viernes, 18 de abril de 2014

De Amalia Domingo Soler


DEL MANUSCRITO DE AMALIA

La redención del hombre es muy sencilla; solo consiste  en amar al prójimo como a si mismo; pero dentro de esta sencillez hay un obstáculo que levanta una muralla entre el “bien” y el “mal” es el orgullo.
Cuando el espíritu desciende  a la tierra y promete a esa “naturaleza divina” llamada Dios, que ya es enérgica y firme, para  pasar del “mal” al bien le envuelven  unas fuerzas superiores a las suyas  y encarna desconocedor de todo cuanto a prometido; pero entre la promesa  y el Yo se constituye una ley, y esa ley es la que rige durante nuestro paso por la tierra; y así empieza para el Espíritu una existencia  de lucha y progreso.
 Vivimos dentro de la oscuridad y la ignorancia, sin conocer  esa ley que nuestro arrepentimiento ha creado y que es la única  que nos conduce a puerto de salvación. Todas las religiones tienen la tendencia de inculcar al  hombre el arrepentimiento y el acto de contrición; pero la equivocación de todas está en dar al hombre un plazo tan corto para arrepentirse.
 El hombre tiene una eternidad para reconciliarse. El hombre ha sido, el hombre es, y el hombre será. Los mismos obstáculos, y alfilerazos que recibe  le van enseñando  el camino de su propia regeneración. Cuando está cansado  por el peso de sus culpas, que consciente o inconscientemente  pesan en su conciencia,  y no puede más,  entonces el hombre  invoca su regeneración.
 Cuando un espíritu ha pasado por la tierra lleno de adulaciones y placeres, al penetrar en el mundo  de la verdad es tan grande su desengaño, que el llanto es el fluir de su alma y este es el Jordán de su regeneración.
 Cuando el acto de contrición es puramente verdadero, es cuando el espíritu  no puede retroceder de lo que ha prometido, siendo el llanto el bautismo del alma. El hombre solo se bautiza cuando retira el velo del orgullo que lo domina; entonces ve la verdad y se redime por el sufrimiento que sus mismas pequeñeces le han proporcionado.
 Por el llanto  que brota de su alma se redime y e bautiza; y esa redención y ese bautismo es obra propiamente suya; y entonces es cuando prepara una nueva existencia, dando a Dios lo que e de Dios y a Cesar lo que es de Cesar, descendiendo a esa penitencia dispuesto a luchar y a vencer.
 Los que niegan la existencia de Dios son almas tan pequeñas que aun  no han comprendido de donde emana esa inspiración que los alienta y los guía por el destierro de la vida; y si no se conocen ellos mismos ¿Cómo van a conocer  a Dios?; es muy difícil y muy fácil.
  El Espíritu conoce a Dios cuando ha sufrido y llorado mucho, porque para conocer  lo bello y lo grande se tiene que haber pasado antes por esos estados atmosféricos en que el hombre se asfixia; y dentro de esa misma labor es cuando el hombre analiza y conoce la verdad. Para que el hombre ore con el alma, es necesario que se encuentre  en un lugar donde las zarzas obstaculicen su paso; pues al verse imposibilitado para salir  de ese laberinto es cuando decae su cuerpo y se eleva su alma. Para el alma  nunca se  cierran todas las puertas en el momento  en que su cuerpo gime y llora ella comienza a cambiar de actitud.
 La tierra es un vergel de flores; solo en sus troncos guarda las espinas, y esos troncos y espinas no los confecciona Dios, sino que es la sombra de la imperfección del hombre. Cuando el hombre desee ser feliz, ha de poner la parte que le corresponde  que es la de cumplir todos sus deberes. Cuando el hombre comprenda que su paso por la tierra es un trabajo de prueba, empezará su verdadera labor, fatigando el cuerpo y ensangrentándose las manos para arrancar las espinas del tronco de la inmortalidad, del orgullo, de la envidia de los celos etc. que el mismo ha fabricado.
 Es un trabajo duro, pero para limpiar el planeta  de imperfecciones, la obra es enteramente del hombre. El hombre es el que ha hecho crecer las espinas;  el ha convertido el jardín  en un campo árido y sin placer ninguno. Pero el hombre se cansará de sufrir, y se cansará de llorar,  y fatigado en la “playa de su vida” escuchando el lenguaje de su conciencia, empezará su redención.
 En el siglo que está pasando aun no es concedido al hombre el poder contemplar  de cerca las maravillas. Antes ha de purificarse por el sufrimiento, que le reporta  una eternidad de goce; menos que un granito de arena en la inmensidad del océano.
 ¡Benditos los justos; dichosos los humildes y los limpios de corazón, que para ellos será la felicidad eterna!
-Trabajo de Mercedes Cruz -
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Miedo a Ser Feliz




El encuentro amoroso pleno es el sueño de la mayoría de las personas que he conocido. Y ¡qué pocas son las que llegan a ello! ¿Será por casualidad? ¿Serán las dificultades externas – obstáculos de todo tipo – lo que impide la realización del amor?

No me parece que sea nada de eso. Pienso que existe un “factor anti-amor” presente en nuestra mente. Se trata del miedo, que procede de varias fuentes. La más obvia de ellas es la relativa a la dependencia. Sí, porque es absolutamente imposible amar sin depender, sin ponerse en manos del ser amado. Si éste hace un mal uso de ello, acabará por infligirnos gran sufrimiento y dolor. Por eso muchas personas prefieren renunciar a la entrega amorosa. Prefieren ser amadas en vez de amar. Puede parecer agudeza, pero en realidad es cobardía.

Además de la dependencia, hay varios miedos relacionados con la experiencia del amor. Me dedicaré a uno más, quizá más importante que los otros. Es el miedo a la felicidad. Nada hace a una persona tan feliz como la realización amorosa. Cuando estamos al lado del amado, la sensación es de plenitud, de paz. El tiempo podría pararse en aquel punto, pues todos nuestros deseos hubieran quedado satisfechos.

En cambio, a continuación de la euforia surge la inquietud, acompañada de un nerviosismo vago e indefinido. Parece que alguna desgracia está a camino, acercándose a pasos largos. Tenemos la impresión de que es imposible preservar tamaña felicidad. No sirve de nada incluso seguir los rituales supersticiosos: tocar madera, hacer higas… Por cierto, tales actitudes se derivan precisamente de la incredulidad que nos domina cuando las cosas nos van demasiado bien en cualquier sector de la vida.

Dejando a un lado las importantes cuestiones teóricas relativas a la existencia de ese temor, podemos decir que el miedo a la felicidad tiene por base el recelo de su futura pérdida. Cuanto más contentos y realizados nos sentimos, tanto más probable nos parece el final de ese “estado de gracia”. Según un extraño razonamiento, las posibilidades de que ocurran cosas dolorosas y frustrantes aumentan mucho cuando somos felices. El peligro crece proporcionalmente a la alegría. Así, a la sensación de plenitud se va acoplando el pánico.

Entonces ¿qué hacemos? Nos alejamos deliberadamente de la felicidad. Cometemos sandeces de todo tipo: buscamos un modo de lastimar a la persona amada, de inventar problemas que no existen o exageramos la importancia de pequeños obstáculos. Elegimos compañeros sentimentales inadecuados, perjudicando a veces otras áreas importantes de la vida: salud, trabajo, finanzas. Para reducir los riesgos de una hipotética tragedia, buscamos la forma de apagar nuestra alegría. En fin, creamos un dolor menor con el objetivo de protegernos de uno supuestamente mayor.

El miedo de perder lo que se ha logrado, existe en todos nosotros. Sin embargo, me gustaría registrar con énfasis que la felicidad no aumenta ni disminuye la posibilidad de que ocurran cosas negativas. Se trata tan solo de un proceso emocional muy fuerte, pero que no corresponde a la verdad. ¡La felicidad no atrae tragedias! Es solo una impresión psíquica.

¿Qué hacer para librarnos de ese vértigo simbólico que convierte en inevitable la caída? ¿Cómo salir del brete y tener fuerzas para enfrentar el amor? Solo hay una salida, ya que no se conoce la “cura” para el miedo a la felicidad. Es preciso disminuir el miedo al dolor. Así, adquiriremos coraje para lidiar con situaciones que generan alegría y placer. Perder el recelo a sufrir es necesario, incluso porque la felicidad podrá de hecho acabarse. No tiene excusa, sin embargo, dejar de experimentarla, pensando tan solo en esa eventualidad.

Todo individuo que ande a caballo, estará sujeto a caerse. Solo estará seguro de evitar accidentes quien nunca ha montado. Esto, repito, es cobardía, y no listeza. Reconocer en sí fuerzas suficientes para soportar la caída y tener energías para volver a levantarse muestra coraje y serenidad. Una persona es fuerte cuando sabe vencer el dolor. Se trata de un requisito básico para el triunfo en todas las áreas de la vida, incluso en el amor. A nadie le gusta sufrir, pero no es moralismo religioso decir que superar las frustraciones es la conquista más importante para quien quiere ser feliz. ¿Deseas la realización de tus sueños? ¡Entonces, tienes que correr el riesgo de caer y sentirte capaz de sobrevivir a las penas de amor!

Flávio Gikovate - médico y psiconanalista

Adaptación: Oswaldo E. Porras Dorta
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DÍA 18 DE ABRIL,  ANIVERSARIO DEL ESPIRITISMO

El  día 18 de abril de 1857, en París, en la Galería Orleáns , fue lanzado en su primera edición “El Libro de los Espíritus”. En aquel momento nacía en la Tierra la Doctrina Espírita que fuera anunciada por el Cristo cuando estuvo entre nosotros. El Consolador Prometido - El Espíritu de Verdad - que traía nuevas luces para clarear el futuro de la humanidad. Enseguida, el año de 1864, fue publicado el libro “Evangelio Según el Espiritismo” que vino a ampliar esas  enseñanzas con el siguiente prefacio del Espíritu de Verdad:

“Los Espíritus del Señor, que son las virtudes de los Cielos, cual inmenso ejército que se mueve al recibir las órdenes de su mando, se esparcen por toda la superficie de la Tierra y, semejantes a estrellas cadentes, vienen a iluminar los caminos y abrir los ojos a los invidentes. Yo os digo, en verdad, que son llegados los tiempos en que todas las cosas han de ser restablecidas en su verdadero sentido, para disipar las tinieblas, confundir a los orgullosos y glorificar a los justos. Las grandes voces del Cielo resuenan como sonidos de trompetas, y los cánticos de los ángeles se les unen. Nosotros os invitamos, a vosotros hombres, para el divino concierto. Tomad la lira, haced unísonas vuestras voces, y que, en un himno sagrado, ellas se extiendan y repercutan de un extremo a otro del Universo. Hombres, hermanos a quienes amamos, aquí estamos junto a vosotros. Amaos, también, unos a los otros y decid del fondo del corazón, haciendo la voluntad del Padre, que está en el Cielo: ¡Señor!¡Señor!... Y podréis entrar en el reino de los Cielos.”

Kardec nos informa que el Espiritismo es a la vez una ciencia de observación, una doctrina filosófica y moral. Como ciencia práctica, ella consiste en las relaciones que se pueden establecer con los Espíritus; como filosofía, ella comprende todas las consecuencias morales que transcurren de esas relaciones; como moral enseña la vivencia del Evangelio. Se puede definirlo así: El Espiritismo es una ciencia que trata de la naturaleza, del origen y del destino de los Espíritus y de sus relaciones con el mundo corporal.
Dios es único y Moisés es el Espíritu que Él envió en misión para hacerlo conocido no sólo por los hebreos, sino, también, por los pueblos paganos.
Cristo fue el iniciador de la más pura, de la más sublime moral, de la moral evangélico-cristiana, que ha de renovar el mundo, aproximar a los hombres y hacerlos hermanos; que ha de hacer brotar de todos los corazones la caridad y el amor al prójimo, también, enseñada por el Espiritismo y establecer entre los humanos una solidaridad común; de una moral, finalmente, que ha de transformar la Tierra , haciendo en la morada de Espíritus superiores a los que hoy la habitan.
Finalmente, en el aniversario de los 152 años de “El Libro de los Espíritus”, que viene siendo conmemorado en la Tierra , por personas de muchos países, comulgando, así, con este ideal y nosotros saludamos la Era del Espíritu que ya está entre nosotros. ¡Salve Kardec! ¡Piense en esto!
João Cabral 

Publicado en el Diario CINFORM  de Aracaju-Sergipe con uma tirada de 22.000 ejemplares.
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