martes, 17 de octubre de 2023

Esclavitud: Los vicios

 INQUIETUDES ESPÍRITAS

1.- La cremación

2.- Comentario al art. anterior

3.- Evocaciones

4.- Esclavitud: Los vicios

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          LA CREMACIÓN 

                            (ART. DE  ENCARNI)

 

                                                                 

¿El espíritu desencarnado sufre cuando su cuerpo es quemado? ¿Cuáles son los motivos que están haciendo cada vez más un número mayor de personas a optar por la cremación? ¿Qué aconseja el Espiritismo?

Cuando se estudia el comportamiento de la Humanidad a lo largo de los milenios, se observa la nítida preocupación del hombre con su futuro después de la muerte. Un individuo es declarado oficialmente muerto en el momento que cesan sus funciones vitales. Como cada grupo recibe la herencia social y religiosa de las tradiciones cultivadas por las generaciones anteriores, cabe a los miembros del grupo al que el individuo pertenece, cumplir los ritos tradicionales hasta la instalación definitiva del cuerpo en su morada.

     La Inhumación es el ritual más practicado. Consiste en el entierro del cadáver en un nicho o en una fosa , generalmente en el cementerio de la comunidad. La cremación, es el acto de quemar el cadáver reduciéndolo a cenizas que quedan depositadas en una urna y enseguida sepultadas o esparcidas en un lugar previamente determinado. Sin embargo, la cremación conocida y practicada desde la más remota antigüedad por los pueblos primitivos de la Tierra no es muy utilizada.

    El fuego pasó a ser utilizado por el hombre en la Edad de Piedra Fragmentada y, por su pureza y actividad, era considerado por los Antiguos como el más noble de los elementos, aquel que más se aproximaba a la Divinidad. Con la eclosión de la religiosidad, el ser humano fue descubriendo que había algo entre el Cielo y la Tierra y el fuego pasó a ser utilizado en rituales religiosos.

    Predominaba la creencia de que al quemar el cadáver, con él serían quemados todos sus defectos y al mismo tiempo el alma se liberaría definitivamente del cuerpo, llegando al cielo purificada y no volvería a la Tierra en forma de “apariciones”, asustando a los vivos.

    La cremación tuvo como base la fuerza purificadora del fuego. En los últimos tiempos, en todo el continente europeo han sido encontradas vasijas del Periodo Neolítico (Edad de la Piedra Pulida), llenas de cenizas de los individuos. Esos indicios revelan que la cremación ya era practicada en los principios de la Civilización de la Tierra.

    Con el paso de los siglos la cremación se fue volviendo una práctica consagrada en el oriente (India, Japón, etc.), regiones de Grecia y la Antigua Roma donde vivían civilizaciones adelantadas que utilizaban el proceso gracias a los “status”. Entre los pueblos ibéricos se hizo un rito generalizado, precedido de músicas, bailes y hasta banquetes. Con estas ceremonias se esperaba obtener actitudes benévolas de los dioses, buscando conducir las almas al Reino de los Muertos y allí cuando llegara, sería recibida y cuidada con cariño.

     La evolución natural de la Humanidad y el ciclo iniciado con Jesús hace poco más de 2000 años modelando una nueva mentalidad, influenciaban sensiblemente en las costumbres culturales y religiosas de los pueblos. Con la expansión del cristianismo, en el intento de molificar la fe, se fueron estableciendo dogmas, entre ellos, el de la Resurrección. Jesús, como descendiente de una de las doce tribus de Judá, fue sepultado conforme a las tradiciones de la Ley Mosaica. La Iglesia proclamó como Dogma de fe que el Mesías resucitó en cuerpo y alma.

    Con excepción de los países orientales donde la práctica es normal, el rito de la cremación quedó olvidado hasta el año 1876, cuando en Washington, en los Estados Unidos, en el intento de verificar el proceso, fue establecido el primer horno crematorio de los días actuales, provocando polémicas y controversias, sobre todo de la Iglesia que se posicionó contra la destrucción voluntaria del cadáver.

    Sólo a partir de 1963, mediante la propagación del proceso en diversos países del planeta, el Vaticano a través del Papa Pablo VI presentó una apertura, pero no posicionándose claramente cuando se expresó que no prohibía la cremación, pero recomendaba a los cristianos la piadosa y tradicional costumbre de la sepultura. La Iglesia tuvo sus razones para defender la Inhumación. Aprobar plenamente la cremación sería negar el dogma de la resurección por ella establecido.

    En esa secuencia histórica se observa que en la cultura religiosa de todos los pueblos siempre flotó una nebulosa noción de espiritualidad y en ella la preocupación del hombre con su destino después de la muerte. Hasta que a mediados del siglo XIX, el francés Allan Kardec, codificador de la doctrina espírita, lanzó una nueva luz en los horizontes mentales del hombre cuando entreveía un mundo de inteligencias incorpóreas.

    Los espíritus son los seres inteligentes de la Creación que habitan ese mundo. Simples e ignorantes en su punto de partida, caminan para el progreso indefinido reencarnando sucesivamente. En la encarnación, la unión entre el periespíritu y el cuerpo es hecha a través de un cordón fluídico. Siendo la existencia terrena una fase temporal, después del cumplimiento de la misión moral, con la muerte del cuerpo físico, el espíritu vuelve a su lugar de origen conservando la individualidad.

    Los lazos que unen el espíritu al cuerpo se deshacen lentamente. De una forma general todos sienten esa transición que se convierte en un periodo de perturbaciones variando de acuerdo con el estadio evolutivo de cada uno. Para algunos se presenta como un bálsamo de liberación, en cuanto que para otros son momentos de terribles convulsiones. El desligamiento sólo ocurre cuando el lazo fluídico de unión se rompe definitivamente.

    Ante de la Nueva Revelación presentada por la doctrina de los espíritus y teniendo en consideración la perturbación que envuelve el periodo de transición, se preguntó: ¿incinerado el cuerpo cómo es la situación del espíritu? Consultado, el mundo espiritual se expresó así: “Es un proceso legítimo. Como espíritu y cuerpo físico estuvieron unidos mucho tiempo, permanecen hilos de sensibilidad que precisan ser respetados. Esas palabras revelan que aunque el cuerpo muerto no transmita ninguna sensación física al espíritu, sin embargo, la impresión de lo ocurrido es percibida por este, teniendo la posibilidad de surgir traumas psíquicos. Se recomienda a los adeptos de la doctrina espírita que desean optar por el proceso de incineración prolongue el acto en un tiempo de, al menos,  72 horas después de la desencarnación.

     Aunque la Inhumación continúe siendo el proceso más utilizado, la milenaria cremación, por mucho tiempo olvidada, volvió a ser practicada en los tiempos modernos. Este procedimiento se viene difundiendo ampliamente  en función de la falta de espacio en las grandes ciudades. Con el crecimiento de la población las áreas que antes eran destinadas para ser un cementerio se volvieron escasas.

     Adeptos de todas las sectas están optando por la operación de la incineración. Sus partidarios se fundan en diversas consideraciones. Para algunos está ligada a factores sanitarios, porque algunos cementerios pueden estar causando serio daño al medio ambiente y a la calidad de la vida de la población, en cuanto que para muchos usuarios de la cremación el proceso disminuye  los encargos básicos económicos, entre ellos, la manutención de la tumba.

    Según la Ley, la cremación sólo será efectuada después de pasar 24 horas, contadas a partir del fallecimiento y, que sean atendidas las exigencias prescritas. La prueba relativa a la manifestación del fallecido en ser incinerado debe estar expresada en una Declaración de documento público o particular.

    Kardec, el codificador dijo: “El hombre no tiene miedo de la muerte sino de la transición”.

    A la medida que hubiera madurez y comprensión para la extensión de la vida, el ser humano sabrá valorar cada momento de la vida terrena y dedicará al cuerpo el debido valor que él merece. A través de las experiencias del cuerpo, el espíritu se iluminará.  Se rescata el pasado, se vive el presente y se prepara el futuro. En la desencarnación es restituida la libertad relativa al espíritu en cuanto que el cuerpo permanece en la Tierra como también otros bienes materiales.

    El espíritu preexistente y sobreviviente al cuerpo. Tanto inhumación como cremación son formas de acomodar el cadáver. Expresan el libre albedrío de cada uno. Los procesos destruyen el cuerpo. Para optar por la cremación es necesario tener un cierto desapego a los lazos materiales e incluso con la inhumación, en el caso que el espíritu no estuviese debidamente preparado moralmente, menos dolorosa será la separación.


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      COMENTARIO AL ARTÍCULO ANTERIOR


                                   LA CREMACIÓN   

       Complemento al anterior artículo de Encarni,                         

                                                          


 Este es un tema controvertido que cada cual puede considerar de muy diversas formas.

  El artículo me parece muy bueno y solamente quisiera aportar algún dato o consideración sobre el mismo. Los que convencidos por el dogma religioso, consideran que la cremación es una falta de respeto al cuerpo, no deben haber visto jamás un cadáver en descomposición; es algo terrible e impresionante y precisamente por gratitud a este vehículo para la existencia humana como lo es el cuerpo físico, creo que es más adecuado evitarle ese asqueroso y terrible proceso. El fuego en su papel de agente purificador, no hace sino adelantar en pocas horas lo que la naturaleza dentro de la tumba tarda años en terminar con el mismo resultado de disgregar la materia carnal que se reintegra de nuevo en la Naturaleza de donde procede.

   Por otra parte, el dogma de la resurección de Jesús en cuerpo y alma, supone el pasar por alto que este resucitó en su cuerpo espiritual, no carnal. Prueba de ello es que como en numerosas ocasiones relatan los Evangelios, este se apareció varias veces a sus discípulos, unas veces materializado y otras no. Así por ejemplo, vemos que quienes le conocían muy bien en vida, no le conocieron cuando  después de encontrar su tumba vacía, hablaron con un joven extraño sobre este hecho, y no reconocieron en él a Jesús hasta que este no quiso ser reconocido al cambiar su aspecto aparente de joven extraño, por el tan conocido y familiar del amado Maestro resucitado. La materia no aparece o desaparece salvo por "arte de magia" en los trucos de mago prestidigitador; el cuerpo espiritual sí que puede hacerlo y así ha sucedido no solo con Jesús, sino en muchos otros casos documentados que  forman historia en las diversas religiones, en la Parapsicología por hombres de Ciencia y , por supuesto, dentro de la historia de los fenómenos espíritas.

   En conclusión, creo que en efecto, hay que dejar un prudencial tiempo al espíritu para que complete el proceso de desencarnación tras la muerte del cuerpo, y este tiempo, según la revelación espírita, es de tres días aproximadamente. Pero después, por higiene, por espacio, por salubridad para los vivos y sobre todo por agradecimiento a ese cuerpo que durante unos años fue nuestro vehículo en la Tierra, es más lógico hacer con él como dijo Budda en esta frase que se le atribuye: " Cuando el cuerpo queda frío y rígido como la madera, debe ser quemado como la madera".

   Un saludo a todos y mi felicitación  a la  autora del anterior artículo.

- José Luis Martín-

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                          EVOCACIONES

280. El grado de inferioridad o superioridad de los Espíritus, naturalmente, indica el tono que conviene tenerse con ellos. Es evidente que cuanto más elevados están, más derecho tienen a nuestro respecto, a nuestras consideraciones y a nuestra sumisión. No les debemos menos deferencia que cuando vivían y además por otros motivos: en la Tierra hubiéramos considerado su rango y su posición social; en el mundo de los Espíritus nuestro respeto sólo se dirige a la superioridad moral. Su misma elevación les pones sobre las puerilidades de nuestras formas aduladoras.  Por las palabras no es como podemos captar su benevolencia; es por la sinceridad de sentimientos. Sería, pues, ridículo, darles los títulos que nuestros usos consagran a la distinción de las clases y que, viviendo, podrían haber lisonjeado su vanidad; si realmente son superiores, no solamente no hacen caso de eso, sino que les disgusta. Un buen pensamiento les es más agradable que los honores más laudables; si fuese de otro modo no estarían más elevados que la Humanidad.  El Espíritu de un venerable eclesiástico que en la Tierra fue un príncipe de la Iglesia, hombre de bien, y que practicaba la ley de Jesús, respondió un día a uno que le evocaba, dándole el título de Monseñor: “Al menos deberías decir ex Monseñor, porque aquí no hay otro señor que Dios; debes saber que yo veo algunos aquí que en la Tierra se arrodillaban delante de mí y ante los cuales yo mismo me inclino ahora”.En cuanto a los Espíritus inferiores, su carácter nos traza el lenguaje que conviene tener con ellos.  En el número los hay que, aunque inofensivos y aun benévolos, son ligeros, ignorantes y atolondrados; tratarles del mismo modo que a los Espíritus formales, como lo hacen ciertas personas, sería lo mismo que si nos inclináramos delante de un aprendiz o de un asno cubierto con el birrete de doctor. En tono familiar es el más adecuado para ellos, y no se formalizan por esto; al contrario, se prestan a ello con gusto.  Entre los Espíritus inferiores los hay que son infelices. Cualesquiera que puedan ser las faltas que expían, sus sufrimientos son títulos tanto más grandes para nuestra conmiseración, pues ninguna persona puede vanagloriarse de evadirse de esta palabra de Jesús: “Que el que esté sin pecado le lance la primera piedra”.La benevolencia que les manifestamos es un consuelo para ellos; a falta de simpatía, deben encontrar la indulgencia que quisiéramos que se tuviera por nosotros. Los Espíritus que revelan su inferioridad por el cinismo de su lenguaje, sus mentiras, la bajeza de sus sentimientos, la perfidia de sus consejos, seguramente son menos dignos de nuestro interés que aquellos cuyas palabras manifiestan su arrepentimiento; al menos les debemos la piedad que concedemos a los más grandes criminales, y el medio de reducirlas al silencio es el de manifestarse superior a ellos. No se dedican sino a la persona que ellos creen que nada tienen que temer; porque los Espíritus perversos reconocen a sus señores en los hombres de bien como en los Espíritus superiores.  En resumen, sería tanta irreverencia el tratar de igual a igual a los Espíritus superiores, como ridículo el tener una misma deferencia para todos sin excepción. Tengamos veneración para los que lo merecen, reconocimiento para los que nos protegen y nos asisten; para todos los otros una benevolencia de la cual necesitaremos, puede ser, nosotros mismos un día. Penetrando en el mundo incorpóreo, aprendemos el modo de conocerle, y este conocimiento debe arreglar nuestras relaciones con aquellos que lo habitan. Los antiguos, en su ignorancia, les levantaron altares; para nosotros sólo son criaturas más o menos perfectas y no elevamos altares sino a Dios.


Texto sacado de
“EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS” (CAPÍTULO XXV - DE LAS EVOCACIONES)

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                            ESCLAVITUD: LOS VICIOS



Una de las cegueras del alma más evidentes y que precipitan al ser humano hacia el abismo de su propia autodestrucción son los vicios y las pasiones desordenadas.

Sin duda, la primera de las consecuencias que los vicios y pasiones generan en el alma humana es la “esclavitud” que se produce mediante el mecanismo mental y emocional que nos encadena a estas taras morales por las que algunos pasamos, antes o después.

Darse cuenta de la dependencia que estas actitudes malsanas suponen para nuestra alma y nuestro cuerpo son precisamente las primeras luces de claridad que penetran en nuestra mente para luchar contra estas lacras que, sin querer, alimentamos por repetición y automatismos a causa de nuestras taras morales arrastradas desde tiempos pretéritos.

Pero darse cuenta no es superarlas ni erradicarlas de nuestra conducta. Un gran psicoterapeuta lo resumía de esta forma: “No podemos cambiar nada sin antes comprender”. “Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”.

La mayoría de las veces no es suficiente saber que estamos esclavizados a nuestros vicios y pasiones, es preciso aceptar que los tenemos. Sólo así nos hacemos verdaderamente conscientes de los mismos y podemos comenzar a luchar por transformarlos.

Es preciso cambiarlos aprendiendo cómo se manifiestan, cómo nos dominan, conociéndolos y no reprimiéndolos. Se trata de aprender, no de reprimir. Para iluminar nuestra conciencia y despejar la ceguera que los vicios nos producen necesitamos hacer, conscientes, esta oscuridad, para, una vez conocida, transformarla y dominarla con nuestra voluntad de cambio, el libre albedrío y la capacidad de decidir por nosotros mismos qué queremos para nuestra vida.

Sin duda, los perjuicios que los vicios son capaces de generar en el alma humana son enormes. No sólo es la libertad perdida al abandonarnos a ellos, sin capacidad de domeñarlos mediante la fuerza de nuestra voluntad, sino el daño que indirectamente llevamos a nuestra vida y a la vida de los demás.

Este daño comienza por nuestro propio equilibrio mental-emocional, que se ve perturbado por esta ceguera del alma que nos induce una y otra vez al dominio del vicio esclavizador, aunque para ello no dudemos en traspasar las líneas de la libertad, el respeto o el afecto de los demás. Todo es válido con tal de satisfacer la adicción mental-emocional que el vicio nos impone.

Es una auténtica oscuridad la que envuelve nuestra alma en estos periodos de dependencia que somos incapaces de evitar en muchas ocasiones. Sólo un tratamiento profesional adecuado, seguido de un cambio de conducta en la comprensión de las leyes superiores de la vida, nos hará ver la necesidad de salir del egoísmo compulsivo al que los vicios nos condenan.

Hay muchos tipos de vicios; no sólo materiales como las drogas, el alcoholismo, la lujuria, la gula, etc., existen otros vicios de tipo moral, fuertemente enraizados en el alma humana, como el ansia de poder, la pulsión del orgullo exacerbado, la arrogancia permanente de la soberbia que nos hace creernos superiores a los demás, la tendencia a imponer a los demás nuestras formas de ser y de pensar, etc.

Cuando estas actitudes se siembran en nuestro interior y arraigan fuertemente, el sufrimiento que causamos y que posteriormente la ley de causa y efecto nos devolverá proporcionalmente nos colocará frente al espejo de nuestra negligencia, de nuestra falta de control, de nuestra incapacidad de amar y de comprender a los demás.

La oscuridad que esta ceguera espiritual de los vicios lleva al alma humana trasciende el plano físico, condicionando actitudes, tendencias, formas de pensar y sentir que no acaban con la muerte del cuerpo físico, sino que continúan -más vivas si cabe- en el otro lado de la vida.

Es allí cuando nos damos cuenta del auténtico drama que los vicios nos suponen, pues seguimos pensando y sintiendo igual que cuando estábamos en la Tierra con cuerpo físico; pero allí ya no tenemos un cuerpo con el que satisfacer esos vicios que nos condenaron a una vida indigna y frustrante. Y entonces comprobamos que el sufrimiento que sentimos no puede verse satisfecho al no tener el vehículo físico que nos ayude a satisfacerlo.

Nuestra mente -poderoso imán que nos dirige también en el plano del espíritu- necesita de alguna manera satisfacer esas tendencias viciosas que no hemos sabido erradicar,  y por ello nos acercamos a aquellos que -aún con cuerpo físico- tienen tendencias similares a nosotros, vicios parecidos a los que teníamos cuando estábamos en la Tierra.

El motivo de este acercamiento no es otro que intentar satisfacer las fuertes necesidades que el vicio nos impone, y que sin cuerpo no podemos en absoluto cumplimentar. Si fuimos alcohólicos, nos acercaremos a personas y ambientes donde se respiren estas tendencias con el fin de aspirar, de alguna forma, el éter que el alcohol desprende, conectando así con las mentes de aquellos que piensan y sienten como nosotros, alimentándonos de sus propios pensamientos y emociones.

En una palabra, comportándonos como auténticos parásitos de aquellos que, como nosotros, se encuentran esclavizados todavía a los vicios compartidos. Es difícil superar esta ceguera que nuestra mente, nuestras emociones desordenadas y nuestras tendencias perturbadas nos imponen.

No obstante, el sufrimiento siempre nos hace despertar a la realidad del cambio necesario para transformar la vida esclavizada en una vida de libertad. Una vida donde podamos dirigir conscientemente nuestros actos, respetándonos en primer lugar a nosotros mismos, para no comprometer nuestro futuro en una plaga de desdichas como consecuencia de la escasa vigilancia y control de la voluntad propia.

 Benet de Canfield

Amor, Paz y Caridad

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