miércoles, 26 de marzo de 2025

El orgullo ( 2ª mitad)

 INQUIETUDES ESPÍRITAS

1.-Manifestaciones espíritas

2.-Un deber de conciencia

3.- El orgullo ( 1ª mitad)

4.- El orgullo ( 2ª mitad)

                                            **********************************



                                                         


       MANIFESTACIONES ESPÍRITAS

La idea que las personas se forman acerca de los espíritus vuelve a primera vista incomprensible el fenómeno de las manifestaciones. 

Como esas manifestaciones no pueden ocurrir sin la acción del espíritu sobre la materia, los que consideran que el espíritu es la ausencia absoluta de materia se preguntan, con cierta apariencia de razón, cómo puede obrar materialmente. Ahora bien, ahí está el error, pues el espíritu no es una abstracción, sino un ser definido, limitado y circunscripto. 

     El espíritu encarnado en el cuerpo constituye el alma. Cuando lo abandona, en ocasión de la muerte, no sale de él desprovisto de toda envoltura. Todos los espíritus nos dicen que conservan la forma humana y, en efecto, cuando se nos aparecen, los reconocemos con esa forma. Observémoslos con atención en el instante en que acaban de dejar la vida. Se encuentran en un estado de turbación: todo es confuso alrededor suyo. Ven su cuerpo, entero o mutilado, según el tipo de muerte que han sufrido. Por otra parte, se reconocen y se sienten vivos. Algo les dice que ese cuerpo les pertenece, y no comprenden cómo pueden estar separados de él. Continúan viéndose con la forma que tenían antes de morir, y esa visión produce en algunos de ellos, durante cierto lapso, una singular ilusión: la de creerse todavía vivos. Les falta la experiencia del nuevo estado en que se encuentran, para convencerse de la realidad. Cuando se ha superado ese primer momento de turbación, el cuerpo pasa a ser para ellos una vestimenta inútil, de la que se han desembarazado y que no echan de menos. Se sienten más livianos y como si se hubieran liberado de un fardo. No experimentan ya los dolores físicos, y se consideran dichosos de poder elevarse y surcar el espacio, como tantas veces lo hicieron en sus sueños, cuando estaban vivos. No obstante, a pesar de que les falta el cuerpo, constatan su personalidad; tienen una forma, pero que no les molesta ni les incomoda. Por último, conservan la conciencia de su yo y de su individualidad. ¿Qué conclusión extraeremos de ello? Que el alma no deja todo en la tumba, sino que algo se lleva consigo.

- El Libro de los Médiums -

                                            **************************************


                Un Deber de Conciencia


  El hecho lo protagonizaron  médicos y hospitales de varios municipios de Río Grande do Sul (Brasil), cuando estos se negaron a practicar el aborto a una adolescente de 14 años, a pesar de la autorización judicial que traía consigo. Este caso fue noticia de los medios de comunicación en el año 2005. 

    Según las noticias, la joven dijo que su gravidez era fruto de un estupro y obtuvo del juez el permiso para realizar el aborto, pero eximiendo a médicos y hospitales de que se dispusiesen a eliminar la vida que latía en su vientre.

    Aunque el juez haya autorizado el aborto, no le cabría el derecho de obligar a nadie a realizar el asunto, pues no siempre la legalidad de un acto lo convierte en moral.

    Lo que es de resaltar en la actitud de esos médicos es la conciencia del deber. El deber de defender la vida, asumido ante sí mismos.

    El deber es la obligación moral de la criatura para consigo misma primeramente y después para con los demás.

    Al concluir la carrera, los médicos hacen un juramento, el mismo juramento hecho por Hipócrates, un sabio griego que vivió en el siglo V antes de Cristo, y es considerado como el Padre de la Medicina.

El juramento dice lo siguiente: 

Yo, solemnemente, juro consagrar mi vida al servicio de la Humanidad.

Daré, como reconocimiento a mis maestros, mi respeto y mi gratitud. Practicaré mi profesión con conciencia y dignidad.

La salud de mis pacientes será mi primera preocupación.

Respetaré los secretos a mí confiados. Mantendré, a toda costa, en lo máximo posible, la honra y la tradición de la profesión médica. Mis colegas serán mis hermanos.

No permitiré que concepciones religiosas, nacionales, raciales, partidarias o sociales, intervengan entre mi deber y mis pacientes.

Mantendré el más alto respeto por la vida humana, desde su concepción.

Incluso bajo amenaza no usaré mi conocimiento médico en principios contrarios a las leyes de la Naturaleza.

Hago estas promesas, solemne y libremente, por mi propia honra.

    Al hacer tal juramento, el médico pasa a tener un deber moral consigo mismo. Y si lo violase, estará hiriendo su propia conciencia.

    Al comprometerse con ese ideal, el médico también establece el deber para con los otros, que es el segundo paso del deber ético-moral.

    Es lamentable que muchos de esos hombres y mujeres que juraron, solemne y libremente, que mantendrían el más alto respeto por la vida humana, desde su concepción, usen sus conocimientos médicos para eliminar la vida que late en el santuario del vientre materno.

    Por otro lado, es admirable el coraje y la honra de esos hombres y mujeres que no se permiten ensuciar sus manos con sangre inocente, aun bajo cualquier presión.

    Eso es por que saben que si actúan en desacuerdo con el juramento hecho por libre voluntad, no tendrán como  mirarse en el espejo de la conciencia y sentirse como un ciudadano honrado.

     ¡El deber es la ley de la vida. Con él deparamos en las más ínfimas particularidades, como en los actos más elevados.

    En el orden de los sentimientos, el deber es muy difícil de cumplirse, cuando entra en antagonismo con las atracciones del interés y del corazón. No tienen testimonios de sus victorias y no están sujetas a represión sus derrotas. 

    El deber comienza, para cada uno de nosotros, exactamente en el punto en que amenazáis la felicidad o la tranquilidad de vuestro prójimo; termina en el límite que no deseamos que nadie trasponga con relación a nosotros.

    El deber es el más bello laurel de la razón; desciende de esta como un hijo de su madre.

    El hombre tiene el deber de amar, no porque preserve de males la vida, males de los que la humanidad no puede sustraerse, pero que confiere al alma el vigor necesario a su desenvolvimiento.

    El deber crece e irradia bajo la más elevada forma, en cada uno de los estadios superiores de la Humanidad.

    Jamás cesa la obligación moral de la criatura para con Dios. Tiene esta que reflejar las virtudes del Eterno, que no necesita esbozos imperfectos, porque quiere que la belleza de Su obra resplandezca a sus propios ojos.

 


Redacción de Momento Espírita, con base en el item 7 del cap. XVII de El Evangelio según el Espiritismo, de Allan Kardec,




                                                 **********************************



                                  
                                                   EL ORGULLO  (1ª Parte)
¿Qué es el orgullo?

Es el elevado concepto que alguien se hace de sí mismo; es una especie de amor propio que nos inspira una idea exagerada de nuestro merito que nos incita a inculcarlo a otros; es un defecto del alma humana, invadiendo lo más intimo de la persona; es el vicio de la inteligencia, así como la humildad es su virtud. Como la inteligencia es la parte más noble del ser humano, su virtud es la mayor de todas las virtudes y su vicio es el peor de todos sus vicios.

El orgullo no encuentra hospedaje en una persona de inteligencia equilibrada; esta se rinde a la constatación de la verdad, que acabó con cualquier presunción. La realidad de nuestras propias limitaciones es el más eficaz de los convites a la humildad.

 Es de científicos y filósofos, esto es, de  personas realmente sabias que se recogen las más sorprendentes manifestaciones en contra de cualquier tipo de orgullo. Una cultura que despertase el orgullo no sería una cultura con (mayúscula) – que se coloca ante la realidad con la intención de comprenderla – pues sería una cultura que presta culto a su propio ego. 

El orgulloso no se preocupa de conocer la verdad, sino solamente trata de ocupar una posición en la que pueda ser el centro la norma; libre de cualquier subordinado, pretende que todo este sujeto a sí mismo.

La afirmación de que el orgullo es el padre de todos los vicios no es un simple axioma, repetido por el uso, sino una realidad que justifica esa afirmación.

El orgulloso posee todos los vicios.

Es egoísta. Coloca su persona en el centro de todo, sirviéndose de una inteligencia incensada por el orgullo para justificar este egoísmo suyo.

Es injusto  De hecho, justicia significa respetar los derechos de los demás, mientras que el orgulloso solo reconoce un derecho; el suyo, que no le impone ninguna clase de obligación, pues él ignora la correlatividad de los términos y la dialéctica de las relaciones en la vida en sociedad.

Es ingrato. Solo el recuerdo de cualquier dependencia, próxima o remota, ya lo hace sufrir y se libera de ella rechazándola; mientras que la gratitud envuelve el reconocimiento de que una mano extraña nos ayudó a ser lo que somos. Él es fruto solo de sí mismo, pues el orgullo no le permite compartir con otros sus merecimientos.

El no tiene religión. Quien no admite ninguna dependencia de Dios. ¿Cómo podría tolerar que su alma se vuelva agradecida al Creador? El sentimiento religioso se basa en el reconocimiento de que fuimos creados y de que existe un Dios que cuida de todo; sin embargo, el orgulloso, no precisó que lo ayudasen a nacer y tampoco necesita que lo ayuden a vivir: ¡Su orgullo cuidará de todo!

Es inmoral. Es incapaz de admitir vínculos morales para su comportamiento quien se juzga superior a las leyes. Sus actos no precisan respetar moral alguna, pero imponen a otros normas morales. 

Es fanfarrón. Está siempre hablando de si, atribuyéndose elogios por hazañas jamás realizadas; expone como proezas actos que solamente su exagerada jactancia considera como tales. Es prepotente, arrogante, insolente y violento. Y se podría señalar, no para demostrar que el orgullo es de hecho el padre de todos los vicios, sino porque  el orgulloso realmente los posee todos, incluso el de presentarse con actitudes humildes y modestas.

Cuando el orgulloso habla de los otros, lo hace con desprecio y con sentimientos de compasión. Está claro que conversar contigo sobre ti y sobre los otros ya sería un acto excepcional; habitualmente evita la compañía de los demás, incapaces de comprenderlo, recogiéndose a meditar sobre su incomprendida grandeza.

Solamente el orgulloso es capaz de entender su ego y de dialogar con su orgullo, los otros son míseros mortales que merecen el desprecio, o si él quisiera ser benévolo, su compasión. Ya que lo quiere así, déjenlo solo; no lo perturben en la meditación sobre sus merecimientos. De eso se encargará la amarga soledad, que será un castigo a su orgullo. Cuando tuviere necesidad de los demás, no los encontrará. Es el castigo que se merece. Solo que, entonces acusará a todos de ser orgullosos. Es muy cierto que los defectos de los demás en realidad son los nuestros vistos en los otros.

Pero, ¿será que esta meticulosa excavación hecha en el alma vivida del orgulloso estará realmente exenta de un secreto deseo de  descubrir en él algo que existe dentro de nosotros mismos?

Está claro que el orgulloso hace mal en acusar a los otros de orgullo; pero, ¿Quién de nosotros estará totalmente inmune de un vicio que nació junto con el ser humano y que tal vez lo verá morir? Que no seamos totalmente víctimas de un vicio no significa que estemos totalmente exentos de él.  Hay dos cosas que no existen: un ser humano que sólo tenga vicios y por otro lado, un ser humano que solo tenga virtudes. 

Por detrás de la cortina del Yo” conservamos lamentable ceguera frente a la vida.…)

En todo y en todas partes, nos apasionamos por nuestra propia imagen.

En los seres queridos, habitualmente nos amamos a nosotros mismos, porque, si demuestran puntos de vista diferentes de los nuestros, aunque sean superiores a los nuestros, instintivamente disminuimos el cariño que les consagrábamos.

En las obras que hacemos del bien a que nos dedicamos, estimamos, por encima de todo, los métodos y procesos que se exteriorizan de nuestro modo de ser y entender, porque si el trabajo evoluciona o se perfecciona, reflejando el pensamiento de otras personalidades por encima de la nuestra, operamos casi sin percibirlo, con una disminución de nuestro interés  en los trabajos iniciados.

Aceptamos la colaboración ajena, pero sentimos dificultades para ofrecer el concurso que nos compete. Si  nos hallamos en una posición superior, donamos con alegría una fortuna al hermano necesitado que consideramos en una posición inferior, a fin de contemplar con voluptuosidad nuestras cualidades nobles en el reconocimiento de largo curso al que se siente constreñido, pero rara vez concedemos una sonrisa de buena voluntad al compañero más rico o más fuerte, puesto por los designios divinos delante de nosotros.

En todos los pasos de la lucha humana, encontramos la virtud rodeada de vicios y el conocimiento dignificante casi sofocado por los espinos de la ignorancia, porque, infelizmente, cada uno de nosotros de modo general, vive buscando su propio “Yo”

Entre tanto, gracias a la bondad de Dios, el sufrimiento y la muerte nos sorprenden en la experiencia del cuerpo y más allá de esta, llevándonos a los vastos continentes de  la meditación y de la humildad, en donde aprenderemos, poco a poco, a buscar lo que pertenece a Dios, en favor de nuestra verdadera felicidad en la vida.

( Continúa a continuación)

                                                      *****************************



                   EL ORGULLO  (2ª Parte)

( continúa de la anterior)

...//...

Que el Divino Maestro siga bendiciéndonos y podamos, esforzarnos en reconocer nuestro propio orgullo, para que poco a poco, ingresemos en la senda de la Humildad. Pues Jesús decía: 

“Que el reino de los Cielos es para los humildes y no para los orgullosos”.

Los hombres cultos y talentosos, según el mundo, tienen por lo general una opinión muy alta de sí mismos y de su superioridad, consideran  las cosas divinas como indignas de su atención. Su mirada solo se concentra hacia su persona y  no pueden elevarse hasta Dios.           ( Personalmente en mi vida, yo he conocido muchos ejemplares así)...

A causa de su orgullo se rebelan en admitir el mundo Invisible, colocados en un pedestal, no desean descender. Jesús  nos quiso decir, que allí será admitido el que tenga simplicidad en el corazón y la humildad en el espíritu; que el ignorante que posea esas cualidades será preferido al sabio que cree en si antes que en Dios. Cristo coloca la humildad como la virtud que acerca a Dios y al orgullo entre los vicios que de Él alejan.

“En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús diciendo. ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: cualquiera que se humille, como este niño, ese será el mayor en el reino de los Cielos.

Aconteció un día de reposo, que habiendo entrado para comer en casa de un gobernante que era fariseo, estos le acechaban. (…) Observando cómo escogían los primeros asientos a la mesa refirió a los convidados una parábola diciéndoles:

Cuando fuerais convidados por alguien a alguna boda, no os sentéis en los primeros lugares, no sea que otro más distinguido este convidado y viniendo el que te convido, te diga: Da este lugar a este; y entonces te brinde el último lugar y lo ocupes con vergüenza. Ve siempre al último lugar, para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba; entonces tendrás gloria delante de  los que se sientan contigo a la mesa. Porque el que se humilla será enaltecido y el que se enaltece será humillado."

Es el orgullo el que cierra los ojos al hombre, envanecido por su ciencia mundana. En la hora actual con las verdades reveladas por el Espiritismo, algunos incrédulos se asombran de que los espíritus realicen tan pocos esfuerzos para convencerlos de su autenticidad. Dios no quiere abrirles los ojos por la fuerza, puesto que se complacen en tenerlos cerrados. Les llegará su vez, pero es menester antes que sientan las angustias de las tinieblas y reconozcan a Dios, y no al azar, en la mano que hiere su orgullo. Dios escucha con bondad a quienes se dirigen a Él humildemente y no a aquellos otros que se consideran más que nadie.

Si rehúsan admitir la verdad, es porque su Espíritu no se haya todavía maduro para comprenderla, ni su corazón para sentirla. El orgullo es la catarata que empaña su vista. ¿De qué le sirve mostrar la luz a un ciego?

El terrible adversario de la humildad es el orgullo. Si Cristo prometía el reino de los Cielos a los más pobres es porque los grandes de la tierra se figuran que títulos y riquezas son recompensas que les han  concedido a su mérito, y que su esencia es más pura que la del pobre: creen que todo eso se les debe, de ahí que cuando Dios se los quita le acusen de injusto.

Ciegos los orgullosos, que no se dan cuenta de que Dios no hace distinción en el cuerpo del rico y del pobre, ambos desnudos son iguales. El Creador no ha hecho dos especies de hombres. El rico es igual al pobre, esto al orgulloso le hace sublevarse diciéndose:  yo, nacido de noble casta, uno de los grandes de la Tierra ¡Puedo ser igual a ese miserable andrajoso?  ¿Por qué lo puso Dios tan bajo y a mí, en cambio, tan alto? y no son capaces de preguntarse ¿Qué eran antes de ser nobles y poderosos? ¿ Quien no les dice que eran antes más pobres que los últimos de su servidumbre? Dios puede bajar, nuestra altiva frente, en el momento que más alta la ponemos. En la divina balanza todos los hombres pesan igual. Únicamente las virtudes los distinguen  a los ojos de Dios. Todos los espíritus son de una misma esencia y todos los cuerpos han sido modelados con idéntica arcilla. Vuestros títulos y nombres no cambian en nada las cosas, quedan en el sepulcro.

El obrar bien con humildad, hará que vayamos poco a poco demoliendo los altares erigidos al orgullo.

No debemos lamentar, las calamidades que nosotros mismos hemos acumulado sobre nuestras cabezas. Desconocíamos la santa y Divina moral de Cristo; no nos asombremos, de que la copa de la iniquidad se haya desbordado en todas partes.

El malestar se ha generalizado. ¿A que atribuirlo si no es a nosotros mismos? ¿Buscamos aplastarnos los unos a los otros? No podemos ser felices sin la mutua benevolencia, y ¿Cómo podría existir esta junto con el orgullo? El orgullo, he aquí la fuente de todos nuestros males.

Hemos de destruirlo, si no queremos ver en la humanidad perpetuarse sus funestas consecuencias. Para esto, un solo medio se nos ofrece, pero ese medio es infalible, y consiste en tomar por regla invariable de conducta la ley de Cristo, ley que hemos rechazado, o falseado en su integración. Tenemos más estima a lo que brilla y halaga la vista, que a aquello otro que toca el corazón. El vicio que se desarrolla en la opulencia constituye el objeto de nuestras adulaciones, en tanto solo dedicamos una mirada desdeñosa al verdadero merito que está en la oscuridad.

Un rico libertino se presenta en cualquier parte, perdido de cuerpo y alma, y todas las puertas se le abren, todas las atenciones son para él, y al hombre de bien que vive de su trabajo solo nos dignamos a concederle apenas un saludo.

Cuando consideramos las personas según el peso del oro que poseen, o de acuerdo al apellido que llevan ¿ Qué interés tendrán ellas en enmendar sus faltas? Muy distinto seria si el vicio dorado fuese castigado por la opinión pública como lo es el vicio harapiento. Pero el orgullo se muestra indulgente con todo lo que halaga.

“Siglo este de concupiscencia y de dinero” hemos permitido que las necesidades materiales prevalezcan sobre el buen sentido y la razón. Todos queremos elevarnos por encima de nuestros hermanos y la sociedad está sufriendo las consecuencias.

Cuando el orgulloso alcanza limites elevados, es indicio cierto de una caída próxima, porque Dios hiere siempre a los soberbios. Si en ocasiones les deja ascender, lo hace para darles tiempo a reflexionar y enmendarse bajo la acción de los golpes, que de vez en cuando, asesta su orgullo para que les sirvan de advertencia. Pero, en vez de humillarse, el orgulloso se subleva. Entonces, es cuando han colmado la medida, i Dios los  derriba por completo, y su caída es tanto más terrible cuanto más alto habían subido.

Pobre raza humana, cuyo egoísmo ha corrompido todos los caminos, recobra, empero, tu valor: en su infinita Misericordia, Dios te envía un remedio poderoso para tus males, un socorro inesperado en tu extrema miseria. Abre los ojos a la luz. Ve aquí en estas palabras las almas que vuelven para reconducirte a tus verdaderos deberes. Con la autoridad que nos otorga la experiencia, te decimos, que son muy poca cosa las vanidades y grandezas de la pasajera existencia, si se las compara con la eternidad. Allá es el mayor quien ha sido el más humilde entre los pequeños de la Tierra. Que el que más amó a sus hermanos es quien será más amado en el Cielo. Que los poderosos de este mundo, si abusaron de su autoridad, se verán reducidos a obedecer a sus servidores. Que la Caridad y la Humildad, en suma, esas dos hermanas que marchan de la mano, son los títulos más valiosos para obtener gracia ante Dios.

Nunca nos entreguemos a la desesperanza, ni al abandono. No somos una piedra suelta en el lecho del río del destino, condenada a rodar incesantemente. Tenemos una meta, que nos aguarda y que alcanzaremos.

Analicemos nuestros actos mediante la reflexión, y descubramos las incalculables posibilidades de realización.

Es necesario que prestemos atención y cuidemos la conducta del vehículo carnal.

( Final del artículo)

 - Mercedes Cruz Reyes-

                                           ***********************************************




No hay comentarios: