viernes, 1 de septiembre de 2017

Nuestros orígenes





Artículos presentados para este día:


- La realidad espiritual del hombre
-¿Todos los mundos espirituales son iguales?
- Proceso evolutivo del Espíritu
- Nuestros orígenes


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La Realidad Espiritual del Hombre

El proceso de la vida es tan complejo, que el hombre siempre se ha apegado al concepto negativo de la muerte como frustración de todas las posibilidades humanas. De ahí, la famosa frase de Sartre que se propagó por toda la cultura moderna: “El hombre es una pasión inútil”.
Ante lo inevitable de la muerte, el hombre actual no ha podido salir de la corta visión de considerarla como pura y simple destrucción. Y ello, a pesar de las innumerables concepciones que desde la antigüedad más remota han ido configurando el pensamiento humano. Sin embargo, las investigaciones científicas respecto a la naturaleza humana, particularmente en el campo de los fenómenos paranormales, han aportado las pruebas irrefutables de la supervivencia del hombre después de la muerte. Esa supervivencia implica la existencia de planos espirituales, de hipóstasis, donde la vida humana continúa, como ya consideró Plotino en su teoría de las almas viajeras. Hoy con los avances de distintas ciencias, en especial la física y la biología, se está rasgando el velo que nos impide observar de manera clara y distinta la realidad que nos constituye y nos circunda. La existencia de las hipóstasis ya no es una especulación filosófica, sino una verdad comprobada. El cuerpo espiritual del hombre, el periespíritu, según Allan Kardec, ha sido tecnológicamente demostrado. Por consiguiente, los muertos ya no pueden ser considerados muertos. Ha sido declarado categóricamente que el hombre es inmortal. Lo que muere es sólo el cuerpo carnal, el cuerpo físico. Por otra parte, desde el punto de vista del pensamiento, ya sería un absurdo pensar que en un Universo en que nada se pierde pues, como enseña la física, todo se transforma, el hombre fuese la única excepción.
Cuando nos sorprende el fenómeno biológico de la muerte nos trasferimos a otros planos de materia más sutil y rarefacta, donde continuamos viviendo con más libertad y posibilidades de realización. Si el Espíritu encarnado, es decir, todos nosotros, actuando en el fondo de un océano de aire pesado logra realizar tantas cosas, ¿por qué dejaría de actuar con más provecho y visión elevada en un plano donde todo confluye a su favor? Se engañan quienes piensan en los muertos como muertos. Ellos están más vivos que nosotros, poseen una visión más penetrante que la nuestra. Son seres más definidos que nosotros y pueden vernos, visitarnos y comunicarse con nosotros con toda naturalidad. Es preciso saber, entonces, que los hombres son Espíritus y los Espíritus no son otra cosa que hombres liberados de las imposiciones de la materia, los mal llamados muertos. Tenemos que pensar en ellos como seres vivos y actuantes, como realmente son. Ellos se angustian con nuestras tristezas y se sienten felices con nuestras alegrías. No quieren que pensemos en ellos con aflicción, porque eso los entristece. Se hallan en un mundo en que las vibraciones mentales son fácilmente perceptibles y desean que los ayudemos con pensamientos de confianza y alegría.
Desde el hombre primitivo, los muertos se comunican con los vivos y estos tratan de instruirse con aquellos. El intercambio es normal entre los dos mundos y siempre ha existido. De ello da cuenta una vastísima literatura producida por los sabios antiguos y modernos que estudiaron el problema y confirmaron la supervivencia. Pero, en la medida en que los métodos científicos se perfeccionaron, en la batalla de las ciencias contra las supersticiones del pasado milenario, la misma aceptación general de esa verdad originó mayores sospechas en el medio científico. Las propias religiones, parasitarias de aquella concepción negativa de la muerte, provocaron mayores inconvenientes para la comprensión del problema. Aún hoy, después de pruebas exhaustivas, confirmadas miles de veces por los más respetables investigadores, nuestra cultura rechaza presuntuosamente la flagrante realidad de todos los tiempos, como si ella no pasase de suposiciones inverosímiles.
¿Cuál es la razón de esa actitud irracional ante un problema tan grave: el de mayor importancia para la adecuación del pensamiento a la realidad, objetivo supremo de la filosofía? Es la “alergia al futuro” declarada por Remy Chauvin, director del Instituto de Altos Estudios de París, que tiene su origen histórico en el período inquisitorial. Esa influencia caló en el medio científico y en las ideologías materialistas como el positivismo, el pragmatismo y el marxismo. La prueba científica de la existencia del periespíritu, llamado por los investigadores soviéticos de la Universidad de Kirov (la más importante de Rusia) cuerpo bioplasmático, fue sencillamente asfixiada por el poder estatal. En los Estado Unidos no se intentó realizar las experimentaciones de Kirov porque el descubrimiento del cuerpo bioplasmático hiere los intereses teológicos de las iglesias cristianas. La religiosidad fideísta (creer en que a Dios no se puede llegar por la razón, sino sólo por la fe) de las iglesias junto al materialismo socio-político impide nuevamente el desarrollo de la ciencia, catapultando al ostracismo el sentimiento innato de la inmortalidad del Espíritu.
Pero la invasión de los “muertos” se hizo sentir en América y Europa. Los Espíritus contrarrestaron con sus apariciones la “herejía” de las investigaciones científicas. Fue cuando Allan Kardec –pseudónimo del emérito pensador y pedagogo francés Hippolyte Léon Denizard Rivail, discípulo de Pestalozzi- sacudió los nuevos tiempos con la publicación de El Libro de los Espíritus, proclamando el restablecimiento de la verdad espiritual contra la devastación teológica. Según Kant, el filósofo de la razón por excelencia, al hombre le era impedido penetrar en los problemas metafísicos. Pero Kardec respondía con los hechos ante una avalancha de contradictores. Enseñaba sin cesar que los fenómenos mediúmnicos eran hechos, realidades palpables y no ensimismamientos imaginarios. El sabio inglés William Crookes, convocado a combatirlo, tuvo que confirmar la realidad del descubrimiento kardecista, después de estudiar durante tres años tales fenómenos. Zöllner hizo lo mismo en Alemania, confirmando las manifestaciones espírita, así como Ochorowicz en Varsovia. El siglo XIX –como diría más tarde Léon Denis- tenía la misión de restablecer científicamente la concepción espiritual del hombre. El movimiento Neoespiritualista invadió con fuerza Inglaterra y los Estados Unidos. Lombroso, el psiquiatra y antropólogo criminalista, se levantó irascible, en Italia, contra esa resurrección amenazadora de las antiguas supersticiones. Pero el profesor Chiaia, de Milán, lo desafió con las experiencias de la famosa médium Eusapia Paladino. Lombroso aceptó el desafío y tuvo la satisfacción de recibir en sus brazos a su propia madre, mediante un fenómeno de materialización realizado en una sesión mediúmnica. Charles Richet, en Francia, funda la Metapsíquica. Era el mayor fisiólogo del siglo, premio Nobel en medicina en 1913 y director de la Facultad de Medicina de París. Kardec ya no estaba solo. Numerosos científicos e intelectuales lo apoyaban, aunque quisieran desnaturalizar su fundamentación. No fue el caso de Conan Doyle, médico y escritor de renombre (creador del personaje Sherlock Holmes), que se convirtió en un apasionado propagador del Espiritismo. Víctor Hugo se pronunció a favor de la nueva doctrina. Estaba cumplida la misión del siglo XIX: el establecimiento de la era del Espíritu.
Tras la muerte de Richet, la prensa mundial prejuzgó que la Metapsíquica estaba muerta y había sido enterrada con él. Pero no sabían que cinco años antes, en 1930, Rhine y McDougall habían reiniciado las investigaciones metapsíquicas, en la Universidad de Duke, con la denominación de parapsicología. En 1940 el profesor Rhine anunciaba la comprobación científica de la telepatía, seguida de las demostraciones de otros fenómenos. Declaró posteriormente la existencia de un componente extra-físico en el hombre, con el beneplácito de investigadores de la Universidad de Londres, Oxford y Cambridge. Siguiendo el esquema de las investigaciones de Kardec, pero ahora enriquecido con los nuevos métodos y el auxilio del avance tecnológico, hizo esta proclamación: “La mente no es física, pues por medios no físicos actúa sobre la materia. El cerebro es simplemente el instrumento de manifestación de la mente en el plano físico”. Eso equivale a decir que el hombre es Espíritu y no sólo un organismo biológico. Posteriormente a las demostraciones de la tesis de Kardec, siguieron las experiencias parapsicológicas. Uno a uno, los fenómenos investigados por Kardec fueron repetidos por aquellas. Surgió, entonces, la investigación más compleja y peligrosa: la de los llamados fenómenos theta, referentes a las manifestaciones de los Espíritus de los muertos. El profesor Pratt asumió la dirección del grupo theta de investigación, logrando resultados notables. Louise Rhine efectuó investigaciones de campo y confirmó la realidad de las apariciones y comunicaciones de Espíritus. Sólo faltaba la investigación de la reencarnación, más difícil aún por la imposibilidad de las pruebas materiales respecto a que una persona fuera realmente otra en una encarnación anterior. El profesor Ian Stevenson, de la Universidad de California, se encargó de este sector, publicando un volumen que, prácticamente, confirma las investigaciones del coronel Albert de Rochas, en Paris. Estaban convencidos de la existencia de la reencarnación. Fueron prácticamente confirmadas por las investigaciones actuales (siglo XX y XXI) las realizadas anteriormente por Kardec y corroboradas por Crookes, Richet y tantos otros del siglo XIX. Resurgió así en el seno de las mismas ciencias, la concepción del hombre como Espíritu y el concepto de la muerte como una fase del continuum de la vida. El Espiritismo uniendo la ciencia con la filosofía y la moral, ofreció un saber que deja atrás creencias supersticiosas, credos dogmáticos y esquemas materialistas que caracterizaron etapas anteriores y abre un nuevo rumbo para el progreso evolutivo de la humanidad.
Miguel Vera
Revista Espírita de la FEE
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          ¿Todos los mundos  espirituales son 
iguales?

Las relaciones en los planos espirituales, están reguladas por la Ley de Jerarquía Espiritual, que a su vez es   resultado lógico de  otra  ley,  la de  Evolución,  que determina   cómo se  sitúan   los   diversos mundos y planos astrales y sus moradores.
No son iguales por la razón de que sus moradores no lo son entre sí, los unos con respecto a los de los otros mundos. Las leyes morales que los rigen son las mismas para todos, pero el nivel vibratorio de los periespíritus de sus pobladores pueden llegar a ser muy diferentes y distantes, lo cual crea la psicoesfera normal y característica  de cada uno de estos mundos espirituales, del mismo modo como sucede con las diferencias y distancias insalvables que separan a los moradores de los muchos mundos materiales que pueblan el Universo.
  El mundo espiritual tiene semejanzas con nuestro mundo natural conocido. Del mismo modo que en la Tierra los gobiernos, las naciones  y los pueblos se estructuran jerárquicamente  para un normal funcionamiento de las sociedades, dirigiendo unos y obedeciendo otros, ejerciendo cada uno diferentes funciones y responsabilidades, todas necesarias para el bien común, en los Planos Espirituales,  sus miembros se estructuran y organizan de modo parecido.
Asimismo, vemos que  entre el ser unicelular más insignificante y el Ser humano existe toda una larguísima cadena evolutiva de variadas especies y de formas, por ello resulta lógico pensar que entre  el Ser humano y Dios también tiene que existir una infinita  cadena de  grados evolutivos, de Seres y de formas,  ubicados en mundos acordes con sus naturalezas, diferentes entre ellos con arreglo a su nivel de evolución o perfeccción, en un ascenso gradual y progresivo hacia una Perfección Suprema y próxima a  la Fuente de Origen o Dios,  lo cual  supone finalmente la misma meta  común  para todos los seres espirituales que pueden llegar a alcanzar niveles de Pureza, Sabiduría y Amor  hasta  grados infinitos.
  A partir de cierto grado evolutivo, los Espíritus  ya se han purificado  lo suficiente como para no necesitar  de la necesaria reencarnación en los mundos físicos, que se distribuyen y clasifican según el grado evolutivo alcanzado por cada uno de ellos, en Mundos Primitivos o Primarios, Mundos de Expiación y Pruebas, y Mundos de Regeneración,  quedando ubicados tras el paso evolutivo por los mundos citados, en  mundos espirituales de otra dimensión, diferente a la física y de naturaleza mucho más sutíl. Después del paso por estas clases de mundos físicos y siguiendo un orden ascendente, ya dentro de otros planos más sutiles, están los Mundos Felices, y los Mundos Divinos, desde los que siguen progresando y ascendiendo más y más, sin límites de perfección, porque Dios no tiene límites.   En ellos  su actividad se centra en colaborar en la gran Obra Divina del progreso de los mundos y de las humanidades más atrasadas en la escala  evolutiva, que existen diseminadas en número inestimable dentro del Universo Infinito,  aceptando como propia,  la Voluntad  Divina y siendo Su herramienta de ejecución, dirigiendo y trabajando en los cometidos que a su vez, les son asignados por otros Seres de más elevado rango de Pureza y Perfección,  dentro del  complejo, inmenso e incalculable  engranaje de la Creación.
- Jose Luis Martín-

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PROCESO EVOLUTIVO DEL ESPÍRITU. 

Demostrado está ya y aceptado por la ciencia oficial, que la vida es energía. La energía, es fuerza productora de movimiento, que es acción. Mas, para que la acción sea positiva, debe ser bien dirigida. 
La «chispa» espiritual o entelequia, desarrollada por la lucha a través de las formas inferiores, engrandecida y alcanzada ya la etapa humana, recibe la denominación de Espíritu que, en las múltiples manifestaciones de vida ha ido adquiriendo las experiencias y fuerzas, y desarrollando parte de las facultades recibidas de la Divinidad Creadora. Por ello, su cenitismo y capacidad energética es mayor, creciendo más y más con el ejercicio de sus facultades en la lucha de cada vida. Lucha salvaje en sus comienzos; mejorando a medida de su progreso, de su ascensión en la escala evolutiva, hasta alcanzar esa fase sublime de la sabiduría y el amor, en la cual la lucha se convierte en felicidad. 
Al igual que el grano de semilla vuelve a la tierra para convertirse en planta fructífera; así también el espíritu, para adquirir sabiduría, amor y poder, encarna en los mundos físicos tantas veces como sea necesario, hasta alcanzar la meta, cual es la perfección; cumpliendo así con los designios de la Sabiduría Cósmica. Pero, ¡cuánto retardamos los humanos la llegada a esa meta, al apartarnos del camino recto cegados por las ilusiones que, cual espejismos, se presentan en el camino de cada una de las vidas humanas, así como por las pasiones que nos inducen a cometer errores causantes de dolor! 
El proceso evolutivo del Espíritu, es ascensión hacia la meta; PERFECCIÓN (sabiduría, fortaleza, pureza y amor), y se efectúa en los dos planos: físico y espiritual. 
En el plano físico, adquiriendo experiencias y conocimientos en cada vida, cada vez más amplios, que le llevarán a la sabiduría, desarrollando la facultad intelectiva en el estudio, aprendizaje y solución de los problemas en cada vida; desarrollando, asimismo, la facultad volitiva en la lucha y superación de obstáculos de toda índole, que en cada existencia humana se le presentan, en concordancia a su capacidad. Además, la purificación del alma y desarrollo de la facultad sensorial, por medio de la práctica voluntaria del amor fraterno o vidas de dolor. Porque, mientras el ser humano no haya adquirido la bondad, mientras no haya sensibilizado su alma y vibre en amor, estará atado a la cadena de las reencarnaciones en los mundos atrasados. 
Durante cada una de las vidas humanas, múltiples son las oportunidades que se presentan de practicar el bien, de ayudar en una forma u otra a nuestros semejantes, de poner en práctica el amor fraterno, de cumplir con la ley divina de: «AMA A TU PRÓJIMO COMO TE AMAS A TI MISMO», que significa: haz por él lo que tú, en su caso, querrías que se hiciere por ti. 
Nadie puede excusarse de no haberlo hecho por falta de oportunidades, porque la vida ofrece oportunidades mil de poner en práctica esta norma de conducta, base de una convivencia armónica en las relaciones humanas, a la vez que de mayor progreso espiritual. 
Nuestro mundo, al igual que todos los mundos que hayan alcanzado su madurez, es una escuela de aprendizaje para el Espíritu, en diferentes grados. Y, así como en los colegios no se pasa a un grado superior sin haber aprobado el anterior; asimismo, en la escuela de la vida, para tener derecho a vivir en mundos superiores que ofrecen al Espíritu nuevos campos del saber y una vida libre de sufrimientos, y por ende más feliz; es imprescindible superar todas las imperfecciones y pruebas, así como adquirir las experiencias que el mundo actual —el nuestro, por ejemplo— pueda ofrecer. 
En el plano espiritual —la fuente de la verdadera sabiduría— el Espíritu también progresa, porque en el espacio hay una vida activa. 
La necesidad de evolucionar, impuesta por la Ley, está demostrada fehacientemente en el fenómeno psicológico de la insatisfacción. No bien un deseo es satisfecho, nace otro. En toda realización hay un anhelo que, una vez alcanzado en su primera fase, surge otra fase más amplia, más atractiva, que impele a continuar. Ciertos estados de insatisfacción, desasosiego, anhelos indefinidos, son sensaciones producidas por el Espíritu presionado por esa fuerza cósmica: Ley de Evolución. 
Nacer, es la vuelta del inquieto viajero desde el mundo del Espíritu, desde las moradas del Más Allá —felices o dolorosas— a los mundos físicos, indispensables para el desarrollo de los poderes latentes heredados del Creador Universal. Nacer en los mundos físicos para adquirir las experiencias que estos puedan ofrecer, desarrollar las facultades de la mente y del alma, volver a la vida del espacio, cuya duración varía según la necesidad del ser espiritual y su deseo de progreso; para volver nuevamente a la vida de la carne, a fin de seguir adquiriendo sabiduría, fortaleza, purificación y amor; porque, tal es la ley inmutable de los renacimientos. 
En cada una de nuestras existencias damos un paso más, adquirimos nuevas experiencias, nuevos conocimientos y algunas cualidades positivas, a la vez que vamos despojándonos de algunas imperfecciones; siempre en permanente ascensión de progreso. Porque, ése es el proceso evolutivo del Espíritu. 
La escala de ascensión del Espíritu, es infinita. Empujados por la Ley de Evolución, vamos ascendiendo lentamente en el tiempo y en el espacio, por medio de las mil vicisitudes y pruebas, desarrollando las facultades de la Mente y del Alma, capitalizando de vida en vida, de siglo en siglo, en inteligencia, sabiduría y amor. 

Sebastián de Arauco.

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                          NUESTROS ORÍGENES

La raza adámica presenta todos los caracteres de una raza proscrita. Los Espíritus que la integran fueron exiliados en la Tierra, ya poblada pero por hombres primitivos, inmersos en la ignorancia, en relación con los cuales aquellos tuvieron la misión de hacerlos progresar, proveyéndoles las luces de una inteligencia desarrollada. ¿No es ese el rol que, en efecto, esa raza ha desempeñado hasta el presente? Su superioridad intelectual prueba que el 
mundo de donde provenían los Espíritus que la componen estaba más adelantado que la Tierra. No obstante, como ese mundo debía entrar en una nueva fase de progreso, y puesto que esos Espíritus, a causa de su obstinación, no quisieron colocarse a la altura de 
ese progreso, allá estarían desubicados y constituirían un obstáculo para la marcha providencial de los acontecimientos. Por ese motivo fueron excluidos y sustituidos por otros que lo merecían. 


   Al relegar a aquella raza a este mundo de trabajo y sufrimiento, Dios tuvo motivo para decir: “Extraerás el alimento de la tierra con el sudor de tu frente”. En su bondad, le prometió que le enviaría un Salvador, es decir, alguien que habría de enseñarle el camino que debería adoptar para salir de ese territorio de miserias de ese infierno, y alcanzar la felicidad de los elegidos. Dios envió ese Salvador en la persona de Cristo, que enseñó la ley de amor y caridad que esa raza ignoraba, y que sería una verdadera áncora para su salvación.* 
  

  Además, con el objetivo de contribuir a que la humanidad progrese en un determinado sentido, los Espíritus superiores, aunque sin tener las cualidades de Cristo, encarnan de tiempo en tiempo en la Tierra para desempeñar misiones especiales, que también son provechosas para su adelanto personal, en caso de que las cumplan de acuerdo con los designios del Creador.
 
46. Sin la reencarnación, la misión de Cristo sería un despropósito, al igual que la promesa hecha por Dios. Supongamos, en efecto, que el alma de cada hombre fuera creada en ocasión del nacimiento del cuerpo, y que no hiciera más que aparecer y desaparecer en forma definitiva de la Tierra. No habría ninguna relación entre las almas que vinieron desde Adán hasta Jesucristo, ni entre las que vinieron después. Todas serían extrañas entre sí.La 
promesa de enviar un Salvador, hecha por Dios, no podría aplicarse a los descendientes de Adán, dado que sus almas todavía no habían sido creadas. Para que la misión de Cristo tuviera correspondencia con las palabras de Dios, era preciso que estas se aplicasen a las mismas almas. Si esas almas fueran nuevas, no podrían estar manchadas por la falta del primer padre, que sería apenas un padre carnal y no un padre espiritual. De otro modo, Dios habría creado almas mancilladas por una falta que no podía dejar en ellas ningún 
vestigio, puesto que no existían. La doctrina común del pecado original implica, por consiguiente, la necesidad de una relación entre las almas de la época de Cristo y las del tiempo de Adán, implica, por lo tanto, la reencarnación. 


    Sostened que todas esas almas formaban parte de la colonia de Espíritus exiliados en la Tierra en los tiempos de Adán, y que estaban mancilladas por vicios debido a los cuales se las excluyó de un mundo mejor, y entonces tendréis la única interpretación racional del pecado original, pecado propio de cada individuo, y no el producto de la responsabilidad de la falta de otros a quienes jamás ha conocido. Sostened que esas almas o Espíritus renacen en diversas ocasiones en la Tierra para la vida corporal, a fin de que progresen y se purifiquen; que Cristo vino para esclarecer a esas mismas almas, no sólo acerca de sus 
vidas pasadas, sino también en relación con sus vidas posteriores, y únicamente entonces daréis a su misión un objetivo real y serio que pueda ser aceptado por la razón. 
EL GÉNESIS 
ALLAN KARDEC 
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