¿En el "Más Allá", pueden acordar un grupo de espíritus, regresar juntos a este mundo y compartir destinos ?.-
Existen karmas colectivos en los que los Espíritus antes de reencarnar se ven abocados a hacerlo juntos en una misma vida, inducidos por la Ley de Causa y Efecto. Esta experiencia a la que se sienten impulsados, es llevada a cabo de este modo porque les es necesaria precisamente para que se realice entre ellos otra Ley Divina inexorable: La Ley de Justicia.
Esta "experiencia colectiva" es bastante frecuente, pues esos grupos familiares o laborales, sociales, etc. que aquí vemos asociados o relacionados, raramente es la primera vez que están juntos en el escenario de la vida, desempeñando cada uno su papel con relación a los demás.
Para poder realizar este vasto plan de reencarnación conjunta y en un mismo escenario físico, se comprende la tremenda dificultad que existe en el plano físico para llevar a cabo esta clase de acuerdo , pues para un grupo de seres espirituales, el poder elegir la reencarnación en el mismo escenario terrestre y en en momento adecuado, de modo casi simultáneo, como resulta obvio , es extremadamente difícil y complejo pues aun con la ayuda de sus mentores espirituales, tienen que esperar a que converjan en el escenario terrestre,variadas y específicas circunstancias. Todo este proceso no se lleva a cabo sin una compleja y meticulosa planificación previa, en la que todos los detalles son estudiados,coordinados y concretados desde el plano espiritual, desde donde sutilmente y de modo desapercibido para nosotros, no dejan de mover los hilos necesarios para que las circunstancias materiales se concreten y realicen.
Ciertamente cuando la Ley de Consecuencias les empuja a una nueva vida en esas particulares circunstancias, se pueden poner de acuerdo desde el plano espiritual y planificarlo con ayuda de sus mentores espirituales, aunque a veces la aparición en el mismo escenario de la vida no depende de su gusto o deseo, sino de que esta nueva experiencia así programada sea lo adecuado para proseguir su evolución según lo estipulado por las variadas leyes cósmicas, pero en cualquier caso para lograrlo, a veces deben de esperar durante mucho tiempo las circunstancias adecuadas que les propicie esta existencia en común .
- Jose Luis Martín-
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EINSTEIN Y LA CREENCIA EN DIOS
Si bien Einstein era de familia judía, frecuentó una escuela católica, y en ese choque aparente aprendió a respetar todas las religiones, desenvolviendo una independencia intelectual creativa, fundamental para enfrentar en el futuro la ortodoxia científica por un lado y el dogmatismo religioso por el otro.
De todo lo que recibió de los padres, de la escuela y de los estudios, quedó la creencia en Dios, libre de cualquier especulación doctrinaria religiosa. A pesar de los malos resultados en la escuela primaria y de los sacrificios en terminar los estudios básicos, por el choque con viejos métodos de enseñanza, Einstein cambió completamente cuando se dedicó al análisis científico y a la lectura directa de grandes físicos de la época, formándose en la escuela Politécnica de Suiza y transformándose en profesor de la Universidad de Zurich. Nunca más abandonó la carrera de profesor universitario, descubriendo el placer de enseñar: "El arte supremo del maestro consiste en despertar alegría, provocando curiosidad por el conocimiento creativo". También afirmaría más tarde: "La única finalidad de la educación debe consistir en preparar individuos que piensen y reflexionen como personas independientes y libres".
Enseñaba e investigaba, creando, por así decir, una nueva generación de científicos, desenvolviendo, a los 26 años de edad, teorías y fórmulas matemáticas que fueron la base de su famosa Teoría General de la Relatividad. Diría años después que "lo más incomprensible del universo es que este es comprensible".
En 1932 partió de Berlín para los Estados Unidos y en 1933 asumió la cátedra y la investigación en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton.
Un pacifista de la Humanidad : profundamente interesado por el ser humano, declaraba que "el gran problema de la humanidad no está en el dominio de la ciencia, sino en el dominio de los corazones y de las mentes humanas". Esa fe en el hombre, aliada a su creciente conocimiento del universo, lo llevó a consolidar su creencia en Dios. Puede parecer una incoherencia para un científico pero sin embargo, en el final de su existencia, Einstein reconoció este hecho con convicción y dentro de un riguroso sistema de pensamiento.
No reconocía a Dios como tradicionalmente se lo reconoce en el pensamiento doctrinario religioso. Veía en Dios la razón y la causa de las cosas, y eso era todo, la esencia necesaria para el progreso del hombre.
Era un pacifista que no defendía ideas nacionalistas, se oponía a la guerra y fue el responsable por el alerta del peligro de desvío para propósitos bélicos de las investigaciones de reacción en cadena de la fisión del uranio, que daría origen a la bomba atómica. El se opuso a su utilización y en 1946 apoyó varios proyectos de formación de un Gobierno mundial para la paz del mundo.
Ciencia y sentimiento religioso: "Todas las especulaciones más refinadas en el campo de la ciencia provienen de un profundo sentimiento religioso, sin ese sentimiento ella sería infructífera". Einstein consideraba a la palabra religión como sinónimo de devoción, de inspiración, y no de credo revelado. En una entrevista concedida en 1927, decía: "Intente Ud. penetrar con sus recursos limitados en los secretos de la naturaleza y descubrirá que, por detrás de todas las concatenaciones discernibles, queda algo sutil, intangible e inexplicado. La veneración de esa fuerza, que está más allá de todo y que podemos comprender, es mi religión. En esa medida soy realmente religioso".
Influenciado por el filósofo Spinoza, del siglo XVII, Einstein creía en una inteligencia superior proveniente de la observación de la armonía y belleza del universo. Como le dijo al físico Max Born: "Ud. cree en un Dios que juega a los dados y yo en leyes y un orden absoluto".
Einstein por él mismo: "La más bella experiencia que podemos tener es la del misterio. El es la emoción fundamental que se halla en el origen del verdadero arte y de la verdadera ciencia. Quien no sabe esto y ya no consigue sorprenderse, ya no sabe maravillarse, está prácticamente muerto y tiene los ojos vendados. Fue la experiencia del misterio mezclada con la del miedo que generó la religión. Saber de la existencia de algo en lo cual no podemos penetrar, percibir una razón más profunda y de más radiante belleza, ese saber y esa emoción constituyen la verdadera religiosidad. En ese sentido, y sólo en él, soy un hombre profundamente religioso. No consigo concebir un Dios que premie y castigue a sus criaturas, o que tenga una voluntad semejante a la que experimentamos en nosotros".
- Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís-
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El orgullo es una de esas características del comportamiento humano que, por su ambivalencia, se presta facilmente a las malas interpretaciones.
Es el elevado concepto que alguien se hace de sí mismo; es una especie de amor propio que nos inspira una idea exagerada de nuestro merito que nos incita a inculcarlo a otros; es un defecto del alma humana, invadiendo lo más intimo de la persona; es el vicio de la inteligencia, así como la humildad es su virtud. Como la inteligencia es la parte más noble del ser humano, su virtud es la mayor de todas las virtudes y su vicio es el peor de todos sus vicios.
El orgullo no encuentra hospedaje en una persona de inteligencia equilibrada; esta se rinde a la constatación de la verdad, que acabó con cualquier presunción. La realidad de nuestras propias limitaciones es el más eficaz de los convites a la humildad.
Es de los labios de los científicos y filósofos, esto es, de las personas realmente sabias que se recogen las más sorprendentes manifestaciones condenando cualquier tipo de orgullo. Una cultura que despertase el orgullo no sería una cultura con (mayúscula) – que se coloca ante la realidad con la intención de comprenderla – pues sería una cultura que presta culto a su propio ego.
El orgulloso no se preocupa de conocer la verdad, sino apenas en ocupar una posición en la que pueda ser el centro la norma; libre de cualquier subordinado, pretende que todo este sujeto a sí mismo.
La afirmación de que el orgullo es el padre de todos los vicios no es un lugar común, repetido por el uso, sino una verdad que justifica esa afirmación.
El orgulloso posee todos los vicios.
Es egoísta. Coloca su persona en el centro de todo, sirviéndose de una inteligencia incensada por el orgullo para justificar este egoísmo suyo.
Es injusto De hecho, justicia significa respetar los derechos de los demás, mientras que el orgulloso solo reconoce un derecho; el suyo, que no le impone ninguna especie de obligación, pues él ignora la correlatividad de los términos y la dialéctica de las relaciones en la vida en sociedad.
Es ingrato. Solo el recuerdo de cualquier dependencia, próxima o remota, ya lo hace sufrir y se libera de ella rechazándola; mientras que la gratitud envuelve el reconocimiento de que una mano extraña nos ayudó a ser lo que somos. Él es fruto solo de si mismo, pues el orgullo no le permite compartir con otros sus merecimientos.
El orgullo no tiene religión. Quien no admite ninguna dependencia de Dios. ¿Cómo podría tolerar que su alma se vuelva agradecida al Creador? El sentimiento religioso se basa en el reconocimiento de que fuimos creados y de que existe un Dios que cuida de todo; sin embargo, el orgulloso, no precisó que lo ayudasen a nacer y tampoco precisa que lo ayuden a vivir: ¡Su orgullo cuidará de todo!
Es inmoral. Es incapaz de admitir vínculos morales para su comportamiento quien se juzga superior a las leyes. Sus actos no precisan respetar moral alguna, más imponen a otras normas morales.
Es fanfarrón. Está siempre hablando de si, atribuyéndose elogios por hazañas jamás realizadas; expone como proezas actos que solamente su exagerada jactancia considera como tales. Es prepotente, arrogante, insolente y violento. Y se podría señalar, no para demostrar que el orgullo es de hecho el padre de todos los vicios, sino porque el orgulloso realmente los posee todos, incluso el de presentarse con actitudes humildes y modestas.
Cuando el orgulloso habla de los otros, lo hace con desprecio y con sentimientos de compasión. Está claro que conversar contigo sobre ti y sobre los otros ya sería un acto excepcional; habitualmente evita la compañía de los demás, incapaces de comprenderlo, recogiéndose a meditar sobre su incomprendida grandeza.
Solamente el orgulloso es capaz de entender su ego y de dialogar con su orgullo, los otros son míseros mortales que merecen el desprecio, o si él quisiera ser benévolo, su compasión. Ya que lo quiere así, déjenlo solo; no lo perturben en la meditación sobre sus merecimientos. De eso se encargará la amarga soledad, que lo punirá por su orgullo. Cuando tuviere necesidad de los otros, no los encontrará. Es el castigo que se merece. Solo que, entonces, nos acusará a todos de ser orgullosos. Es muy cierto que los defectos de los demás son los nuestros vistos en los otros.
Pero, ¿será que esta meticulosa excavación hecha en el alma vivida del orgulloso estará realmente exenta de un secreto deseo de descubrir en él algo que existe dentro de nosotros mismos?
Está claro que el orgulloso hace mal en acusar a los otros de orgullo; pero, ¿Quién de nosotros estará totalmente inmune de un vicio que nació junto con el ser humano y que tal vez lo verá morir? Que no seamos totalmente victimas de un vicio no significa que estemos totalmente exentos de el. Existen dos cosas irreales: un ser humano que sólo tenga vicios y por otro lado, un ser humano que solo tenga virtudes. 2Por detrás de la cortina del Yo” conservamos lamentable ceguera frente a la vida.8…)
En todo y en todas partes, nos apasionamos por nuestra propia imagen.
En los seres queridos, habitualmente nos amamos a nosotros mismos, porque, si demuestran puntos de vistas diferentes de los nuestros, aunque estos sean superiores a los principios que abrazamos, instintivamente disminuimos el cariño que les consagrábamos.
En las obras que hacemos del bien a que nos dedicamos, estimamos, por encima de todo, los métodos y procesos que se exteriorizan de nuestro modo de ser y entender, porque si el trabajo evoluciona o se perfecciona, reflejando el pensamiento de otras personalidades por encima de la nuestra, operamos casi sin percibirlo, con una disminución de nuestro interés en los trabajos iniciados.
Aceptamos la colaboración ajena, pero sentimos dificultades para ofrecer el concurso que nos compete. Si nos hallamos en una posición superior, donamos con alegría una fortuna al hermano necesitado que sigue con nosotros en condición de subalterno, a fin de contemplar con voluptuosidad nuestras cualidades nobles en el reconocimiento de largo curso al que se siente constreñido, pero rara vez concedemos una sonrisa de buena voluntad al compañero más rico o más fuerte, puesto por los designios divinos a nuestro frente.
En todos los pasos de la lucha humana, encontramos la virtud rodeada de vicios y el conocimiento dignificante casi sofocado por los espinos de la ignorancia, porque, infelizmente, cada uno de nosotros de modo general, vive buscando su propio “Yo”
Entre tanto, gracias a la Bondad de Dios, el sufrimiento y la muerte nos sorprenden en la experiencia del cuerpo y más allá de ella, arrebatándonos a los vastos continentes de la meditación y de la humildad, donde aprenderemos, poco a poco, a buscar lo que pertenece a Jesucristo, a favor de nuestra verdadera felicidad, dentro de la gloria de vivir.
El orgullo ha impedido que mucha gente acepte a Jesucristo como su Salvador personal. El rehusar admitir el pecado y reconocer que con nuestras propias fuerzas no podemos hacer nada para heredar la vida eterna, ha sido una piedra de tropiezo para la gente soberbia. No debemos gloriarnos de nosotros mismos, pero si queremos glorificar algo, entonces debemos proclamar las glorias de Dios. Lo que decimos de nosotros mismos, no significa nada en la obra de Dios. Es lo que Dios dice acerca de nosotros, lo que hace la diferencia (2 Corintios 10:13).
Merchita
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