La experiencia del dolor es común a todos los hombres.
Este se revela en cada uno de forma diferente, más a todos visita.
Los pobres sufren por la inseguridad en cuanto a la manutención de su familia.
Los enfermos experimentan padecimiento físico.
Los idealistas se angustian por el bien que tarda en realizarse.
El gobernante se oprime por la magnitud de la tarea que pesa sobre sus hombros.
Cualquiera que sea la posición social de un hombre, el vive la experiencia del sufrimiento.
La propia transitoriedad de la vida terrena es fuente de angustias e incertidumbres.
Usted puede hacer mucho y pedir prestado, pero la muerte es una certeza y transformar todo.
Cualquier laceración es inherente a la vida.
Nadie ignora la posibilidad de sus afectos para tener éxito en regresar a la patria espiritual.
Ningún hombre sensato imagina que el vigor físico lo acompañará para siempre.
La universalidad del dolor llama la atención de los hombres para el hecho de que son esencialmente iguales.
Ocupan diferentes posiciones y tienen experiencias singulares, más ninguno es hecho de material inmune a la acción del tiempo.
La vida material es transitoria y eso no se puede negar.
Con todo, las personas evitan reflexionar sobre esa realidad.
Cuando asistidas por los propios fenómenos de transitoriedad de la vida, acostumbran a revolverse.
Todos sufren, pero pocos saben sufrir bien.
Tan raro es el bien sufrir que generalmente no es ni siquiera comprendido.
Cuando, cara a alguna experiencia dilacerante, la criatura mantiene la serenidad se halla que ella tiene algún problema.
Se confunde sensibilidad con el dolor acompañado de escándalos.
Si la persona no grita indignada y no procura culpables por su miseria, se entiende que ella tiene algo oscuro en su interior.
Una madre capaz de soportar serenamente el dolor de la muerte de un hijo surge a los ojos ajenos como insensible.
¡Como si la falta de gritos significa falta de amor!
En el Sermón de la Montaña, Jesús afirmó bienaventurados a los que lloran, a los injuriados y a los perseguidos.
Ciertamente no se estaba refiriéndose a los que sufren en medio de revueltas y desatinos.
Después de todo, en otro pasaje del Evangelio, dijo que quien quisiera ir en pos de él que tomase su cruz y le siguiese.
Se trata de una señal de que la conquista de la redención presupone algún sacrificio.
La Tierra, por algún tiempo aun, será morada de Espíritus rebeldes a las leyes divinas.
Por siglos, sembrarán dolor en los caminos ajenos y no se animarán a reparar los estragos.
Por eso, son periódicamente atendidos por reflejos de sus actos, hasta que aprendan el código de fraternidad que rige la Vida.
Reflexiona sobre eso antes de permitirse gritos y rebeldía.
Las experiencias que lo envuelven visan tornarlo mejor y más sensible al dolor del semejante.
Ellos posibilitan su recomposición ante la Justicia Cósmica.
No pierda la oportunidad con actitudes infantiles.
Cese las reclamaciones, no procure culpables y no se imagine como una víctima.
Aproveche la oportunidad para ejemplificar su condición de cristiano.
Cuando se produzca el dolor, siéntase desafiado a ser un ejemplo de dignidad, esfuerzo y lucha.
Su serenidad ante el dolor hará que otros mediten en la forma en que viven.
Así, usted estará colaborando en la construcción de un mundo mejor, con menos rebeldía e insensatez.
Piense en eso.
Redacción de Momento Espirita.
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