha ido adelantando en el conocimiento de esas leyes, ha ido penetrando en los misterios de la creación y rectificando las ideas que se había formado acerca del origen de las cosas.

Así como para comprender y definir el movimiento correlativo de las agujas de un reloj, es indispensable conocer las leyes que presiden a su mecanismo; apreciar la naturaleza de los materiales y calcular la potencia de las fuerzas que funcionan: para comprender el mecanismo del Universo, es preciso conocer las leyes que rigen todas las fuerzas, puestas en acción en éste vastísimo conjunto.

El hombre ha sido impotente para resolver el problema de la creación hasta el momento en que la ciencia le ha dado la clave. Ha sido preciso que la Astronomía le abriese las puertas del espacio infinito, y le permitiese penetrar en él con su mirada, que pudiera determinar por la potencia del cálculo con una precisión vigorosa, el movimiento, la posición, el volumen, la naturaleza y el oficio de los cuerpos celestes, que la Física le revelara las leyes de la gravitación, del calor, de la luz, y de la electricidad, la potencia de esos agentes sobre la naturaleza entera, y la causa de los innumerables fenómenos que de ellas proceden, que la Química le enseñara las transformaciones de la materia, y la Mineralogía las materias de que se componen la corteza del globo, que la Geología le enseñase a leer en las diferentes capas terrestres la formación gradual de este mismo globo; la Botánica, la Zoología, la Paleontología, la Antropología, debían iniciarles en la filiación, y en la sucesión de los seres orgánicos. Con la Arqueología se ha podido seguir los pasos de la humanidad a través de las edades. Todas las ciencias, en fin, completándose unas con otras y dándose la mano, tenían que aportar su contingente necesario para el conocimiento de la historia del mundo; a falta de lo cual el hombre no tiene por guía sino sus primeras hipótesis, ni por auxiliares, más que sus sentidos.

Por eso también, antes que el hombre estuviera en posesión de todos esos elementos indispensables de apreciación, todos los comentaristas del Génesis, cuya razón fatalmente se estrellaba contra imposibilidades materiales, se revolvían en un mismo círculo sin poder salir de él, hasta que la ciencia ha abierto el camino a través del viejo edificio de las antiguas creencias. Todo ha cambiado entonces de aspecto. Una vez encontrado el hilo conductor, las dificultades se han desvanecido, y en vez de un Génesis imaginario, se ha tenido un Génesis positivo y en cierto modo experimental: los horizontes del Universo se han extendido a lo infinito, se ha visto que la Tierra y los astros se forman gradualmente según leyes eternas e inmutables que revelan mejor el poder y la sabiduría de Dios; que una creación milagrosa salida de un golpe de la nada, como un cambio de decoración por una idea súbita de la divinidad, después de una eternidad de inacción y de soledad son incomprensibles.

Puesto que es imposible conocer el Génesis sin los datos que la ciencia suministra, puede decirse con toda verdad que, la ciencia es verdaderamente llamada a constituir el Génesis según las leyes de la naturaleza.

No cabe duda que la ciencia es la única que puede formarlo, porque la ciencia es la verdad; pero este trabajo no es de un año, no es de un lustro, no es de una centuria, es de mil y miles de años, y nunca estará terminado porque siempre encontrará el hombre un más allá desconocido, y en todos sus estudios verá, que al comprender una página de sus volúmenes científicos, le quedan mil y mil líneas de jeroglíficos que descifrar, y de problemas que resolver. También es paciente porque es eterna. Por esto los esfuerzos de los sabios debemos respetarlos, que como dice Víctor Hugo:

El esfuerzo de todos compone la suma del progreso. Haga cada cual lo que pueda y el ser inmenso se dará por satisfecho. Él sabe equiparar la importancia de los resultados con la energía de las intenciones y el más mínimo esfuerzo es tan venerable como el esfuerzo máximo.

Ningún ser de la creación hará desaparecer los ecos de la palabra divina. Si la palabra de los primeros siglos se extingue, repetimos lo que hemos dicho anteriormente: Dios no ha revelado nada, porque Dios bajo el sentido científico no es un cuerpo, no es una individualidad, es la ciencia profunda germinando en la creación, es una causa incomprensible para el hombre que sólo puede apreciar los efectos. Las revelaciones de Dios están en la inteligencia del hombre, pero no esa revelación atribuida a los primeros legisladores, éstos hablaron, y escribieron obedeciendo a inspiraciones humanas, de espíritus más adelantados que ellos. Todo fue obra de hombres, por esto las religiones deben obedecer a principios no inmutables, y sí reformables.

¿Qué son esos libros sagrados? ¿Qué es esa cosmogonía genesiaca tan decantada, tan venerada, donde solo se trata de la formación de la Tierra, comparada con la cosmogonía universal, con la Uranografía general, estudios donde la mente se abisma, donde el hombre se encuentra tan pequeño, que ni aún su cuerpo le proyecta sombra?

Escuchemos por un momento a Kardec:



“Para figurarnos cuanto es posible hacerlo con nuestras limitadas facultades, la infinidad del espacio, supongamos que partiendo de la Tierra perdida en medio de lo infinito, hacia un punto cualquiera del Universo, y esto con la prodigiosa velocidad de la chispa eléctrica que recorre millares de leguas a cada segundo apenas hemos dejado ese globo; y habiendo recorrido millones de leguas, nos encontramos en un sitio donde nuestro globo nos aparece bajo el aspecto de una pálida estrella. Un instante después siguiendo la misma dirección, llegamos hacia las estrellas lejanas, que apenas se distinguen desde la estación terrestre, y desde allí no se distingue la Tierra en las profundidades del cielo, sino que aún el Sol con todo su esplendor queda eclipsado por la distancia que de él nos separa”.

“Animados siempre por la misma velocidad del relámpago, dejamos atrás sistemas de mundos a cada paso que avanzamos en la extensión, islas de luz etéreas, vías estelíferas, regiones suntuosas donde Dios ha sembrado mundos, con la misma profusión que hay flores en la primavera en las praderas terrestres”.

“Sólo hace algunos minutos que vamos marchando y ya centenares de millones de millones de leguas, billones y trillones nos separan de la Tierra, y millones y millones de mundos han pasado por nuestra vista; y sin embargo, escuchad… no hemos avanzado un solo paso en el Universo”.

“Si continuamos durante años y siglos, y millones y millones de periodos, cien veces seculares e incesantemente con la misma velocidad inicial, no por eso habremos adelantado más, y esto en cualquiera dirección que vayamos y hacia cualquier punto que nos dirigiésemos, a partir de este grano invisible que llamamos Tierra. Eso es el espacio”.

“Ante esos horizontes infinitos ¿Qué es el Génesis mosaico? Un cuentecito de niños ¡Nada más!”

“Ayer la ciencia en estado de embrión para el hombre terrenal, podía fundar su base en la fe, pero hoy la ciencia hija de la razón, después de haber hecho sufrir a su madre un parto muy laborioso, hoy tiene vida propia, y es la fe la que ha de buscar su apoyo para poder vivir, que así como para cada estación hay sus frutos, para cada centuria hay su distinta civilización, y la luz de ayer es pálida hoy. Las religiones caen al impulso de las grandes verdades y la ciencia hará renacer la fe en las demostraciones científicas”.

No extendamos más nuestras consideraciones, porque sabido es de todos como describe el Génesis mosaico nuestro planeta, y las persecuciones que han sufrido los sabios astrónomos por tener distinta opinión que la de nuestros padres sobre la formación y rotación de la Tierra.

Respetemos, como dice Allan Kardec, esas enseñanzas que hoy nos parecen pueriles, así como respetamos los apólogos que han divertido y aleccionado nuestra infancia, y abierto nuestra inteligencia, enseñándonos a pensar con esos cuadros que ha inculcado Moisés en el corazón de los primeros hombres, la fe en Dios y en su poder, fe sencilla que más tarde debía depurarse a la luz de la ciencia. Porque sepamos hoy, leer de corrido, no despreciemos la cartilla y el cartón en que aprendimos a deletrear.

Creemos que la última palabra de la ciencia no se pronunciará jamás. Creemos que los libros sagrados, (sagrados por su antigüedad) deben conservarse cuidadosamente, deben mirarse con religioso respeto porque son los termo-barómetros que señalan nuestras pasadas civilizaciones.

Amalia Domingo Soler
Extraído del libro “La luz que nos guía”


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Los viernes a las 23,00 horas se os invita a asistir a una conferencia en la misma sala.
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