martes, 18 de enero de 2022

Espíritus con falsa identidad

   INQUIETUDES  ESPÍRITAS

1.- Conciencia clara, avance seguro

2.- La vida moral

3.- Espíritus con falsa identidad

4.- Para no llegar a ser un médium seguro


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 CONCIENCIA CLARA: AVANCE SEGURO


La conciencia es el instrumento que Dios ha dispuesto en el interior del hombre para que este pueda distinguir entre el bien y el mal, entre lo acorde a la legislación divina que le permite progresar y lo que le aleja de ella empujándole al estancamiento. Para que nadie tuviera dudas, las leyes de Dios se hallan inscritas en la misma conciencia del ser humano, proporcionando a este la posibilidad de actuar de forma libre en su camino de perfeccionamiento   (artículos  621 y 630 de “El libro de los espíritus”).

Sin embargo, como todas las herramientas puestas a nuestro servicio como el organismo o la inteligencia, es necesario cultivarlas a fin de que operen de la mejor manera posible, todo ello con miras a nuestro avance. En otras palabras, no basta con tener un cuerpo para moverse o una mente para pensar sino que hay que cuidar del primero y entrenar a la segunda, para aprovechar de este modo todos los recursos que el Creador ha puesto a nuestra disposición, ya que como todos sabemos, una vez separados del envoltorio carnal y llegada la hora de valorar nuestro paso por la dimensión física, se nos van a pedir cuentas conforme a los instrumentos que han sido puestos en nuestras manos. En este artículo, vamos a centrarnos únicamente en el adiestramiento de la conciencia, al tratarse del elemento primordial que nos va a permitir acelerar o enlentecer la marcha perenne de nuestro vehículo a través del sendero evolutivo.

Aproximémonos a la cuestión. Cuando deseas leer un libro de tu interés, procuras buscar un buen sitio, con luz, silencio y agradable temperatura, de forma que puedas disfrutar del mismo al máximo. Tampoco en casa uno come en cualquier lugar, sino en el espacio en el que se siente más cómodo para saborear lo que previamente ha cocinado. Pues lo mismo debe ocurrir con el cultivo de la conciencia. Aunque estamos hablando de una acción que compete al plano psicológico o del pensamiento, lo cierto es que hay que buscar la coyuntura más conveniente a nuestra intención.

Aunque cada individuo conoce más que nadie el instante idóneo para efectuar su propio examen (pudiendo realizarse a cualquier hora siempre y cuando las circunstancias acompañen), lo cierto es que existen dos momentos al día que podemos catalogar como ideales. Estos son: por un lado, los minutos que transcurren desde que nos hemos introducido en la cama hasta que nos dormimos y por otro, los instantes que pasan desde que nos despertamos hasta que recuperamos completamente la condición de lucidez.

Sin duda, cualquier observador puede advertir rápidamente cómo existe un punto en común muy importante en ambos tiempos. En efecto, se trata de estados de transición tanto de la vigilia al sueño como del sueño a la vigilia. Mientras que la primera fase se conoce como estado hipnagógico, a la segunda se la denomina hipnopómpica. Lejos de abundar en tecnicismos, lo usual de estas breves etapas por las que atravesamos a diario es que el sujeto se halla en situación de semiinconsciencia, justo el factor que necesitamos para proceder con nuestro análisis. Acercándonos un poco más a la filosofía espírita, caemos en la cuenta de que nos encontramos con las condiciones ideales para tal ejercicio. ¿Por qué?

Justo antes de dormirnos pero aun conservando un mínimo de claridad, el espíritu puede reflexionar perfectamente sobre lo sucedido durante la jornada. Es el punto apropiado de convergencia entre una conciencia que se debate entre el adiós temporal a la dimensión física y su entrada al plano espiritual. Por la mañana, recién despiertos, sucede ciertamente el fenómeno opuesto. Acabamos de salir del paraje espiritual y poco a poco, aunque no de golpe, volvemos a la franja material.

Muchas personas no se percatan de la importancia que ambos períodos tienen para abordar dicha reflexión, aquel ejercicio que diariamente debe efectuar la conciencia para delimitar y sobre todo, actualizar el estado en el que se halla. Aunque permanezcamos como almas unidas a un cuerpo a lo largo de toda la existencia, curiosamente y siguiendo el plan divino, en todas las ocasiones en las que caemos en el sueño, aflojamos los lazos de la carne. Así, nos desprendemos de los mismos a fin de ofrecerle una “tregua” al espíritu, de modo que cada noche compruebe que su “encarcelamiento” es tan solo temporal, que el organismo se constituye únicamente en un vehículo de expresión aunque necesario para nuestro desarrollo y que estamos en disposición de conectar con el otro plano y con sus habitantes todos los días de nuestra vida.

En esos ciclos intermedios que ejercen labores de frontera entre las dos caras de la realidad, es cuando podemos cumplir con el trabajo propiamente asignado a la conciencia. Son los instantes nocturnos en los que todavía tenemos frescos los recuerdos de la jornada vivida en la “carne”, pero por otra parte, nuestra alma se asoma ya a la vista de lo inmaterial. Por la mañana, invertimos los términos de la ecuación; comienzan a brotar las primeras señales de vivencia en lo físico como la alarma del reloj que oímos, el tacto de los pies en el suelo o simplemente el agua que humedece nuestro rostro al asearnos, pero todavía el pensamiento conserva el recuerdo agradable de la libertad de movimientos que implica la etapa del sueño.

Una vez establecidas estas consideraciones teóricas pero necesarias, vayamos a lo práctico. Veamos algunas de las preguntas más importantes que podemos hacernos durante la hipnagogia:

&¿Cuáles han sido los hechos más relevantes acaecidos durante el día?

&¿Qué parte de responsabilidad he tenido en los mismos?

&¿Cuál ha sido mi reacción ante esos eventos?

&¿Ha resultado mi acción conforme a los dictados de mi conciencia?

&¿Qué sentimientos he percibido con respecto a lo que ha ocurrido?

&¿Podría haber actuado de diferente forma a como he respondido?

&¿En qué manera ha afectado mi reacción a las personas involucradas?

&¿Qué aspectos cambiaría de los mismos para sentirme mejor?

&¿Qué aprendizaje o qué lecciones he extraído de lo ocurrido durante el día?

&En definitiva ¿he actuado conforme a los preceptos de mi conciencia o me he dejado llevar por otros impulsos ajenos a esa voz interior que me hace distinguir lo apropiado de lo inadecuado, lo correcto de lo erróneo?

Fijémonos bien: son estos minutos hipnagógicos los más oportunos para introducir el debate sobre lo acontecido, a través de la conciencia, en el mundo onírico, el de los sueños, fiel reflejo de nuestro componente espiritual. Expresándolo de otra manera: se trata de la mejor coyuntura para traer a colación temas o ideas (como los sucedidos durante la jornada) que en breves instantes pueden ser analizados en profundidad por el alma, pero ahora separada por unas horas del aturdimiento propio que sobre ella ejerce el armazón orgánico durante la vigilia. Las diferencias entre efectuar este estudio ahora, en la penumbra del espíritu, con hacerlo en estado plenamente consciente distan tanto como el día de la noche (nunca mejor dicho).

Vayamos ahora al otro momento: el hipnopómpico. Con los ojos todavía medio cerrados y el espíritu pendiente aún de acoplarse completamente a la estructura orgánica, es la ocasión ideal para “programar” la conciencia para toda la tarea del día que tenemos por delante. Consideremos algunas de las cuestiones que podemos realizarnos en tan esenciales momentos:

&¿Cuáles son mis planes para esta jornada?

&¿Responden dichos planes a la buena fe de mi conciencia?

&¿Qué personas se van a ver afectadas por mis actos a lo largo del día?

&En función de lo que haga ¿qué efectos se producirán sobre ellos?

&¿Servirá mi actuación para atraer el bien, para progresar, o por el contrario me sumirá en el estancamiento?

&¿Qué consecuencias a medio y largo plazo se derivarán de lo que yo actúe?

&Si las condiciones esperadas no se dan ¿qué otro tipo de intervención tengo prevista?

&En definitiva ¿resultan mis propósitos acordes a la ley natural o me estoy dejando arrastrar por tendencias que separan en vez de unir, que persisten en el error en lugar de abogar por el avance moral?

La trascendencia de lo que “programemos” en esos instantes es seguro que marcará el desarrollo de la jornada. Como muestra de ejemplo, pruebe el lector a introducir en su mente una simple melodía tarareada a esa hora. Os aseguro que tendréis la música en vuestra cabeza buena parte del día. La explicación es muy sencilla: en esos momentos y tras el descanso onírico, el pensamiento está en calma y receptivo. Por eso, cualquier instrucción o mensaje que introduzcamos en esa fase nos seguirá durante horas, como si fuera la huella de nuestra mano marcada sobre el barro fresco.  Ahí reside la importancia de plantar semillas de buenas intenciones al iniciarse el alba, de modo que germinen en generosas actuaciones conforme recorra el sol el horizonte. Sembremos pues designios de optimismo y recojamos frutos de mayor ilusión.

¿Por qué no probar? Ningún efecto negativo puede derivarse del examen de la conciencia, máxime si lo hacemos en las etapas del día que se han propuesto. Es más, dicha labor se conforma como tarea fundamental en la rutina cotidiana del espírita. Sin embargo, ningún resultado se apreciará si no seguimos un orden, si no insistimos en la praxis de esta habilidad.

Recordemos las doctas palabras que dirigió André Luiz a Chico Xavier en sus comienzos: “disciplina, disciplina, disciplina”. La mejor forma de apreciar el impacto de la ley divina de causa y efecto así como la del progreso sobre nosotros mismos, es permanecer en silenciosa soledad, buscando la disposición idónea tal y como se ha mostrado y practicar aquella cualidad de la que Dios dotó con su sabiduría al ser humano: la inteligencia de su espíritu, revelada en su conciencia.

- Jose Manuel Fernandez-

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                       LA VIDA MORAL

Todo ser humano lleva grabados en sí, en su conciencia, en su razón, los rudimentos de la ley moral.. Esta ley recibe en este mismo mundo un comienzo de sanción. Una buena acción proporciona a su autor una satisfacción íntima, una especie de dilatación, de esparcimiento del alma. Nuestras faltas, por el contrario, producen con frecuencia amargura y pesares. Sin embargo, esta sanción, tan variable según los individuos, es demasiado vaga, demasiado insuficiente, desde el punto de vista de la justicia absoluta. Por eso es por lo que las religiones han colocado en la vida futura, en las penas y en las
recompensas que nos reserva, la sanción capital de nuestros actos. Ahora bien, como quiera que a sus informaciones les falta base positiva, son puestas en duda por la mayoría.

Después de haber ejercido una influencia importante en las sociedades de la Edad Media, no bastan ya para apartar al hombre del camino de la sensualidad.

Antes del drama del Gólgota, Jesús había anunciado a los hombres a otro consolador el -Espíritu de Verdad- que debía restablecer y completar su enseñanza. Este Espíritu de Verdad ha llegado y ha hablado a la Tierra; por todas partes hace oír su voz. Dieciocho siglos después de la muerte de Cristo, habiéndose esparcido por el mundo la libertad de palabra y de pensamiento, habiendo sondado los cielos la ciencia, habiéndose desarrollado la inteligencia humana, la hora ha sido considerada como favorable. Los Espíritus han acudido en multitud para enseñar a, sus hermanos de la Tierra la ley del progreso infinito y realizar la promesa de Jesús restableciendo su doctrina y comentando sus palabras.

El Espiritismo nos da la clave del Evangelio. Explica su sentido oscuro u oculto; nos proporciona la moral superior, la moral definitiva, cuya grandeza y hermosura revelan su origen sobrehumano.

Con el fin de que la verdad se extienda a la vez por todos los pueblos, con el fin de que nadie pueda desnaturalizaría o destruirla, ya no es un hombre, ya no es un grupo de apóstoles el que está encargado de darla a conocer a la humanidad. Las voces de los Espíritus la proclaman en los diversos puntos del mundo civilizado, y gracias a este carácter universal y permanente, esta revelación desafía a todas las hostilidades y a todas las inquisiciones. Se puede suprimir la enseñanza de un hombre, falsificar y aniquilar sus obras; pero ¿ quién puede atacar y rebatir a los habitantes del Espacio? Saben deshacer todas las malas interpretaciones y llevar la preciosa semilla hasta las regiones más retrasadas. A esto se debe el poder, la rapidez de difusión del Espiritismo y su superioridad sobre todas las doctrinas que le han precedido y preparado su advenimiento.

En lo que se basa la moral espiritista es, pues, en los testimonios de millares de almas que vienen a todos los lugares para describir, valiéndose de los médiums, la vida de ultratumba y sus propias sensaciones, sus goces y sus dolores.

La moral independiente, la que los materialistas han intentado edificar, vacila al soplo de todos los vientos, falta de sólida base. La moral de las iglesias tiene sobre todo recurso el miedo, el temor a los castigos infernales; sentimiento falso que nos rebaja y nos   empequeñece. La Filosofía de los Espíritus viene a ofrecer a la humanidad una sanción moral más elevada, un ideal más noble y generoso. Ya no hay suplicios eternos, sino la justa consecuencia de los actos que recae sobre su autor.

El Espíritu se encuentra en todos los lugares según él se ha hecho.. Si viola la ley moral, entenebrece su conciencia y sus facultades; se materializa, se encadena con sus propias manos. Practicando la ley del bien, dominando las pasiones brutales, se agüera y se aproxima cada vez más a los mundos felices.

LEÓN DENIS
EL CAMINO RECTO

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      ESPÍRITUS CON FALSA IDENTIDAD

Es un hecho demostrado por la observación y confirmado por los mismos espíritus, que los inferiores usurpan a menudo nombres conocidos y venerados. ¿Quién puede, pues, asegurarnos que los que dicen haber sido Sócrates, Julio César, Carlomagno, Fenelón, Napoleón, Washington, etcétera, han animado realmente a estos personajes? Semejante duda asalta a ciertos adeptos muy fervientes de la doctrina espiritista, que admiten la intervención y manifestación que de su identidad puede tenerse. Esta comprobación es efectivamente difícil; pero si no puede conseguirse tan auténtica como la que resulta de un acta del estado civil, pudiese obtenerla presuntiva por lo menos, con arreglo a ciertos indicios.

Cuando el espíritu de alguien que nos es personalmente conocido, se manifiesta, de un amigo o de un pariente, por ejemplo, sobre todo si hace poco que ha muerto, sucede por punto general que su lenguaje está en perfecta relación con el carácter que sabemos que tenía.

Este es ya un indicio de identidad. Pero no es lícito dudar cuando el mismo espíritu habla de cosas privadas y recuerda circunstancias de familia que sólo del interlocutor son conocidas.

El hijo no se equivocará seguramente respecto del lenguaje de su padre y de su madre, ni éstos respecto del de aquél. A veces tienen lugar en esta clase de evocaciones intimas cosas notabilísimas, capaces de convencer al más incrédulo. El escéptico más endurecido se ve a menudo aterrado, por las revelaciones inesperadas que se le hacen.

Otra circunstancia muy característica viene a apoyar la identidad. Hemos dicho que el carácter de letra del médium cambia generalmente con el espíritu evocado, y que se reproduce el mismo carácter siempre que se presenta el mismo espíritu. Se ha notado muchas veces que, sobre todo en las personas muertas de poco tiempo con respecto a la evocación, el carácter de letra tiene una semejanza visible con el de la misma persona durante la vida, y se han obtenido firmas de exactitud perfecta. Estamos sin embargo, muy lejos de dar este hecho como costumbre; sino que lo mencionamos como digno de notarse.
Sólo los espíritus que han llegado a cierto grado de purificación están libres de las influencias corporales; pero hasta que no están completamente desmaterializados (esta es la expresión que ellos mismos emplean) conservan la mayor parte de las ideas, de las inclinaciones y hasta de las manías que tenían en la tierra, lo cual es también un medio de reconocimiento. Pero éstos se hallan sobre todo en una multitud de pormenores que sólo la observación atenta y prolongada puede revelar. Se ven escritores discutiendo sus propias obras o doctrinas y aprobar o condenar parte de ellas, y a otros espíritus recordar circunstancias ignoradas o poco conocidas de su vida o muerte, cosas todas que, por lo menos, son pruebas morales de identidad, únicas que pueden invocarse en punto a hechos
abstractos.

Si, pues, la identidad del espíritu evocado puede obtenerse hasta cierto punto en algunos casos, no existe razón para que no suceda lo mismo en otros, y si no se tienen para con las personas, cuya muerte es más remota, los mismos medios de comprobación, se cuenta siempre con los del lenguaje y carácter; porque seguramente el espíritu de un hombre de bien no hablará como el de un perverso o depravado. En cuanto a los espíritus que se adornan con nombres respetables, muy pronto se hacen traición por su lenguaje y por sus máximas, y así el que, por ejemplo, se llama Fenelón, si desmintiese, aunque accidentalmente, el sentido común y la moral, patentizaría por este solo hecho la superchería. Si los pensamientos que expone son, por el contrarío, puros, no contradictorios y constantemente dignos del carácter de Fenelón, no habrá motivos para dudar de su identidad, pues de otro modo sería preciso suponer que un espíritu que sólo el bien predica puede mentir conscientemente y sin provecho. 

La experiencia nos enseña que los espíritus del mismo grado, del mismo carácter y que están animados de los mismos sentimientos se reúnen en grupos y familias. El número de los espíritus es inconcebible, y lejos estamos de conocerlos a todos, careciendo hasta de nombre para nosotros la mayor parte. Un espíritu de la categoría de Fenelón puede venir, pues, en vez y lugar de aquél, enviado a menudo por él mismo en calidad de mandatario. Se presenta con su nombre; porque le es idéntico y puede suplirlo, y porque es preciso un nombre a la fijación de nuestras ideas; pero ¿ qué importa, en último resultado, que un espíritu sea o no realmente Fenelón? Desde el momento que sólo cosas buenas dice y que habla como lo hubiese hecho el mismo Fenelón, es un espíritu bueno, y el nombre con que se da a conocer es indiferente, no siendo por lo regular más que un medio de fijar nuestras ideas. No puede ser lo mismo en las evocaciones intimas; pues en éstas, según dejamos dicho, puede obtenerse la identidad por pruebas en cierto modo patentes.

Por lo demás, es cierto que la substitución de los espíritus puede dar lugar a una multitud de equivocaciones, resultando de ellas errores y a menudo supercherías. Esta es una de las dificultades del espiritismo práctico; pero nunca hemos dicho que la ciencia espiritista fuese fácil, ni que se la pueda alcanzar bromeando, siendo en este punto igual a otra ciencia cualquiera. No lo repetiremos bastante: el espiritismo requiere un estudio asiduo y a menudo vasto. No pudiendo provocar los hechos, es preciso esperar que por si mismos se presenten, y con frecuencia son provocados por las circunstancias que menos se esperan. Para el observador atento y paciente abundan los hechos; porque descubre millares de matices característicos que son para él rayos luminosos. Otro tanto sucede en las ciencias vulgares.
pues mientras que el hombre superficial no ve de la flor más que la forma elegante, el sabio descubre tesoros para el pensamiento.

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EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS
ALLAN KARDEC

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PARA NO LLEGAR A SER UN MÉDIUM SEGURO

“Cuando existe el principio, el germen de una facultad, esta se manifiesta siempre mediante señales inequívocas. Al limitarse a su especialidad, el médium puede destacarse y obtener cosas importantes y valiosas. Por el contrario, si se ocupa de todo, no obtendrá nada bueno. Notad, asimismo, que el deseo de ampliar indefinidamente el círculo de sus facultades es una pretensión orgullosa, que los espíritus nunca dejan impune. Los buenos abandonan siempre a los presuntuosos, que entonces se convierten en juguete de los espíritus embusteros. Lamentablemente, no es raro ver médiums que, no conformes con los dones que han recibido, aspiran, por amor propio o ambición, a poseer facultades excepcionales que les permitan llegar a destacarse. Esa pretensión les quita la cualidad más valiosa: la de médiums seguros.”
SÓCRATES

- El Libro de los Médiums- Allan Kardec-

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