Hay ideas que al principio nos pueden parecer una locura, pero si las rechazamos antes de tratar de comprenderlas, nunca estaremos dispuestos a seguir aprendiendo.
Mercy Ingaro
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Razonamiento de nuestro amigo Oswaldo Porras, al que aquí no se puede dejar de tener en cuenta su punto de vista:
¿Dios creó el universo?
Estoy convencido de que no; para dar por creado algo es necesario que esté finalizado.
Cuando un escritor da por terminado un libro, todos sus capítulos, tramas, desarrollo, desenlace final, etc., deben estar culminados.
El universo está en proceso de desarrollo, se están creando nuevas galaxias, nuevos planetas, nuevos seres vivientes, etc.
Estos seres vivientes mediante la evolución, van transformándose física y espiritualmente, en otros más evolucionados. Llegando hasta donde conocemos; al ser humano.
Por lo tanto, no se puede decir que el Universo ha sido creado, se debe de decir que el Universo está en proceso de creación.
Lo que si pienso es que hubo una inteligencia capaz de organizar todo lo necesario para su Existencia. Capaz de crear todos los elementos necesarios para su funcionamiento, como por ejemplo espíritu, energía, materia, etc.
Crear variaciones de estos como Fluido Universal, Fluido Vital, luz, electricidad, etc.
Leyes universales que promovieran y condicionaran la interrelación entre ellos, como leyes evolutivas, de supervivencia, causalidad, etc.
Esto lo realizó una inteligencia suprema, causa primera de todas las cosas. Capaz de mantener el armónico desenvolvimiento del Universo, desde las partículas subatómicas, hasta el inmenso espacio sideral.
A esa Inteligencia Suprema no se le debe rodear de conceptos antropomórficos, asignándole formas y atributos humanos. No debemos tenerlo como un ser personal, patriarcal, o como juez caprichoso que distribuye premios y castigos.
Debemos concebirlo como fuente inagotable de amor, la cual no necesita de alabanza, ni adoración.
Agradecido por tu pregunta.
Cariñosamente desde Venezuela:
Oswaldo
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Vicios
Todos los vicios son malos, pero es la soberbia la más temible, pues siembra tras de si todos los demás vicios. Cuando penetra en el alma, se adueña de ella, se acomoda a su gusto y se fortifica en ella hasta el punto de hacerse inexpugnable. Ella es la hiedra monstruosa siempre preñada y cuyos vástagos son monstruosos como ella.
Todo el que se deja inundar por ella, es un desgraciado porque no podrá liberarse de ella sino es a costa de terribles luchas, a consecuencia de sufrimientos dolorosos, de existencias oscuras, de todo un porvenir de envilecimiento y de humillación, pues es el único remedio para los males que engendra la soberbia.
Este vicio constituye el azote más grande de la humanidad. De el proceden todos los desgarramientos de la vida social, las rivalidades de clases y de pueblos, las intrigas, el odio y la guerra. Inspirador de locas ambiciones, ha cubierto la tierra de sangre y de ruinas, y es también es el quien causa nuestros sufrimientos de ultratumba, pues sus efectos se extienden hasta más allá de la tumba.
No solo nos desvía la soberbia del amor a nuestros semejantes, sino que hace imposible todo mejoramiento, abusando de nuestro valor y cegándonos con nuestros defectos. Solo un examen riguroso de nuestros actos y de nuestros pensamientos nos permite reformarnos. Y el soberbio es el que menos puede conocerse. Engreído de su persona, nada puede desengañarle, pues aparta con cuidado todo aquello que puede esclarecerle; odia la contradicción, y solo se complace en la sociedad de los halagadores.
Corrompe las obras más meritorias. A veces, incluso las torna perjudiciales para quienes las realizan. El bien, realizado con ostentación, con un secreto deseo de ser aplaudido y glorificado, se vuelve contra su autor. En la vida espiritual, las intenciones, los móviles ocultos que nos inspiran a hacer las cosas reaparecen como testigos, abruman al soberbio y reducen a la nada sus méritos ilusorios.
La soberbia nos oculta toda la verdad. Para estudiar con fruto el Universo y sus leyes, se necesita, ante todo, la sencillez, la sinceridad, la rectitud del corazón y de la inteligencia, virtudes desconocidas por el soberbio.
El hombre sencillo, humilde de corazón, rico en cualidades morales, llegará más pronto a la verdad, a pesar de su inferioridad posible de sus facultades, que el presuntuoso, vano de ciencia terrestre y sublevado contra la ley, que le rebaja y destruye su prestigio.
La enseñanza de los Espíritu nos pone de manifiesto, bajo su verdadera luz, la situación de los soberbios en la vida de ultratumba. Los humildes y los débiles de este mundo se encuentran allí más levados; los vanidosos y los poderosos, empequeñecidos y humillados. Los unos llevan consigo lo que constituye la verdadera superioridad: las virtudes, las cualidades adquiridas con el sufrimiento; en tanto que los otros han de abandonar a la hora de la muerte títulos, fortuna y vano saber. Todo lo que constituye su gloria y su felicidad se desvanece como el humo. Llegan a los espacios pobres, despojados, y esa súbita desnudez, contrastando con su pasado esplendor, aviva sus preocupaciones y sus grandes pesares. Con una profunda amargura, ven por encima de ellos, en la luz, a aquellos a quienes desdeñaron y despreciaron en la Tierra. La soberbia, la ávida ambición no puede atenuarse y extinguirse sino mediante vidas atormentadas, vida de trabajo y de renunciación, en el transcurso de las cuales el alma soberbia en si misma, reconoce su debilidad y se abre a mejores sentimientos.
En las horas de peligro, todas las distinciones sociales, los títulos y las ventajas de la fortuna se miden en su justo valor. Todos somos iguales ante el peligro, el sufrimiento y la muerte. Solo su valor moral los distinguirá. El más grande en la Tierra puede convertirse uno de los últimos en el espacio, y el mendigo puede vestir un traje resplandeciente. No tengamos la vanidad de los favores y de las ventajas pasajeras. Nadie sabemos lo que nos reserva el mañana.
Extraído del libro “Después de la Muerte” de León Denis
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HUMILDAD
Algunos seres humanos en su orgullo (que a veces tratan de disfrazar de humildad) son como ese gusano de papas, encerrado en un saco, tirado en lo más profundo de la bodega de un gigantesco barco de carga, tratando de explicar lo que él (el gusano) piensa y opina del capitán del barco...(Dios) de su inteligencia, de sus pensamientos, de sus leyes, de lo que puede y de lo que no puede hacer.
Yo respeto la Voluntad de Dios, pienso que El sabe y conoce lo que verdaderamente beneficia al hombre, a nuestra evolución. A veces no entendemos el proceso, a veces nos revelamos de sus mandatos, o de la forma con que el nos ensena. Es normal, como niños espirituales que somos , en nuestra escasa evolución y comprensión de las cosas que nos suceden, de las leyes de Dios, de su manera de enseñarnos. Por eso , yo no discuto de Dios, o de lo que puede o no puede hacer, pues todo lo que yo tengo son teorías, más o menos basadas en cosas y enseñanzas que yo he aceptado como reales, pero que no significa en realidad que lo sean.
Es por eso que la HUMILDAD es fundamental en todo estudiante de la "verdad". Pues nuestra "verdad" es intangible y cambiante, a medida que vamos evolucionando y que nuestra consciencia se expande hacia nuevos horizontes y maneras de pensar y de razonar.
Yo respeto la Voluntad de Dios, pienso que El sabe y conoce lo que verdaderamente beneficia al hombre, a nuestra evolución. A veces no entendemos el proceso, a veces nos revelamos de sus mandatos, o de la forma con que el nos ensena. Es normal, como niños espirituales que somos , en nuestra escasa evolución y comprensión de las cosas que nos suceden, de las leyes de Dios, de su manera de enseñarnos. Por eso , yo no discuto de Dios, o de lo que puede o no puede hacer, pues todo lo que yo tengo son teorías, más o menos basadas en cosas y enseñanzas que yo he aceptado como reales, pero que no significa en realidad que lo sean.
Es por eso que la HUMILDAD es fundamental en todo estudiante de la "verdad". Pues nuestra "verdad" es intangible y cambiante, a medida que vamos evolucionando y que nuestra consciencia se expande hacia nuevos horizontes y maneras de pensar y de razonar.
- Rey Formoso -
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Una persona a quien aprecio, me decía: ¿crees que cuando muera, si fuera al cielo, sería feliz viendo a mi hijo sufrir eternamente en el infierno?
Esta persona con ideas religiosas, se hallaba en situación de desamparo y enferma. Su hijo la había echado de casa y había renegado de ella, cuando consiguió todos sus bienes y propiedades.
Le pregunté: ¿crees, de verdad, que si así fuera, eso sería un acto de Justicia Divina?
Me respondió que no podía creer en un Dios Justo que permitiera estas circunstancias.
Entonces, ¿de dónde viene la idea o doctrina de las penas eternas?
Habría que remontarse a tiempos remotos cuando el hombre, más material que espiritual, debía tener unas ideas religiosas similares a su naturaleza.
Su Dios sólo podría ser poderoso a través de su fuerza material, porque estaba creado a su imagen, por tanto un Dios misericordioso, sólo sería un ser débil. Siendo el ser humano en su estado primitivo, implacable en sus resentimientos, cruel con sus enemigos, sin piedad para los vencidos, su Dios, muy superior a ellos, debería ser todavía más duro y cruel. De manera que, para ellos, no era extraña la idea de las penas eternas ni la del fuego material, ya que era una manera de someter a una humanidad poco adelantada moral e intelectualmente.
¿Qué argumentos, entonces, pueden apoyar, todavía, en el Siglo XXI semejante idea? ¿Y, habiéndolos, se pueden rebatir?
Allan Kardec, en El Cielo y El Infierno nos deja las siguientes ideas:
-La primera explicación que algunas personas dan a favor es: “que esta admitido entre los hombres que la gravedad de la ofensa es proporcionada a la condición del ofendido”, o dicho con un ejemplo, si la falta cometida contra un soberano, se considera más grave que la realizada contra un particular, la perpetrada contra Dios, que es infinito, debe ser castigada con una pena infinita, es decir, eterna.
Pero si Dios es único, eterno, inmutable, inmaterial, todopoderoso, soberanamente justo y bueno, infinito en todas sus perfecciones, sin lo cual no sería Dios porque habría otro superior a él, ¿cómo va a permitir que por una ofensa, aunque fuera infinita, la castigara eternamente? ¿No le convertiría este acto en un Dios vengativo? Si es así no sería perfecto. No sería Dios.
Porque si Dios impone al hombre como ley el perdón, la razón nos hace pensar que es porque Él debe aplicarla.
-Otra expresión a favor de la condena interminable sería: “Si la recompensa concedida a los buenos es eterna, debe tener por contrapeso una sanción interminable”
Evidentemente la dicha de la criatura debe ser el objeto de su creación, sino, Dios no sería bueno.
Esta recompensa es consecuencia de la inmortalidad. Y para llegar a ella, el ser debe conseguirla por su propio mérito. Para ello debe mantener luchas contra sus imperfecciones, ya que no ha sido creado perfecto. Sus caídas, por tanto, son consecuencia de su debilidad natural.
¿Cómo una de ellas va a ser sancionada para siempre? La corrección debería ser una advertencia para volver al camino adecuado y lograr el objetivo de la Creación, el bien, cuyo precio es lograr la felicidad.
Por el contrario, el castigo que es un medio para aprender, debe ser temporal.
-Una última teoría, es:
“...el temor del castigo eterno es un freno. Si se quita, no temiendo nada, el hombre se entregará a todos los excesos.”
Ante esto, si no se cree en una penalidad, poca utilidad puede tener. Y aún creyendo en ella, sería preciso ver su eficacia sobre aquellos que la pregonan y se esfuerzan en demostrarla. Sin embargo, ¿cuántos de ellos no demuestran con sus actos que no se asustan? Así pues, ¿qué influjo puede tener sobre los que no creen?
Ante esto, podemos deducir que la doctrina de las penas eternas, ha tenido su utilidad en otros tiempos. Hoy en día no solo carece de razón, sino que además genera más incrédulos que adeptos.
Esta persona con ideas religiosas, se hallaba en situación de desamparo y enferma. Su hijo la había echado de casa y había renegado de ella, cuando consiguió todos sus bienes y propiedades.
Le pregunté: ¿crees, de verdad, que si así fuera, eso sería un acto de Justicia Divina?
Me respondió que no podía creer en un Dios Justo que permitiera estas circunstancias.
Entonces, ¿de dónde viene la idea o doctrina de las penas eternas?
Habría que remontarse a tiempos remotos cuando el hombre, más material que espiritual, debía tener unas ideas religiosas similares a su naturaleza.
Su Dios sólo podría ser poderoso a través de su fuerza material, porque estaba creado a su imagen, por tanto un Dios misericordioso, sólo sería un ser débil. Siendo el ser humano en su estado primitivo, implacable en sus resentimientos, cruel con sus enemigos, sin piedad para los vencidos, su Dios, muy superior a ellos, debería ser todavía más duro y cruel. De manera que, para ellos, no era extraña la idea de las penas eternas ni la del fuego material, ya que era una manera de someter a una humanidad poco adelantada moral e intelectualmente.
¿Qué argumentos, entonces, pueden apoyar, todavía, en el Siglo XXI semejante idea? ¿Y, habiéndolos, se pueden rebatir?
Allan Kardec, en El Cielo y El Infierno nos deja las siguientes ideas:
-La primera explicación que algunas personas dan a favor es: “que esta admitido entre los hombres que la gravedad de la ofensa es proporcionada a la condición del ofendido”, o dicho con un ejemplo, si la falta cometida contra un soberano, se considera más grave que la realizada contra un particular, la perpetrada contra Dios, que es infinito, debe ser castigada con una pena infinita, es decir, eterna.
Pero si Dios es único, eterno, inmutable, inmaterial, todopoderoso, soberanamente justo y bueno, infinito en todas sus perfecciones, sin lo cual no sería Dios porque habría otro superior a él, ¿cómo va a permitir que por una ofensa, aunque fuera infinita, la castigara eternamente? ¿No le convertiría este acto en un Dios vengativo? Si es así no sería perfecto. No sería Dios.
Porque si Dios impone al hombre como ley el perdón, la razón nos hace pensar que es porque Él debe aplicarla.
-Otra expresión a favor de la condena interminable sería: “Si la recompensa concedida a los buenos es eterna, debe tener por contrapeso una sanción interminable”
Evidentemente la dicha de la criatura debe ser el objeto de su creación, sino, Dios no sería bueno.
Esta recompensa es consecuencia de la inmortalidad. Y para llegar a ella, el ser debe conseguirla por su propio mérito. Para ello debe mantener luchas contra sus imperfecciones, ya que no ha sido creado perfecto. Sus caídas, por tanto, son consecuencia de su debilidad natural.
¿Cómo una de ellas va a ser sancionada para siempre? La corrección debería ser una advertencia para volver al camino adecuado y lograr el objetivo de la Creación, el bien, cuyo precio es lograr la felicidad.
Por el contrario, el castigo que es un medio para aprender, debe ser temporal.
-Una última teoría, es:
“...el temor del castigo eterno es un freno. Si se quita, no temiendo nada, el hombre se entregará a todos los excesos.”
Ante esto, si no se cree en una penalidad, poca utilidad puede tener. Y aún creyendo en ella, sería preciso ver su eficacia sobre aquellos que la pregonan y se esfuerzan en demostrarla. Sin embargo, ¿cuántos de ellos no demuestran con sus actos que no se asustan? Así pues, ¿qué influjo puede tener sobre los que no creen?
Ante esto, podemos deducir que la doctrina de las penas eternas, ha tenido su utilidad en otros tiempos. Hoy en día no solo carece de razón, sino que además genera más incrédulos que adeptos.
Ana Mª Sobrino Talavera
Centro espírita Entre El Cielo y la Tierra
Centro espírita Entre El Cielo y la Tierra
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Muchas personas aún no creen en la reencarnación, y tienen miedo de aceptar la teoría que somos inmortales, luchemos por no tenerle miedo a lo nuevo, no importa que hayamos vivido equivocados por muchos años, lo que importa es el haber intentado buscar nuestra propia verdad.
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