INQUIETUDES
1.-Conocimiento de si mismo
2.-Las cuatro estaciones de la vida
3.-Pepitas de oro en las obras de José Herculano Pires
4.-Código penal de la vida futura
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CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO
. ¿Cuál es el medio práctico más eficaz para mejorar se en esta vida y resistir a la
solicitación del mal?
«Un sabio de la antigüedad os lo dijo: Conócete a ti mismo».
-Comprendemos toda la sabiduría de esta máxima; pero la dificultad consiste en
conocerse a sí mismo. ¿Qué medio hay para conseguirlo?
«Haced lo que durante mi vida terrena: al terminar el día interrogaba a mi conciencia,
pasaba revista a lo que había hecho y me preguntaba si no había infringido algún deber, si
nadie había tenido que quejarse de mi. Así fue como llegué a conocerme y a ver lo que en mí
debía reformarse.
Aquel que cada noche, recordase todas sus acciones de durante el día y se preguntase el mal o el bien que ha hecho, suplicando a Dios y a su ángel guardián que le iluminasen, adquiriría una gran fuerza para perfeccionarse, porque, creedlo, Dios le asistiría. Proponeos, pues, cuestiones, y preguntaos lo que habéis hecho, y el objeto con qué, en circunstancia tal, habéis obrado; si habéis hecho algo que en otro hubieseis censurado; si habéis ejecutado alguna acción que no os atreveríais a confesar. Preguntaos también lo siguiente: Si a Dios le
pluguiese llamarme en este momento, ¿tendría, al entrar en el mundo de los espíritus donde
nada hay oculto, que temer la presencia de alguien? Examinad lo que hayáis podido hacer
contra Dios, contra vuestro prójimo y contra vosotros mismos, en fin. Las contestaciones
serán reposo para vuestra conciencia, o indicación de un mal que es preciso curar.
EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS ALLAN KARDEC
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LAS CUATRO ESTACIONES DE LA VIDA
¿ Usted ya notó la perfección que existe en la Naturaleza?. Una prueba incontestable de la armonía que rige la Creación. Como un poema cósmico, Dios rima la vida humana como el ritmo de los mundos
Cuando nacemos, es la primavera que eclosiona en sus perfumes y colores. Todo es fiesta. La piel es viscosa. Los cabellos y los ojos brillan, la sonrisa es fácil. Todo se traduce en esperanza y alegría.
Delicada primavera, como los pequeños que nos encantan a nuestros ojos con sus gracias. En esa época, todo parece sonreír. Ninguna preocupación perturba el alma.
La juventud corresponde al apogeo del verano. Estación de calor y belleza, bendecida por las lluvias ocasionales. El sol calienta las almas y se renuevan las promesas.
Los jóvenes creerán que pueden con todas las cosas, que harán revoluciones en el mundo y que corregirán todos los errores.
Traen el alma calentada por el entusiasmo. Son impetuosos y vibrantes.
Sus fuertes impulsos también pueden ser pasajeros......como las tempestades de verano.
Mas la vida corre aceleradamente. Y un día- por sorpresa. la fuerza del verano ya se fue.
Una mirada al espejo nos muestra arrugas y los cabellos que comienzan a blanquearse, pero también apunta la mente, trabajada por la madurez, la conquista de una visión más completa sobre la existencia. Es la llegada del otoño.
En esa estación la palabra es plenitud. El otoño nos remite a una época de reflexión y de profunda belleza. Sus paisajes inspiradores, de hojas doradas y cielos de unos colores increíbles, traducen bien ese momento de nuestra vida.
En el otoño de la existencia ya no hay ingenuidad infantil ni el ímpetu contenido de la juventud, pero hay sabiduría acumulada, experiencia y mucha disposición para vivir cada momento, aprovechando cada segundo.
Pero un día llega el invierno. La más inquietante de las estaciones. Muchos temen el invierno, como temen la vejez. Y es que olvidan de la belleza misteriosa de los paisajes cubiertos de nieve.
¿ Época de recogimiento?. En parte. El invierno es también la época para compartir experiencias.
¿ Quien dijo que la vejez es triste?. Ella puede ser calurosa y feliz, como una noche de invierno ante una hoguera, en compañía de los seres amados.
Vejez también puede ser chocolate caliente, sonrisas gentiles, lectura sosegada, generosidad con los hijos y nietos. Basta que no se deje que el frio penetre en el alma.
Felices seremos nosotros si aprovechamos la belleza de cada estación, De la primavera llevarnos por la vida entera, la espontaneidad y la alegría. Del verano, la ligereza y la fuerza de voluntad. Del otoño, la reflexión. Del invierno, la experiencia que se comparte con los seres amados.
El mensaje de las estaciones en nuestra vida, va más allá. Cuando piense con tristeza en la vejez, aparte de inmediato esa idea.
Recuerde que después del invierno llega nuevamente la primavera. Y todo recomienza.
Nosotros también recomenzaremos. Nuestra trayectoria no se resume al final del invierno. Hay otras vidas, con nuevas estaciones. Y todas se inician por la primavera de la edad.
Después de la muerte, resurgiremos en otros planos de la vida. Y seremos plenos, seremos bellos. Basta para eso amar. Amar mucho. Amar a las personas, a las flores, a los animales, a los mundos que giran serenos. Amar, en fin, la Creación Divina. Amar tanto que la vida se transforme en una eterna primavera.
Redacción de Momento Espírita- Por Cristina do Amaral
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PEPITAS DE ORO EN LAS OBRAS DE JOSE HERCULANO PIRES
Código penal de la vida futura
Impreso en la conciencia del ser llevamos la noción del bien y del mal, así como la existencia de un Dios creador y dador de vida. Siendo el hombre un ser trascendente, desde la aceptación de una vida futura se planteó cómo sería la vida después del túmulo. El destino, más allá de la tumba, ¿sería igual para el justo que para el que no se ajustó a las leyes divinas?
El sentido común y la intuición de las leyes divinas llevaban a considerar que la situación sería muy diferente y así, en función de la evolución que en cada momento presentaban las sociedades, se intentó dar explicación a esta cuestión. Con diversas interpretaciones de acuerdo a las diferentes filosofías, religiones y según también el grado de adelanto de las sociedades, se daba una coincidencia en una suerte de “paraíso” de paz y felicidad para el justo y un sufrimiento para aquellos que faltaron a la ley divina, a los que se les suponía una localización física.
Las visiones de los místicos, extáticos, sensitivos, médiums en definitiva, fueron interpretadas ajustándolas a sus preconceptos religiosos (Dante Alighieri, Santa Teresa, Swedenborg …) Allan Kardec en el capítulo VII del libro El Cielo y el Infierno nos habla del código de las penas futuras en la interpretación del espiritismo. Explica que –al igual que con el resto de las obras espíritas- siguió un método de observación y análisis, sin preconceptos previos, fruto de la observación, a través de numerosas comunicaciones recibidas por una cantidad ingente de médiums, en lugares diversos: «No se trata aquí de la relación de un solo espíritu, que podría ver los acontecimientos desde su punto de vista, bajo un solo aspecto, o estar todavía dominado por las preocupaciones terrestres, ni de una revelación hecha a un solo individuo que podría dejarse engañar por las apariencias, ni de una visión extática, que se presta a las ilusiones y muchas veces no es más que resultado de una imaginación exaltada, sino de innumerables ejemplos suministrados por toda categoría de espíritus, desde lo más alto hasta lo más bajo de la escala, con ayuda de innumerables intermediarios diseminados sobre todos los puntos del globo, de tal modo que la revelación no es privilegio de nadie, sino que cada uno está en disposición de ver y de observar, y nadie está obligado a creer en la palabra de otro».
Establecida una gradación en los “goces” y en las “penas”, según se deduce de las manifestaciones de los espíritus (recomendamos al lector la lectura de la Parte II de El Cielo y el Infierno, donde se recogen, a modo de ejemplo, algunas comunicaciones), surge la cuestión de si esa situación es puntual, eventual o será ya permanente, para el resto de la eternidad, como preconizan ciertas religiones. A través de un análisis racional y lógico, Kardec demuestra que un Dios bueno, justo, misericordioso no casa con la idea de un Dios vengativo, incapaz de sentir misericordia por sus hijos extraviados; que ante una caída condena para siempre cuando Él pide el ejercicio del perdón a todos sus hijos.
Por otro lado, el Divino Pastor nos dijo que no se perdería ni una sola de sus ovejas. Si se admitiera la teoría de las penas eternas estaríamos ante una discriminación, por cuanto si el hombre se arrepiente durante su vida aún puede aspirar a la dicha eterna, pero si el arrepentimiento le llega después de la muerte ya todo para él está determinado y no hay nada que hacer. ¿Por qué el arrepentimiento no ha de tener eficacia sino durante la vida, que no es más que un instante, y no lo ha de tener durante la eternidad que no tiene fin? En estas circunstancias, estaríamos ante un Dios inclemente, menos misericordioso que el propio hombre que permite la rehabilitación y la reinserción del delincuente en la sociedad.
Del análisis de todas las comunicaciones se llega a una serie de conclusiones en las que nos parece importante señalar cuanto sigue: La dicha y el sufrimiento de los espíritus son directamente proporcionales al grado de perfección e imperfección que presentan. Esta situación es eventual, pues sometido el espíritu a la Ley del progreso, y con destino final la Felicidad, irá progresando, deshaciéndose de sus imperfecciones para alcanzar la dicha que a todos nos está reservada. «Ninguna oveja se perderá» nos dijo el Divino Pastor.
Las penas y sufrimientos inherentes a las imperfecciones, entre las que se incluye la falta de práctica del bien cuando se tuvo ocasión y no se hizo, se pueden padecer tanto en el mundo físico –en la misma encarnación o en sucesivas reencarnaciones– como en el mundo espiritual. El arrepentimiento supone el punto de inflexión para cambiar el estado de “penalidad”, ya que la ayuda se manifiesta de forma más activa y se modifica la situación en que está el espíritu. Puede darse tanto durante la vida material como en la espiritual. Cuanto antes se dé el arrepentimiento antes se acortará el tiempo del sufrimiento del culpable. Además del arrepentimiento, son necesarios la expiación y la reparación para que la falta y sus consecuencias queden totalmente “borradas”, superadas más bien, porque todo formará parte de nuestros archivos personales.
Si a cada cualidad corresponde una dicha y a cada falta una pena, la determinación de ésta no es automática, rígida, por cuanto entran en juego los agravantes o atenuantes aplicables al caso, entre los que se contempla el grado de responsabilidad, de madurez intelecto-moral del espíritu, así como la propia actitud, ya que las situaciones, en función de la ley de causa y efecto, se están modificando a cada momento. Recordemos las palabras de Jesús: «El amor cubre la multitud de pecados». Y no olvidemos que la duración también se podrá acortar con un arrepentimiento temprano.
Las penas no se imponen como medio vengativo, sino que tienen una finalidad, como no podría ser de otra manera ante un Dios infinitamente justo y misericordioso: hacer reflexionar al espíritu para que se produzca un cambio de actitud; por eso son temporales. La dicha y el sufrimiento son inherentes al espíritu, no hay localizados geográficamente un “cielo” o un “infierno”, aunque existan diversos mundos con diferente grado de adelanto en donde concurren espíritus con el mismo grado de evolución. El mensaje que nos trae el espiritismo, desde el razonamiento lógico y la experimentación –que se ha seguido manteniendo vigente a lo largo de las comunicaciones y revelaciones en obras mediúmnicas– es esperanzador.
Sin ocultar las consecuencias que alcanzan a los espíritus infractores, nos muestra una limitación en la duración de las penas, duración que depende únicamente de nosotros, pues somos los arquitectos de nuestro futuro. La ayuda divina nunca falta. En cuanto el espíritu se muestra arrepentido y decidido a cambiar, la ayuda se le muestra más activamente, permitiendo una reparación, una superación mediante la vuelta al bien, “al camino recto”: es el regreso del hijo pródigo.
Día a día, momento a momento con nuestros pensamientos, nuestras acciones así como con las omisiones en la práctica del bien, estamos creando nuestro futuro, preparando “la morada” en la que habitaremos al desencarnar. Afanémonos, pues, para encontrarnos plenos y dichosos por la labor bien hecha y agradezcamos a Dios Padre su misericordia infinita, que nos ofrece infinitas oportunidades, tiempo ilimitado para que podamos rectificar, volver al camino y avanzar hacia su encuentro, lo que nos llevará a estar liberados de toda penalidad y sufrimiento. ¡Bendito destino el que Dios preparó a todos sus hijos! «Tal es la ley de la justicia divina: A cada uno según sus obras, así en el cielo como en la tierra»
Belén Peytaví
Revista Espírita de la FEE
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