INQUIETUDES ESPÍRITAS
1,. El Médico Jesús
2.-Simpatías y antipatías terrestres
3.-Conmemoración de los difuntos. Funerales
4.-El bosque de Dodona y la estatua de Mennón
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EL MÉDICO JESÚS
"Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas y predicando el Evangelio del Reino, sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
Si permanecéis en Mi y Mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis y os será hecho".- Jesús
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(Comunicado a través del médium Divaldo P. Franco)
Hijos de mi corazón:
Que el Señor Jesús bendiga esta oportunidad bendita de integración espiritual con nuestros hermanos encarnados. Aquí comparezco, en las páginas de esta modesta obra, con el único propósito de manifestar los esfuerzos que los Guías Espirituales han hecho a favor de la preservación de la salud de todos aquellos que aun trabajan en la experiencia física.
Cuando os entregáis al sueño, vuestros guías tutelares entran en acción más directa, trayéndoos a las esferas de nuestro plano, para la restauración de las fuerzas físicas debilitadas por las continuas y extenuantes agitaciones de la vida moderna. Son realizadas cirugías en vuestros cuerpos espirituales, apartando futuros obstáculos que más tarde se manifestarían en el cuerpo físico en forma de distonías de vuestras tareas varias, impidiendo el desempeño de vuestras tareas reencarnatorias.
Recargas energéticas son procedidas por técnicos de nuestro plano cuando vuestras energías entran en eclipse de convulsiones emocionales más densas, todas ellas precedidas por las represiones de los sentimientos y de las pasiones.
Es una realidad que nuestros hermanos se desvinculan temporalmente del cuerpo en precarias condiciones espirituales, pues muchos ni siquiera abren los labios para una oración de gratitud a Dios, antes de recogerse en sus habitaciones.
Tal vez alguien desconfíe de tanta misericordia para los deslices humanos, no obstante puedo aseguraros que el amor de Dios es inconmensurablemente mayor que todos nuestros desatinos. Si no fuese por la eterna e inagotable complacencia del Padre, no soportaríamos el peso implacable de la ley de Causa y Efecto.
Vuestros ángeles de la guarda también se encargan de los cuidados diarios de la comida que os llega a la mesa, esté provista de los recursos espirituales necesarios para el desempeño de vuestras tareas, retirando tanto como sea posible las influencias deletéreas nacidas del descuido mental y de la falta de higiene verbal a la hora de la comida.
Antes incluso de levantaros, vuestros guías aplican recursos espirituales para el equilibrio de la máquina física, aunque lamenten posteriormente que esos recursos se pierdan por el mal humor, por la apatía y por la rebeldía, que toman cuenta de muchos de nuestros hijos al levantarse.
En el transcurso de día, incluso con muchas dificultades de acceso a vuestras mentes conturbadas e inquietas, muchos familiares queridos que se encuentran domiciliados en nuestro plano y que aún sienten infinito amor por sus entes amados que permanecen en la experiencia física, os cubren de cariño espiritual y no se cansan de orientaros en la senda del Amor, de la paciencia con las adversidades, del optimismo con relación al futuro, y el trabajo santificante del Amor al prójimo, bases en que se asienta nuestra salud espiritual. De nuestra parte, un simple gemido de dolor aún nos oprime el corazón y por eso pedimos a Jesús que nos permita atender en Su nombre a los que pasan por el caudal de sus sufrimientos.
Todo eso, hijos míos, diciéndolo, no para cobraros tributos de gratitud por la pequeña asistencia que nos es posible prestar, pues nosotros, aún todavía nos sentimos enfermos ante Aquel que es la Suprema Bondad, el Supremo Amor de nuestras existencias, el inolvidable Maestro de Galilea. Decimos esto para demostrar cuanto es Jesús en nuestra ayuda incesante.
Toda cura que se realiza en el Planeta, es obra y milagro del Amor de Jesús. Por eso, nos gustaría aprovechar la oportunidad para reiterar, humildemente, a nuestros hijos del alma, los llamamientos de que jamás olvidemos consultar al médico Jesús nuestras dificultades en el campo de la salud y de la armonía íntima.
Si buscamos la paz. Jesús es la fuente inagotable.
Si nos encontramos perdidos, Jesús es el camino de puertas abiertas.
Si nos encontramos afligidos, Jesús es el consuelo en toda hora.
Si la tristeza nos visita, Jesús es la esperanza para un nuevo mañana.
Si la enfermedad nos golpea, Jesús es el remedio accesible para todos los corazones,
Hijos míos, no busquéis a Jesús solo para la cura de vuestras dolencias físicas, buscarlo también como el médico sublime de vuestras almas, pues en toda enfermedad física lo que encontraremos siempre, es un espíritu enfermo necesitado de Amor.
Jesús continúa siendo nuestro Divino Médico, recetando el Amor para la solución de nuestros dolores, pues solamente el -Amor es el remedio capaz de enfrentar la enfermedad del egoísmo para bien lejos de nuestro camino.
Que las bendiciones del Cristo a favor de la salud, encuentren nuestro corazón sintonizando con las frecuencias del Amor. Este sencillo libro es una herramienta útil para nuestro encuentro con el Médico Jesús.
Augurando sinceramente nuestra cura integral, me despido con cariño paternal con el abrazo amigo del servidor de siempre.
- Bezerra-
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SIMPATÍAS Y ANTIPATÍAS TERRESTRES
Dos seres que se han conocido y amado- ¿pueden volver a encontrarse en otra existencia corporal y reconocerse?
- Reconocerse, no. Pero sentirse atraídos recíprocamente, sí. Y a menudo ciertos lazos íntimos basados en una afección sincera no tienen otra causa que esa. Dos seres son acercados el uno al otro por circunstancias que en apariencia son fortuitas, pero que constituyen el resultado de la atracción de ambos Espíritus, que a través de la muchedumbre se buscan.
. ¿No sería más grato para ellos el reconocerse?
- No siempre. El recuerdo de las pasadas existencias tendría inconvenientes más serios de lo que creéis. Después de la muerte se reconocerán y sabrán en qué tiempo han estado juntos.
. La simpatía ¿tiene en todos los casos por motivo un conocimiento anterior?
- No. Dos Espíritus que armonizan se buscan naturalmente, sin que se hayan conocido como seres humanos.
. Los encuentros que se han verificado a veces entre ciertas personas, y que se atribuyen al azar, ¿no serían el efecto de una especie de relaciones simpáticas?
Hay entre los seres pensantes lazos que todavía no conocéis. El magnetismo es la explicación de esa ciencia que más adelante comprenderéis mejor.
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EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS.
ALLAN KARDEC.
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CONMEMORACIÓN DE LOS DIFUNTOS. FUNERALES
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El bosque de Dodona y la estatua de Memnón
Para llegar al bosque de Dodona, pasemos por la rue Lamartine y detengámonos un instante en la casa del Sr. B…, donde hemos visto un mueble dócil presentarnos un nuevo problema de estática. En un número cualquiera, los asistentes se colocan alrededor de la mesa en cuestión y en un orden igualmente indistinto, ya que no hay allí ni números ni lugares cabalísticos; ellos tienen las manos apoyadas sobre el borde de la misma; ya sea mentalmente o en voz alta, hacen un llamado a los Espíritus que tienen la costumbre de aceptar su invitación. Nuestra opinión sobre ese género de Espíritus es conocida, por lo que los tratamos casi sin ceremonia.
Apenas cuatro o cinco minutos hubieron transcurrido cuando un ruido claro de toc, toc se hace escuchar en la mesa, lo suficientemente fuerte como para ser escuchado en la habitación vecina, y se repite durante todo el tiempo y con la frecuencia que se desee. La vibración se hace sentir en los dedos, y al poner el oído en la mesa se reconoce sin error que el ruido tiene su fuente en la propia substancia de la madera, porque toda la mesa vibra, desde sus patas hasta la superficie.
¿Cuál es la causa de este ruido? ¿Es la madera que cruje o es – como dicen – un Espíritu? Para comenzar, apartemos toda idea de superchería; estamos en la casa de gente demasiado seria y muy bien relacionada como para divertirse a costa de los que han consentido en invitar; además, esta casa no es de manera alguna privilegiada; los mismos hechos se producen en otras cien igualmente honorables. A la espera de la respuesta, permitid una pequeña digresión.
Un joven candidato a bachiller estaba en su cuarto, ocupado en repasar su examen de Retórica; llaman a la puerta. Pienso que admitiréis que puede distinguirse la naturaleza del ruido y sobre todo su repetición, si es causado por un crujido de la madera, por la agitación del viento o por cualquier otra causa fortuita, o si es alguien que golpea para entrar. En este último caso el ruido tiene un carácter intencional que es inconfundible; esto es lo que dice nuestro estudiante. Sin embargo, para no distraerse inútilmente, quiso asegurarse poniendo al visitante a prueba.
Si es alguien – dijo –, dad uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis golpes; golpead arriba, abajo, a la derecha y a la izquierda; llevad el compás, tocad la llamada militar, etcétera, y a cada una de estas órdenes el ruido obedecía con la más perfecta puntualidad. Seguramente – pensó – no puede tratarse del crujido de la madera, ni del viento, ni tampoco de un gato, por más inteligentes que se lo suponga. He aquí un hecho; veamos a qué consecuencia nos conducirán los argumentos silogísticos. Entonces hizo el siguiente razonamiento: Escucho ruidos; por lo tanto, algo los produce. Este ruido obedece a mis órdenes; por lo tanto, la causa que lo produce me comprende. Ahora bien, lo que comprende tiene inteligencia; por lo tanto, la causa de ese ruido es inteligente. Si es inteligente, no es ni la madera ni el viento; por lo tanto, si no es ni la madera ni el viento, es alguien. Entonces fue a abrir la puerta.
Puede verse que no es necesario ser un doctor para sacar esta conclusión, y consideramos a nuestro aprendiz de bachiller lo suficientemente firme en sus principios como para obtener la siguiente: Supongamos que al abrir la puerta no encuentre a nadie y que el ruido continúe exactamente de la misma manera; él proseguirá su sorites: «Acabo de probar sin réplicas que el ruido es producido por un ser inteligente, ya que responde a mi pensamiento. Siempre escucho este ruido delante de mí y es cierto que no soy yo quien golpea; por lo tanto, es otro; ahora bien, a este otro yo no lo veo: por lo tanto, es invisible. Los seres corporales que pertenecen a la Humanidad son perfectamente visibles; ahora bien, el que golpea, siendo invisible, no es un ser humano corporal. Ahora bien, ya que llamamos Espíritus a los seres incorpóreos, el que golpea – no siendo un ser corporal – es, por lo tanto, un Espíritu.»
Consideramos rigurosamente lógicas las conclusiones de nuestro estudiante; sólo que lo que hemos dado como una suposición es una realidad, en lo que respecta a las experiencias que se hacían en la casa del Sr. B… Hemos de agregar que no había necesidad de la imposición de las manos y que todos los fenómenos se producían igualmente cuando la mesa estaba aislada de cualquier contacto. De este modo, según el deseo expresado, los golpes eran dados en la mesa, en la pared, en la puerta y en el lugar designado verbal o mentalmente; indicaban la hora y el número de las personas presentes; ejecutaban el toque de tambores, la llamada militar y el ritmo de un aria conocida; imitaban el trabajo del tonelero, el chirrido de una sierra, el eco, los fuegos graneados o de pelotones y muchos otros efectos demasiado extensos de describir. Se nos ha dicho haber escuchado en ciertos Círculos imitar el silbido del viento, el murmullo de las hojas, el fragor del trueno, el embate de las olas, lo que nada tiene de sorprendente.
La inteligencia de la causa se volvía patente cuando, por medio de esos mismos golpes, se obtenían respuestas categóricas a ciertas preguntas; ahora bien, es a esta causa inteligente que nosotros llamamos o, mejor dicho, que a sí misma se ha llamado Espíritu. Cuando este Espíritu quería hacer una comunicación más desarrollada, indicaba por un signo particular que quería escribir; entonces, el médium psicógrafo tomaba el lápiz y transmitía su pensamiento por escrito. Entre los asistentes – no hablamos de aquellos que estaban alrededor de la mesa, sino de todas las personas que llenaban el salón – había los incrédulos genuinos, los medio creyentes y los fervientes adeptos, mezcla poco favorable, como sabemos. A los primeros, los dejamos de buen grado, esperando que la luz se haga para ellos. Nosotros respetamos todas las creencias, incluso hasta la incredulidad que también es una especie de creencia, cuando a sí misma se respeta lo suficientemente como para no herir las opiniones contrarias. Por lo tanto, no hablaríamos de esto si no nos proporcionara una observación útil.
Su razonamiento, mucho menos prolijo que el de nuestro estudiante, se resume generalmente así: Yo no creo en los Espíritus; por lo tanto, no deben ser Espíritus. Ya que no son Espíritus, debe tratarse de una prestidigitación. Naturalmente, esta conclusión nos lleva a suponer que la mesa estaba trucada a la manera de Robert Houdin. Nuestra respuesta a esto es bien simple: en primer lugar, sería necesario que todas las mesas y todos los muebles estuviesen trucados, puesto que no los hay privilegiados; en segundo lugar, no conocemos ningún mecanismo lo suficientemente ingenioso para producir a voluntad todos los efectos que hemos descrito; en tercer lugar, sería necesario que el Sr. B… hubiese trucado las paredes y las puertas de su residencia, lo que es muy poco probable; finalmente, en cuarto lugar, sería necesario que se hubiera hecho trucar del mismo modo las mesas, las puertas y las paredes de todas las casas donde diariamente se producen fenómenos semejantes, lo que no es muy presumible, porque se conocería al hábil constructor de tantas maravillas.
Los medio creyentes admiten todos los fenómenos, pero están indecisos sobre la causa de los mismos. A éstos los remitimos a los argumentos de nuestro futuro bachiller. Los creyentes presentan tres matices bien característicos: los que sólo ven en esas experiencias una diversión y un pasatiempo, y cuya admiración se expresa en estas palabras u otras análogas: ¡Es asombroso! ¡Es singular! ¡Es muy divertido! Pero no van más allá de eso. Luego vienen las personas serias, instruidas y observadoras, a las cuales no se les escapa ningún detalle y para quienes las mínimas cosas son objeto de estudio. Y finalmente se encuentran los ultra-creyentes – por así decirlo – o, mejor dicho, los creyentes ciegos, a los cuales se les puede reprochar un exceso de credulidad, cuya fe no lo suficientemente esclarecida les da una confianza tal en los Espíritus, que les adjudican todos los conocimientos y principalmente la presciencia. Además, es con la mejor fe del mundo que piden noticias de todos sus asuntos, sin pensar que por dos centavos habrían sabido lo mismo del primer echador de la buenaventura. Para ellos, la mesa parlante no es un objeto de estudio y de observación: es un oráculo. No tiene en su contra sino su forma trivial y sus usos demasiado vulgares; pero si la madera de la que está hecha, en lugar de ser
utilizada para las necesidades domésticas, estuviese de pie, tendríais un árbol parlante; si fuese tallada como estatua, tendríais un ídolo ante el cual los pueblos crédulos vendrían a postrarse.
Ahora crucemos los mares y veinticinco siglos, transportándonos al pie del monte Tomaros en el Epiro; allí encontraremos el bosque sagrado, cuyas encinas daban oráculos; añadid ahí el prestigio del culto y la pompa de las ceremonias religiosas, y fácilmente os explicaréis la veneración de un pueblo ignorante y crédulo que no podía ver la realidad a través de tantos medios de fascinación. La madera no es la única substancia que puede servir de vehículo a las manifestaciones de los Espíritus golpeadores. Nosotros las hemos visto producirse en la pared y, por consecuencia, en la piedra. Por lo tanto, tenemos también las piedras parlantes. Si estas piedras representasen un personaje sagrado, tendremos la estatua de Memnón, o la de Júpiter Ammón, dando oráculos como los árboles de Dodona.
Es cierto que la Historia no nos dice que esos oráculos eran dados por golpes, como lo vemos en nuestros días. En el bosque de Dodona, era por el silbido del viento a través de los árboles, por el murmullo de las hojas o el susurro de la fuente que brotaba al pie de la encina consagrada a Júpiter. Se dice que la estatua de Memnón emitía sonidos melodiosos con los primeros rayos de sol. Pero la Historia también nos dice – como tendremos ocasión de demostrarlo – que los Antiguos conocían perfectamente los fenómenos atribuidos a los Espíritus golpeadores. No hay ninguna duda de que éste es el principio de su creencia en la existencia de seres animados en los árboles, en las piedras, en las aguas, etc. Pero desde que este género de manifestaciones fue explotado, los golpes ya no eran más suficientes; los visitantes eran demasiado numerosos como para darles una sesión particular a cada uno; además, esto hubiera sido una cosa bastante sencilla: era necesario el prestigio, y desde el momento en que enriquecían el templo con sus ofrendas, era necesario retribuir su dinero convenientemente. Lo esencial era que el objeto fuese visto como sagrado y habitado por una divinidad; desde ese momento, se podía hacerle decir todo lo que se quisiera, sin tomar tantas precauciones.
Los sacerdotes de Memnón usaban – dicen – la superchería; la estatua era hueca, y los sonidos que emitía eran producidos por algún medio acústico. Esto es posible y hasta probable. Los Espíritus – incluso los simples golpeadores, que en general son menos escrupulosos que los otros – no están siempre a la disposición del primero que llegue, como ya lo hemos dicho; tienen su voluntad, sus ocupaciones, sus susceptibilidades y ni a unos ni a otros les gusta ser explotados por la codicia. ¡Qué descrédito para los sacerdotes si no hubieran podido hacer hablar a su ídolo en esa ocasión! Era preciso suplir su silencio y, en caso de necesidad, ayudarlo; además, era mucho más cómodo no tener tanto trabajo, al poder formular la respuesta según las circunstancias. Lo que vemos en nuestros días no prueba menos que las creencias antiguas tenían como principio el conocimiento de las manifestaciones espíritas, y es con razón que hemos dicho que el Espiritismo moderno es el despertar de la Antigüedad, pero de la Antigüedad esclarecida por las luces de la civilización y de la realidad.
Allan Kardec |
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