jueves, 3 de marzo de 2011
Superando el dolor
El día 28 de julio de 1976, la ciudad industrial de Tangshan fue completamente arrasada por un terremoto despavorido. Trescientos mil muertos.
El hecho se hizo famoso como símbolo del colapso total de las comunicaciones de China en aquella época.
La preocupación de las autoridades era con la crisis por la muerte de Mao Tsé-tung y de dos otras importantes personalidades.
La noticia del terremoto terminó por llegar al Gobierno a través de la prensa extranjera.
Muchas mujeres se quedaron sin marido y vieron a sus hijos desaparecer en abismos profundos.
Chen ha sido una de ellas. En aquella mañana de julio, antes de amanecer, ella fue despertada por un sonido raro.
Era como un ronquido sordo y un silbido, como si un tren se estuviera estallando en las paredes de la casa.
Cuando iba a gritar, mitad de la habitación cedió y la cama donde estaba acostado el marido, fue tragada por un agujero enorme.
La habitación de los niños, que estaba del otro lado de la casa, como un escenario, le apareció delante de ella.
El hijo mayor estaba con los ojos asustados y la boca abierta. La niña lloraba y gritaba, extendiendo los brazos a su madre.
El hijito pequeño seguía durmiendo calmamente.
El escenario delante de ella se le desapareció de repente como si una cortina hubiera caído.
Chen creyó que estaba teniendo una pesadilla y se pellizcó. No se despertó. Entonces, se pinchó en la pierna con unas tijeras.
Sintiendo el dolor y viendo la sangre, entendió que no era un sueño.
Gritó como loca. Nadie la escuchó. De todos los lados venían sonidos de paredes desmoronando y de muebles rompiéndose.
Ella se quedó allí, con la pierna ensangrentada, mirando para el agujero enorme que había sido la otra mitad de su casa.
Su marido y sus lindos niños habían desaparecido delante de sus ojos.
Sintió ganas de llorar, pero no tenía lágrimas. Simplemente no quería continuar viviendo.
Veinte años después, contando esta historia a una periodista, Chen confiesa que casi todos los días, al amanecer, escucha un tren roncando y silbando, junto con los gritos de sus hijos.
Las pesadillas la herían, pero decía que se las soporta porque en ellas están también las voces de sus hijos.
Y si alguien piensa que Chen vive solamente a lamentarse y a llorar la perdida de sus amores, se engaña.
Ella, junto a otras madres que perdieron a sus hijos en el terremoto de 1976, fundaron un orfelinato, con el dinero de la indemnización que recibieron.
Es un orfelinato sin empleados. Algunos lo llaman de una familia sin hombres.
Viven allí algunas madres y decenas de niños. Cada madre ocupa una habitación grande con 5 o 6 niños.
Las habitaciones del orfelinato están decoradas con una infinidad de colores, de acuerdo con el gusto de los niños. Cada habitación con su estilo de decoración.
Muy diferente de los orfelinatos tradicionales de China.
Cuando le preguntan cómo se siente hoy, en aquel voluntariado, confiesa Chen:
Mucho mejor. Especialmente por la noche. Me quedo mirando mientras los niños duermen. Me siento a su lado, les sujeto las manos en contra de mi rostro. Las beso y les agradezco por mantenerme viva.
Es un ciclo de amor. De los ancianos para los jóvenes y de vuelta para los ancianos.
* * *
A veces, cuando el dolor nos visita, nos enclaustramos en ella, creyendo que el nuestro es el dolor más grande del mundo.
El ejemplo de Chen nos da la dimensión del dolor y nos enseña como manejarlo: atender el próximo que también sufre.
En fin, siempre que miramos hacía atrás encontraremos criaturas más intensamente heridas que nosotros mismos. Y atendiendo a sus heridas, encontraremos el alivio que buscamos.
Todo porque el toque delicado del amor es el curativo perfecto para las propias llagas abiertas en el corazón.
Redacción del momento Espírita
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