CARIDAD HACIA LOS CRIMINALES Y DEBER DE SALVAGUARDA A COSTA DE LA PROPIA VIDA
Los ítems 14 y 15 correspondientes al capítulo XI de nuestro Evangelio bajo el título de “Amar al prójimo como a sí mismo”, tratan de la caridad hacia los criminales y del deber de exponer nuestra propia vida por la de un malhechor respectivamente.
Se trata de dos comunicaciones realizadas por los Espíritus de Elisabeth y Lamennais. Elisabeth fue princesa de la Casa de Francia en el siglo XVIII, hermana del Rey Luis XVI y cuñada de la Reina Maria Antonieta. Madame Elisabeth se caracterizó por una tendencia caritativa y una bondad extraordinaria. Fue ejecutada en la guillotina con 30 años recién cumplidos; Lamennais fue un filósofo católico y teólogo francés encarnado hasta mediados del siglo XIX. Fue capaz de agrupar a las masas para conducirlas al progreso por la caridad. Ambos fueron ejemplos dignificantes de sentimiento religioso y de conducción de las almas a Dios. Es de notar que el Espíritus Lamennais efectúa la comunicación, según se reseña, en 1862, tan sólo doce años después de su desencarnación.
Nos enseñan estas dos comunicaciones, recogidas por el codificador en su tercera obra básica, la grandeza a la que puede llegar el género humano si asume la práctica de la caridad como virtud sublime dada por Dios para que éste alcance su plenitud. No obstante, aún es una práctica poco entendida y sobre todo cultivada en nuestro cotidiano vivir. La exigencia para todos aquellos que la practican o, cuanto menos, que tratamos procedemos, hacemos dejación de nuestras obligaciones fraternas, evitando, en el peor de los casos, realizar el bien que podemos y se nos ofrece. Y en el mejor de los casos no pasamos la prueba de la caridad para con aquellos más próximos, para con nuestros familiares, amigos, vecinos que nos alteran, nos influencian con su torpeza o con su arrogancia, con su simpleza o con su erudita falta de completa bondad, no cumpliendo aquellas cualidades con las que nos investimos.
El texto nos enseña que la verdadera caridad no es aquella que consiste en la entrega de una limosna, amparada o no en dulces palabras. Ésta sería la expresión más pobre de la caridad. No, no es esa la pretendida caridad que se nos pide, sino aquella que nos enseñó nuestro amado Jesús y que consiste en la benevolencia que debemos eximir siempre y en cualquier situación a nuestros semejantes. Se trata de hacer el bien que podemos hacer y no realizamos. El bien que ejecutamos esclareciendo, confortando y animando con nuestras palabras y actos a aquél que se nos presenta necesitado, que se encuentra en situación marginal o desfavorable; este es el que más necesidad tiene de nosotros y a quien debe ir dirigido nuestro esfuerzo por pura sensatez. A esos seres esparzamos la luz de la Doctrina consoladora para que pasen de la condición de enemigos y criminales a la de hermanos reformados o enfermos desprovistos, guiándoles hacia Dios por el amor y la ciencia.
Tenemos la posibilidad de hacer la caridad todos los días: en nuestro hogar evitando el reproche ante cualquier situación poco acertada o el enfado por alguna contestación salida de tono; en el trabajo siendo condescendiente con nuestros jefes que se tornan poco cualificados o eficientes en la dirección y organización de las tareas; con nuestros compañeros que demandan de nuestros esfuerzos por sus tendencias egoístas y que finalmente nos quejamos de su conducta; en la plaza pública cuando no transigimos la torpeza del viandante, la falta de respecto; en la carretera con el conductor que realiza alguna maniobra imprudente y que no resistimos el insulto o la condena; en fin, ante todo ser extraviado o no que nos hace enfrentar nuestra cruda realidad, la de ser Espíritus encarnados en un mundo de expiación y prueba, es decir, en un mundo donde predomina el mal y cuyo objeto es el mejoramiento, el trabajo, el esfuerzo de pulimento de nuestras imperfecciones para poder destacar en cualidades morales y espirituales y poder hacer, finalmente, de nuestro planeta un mundo de regeneración.
En esa misma línea de autenticidad está la caridad que se ejerce por no proferir aquello que causará un desencanto, un desgarro, una tristeza en nuestro semejante, que con frecuencia son nuestros seres queridos. La palabra que no callamos, al encontrarnos ante un error, y que hiere al pronunciarla. Eso es faltar a la caridad, a esa caridad sublime que nos faculta para poder devolver bien por mal. Es aquella que se muestra dejando hablar a aquél que menos sabe en primer lugar. Esta es la caridad que aún se práctica poco, siendo, sin embargo, aquella que exuda la fragancia cuya esencia hará reinar la gran fraternidad en nuestro mundo; aquella que regirá el orden y procurará la esperanza de un mañana mejor.
En el contraste de las realidades es donde mejor se muestran las cualidades que diferencian un hecho, una situación cualquiera. Y es ahí, en esa oposición, donde encaja, donde podemos comprender la necesidad de un criminal en nuestro mundo. Nuestro Padre Celestial nos ofrece la oportunidad de convivir con estos seres imperfectos y más o menos rebeldes (como pudimos ser nosotros) para entender primero qué no se debe hacer, y por tanto, cómo hay que ser. Para seguidamente tratar de serlo después; para mejorarnos, para despojarnos de aquello que evidencian estos seres y que hemos comprendido es nefasto para el propio ser humano y el mundo que construye. Con la comprensión y el perdón ante estos pobres infelices, los criminales, nos convertimos en portadores de luz para sus propias conciencias. Es ahí en la incongruencia, en la ambigüedad del mundo donde debemos desplegar nuestras mejores cualidades, aquellas que permanecen cuan crisálida en nuestro interior y que aún no hemos sido capaces de romper para que florezca con todo su esplendor la belleza del amor impreso en nuestros corazones como firma fidedigna del Creador, como reflejo de su imagen en nosotros.
El texto nos ampara específicamente en el recurso caritativo ante el criminal: la oración. Orar por su mejoramiento, por que se despeje en él la conciencia de lo que es, para después buscar quién es y, consecutivamente, saber qué hace en el mundo. Esta es la mejor caridad que podemos hacer a nuestros semejantes. De esta manera, aprovechamos, además, las oportunidades que La misericordia divina nos brinda constantemente a todos, con el fin de alcanzar la perfección para la que fuimos sacados de Su mano.
De nuestra boca sólo deben salir, pues, palabras de auxilio, de conmiseración, de comprensión, en definitiva, de amor para con aquellos desventurados que se pierden por los derroteros más oscuros de nuestro mundo. Nuestro Amado Jesús nos enseñó a compadecernos de todo aquél que se encuentra en situación desfavorable, perdido, enfermo o desequilibrado. Nos enseñó la caridad para con todos los seres, atendiéndoles amorosamente en sus infortunios. Si bien nosotros aún no somos capaces de manifestarnos en tan grade condición de abnegación, si podemos, no obstante, elevar nuestro pensamiento a Él solicitándole su gracia, su misericordia para con aquél que permanece en la ignorancia, en la oscuridad, en la criminalidad. Suplicándole su intercesión para que pueda lucir la llama del arrepentimiento en su corazón desvirtuado y que su alma extraviada pueda retornar a la senda del amor y del bien esparcida por Él mismo en nuestro mundo.
En tanto a aquél de estos que esté expuesto a un peligro de muerte y que tengamos oportunidad de salvaguardarle, debemos hacerlo, igualmente, sin titubeos. Pues además de constituir un acto de caridad, puede representar para él una oportunidad de mejoramiento moral, de elevación en la escala gradativa del ser; puede ser ocasión de recuperación de su vida pasada. Ese acto en sí, puede hacer que el enemigo se convierta en un amigo para siempre; puede brindarle la oportunidad de renovacióníntima, tornándose mejor.
En cuanto la acción de salvación nazca espontáneamente, es decir, salga del corazón ennoblecido, nos comportaremos con verdadera fraternidad. Así nos tornaremos -como los nobles Espíritus que nos enseñan, hoy en el texto a comentario, el sentido sublime de la caridad- en ejemplos de vida para el mundo, mostrando a nuestros semejantes el esplendor que lleva a la conquista del Ser en la Tierra. Somos obreros de la última hora, aprovechemos las enseñanzas y convirtámonos, igualmente, en exponentes del mañana.
Miguel
( Ver blog elespiritadealbacete.blogspot.com )
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