sábado, 7 de marzo de 2020

A tener en cuenta

   INQUIETUDES ESPÍRITAS
1.- La mujer más venerada
2.- En el desarrollo de la empatía
3.- La Caridad
4.- A tener en cuenta
5.-¡ Chico, asesinaron a Margarette, mi hija de cinco años!








                                   
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La mujer más venerada

Una de las más bellas descripciones de la interferencia de los Mensajeros Celestiales, sea tal vez la conocida como la Anunciación. Según el Evangelista Lucas, al entrar el ángel donde estaba la joven María, dijo: Salve, llena de gracia. El Señor está contigo. Y le dice que ella concebirá y dará a luz un hijo, que se llamará Jesús. Predice que Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo y que su reino no tendrá fin.

María establece con él un diálogo, disipando sus dudas respecto a cómo todo eso habría de suceder. Al final, ella era conocedora de las profecías respecto del Mesías. De entre los cuatro Evangelistas, solamente Lucas, el redactor del tercer Evangelio, describe detalles no encontrados en los demás. Eso porque, siguiendo las orientaciones y los deseos de Pablo de Tarso, su Evangelio fue escrito a partir de muchas entrevistas con los que vivieron y convivieron con Jesús. Naturalmente, María, Su madre, fue la primera entrevistada. Justamente por esta razón, es que solamente él destaca su canto de gratitud y alabanza al Señor de la Vida, el Magníficat: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, y se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque ha puesto Sus ojos en la humildad de Su sierva. Y entendiendo exactamente el alcance de la misión que le competía, y del Ser a quien ella ofrecería un cuerpo, completa: Por esto, desde ahora, todas las generaciones me llamarán bienaventurada".

¡ Que extraordinario alcance de visión de esta mujer !. Estaba absolutamente en lo cierto. Desde los tiempos apostólicos, tras la muerte del Hijo, residiendo con Juan, el Evangelista, en Éfeso, ella pasaría a ser buscada por muchos. Eran personas que deseaban apaciguar la nostalgia del que se había ido, oyendo los relatos de quien con Él había convivido tantos años, Le había abrigado, alimentado, sustentado. Otros solo deseaban besarle las manos, llamándole Madre Santísima. De todas las grandes mujeres, seguramente ninguna fue y es tan exaltada en su papel de madre como María de Nazaret. Las canciones se multiplican en el mundo llamándola Bienaventurada, Santa Madre.

¡Cuántas alabanzas se elevan a esta mujer, que se empequeñeció en la grandeza de su misión!

¡Cuántas miles de voces ya no se han unido para alabarla como la bendita de entre todas las mujeres, año tras año, en celebraciones en los grandes teatros, en templos o en espectáculos al aire libre!

Son tenores, sopranos, coros, voces infantiles, juveniles.

¡Cuántos poetas le han dedicado versos, tejiéndole poemas! Cuántos pintores la han retratado, idealizando la gruta en la que buscó abrigo, en Belén; su viaje a Egipto; las alegrías celestes de tener el Hijo en sus brazos, viéndole crecer en la calidez doméstica.

Su propio dolor, al recibir al Hijo muerto, retirado de la cruz, fue inmortalizado en grabados, cuadros.  Y en el mármol, en la más perfecta idealización de Miguel Ángel.

Los siglos se suman, pero la Madre de Jesús, que se tornó madre de toda la Humanidad, sigue siendo enaltecida.

La Bienaventurada. La más extraordinaria de las madres. Madre de todas las madres. Nuestra madre, María de Nazaret.

 Redacción  del Momento Espírita, con transcripción  del Evangelio de Lucas, cap. 1, versículos 46 a 48.


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                 EN EL DESARROLLO DE LA                              EMPATÍA


    La empatía es la capacidad que conduce al indivíduo a ponerse en el lugar del otro, a percibir qué le sucede por las vías de la sensibilidad. Es sentir lo que otro siente por canales -no verbales. El psicólogo Danie Coleman manifiesta que los canales no verbales son los conductores de las emociones y por esos caminos transitan los mensajes empáticos. Es común, por ejemplo, que alguien acepte de otra persona el tono de la voz, la irritación o sus expresiones de paz, más que las palabras que pronuncia. Por lo tanto se percibe la exteriorización de lo que en realidad está en el interior del otro y no solamente sus palabras. La empatía es eso: sentir lo que el otro siente.
     En investigaciones realizadas con bebés se verificó que desde el día mismo en que nacen les perturba el llanto de otros bebés . Experimentan una cierta angustia solidaria con el sufrimiento de los demás bebés. Trabajos de mayor profundidad demostraron que los fetos presentan ya  una sensibilidad empática en relación con las emociones de las madres. La sensibilidad empática procede del alma: ella es la que establece las conexiones mentales con el otro.
     La palabra empatía es el resultado de dos expresiones. La primera surgió en la década de los viente, a iniciativa de E.B. Tuchener, con el sentido de mímica motora (alguien produce el mismo gesto de otro), y la segunda viene del griego empatheia, con el significado de penetrar en el sentimiento.
    
Desarrollo de la empatía.-  Puesto que la empatía conduce a la persona a un estado de solidaridad y esta virtud es la vía para extirpar el egoísmo, nos interesa desarrollarla de la mejor manera posible. Veamos seguidamente algunos pasos:

- La base de la empatía es la autoconciencia, el conocimiento de nuestras propias emociones nos ayudará a que percibamos las emociones y los sentimientos de los otros.

- Observa a los demás con ojos de bondad. Acompaña sus gestos, su voz y sus expresiones corporales con pensamientos de bondad.

- Intenta entender el por qué de los actos del otro; ellos reflejan su situación interior. ¿Cómo obrarías tú en su lugar?. Trata de meterte dentro de su piel.

- Demuestra interés y amistad. Sus acciones esconden muchas veces las preocupaciones internas.

- Trata de adquirir el hábito de observar con los ojos del alma, para que puedas mirar lo que siente el alma del otro.

- Jasón de Camargo-

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                                                                       LA CARIDAD
    Por el Espíritu san Vicente de Paúl,  (Sociedad de Estudios Espíritas, sesión del 8 de junio de 1858.)

 " Sed buenos y caritativos, he aquí la llave de los Cielos que tenéis en vuestra mano; toda la felicidad eterna está contenida en esta máxima: Amaos los unos a los otros. El alma sólo puede elevarse a las regiones espirituales por medio de su consagración al prójimo; únicamente encuentra dicha y consuelo en los impulsos de la caridad; sed buenos, sostened a vuestros hermanos, dejad a un lado la horrible plaga del egoísmo; ese deber cumplido os abrirá el camino de la felicidad eterna.

Por otra parte, ¿quién de vosotros no ha sentido a su corazón salir del pecho y a su alegría interior expandirse, al saber de la acción de una obra caritativa? No deberíais pensar sino en esa especie de deleite que proporciona una buena acción, y con esto estaríais siempre en el camino del progreso espiritual.

Los ejemplos no os faltan; lo que es raro es la buena voluntad. Observad a la multitud de hombres de bien, cuya piadosa memoria os recuerda vuestra Historia. Yo os citaría a los millares, aquellos cuya moral tenía sólo por objetivo el mejoramiento de vuestro globo. ¿No os ha dicho el Cristo todo lo que concierne a esas virtudes de caridad y de amor? ¿Por qué se ha dejado a un lado sus divinas enseñanzas? ¿Por qué se hace oídos sordos a sus divinas palabras y se cierra el corazón a todas sus dulces máximas? Quisiera yo que la lectura del Evangelio fuese hecha con más interés personal; se abandona ese libro, haciendo de él una palabra vacía, una letra muerta: se echa al olvido ese código admirable, y vuestros males provienen del abandono voluntario que se hace de ese resumen de las leyes divinas. Por lo tanto, leed esas páginas de fuego del sacrificio de Jesús, y meditadlas. Yo mismo me siento avergonzado de osar prometeros un trabajo sobre la caridad, cuando pienso que en ese libro encontraréis todas las enseñanzas que deben conduciros de la mano a las regiones celestiales.

Hombres fuertes, ceñíos; hombres débiles, haced valer vuestra dulzura y vuestra fe; tened más persuasión, más constancia en la propagación de vuestra nueva doctrina; sólo hemos venido a daros aliento para estimular vuestro celo y vuestras virtudes: es para esto que Dios nos permite que nos manifestemos a vosotros; pero si lo quisierais, os bastaría con la ayuda de Dios y con la de vuestra propia voluntad; las manifestaciones espíritas no han sido hechas sino para los que tienen los ojos cerrados y los corazones indóciles. Entre vosotros existen hombres que han de cumplir misiones de amor y de caridad; escuchadlos, exaltad sus voces; haced resplandecer sus méritos y vos mismo seréis exaltado por el desinterés y por la fe viva de la que estáis penetrado.

Los avisos detallados serían muy extensos para dar sobre la necesidad de ensanchar el círculo de la caridad y de hacer participar del mismo a todos los desdichados, cuyas miserias son ignoradas, a todos los dolores que debemos ir a buscar en sus propios ambientes para ser consolados en nombre de esta divina virtud: la caridad. Observo con felicidad que hombres eminentes y poderosos ayudan a ese progreso que debe unir entre sí a todas las clases humanas: los dichosos y los desdichados. ¡Qué cosa extraña! Todos los desdichados se dan las manos y se ayudan los unos a los otros en su miseria. ¿Por qué los dichosos son los que tardan más en escuchar la voz del desdichado? ¿Por qué es preciso que sea una mano poderosa y terrestre la que dé el impulso a las misiones caritativas? ¿Por qué no se responde con más ardor a esos llamados? ¿Por qué se deja que las miserias manchen, como por placer, el cuadro de la Humanidad?

La caridad es la virtud fundamental que debe sostener todo el edificio de las virtudes terrestres; sin ella, las otras no existirían. Sin caridad no hay fe ni esperanza, porque sin caridad no hay esperanza en un futuro mejor, ni hay interés moral que nos guíe. Sin caridad no hay fe, porque la fe es un rayo puro que hace brillar a un alma caritativa; es su consecuencia decisiva. Cuando dejéis a vuestro corazón abrirse al ruego del primer desdichado que os tienda la mano; cuando le deis sin preguntar si su miseria es fingida o si su mal tiene un vicio como causa; cuando dejéis toda la justicia en las manos divinas; cuando dejéis el castigo de las miserias mentirosas al Creador; en fin, cuando hagáis la caridad tan sólo por la felicidad que ella proporciona y sin indagar su utilidad, entonces seréis hijos amados de Dios, y Él os llamará a sí.

La caridad es el áncora eterna de la salvación en todos los globos: es la más pura emanación del propio Creador; es su propia virtud, que Él da a la criatura. ¿Cómo es posible desconocer esta suprema bondad? Con este pensamiento, ¿qué corazón sería tan perverso como para rechazar y expulsar ese sentimiento completamente divino? ¿Qué hijo sería lo bastante malo como para sublevarse contra esta suave caricia: la caridad?

No me atrevo a hablar de lo que he hecho, porque los Espíritus también tienen el pudor de sus obras; pero creo que la obra que he comenzado es una de las que deben contribuir más al alivio de vuestros semejantes. Frecuentemente veo a Espíritus que piden como misión continuar mi obra; veo a mis buenas y queridas hermanas en su piadoso y divino ministerio; las veo practicar la virtud que os recomiendo, con toda la alegría que proporciona esa existencia de abnegación y sacrificios; es una gran felicidad para mí el ver cuán honrado es su carácter, cuán amada y tiernamente protegida es su misión. Hombres de bien, de buena y fuerte voluntad: uníos para continuar con grandeza la obra de propagación de la caridad; encontraréis la recompensa de esta virtud en su propio ejercicio; no existe júbilo espiritual que ella no proporcione, ya desde la vida presente. Sed unidos; amaos los unos a los otros según los preceptos del Cristo. Así sea."

Agradecemos a san Vicente de Paúl por la bella y buena comunicación que ha tenido a bien darnos.
– Resp. Gustaría que fuese provechosa para todos.

¿Podríais permitirnos algunas preguntas complementarias con respecto a lo que acabáis de decirnos?
– Resp. Lo consiento; mi objetivo es el de esclareceros; preguntad lo que deseáis.

1. La caridad puede entenderse de dos maneras: la limosna propiamente dicha y el amor a los semejantes. Cuando nos habéis dicho que era preciso dejar al corazón abrirse al ruego del desdichado que nos tiende la mano, sin preguntarle si su miseria es fingida, ¿habéis querido hablar de la caridad desde el punto de vista de la limosna?
– Resp. Sí, solamente en ese párrafo.

2. Nos habéis dicho que era preciso dejar a la justicia de Dios la apreciación de la miseria fingida; sin embargo, nos parece que dar sin discernimiento a personas que no tienen necesidad o que podrían ganarse la vida con un trabajo honesto, es estimular el vicio y la pereza. Si los perezosos encontrasen muy fácilmente la bolsa de los otros abierta, se multiplicarían al infinito, en detrimento de los verdaderos desdichados.
– Resp. Podéis discernir los que pueden trabajar, y entonces la caridad os obliga a hacer todo para proporcionarles trabajo; pero también hay pobres mentirosos que saben simular hábilmente las miserias que no pasan; es para éstos que es preciso dejar a Dios toda la justicia.

3. Aquel que sólo puede dar una moneda y que tiene que elegir entre dos desdichados que le piden, ¿no tiene razón en indagar quién es el que realmente tiene más necesidad, o debe dar sin examen al primero que llega?
– Resp. Debe dar a aquel que parezca sufrir más.

4. ¿Puede considerarse también como haciendo parte de la caridad la manera de hacerla?
– Resp. Es sobre todo en la manera de hacerla que la caridad es verdaderamente meritoria; la bondad es siempre el indicio de una bella alma.

5. ¿Qué tipo de mérito otorgáis a los que son llamados benefactores rudos?
– Resp. No hacen el bien sino por la mitad. Sus beneficios son recibidos, pero no conmueven.

6. Jesús ha dicho: «Que vuestra mano izquierda no sepa lo que da vuestra derecha». Aquellos que dan por ostentación, ¿tienen alguna especie de mérito?
– Resp. No tienen sino el mérito del orgullo, por el cual serán punidos.

7. La caridad cristiana, en su más amplia acepción, ¿no abarca también la dulzura, la benevolencia y la indulgencia para con las debilidades ajenas?
– Resp. Imitad a Jesús; Él os ha dicho todo esto; escuchadlo más que nunca.

8. ¿Es bien entendida la caridad cuando es exclusiva entre las personas de una misma opinión o de un mismo partido?
– Resp. No; es sobre todo el espíritu de secta y de partido que es preciso abolir, porque todos los hombres son hermanos. Es sobre esta cuestión que concentramos nuestros esfuerzos.

9. Supongamos que un individuo ve a dos hombres en peligro y que sólo pueda salvar a uno, pero uno es su amigo y otro su enemigo; ¿a cuál de los dos debe salvar?
– Resp. Debe salvar a su amigo, porque este amigo podría reclamar de aquel que decía amarlo; en cuanto al otro, Dios se encargará de él.

Allan Kardec
Revista Espirita 1858


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                A TENER EN CUENTA

La revuelta constante genera desequilibrios en la mente, en el cuerpo y en el alma. No es el cuerpo el que es débil, sino el Espíritu que permanece rebelde. Controla tus energías, no dejando que ellas te desconcierten. La revuelta intoxica y expele venenos que a todos desagradan. La persona revuelta no inspira amistad, ni siquiera compasión. Ten calma siempre. Lo que ahora no se resuelva está a camino de solucionarse.
- Grupo Evangelio de Kardec-

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¡ CHICO, ASESINARON A MARGARETTE, MI HIJA DE 5 AÑOS!
      El médium bahiano Divaldo Pereira Franco, cuenta una emocionante historia en una de sus conferencias. Cierto día, un matrimonio lo buscó para contar un triste episodio de sus vidas. La esposa le contó:
“Éramos felices con nuestros seis hijos. Entre ellos nuestra pequeña de cinco años que se llamaba Margarette. Hasta que un día, un tercer personaje apareció en nuestras vidas. Mi marido, un hombre siempre bueno, atento, excelente padre, no reaccionó a las circunstancias y, lentamente, cambió nuestro hogar por otro. Empezó a visitar a esa criatura, a disminuir la constancia hacia nosotros, mientras aumentaba su presencia junto a ella. Dejó de venir a casa. Pasó a estar con nosotros periódicamente. Nuestra Margarette, a quien él tanto amaba, empezó a marchitarse como una flor de invernadero que perdiera la vitalidad. Pasó un año terrible. Iniciamos el proceso de separación para el futuro divorcio. Yo intentaba evitar el asunto. Pero Margarette lloraba y no decía nada. Cuando él llegaba, le cogía las pequeñas manos y le decía:
“Querida, cuando crezcas, cuando comprendas al mundo y sepas todas las cosas duras de la vida, si no puedes perdonar alguna cosa mala, al menos discúlpala, ¿de acuerdo? ¿Me lo prometes?”
“Lo prometo, papá.”
   Ella no se cansaba de implorar que él volviera a dormir a casa. En el tormento en que se debatía en los conflictos de conciencia, mi esposo inició el retorno. Venía los sábados y se iba los domingos por la tarde. Después aparecía a media semana. Empezó a dormir y a comer en casa. Hizo el viaje de regreso, el retorno al hogar. Hasta que me pidió perdón y permiso para volver. Yo acepté. Cuando todo parecía volver a la normalidad, nuestra Margarette, desapareció a la salida de la escuela. Ninguna noticia. Recorrimos la ciudad como locos. Urgencias, hospitales, morgues, caminos, nada... Días después, unos niños encontraron el cuerpo de nuestra hija Margarette en unos matojos. Despedazado, en putrefacción. La policía inició una investigación. ¿Quién podía ser? De sospecha en sospecha se llegó a la antigua compañera de mi marido. Llevada a un interrogatorio severo, confesó:
“¡La maté! La mataría otra vez, mil veces, porque ella me hizo desgraciada. Me quitó al hombre a quien amaba. Para vengarme, la rapté y la maté, para que no hiciera eso nunca más a nadie.”
Enloquecido y desesperado, mi marido quería ir a la cárcel a cortar las manos de la criminal y después matarse… Fue en ese estado de odio, que oímos hablar de un hombre bueno como el agua fresca de la fuente: Francisco Cándido Xavier. Fuimos a su encuentro, y cuando él pasó cerca de nosotros, grité:
“¡Chico, mataron a mi hija!”
Él pasó la mano por mi cabeza y dijo:
“Querida, nadie mata a nadie. Su hijita vive. Nuestra Margarette está aquí. Fue traída por la abuelita. Cálmese. ¿No confía en Dios?”
Me senté. En la madrugada del sábado, nos llamaron por mi nombre y por el de mi marido. Era un mensaje de nuestra hija Margarette. No sé hasta hoy lo que sentí. El mensaje decía:
“¡Mamá, mi querido papá! ¡Vine, para deciros que estoy viva! Si alguien pensó en lastimarme, no lo consiguió, papá. No sé explicaros como ocurrió todo. Me acuerdo que salía de la guardería, cuando una persona me llamó. Me cogió y me hizo entrar en el coche. Yo no sé lo que ocurrió, pero nadie me hizo daño. No estés triste, papá. No sentí nada. Sólo añoranza. Me dormí. Si cortaron mi cuerpo, no lo vi. Lo supe después. Si fue despedazado, tampoco lo vi. Me dormí y cuando desperté la abuela Felicidad me acariciaba, pidiendo que despertara. Pregunté qué hacía allí, y pregunté por vosotros. Ella me contó que por el momento no podría veros, porque todavía estaba en un hospital recibiendo tratamiento. Lloré mucho por echaros mucho de menos (y dijo el nombre de sus hermanos). En aquel momento, entró una chica guapa, bien vestida, parecía una profesora, que se presentó diciendo ser la tía Lidia, su hermana mamá, diciendo estar allí para sustituirla. Fue entonces que ella me contó que estaba muerta y yo también. Después me pidió que me durmiera. Volví a dormirme. Cuando desperté, la tía y la abuela me dijeron que estabais sufriendo mucho. Pedí para veros, para abrazaros y te vi a ti con odio, papá. Papaíto, ¿te acuerdas de lo que me decías? – “Si no puedes perdonar, por lo menos disculpa”. Papá, ¡disculpa” nadie nos hizo ningún daño. Tenía que volver hacia aquí y volví. Pero nunca, nunca más nos separaremos. La abuela me está diciendo que debemos perdonar, y si no podemos, tenemos el deber de disculpar. Volveré otro día, papá, ¡hasta pronto! Querida mamá, tú que eres madre, me comprendes mejor, por lo tanto, ¡perdona! Os besa la siempre vuestra, Margarette.”
Usted debe imaginar lo que sentimos… nos dimos las manos. Volvimos a casa. Todavía es difícil perdonar, pero por lo menos, todos intentamos disculpar…”
Dice Jesús: “Si perdonáis a los hombres las faltas que cometieron contra vosotros, también vuestro Padre celestial os perdonará los pecados; pero, si no perdonáis a los hombres cuando os hayan ofendido, vuestro Padre celestial tampoco os perdonará los pecados.” (Mateo, VI-14-15)
Traducción: Johnny M. Moix

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