Estudio necesario de la paciencia: Cada uno de nosotros que observe la propia conducta en las relaciones humanas y en el reducto doméstico.
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Habitualmente sabemos comprender los asaltos morales de enemigos gratuitos, obligándonos a reflexionar cómo es la mejor forma de socorrerlos para que se renueven constructivamente en sus puntos de vista y en muchos casos nos enfada el desagrado de un niño que tiene una dolencia incómoda. Aprendemos a soportar con serenidad y entendimiento, los prejuicios enormes por parte de amigos, en los que depositamos confianza y cariño, buscando encontrar el modo más seguro de ayudarlos para el rescate preciso, y muchas veces, condenamos asperamente pequeñas despedidas naturales de seres queridos, creadores insobornables, de nuestro reconocimiento y ternura.
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La tolerancia para con los superiores y subalternos, colegas y socios, familiares y amigos, íntimos es realmente el recurso de la vida en que se nos exige la medida de la formación moral. Esto es porque en tanto la beneficiencia se muestre siempre sublime y respetable en todas sus manifestaciones y atributos, es siempre mucho más fácil colaborar en campañas públicas en auxilio de la Humanidad o dar prestigio a las personas con las que no estemos ligados por vínculos de compromisos o la obligación de tolerar con calma y comprensión, los contratiempos mínimos y las pequeñas humillaciones en el ambiente individual.
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La paciencia, por eso mismo, en su luminosa autenticidad ha de ser aprendida, sentida, sufrida, ejercitada y consolidada junto aquellos que nos ponen tareas día a día, si quisiéramos esculpirla con la realización inmortal en el mundo de la propia alma.
Aprendamos y enseñemos en lo posible, los méritos de la paciencia, pero mientras, examinemos las propias reacciones de la experiencia íntima frente a cuentos comparten la lucha cotidiana en la condición de socios de parentela o de trabajo, del ideal o de las tareas de cada día, y preguntemos con sinceridad a nosotros mismos si estamos usando la paciencia con ellos y con los demás compañeros de la Humanidad, así como estamos siendo nosotros tolerados y amparados incesantemente por la paciencia de Dios.
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(Francisco Cândido Xavier por Emmanuel. In: Manos unidas).
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