viernes, 24 de agosto de 2012

Vida y valores (La misión de la maternidad)




¿Qué misterio es ese que envuelve a las madres? E aquí una pregunta difícil de explicar. No existe una única criatura en el mundo que no haya experimentado el envolvimiento de su madre. Sea un envolvimiento positivo, amoroso, sea un envolvimiento lamentable, enfermizo, patológico. Pero, nadie escapa de la presencia de la madre. Alguien puede nacer sin la presencia del padre, pero es imposible que alguien nazca en el mundo sin la presencia de la madre. La madre es esa criatura tan especial que, muchas veces, atormenta la vida de los hijos, deseosa de impulsar sus vidas. Muchas veces asfixia al hijo, queriendo protegerlo. ¡Cuánto es importante esa figura en el mundo!
En El libro de los Espíritus, de Allan Kardec, pregunta a los seres espirituales cual es la misión más importante de entre aquellas que Dios concedió a los hombres en la Tierra. Los inmortales responden a Allan Kardec que la misión más importante es la de la mujer. Y añaden- porque es ella que educa al hombre. Cuando pensamos en eso, vemos la importancia de la mujer consciente, cuando ella percibe su papel y esa certeza de su influencia, porque no hay una única madre que no ejerza influencia sobre sus hijos. Podemos tener osadía y decir que, como base de todo lo bruto, de todo el hombre grotesco que hubo en la Humanidad, había la figura de una mujer, su madre. Porque fue ella que hizo que el no llevase ningún descaro para la casa, fue ella que lo enseño a devolver agresión con agresión, lo enseño a ser egoísta. Pero, por debajo de la historia de todo santo, de todo misionario, de toda persona de bien, existe la figura de una mujer, de su madre.
Fue ella que dijo: Hijo mío, cuando uno no quiere, dos no discuten. Hijo mío, es mejor un cobarde vivo que un valiente muerto. Hijo mío, ven a lavar en casa los problemas de la calle, porque en casa encontraras amor. Ropa sucia, hijo mío, se lava en casa. Así, encontramos madres que criaron sus hijos para arriba, y madres que empujaron sus hijos para abajo. Encontramos aquellas que saben que sus hijos no les pertenecen, saben que sus hijos son hijos de Dios esencialmente, son hijos de la vida y que para la vida ellas los deberán educar. Hay otras que suponen que ellos, son sus pertenencias, depositan en ellos sus debilidades, sus miedos, sus temores, sus puntos de vista. Ahí, comenzamos a pensar en la trayectoria de la madre sobre el mundo, cuando ella tuvo esa consciencia de su papel junto a los hijos, cuando ella admitió que serán sus hijos los profesores del mañana, los médicos, los abogados, los jueces, los políticos. Cuando ella admitió que serán sus hijos que administraran las ciudades, los Estados, los países, que responsabilidades tendrán en sus manos, ella misma se tratara mejor, para que no tenga la cabeza enfermiza por complejos de culpa, por conflictos y pueda pasar para sus hijos ese respeto a la vida, ese respeto a los otros. Jamás esas madres enseñaran a los hijos que tienen que respetar a los mayores, pero enseñaran a sus hijos que ellos tienen que respetar a todo ser humano, a todo ser viviente. Enseñaran a los hijos a amar a los vegetales, a proteger los bosques, comenzando a cuidar de los jardines de casa. Enseñaran el respeto a los animales. Quien empieza las cosas simples, tendrá capacidad de realizar las cosas más complejas. ¡Ah, mujer madre! ¿Qué misterios envolverá tu figura?
* * *
La misión de la mujer es una misión misteriosa, porque ella consigue penetrar el alma de su hijo, consigue conocer su hijo como nadie. Si paramos para pensar, la mujer pasa nueve meses lunares cargando en las entrañas su retoño, nueve meses en que ella hace un curso de especialización en percepción fluídica, en percepción psíquica. Capta las emisiones de su feto, de su hijo aun feto y las interpreta, como cualquier sensitivo interpretaría una influencia espiritual sobre su psiquismo. Es de esa interpretación, de las emisiones del hijo reencarnarte que nacen los famosos antojos de la mujer durante el embarazo. Es la interpretación que ella hace de lo que está sintiendo. No siempre son verdaderas las interpretaciones, como no siempre las criaturas transmiten correctamente aquello que reciben de los seres espirituales. El fenómeno es el mismo. Podemos afirmar que el embarazo corresponde al periodo de mayor trance mediúmnico de que se tiene noticia. Son nueve meses en que la mujer madre filtra el psiquismo de su hijo. Son nueve meses en que ella proyecta sobre el su propio psiquismo. Tanto el niño conoce a su madre íntimamente, tanto la madre conoce su hijo como nadie. La madre conoce a los hijos por el andar de ellos, por el modo en que respiran, por el modo de mirar. Ella conoce a su hijo. Jamás un hijo se esconderá de su madre porque ella conoce sus emisiones, sus fluidos, su psiquismo. Del mismo modo, jamás una madre se esconderá de su hijo. El consigue leer en su madre si ella está contenta, si está triste, si está feliz, si ella está mal. El consigue leer sin que ella diga nada, por causa de esa habitualidad en convivir uno con el otro, con esa intimidad visceral.
Nuestras madres son aquellos instrumentos que Dios puso para que El se manifestase en la Tierra, enviándonos a la Tierra a través de ellas. La mujer rica, la mujer inteligente, intelectual como la mujer pobre, la mujer sencilla e ignorante tienen la misma habilidad para ser madre. Toda mujer, psíquicamente, nace con esa estructura para la maternidad. A veces, ellas consiguen ser madres de hijos carnales, pero son madres de los sobrinos, son madres de los hermanos más jóvenes, son madres de todos los niños que se les acerca, porque es de la mujer ese instinto de maternidad, aun que no tenga sus propios hijos carnales. Vemos que hay un misterio importante en la maternidad, y ese misterio se llama amor. Ese amor que viene desarrollándose del instinto para la razón. Es ese amor, en las debidas dimensiones, que hace el nido entre los irracionales, que hace que la gallina guarde sus pollitos bajo las alas, que hace que los felinos laman sus crías, que hace que los pájaros pongan en la boca de sus hijitos el alimento que trajeron en su propio estomago. Es eso que se desarrollo a lo largo de los milenios y exploto aquí en la cima de la corona humana y recibió el nombre de amor de madre, profundamente irracional.
La madre ama a su hijo, independientemente de lo que él sea, de quien sea. El mayor santo recibe el amor de su madre, el mayor villano, el más espurio de los seres recibe el amor de su madre. En todas las cadenas públicas, en los días de visita, puede faltar la esposa, el hijo, el amigo, nunca la madre. Ella estará siempre allá, amando a su hijo, en la felicidad o en la desdicha, en la alegría o en la tristeza. Porque ser madre es de hecho traer una propuesta de Dios para aliviar las luchas del mundo. En cuanto Dios manda a la Tierra a Sus hijos al seno de las mujeres madres es porque El aun confía en el progreso de la Humanidad.




Raúl Teixeira



"La belleza del cuerpo es un viajero que pasa; pero la del alma es un amigo que queda."



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