Charles Richet |
Existes y no es preciso emplear esfuerzos para enérgicamente defender tu existencia, o sea, obedecer a la fuerza que te ha sacado de la nada; esa fuerza se ha asegurado de tu obediencia por procedimientos bien sencillos, los instintos protectores, irresistibles, instintos comunes a todos los seres vivos.
Esos instintos protectores, de modalidades tan diversas, son de tal forma universales, están de tal forma adaptados a una protección eficaz, que sería locura atribuirlos al azar. ¡Cómo! ¡Para asegurar la vida en la superficie terrestre habría un azar, azar maravillosamente dispuesto, prolongado durante miles de siglos, propagándose sin excepción a todas las especies animales! ¡No! No fue el azar lo que ha creado esos instintos casi divinos, sobrehumanos en todos los casos, el miedo, la repulsa, el dolor, el hambre, el horror a la muerte.
A.- EL MIEDO.- El miedo es un instinto universal, ante un movimiento brusco o un ruido violento, frente a lo inesperado, el animal, ya se trate de un insecto, un pez, un pájaro, un ciervo o incluso un hombre, huirá. No es necesaria iniciación alguna, son los reflejos psíquicos fatales, a los cuales aquéllos inmediatamente obedecen, antes incluso de asegurarse de la existencia de un peligro. Los animales domésticos (maleados por la domesticidad) pueden ser adiestrados y no huir. Pero a no ser que estén sabiamente enseñados, no se resisten a ese primer impulso.
B. - EL VÉRTIGO - El miedo especial que el hábito y la educación llegan (aunque con dificultad) a vencer es el vértigo, un tipo de miedo instintivo.
No se ha llevado a cabo todavía estudio alguno, al menos que yo sepa, sobre el vértigo en los animales. Estoy seguro de que las cabras monteses, saltando alegremente por los precipicios, no sienten, ciertamente, nada que se asemeje a nuestros temores respecto de los abismos.
En el hombre lo que caracteriza al vértigo, pese a toda su voluntad, es la inhibición de movimientos; él se queda como pegado al suelo. Sus piernas se doblan y se niegan a cualquier movimiento. El coraje y la inteligencia nada más pueden hacer. No puedo dejar de admirar realmente, la sospecha que tiene la Naturaleza acerca de nuestra inteligencia, puesto que ella nos ha infundido con todo imperio ese terror por los abismos.
Se trata de defender nuestra vida. Ahora bien, la Naturaleza, esa vieja dama, que Joseph de Maistre decía desconocer, se ha dedicado, no obstante, a protegerlo. Probablemente J. de Maistre hubiera padecido vértigo, si fuese compelido a atravesar por una estrecha tabla, sin amparo, sobre un despeñadero abrupto.
C. - LA REPULSA. - Otro sentimiento protector sin el cual probablemente toda la vida animal hubiera hace mucho desaparecido de la faz de la Tierra, es la repulsa por las sustancias infecciosas o tóxicas. Comparad una confitería con una farmacia. Todo en la confitería es apetitoso, porque se trata de alimentos necesarios para la vida y agradables al paladar, mientras que en la farmacia todo es detestable y nauseabundo. Los medicamentos que allí se venden – puesto que son venenos – son todos de un sabor execrable. Esos venenos, aunque sea en dosis mínimas (por ejemplo, una centésima de miligramo de estricnina) son aún desagradablemente amargos; todos los alcaloides están en este caso (quinina, atropina, cocaína, nicotina).
Seguramente si son amargos no es por casualidad, sino porque son tóxicos y la Naturaleza, tratando de preservarnos de los venenos, los ha hecho amargos.
Frecuentemente nos admiramos de que los herbívoros que van a pacer a regiones que les son desconocidas, en las cuales germinan plantas diferentes y tóxicas, jamás se envenenen. Pero eso en nada nos sorprende. Como a los hombres, los venenos inspiran repulsa a los animales. Hay, no obstante, algunas excepciones. Ciertas setas muy tóxicas no inspiran repulsa. Entre los hombres también hay casos (relativamente frecuentes) de muerte causada por setas, pero entre los animales no conozco casos semejantes. Las setas jamás entran en el consumo alimenticio de los animales.
D. - EL DOLOR. - La mejor definición que se puede dar del dolor es esta: una sensación tal, que no se desea continuar sintiendo o sufrirla nuevamente. Una quemadura, un corte, una mordedura, una fractura, una neuralgia, un absceso, son causas de dolor, y entonces casi instintivamente empleamos todos los esfuerzos para evitar quemaduras, cortes, fracturas. ¡Pues bien! Es el miedo al dolor y no la inteligencia lo que nos hace velar con tan prudente celo por la integridad de nuestra piel, de nuestra querida piel.
No se debe, pues, maldecir más el dolor que el miedo. Es el dolor lo que nos hace resistir a las intemperies. Estaríamos hace mucho congelados o quemados si no tuviésemos más que nuestra inteligencia para preservarnos del frío extremo y del calor excesivo. Lo que nos ha protegido ha sido el miedo al dolor que produciría un frío intenso o un calor extremo.
En realidad el dolor es la madre de todas nuestras industrias. Si los hombres han edificado sus habitaciones, ha sido para poder dormir bien abrigado. Si han tejido sus vestimentas, ha sido para enfrentarse al invierno, porque no poseen, para defenderse, la gruesa piel de los animales.
E.- EL HAMBRE Y LA SED. - El hambre y la sed son sensaciones casi agradables, cuando empiezan, y cuando vemos a nuestro lado un repasto copioso y sabroso que nos aguarda. Pero esas dos sensaciones tutelares se convierten en verdaderas torturas cuando se prolongan sin esperanza alguna de alivio.
El hambre y la sed son las grandes protectoras de la vida.
En China, los fumadores de opio acaban muriéndose. Porque pierden la sensación del hambre. Entonces, por muy difícil que parezca, dejan de comer. Pero los fumadores de opio son excepcionales.
Todo animal para vivir tiene necesidad de agua, de carbono y nitrógeno nutritivos. Si el agua, el carbono y el nitrógeno le faltan, olvida todo y se enfrenta a los más espantosos peligros. Por el hambre se doman los más salvajes animales.
El hombre no es una excepción. En todas las sociedades, ya sean modernas o antiguas, el cuidado del pan cotidiano, como el de la oración dominical, es la preocupación universal. No hay política ni retórica que nos quite la obligación de comer, porque es preciso vivir.
F.- EL TEMOR A LA MUERTE.
F.- EL TEMOR A LA MUERTE.
Yo debería quizá insistir en esos magníficos instintos protectores: el miedo, la repulsa, el dolor y el hambre. Para estudiarlos detalladamente, cada uno de esos instintos merecería un libro, un gran libro; pero puedo demostrar aquí que todos tienen una misma causa, una causa profunda, tanto para el animal como para el hombre.
Todas esas poderosas sensaciones que nada tienen que ver con la inteligencia y dependen únicamente de nuestra constitución psicológica, se limitan a este deber inexorable: es menester vivir, es preciso escapar a la muerte.
Todos los seres, consciente o inconscientemente, se lanzan a la vida, todos los seres quieren vivir, todos los seres sienten horror a la muerte.
Entre los animales no existe el suicidio. Entre los hombres, a veces, la inteligencia es asaz vigorosa, para combatir e incluso dominar los sentimientos instintivos que preservan la vida.
Se dice que el suicidio es una cobardía. En mi opinión ese concepto es erróneo. Bien entendido, dejaremos de lado a los epilépticos, alienados, alcohólicos, que en un acceso furioso se ahorcan o se arrojan al agua. Es el delirio. No lo comentemos.
Pero hay individuos cuya razón parece sana, que, fríamente, deliberadamente, tras una prolongada premeditación, deciden abandonar el mundo de los vivos.
¡Pues bien! Tendré la temeridad de decir que debemos asombrarnos con ese coraje y casi admirarlo.
He aquí, por ejemplo, a un desventurado hombre atacado de cáncer de laringe o de lengua. A pesar del opio, padece dolores insoportables. Ya no puede hablar. Casi no puede alimentarse. Exhala un olor infecto. Se ha convertido en objeto de repulsa para aquellos que se le acercan y para sí mismo. El terrible mal progresa cada día, no le concede reposo. No hay esperanza alguna de curación. Además sabe que dentro de pocos días la muerte fatalmente terminará la siniestra e inútil agonía. Entonces ¿por qué prolongarla?
Otro individuo es condenado a muerte. Otro a la hoguera y el descuartizamiento, hoy la guillotina, pero el verdugo lo horroriza y algunas gotas de veneno lo libran de la espera angustiosa del momento fatal.
En cambio, que un banquero que ha hecho malos negocios, que un enamorado abandonado, que un marido traicionado, que un jugador desafortunado, terminen sus desdichas con un suicidio, es realmente una necedad.
No obstante, lo repito, es necesaria una fuerza poco común, para pasar de la vida a la muerte y violentar el amor profundo, que ha animado a los miles de ancestros que nos han precedido.
En todo caso, el suicidio es una tremenda derogación de la ley de la vida, ley que la Naturaleza ha impuesto a todos sus hijos, con tanto imperio, que es casi imposible que pueda ser desobedecida por alguno de los seres vivos.
Pero no estás solo en el mundo, tienes hermanos humanos, semejantes tuyos, en los cuales es preciso pensar, pues también tienen el deber de vivir. Por tanto, si no te dejas absorber por un egoísmo siniestro, debes pensar en ellos, en su existencia, en su felicidad, curarles las heridas, secarles las lágrimas, aliviarles las tristezas, matarles el hambre, retardarles la muerte.
El deber de todo hombre no es solamente vivir, sino además proteger la vida y la felicidad de los hombres. Prolongar la vida de tus hermanos y hacérsela menos cruel, he aquí lo que se nos ha impuesto.
El mal es el dolor ajeno. Esa es la moral que otrora, en la bella y lejana época de mi juventud, fue mi propósito. Moral, a que, en el declinar de mi larga existencia, me he agarrado obstinadamente.
El horror a la muerte, común en todos los animales, es de tal intensidad en el hombre, que no se resigna casi nunca, a aceptar la muerte como fin último de su viaje.
Hasta los más degradados salvajes han imaginado aventuras prodigiosas después de la muerte, paraísos, Cielos, infiernos. Con más motivo los civilizados. La supervivencia es la base de todas las religiones.
Sería inexplicable si la ley natural no fuese más fuerte, que todas las creencias y todos los razonamientos.
En síntesis, la esencia de la civilización, es hacer más fácil y más sonriente, la existencia que la naturaleza nos impuso. Porque nosotros nada hemos innovado. No hay instintos nuevos. No hacemos más que marchar dócilmente.
En síntesis, la esencia de la civilización es hacer más fácil y más sonriente la existencia que la naturaleza nos impuso. Porque nosotros nada hemos innovado. No hay instintos nuevos. No hacemos más que marchar dócilmente por la senda de la vida universal.
Charles Richet .- Tomado del libro “La Gran Esperanza”
UNIFICAR (Psicografía)
La unificación se inicia en los corazones separatistas.
Trabajen en la orientación de instruirse y estudiar aquello que desconocen. Formen grupos de estudio capaces de profundizar sus conocimientos.
Intercambien fuerzas evolutivas diversificadas para aplicar el conocimiento aprendido.
Respétense como hermanos que son y verán crecer el movimiento espírita en Brasil con la fuerza jamás imaginada por ustedes.
Allan Kardec
Congreso, Centro de Convenciones, Vitória/ES, Brasil, el 30/09/01
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