miércoles, 11 de diciembre de 2019

Rehenes del miedo

  
   INQUIETUDES  ESPÍRITAS

1.- Mediumnidad; Relaciones verticales y horizontales
2.- La verdadera religión
3.- Rehenes del miedo
4.- La Fe
5.-El Perdón





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MEDIÚMNIDAD
                                                                                  RELACIONES HORIZONTALES Y VERTICALES

Por Dora Incontri

La mediúmnidad es una abertura en la percepción de nosotros mismos y del otro. Bien cultivada, asentada sobre el desenvolvimiento de valores morales sólidos, ella nos pone en estado de lucidez permanente. Es posible captar mejor  quien somos, por las intuiciones más o menos claras de nuestro pasado espiritual, por las ideas  de nuestro yo integral. Se sabe que la conciencia del Espíritu fuera del cuerpo es siempre mayor que la conciencia sumergida en la materia. Más allá  de la posibilidad de comunicarnos con otras mentes, la mediúmnidad no es la abertura  para si, el acceso al propio yo. Dice J. Herculano Pires: “La mediúmnidad no es apenas una comunicación con los Espíritus. Ella es la comunicación plena, abierta para las relaciones sociales y para las relaciones espirituales. En estos capítulos, figura en destaque, por la importancia  que asume en nuestro comportamiento individual y social, la actividad mediúmnica interior, en la que la esencia divina del hombre se comunica con su esencia humana. Es ese el más bello acto mediúmnico, el fenómeno más significativo de la mediúmnidad, aquel que más distintamente nos  revela nuestra inmortalidad personal.” (Pires. J. Herculano. Mediúmnidad, Vida y Comunicación.

Ese tipo de percepción más lúcida de la existencia y de la posibilidad de acceso - incluso en la forma de la intuición - el bagaje de todo nuestro ser, puede ser cultivada, por la elevación de pensamiento, por la oración y por un estado mental de  alerta y observación. Vivir mediúmnicamente, así, es estar más cuerdo, menos condicionado a las limitaciones de la materia.

Y ese sentido, de percepción no aumenta apenas en relación  a nosotros mismos, más también a los otros, a las relaciones humanas, a las circunstancias  de la vida. La mediúmnidad es también  la capacidad de captar con mayor precisión  o tenor vibratorio que los que nos rodean (encarnados y desencarnados), conocer sus situaciones, con cierto grado de certeza, y ver el estado espiritual del ser, tras las mascaras sociales.

El médium bien  afinado puede percibir las fuerzas positivas y negativas de un determinado ambiente e identificarlas después de cierto análisis. De ese modo, puede situarse mejor en el laberinto  de las situaciones y de las personas y disponer de más elementos para actuar correctamente.

Hasta ahora,  nos estamos refiriendo al plano de la intuición y de la percepción extra-sensorial, ósea, a la mediúmnidad  usada por el propio dueño, como instrumento de captación de lo real. Más también debemos recordar la mediúmnidad activa, en la que Espíritus desencarnados usan al médium, para comunicarse con los vivos. Entonces, las relaciones humanas se extienden más claramente más allá de las barreras de la carne. El médium es vehículo – nunca pasivo – del dialogo entre los dos mundos.

En esa ocasión, se le presenta una oportunidad estimulante de entrar en una mente ajena. El acto mediúmnico, principalmente el de la psicografia  o el de la psicofonía, es siempre una unión telepática, una sintonía momentánea de dos inteligencias. Al recibir, por tanto,  a un Espíritu, obsesor o iluminado, un sufridor o un maestro de la Espiritualidad, la mente  del médium como se ve  apropiada  por la mente  del desencarnado. Al final de años de mediúmnidad  activa, el médium guardará un archivo mental fascinante de personalidades – que conoció más íntimamente.  Cada ser es único en el universo y la singularidad humana es una de las facetas más  ricas de la Creación. Y el médium tiene el privilegio de vivenciar  telepáticamente otras singularidades (que están por encima o por debajo de su grado evolutivo), más todas ellas portadoras de experiencias  y únicos sentimientos.

Si él supiera aprovechar bien ese manantial de estudios psicológicos, el aumentará su capacidad de comprender al ser humano y aun mismo su capacidad de amarlo – pues siempre podrá constatar, aun mismo en las conciencias más criminales, la centella divina, el germen del amor universal, el ansia de la perfección, que están latentes en todos los seres.

Condiciones éticas de la mediúmnidad
Kardec dedicó un capítulo entero del Libro de los Mediums a la cuestión de la “Influencia moral del médium”, (Cap. XX), estudiando las condiciones éticas, necesarias para la práctica mediúmnica. Es bien verdad que la capacidad mediúmnica es independiente del grado de moralidad del médium. Más no se da lo mismo  en cuanto a los resultados  y en cuanto al uso de esa capacidad.
Dividamos esa cuestión en tres partes:
1)  El compromiso serio del auto-perfeccionamiento del médium y la posesión de ciertos valores morales básicos facilitan  la comunicación con los Espíritus Superiores y garantizan su protección constante, no por una cuestión de privilegios, más si por una afinidad vibratoria natural entre los que hacen el Bien y el médium que está procurando el Bien. De hecho, la propia lucidez para discernir a los Espíritus y las situaciones dependen de una sintonía fina, que solo  se alcanza mediante la elevación de sentimientos y la serenidad existencial. Quien se rinde al orgullo, es fácilmente  mistificado por los Espíritus calculadores y dominadores. Quien se rinde a la sensualidad desenfrenada procura comparsas en el plano espiritual, que le acompañen las preferencias. Estamos, por todas partes, buscando las compañías que deseamos, de acuerdo con nuestras actitudes, palabras y pensamientos. Por eso, la moralización del médium es el mejor camino para que sus acompañantes espirituales -  o la nube de testigos, a la que se refería Pablo- sean también moralizados. Es evidente  que esa moralización está lejos de significar la adopción de actitudes de fachada, de voz mansa, humildad pretenciosa y santidad forzada.  El médium es un ser humano normal y debe actuar con naturalidad y buen sentido. Actitud ética es firmeza de principios y aplicación en la propia mejoría y no  pretensión a la santidad.

2) Sin embargo no basta la intención seria. Es preciso cierto equilibrio emocional, para que la mediúmnidad fluya como debe, en su ejercicio existencial. El médium es invadido  diariamente por avalanchas  de emociones inesperadas, venidas de todas partes. Puede captar  la depresión de alguien, la irritación de otros, la obsesión de terceros… más allá del ataque de sus propios enemigos espirituales, ligados a su pasado o adversarios gratuitos de su tarea. Si el mismo no estuviera centrado en sí, si no poseyera  un reducto íntimo de serenidad  y usar a cada instante las armas de la oración y de la vigilancia, acabará siendo llevado al ruedo. Por eso, al mismo tiempo que la mediúmnidad propicia el auto-conocimiento, es preciso que el médium esté constantemente analizándose a sí mismo, para lo que  es suyo y lo que viene de fuera y saber edificar una fortaleza interior.                                                                                                                                                                                                                        


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                        La verdadera religión

Todas las religiones que sostienen sus enseñanzas básicas y esenciales  dentro del marco de la  más elevada ética humana, son auténticas y verdaderas, porque todas  cumplen con la función de “religar” el Espíritu del ser humano con el  de Dios.
Se podría decir que la auténtica religión es aquella que hace mejores personas a sus seguidores.
Ante las  diversas  religiones y sus postulados se debe adoptar una postura de receptividad escuchando y analizando, lo cual  no significa  aceptación o credulidad. Todo se debe cuestionar y analizar, pasándolo por el tamiz de la razón  y no cerrarnos a nuevos conceptos por defender a toda costa  los viejos.
Todas las religiones prometen la salvación del ser humano a cambio de la creencia en sus postulados, la participación en sus ritos y la aceptación de sus preceptos, etc, pero la Salvación solo debe entenderse como algo personal entre Dios y el espíritu humano, cuando por el Amor del Padre  la persona se llega a sentir  penetrada de Él.
La auténtica religión solo puede serlo cuando se ama a Dios sintiendo  y vibrando por Su Amor Divino, amándolo a través del amor al prójimo, con espíritu altruista de entrega y de servicio, llenando cada día con la dedicación  y el  deseo de servir y ayudar caritativamente,  siendo este  el único y necesario culto que se debe practicar entre hermanos e hijos de un mismo Padre.
Se podría sintetizar esta cuestión, en que en cuanto a todo lo que de moral, ético y positivo en cuanto a las leyes Divinas tienen todas las religiones, todas ellas son verdaderas. Y también se podría sintetizar que en sus partes sacramentales, de culto, rituales  y dogmáticas particulares, creadas por los seres humanos a la sombra de las enseñanzas de algún Profeta o Enviado,  son todas falsas, pues todo el aparato externo de cada una nada tiene que ver con el Dios de Verdad, el Dios de todo el Universo, con sus infinitos atributos, sobre los que nos faltaría profundizar más para acercarnos un poco más a Su realidad. 
Tengamos presente que las creencias religiosas, sus afiliaciones y  sus preceptos, por sí solos no nos religan al Padre, ni nos salvan de nada; solamente el desarrollo de las cualidades del alma nos relacionan con Dios y nos salvan del sufrimiento que nos pueden causar nuestros actos morales equivocados por nuestros defectos y nuestra falta de amor.
La auténtica religión

Todas las religiones que sostienen sus enseñanzas básicas y esenciales  dentro del marco de la  más elevada ética humana, son auténticas y verdaderas, porque todas  cumplen con la función de “religar” el Espíritu del ser humano con el  de Dios.
Se podría decir que la auténtica religión es aquella que hace mejores personas a sus seguidores.
Ante las  diversas  religiones y sus postulados se debe adoptar una postura de receptividad escuchando y analizando, lo cual  no significa  aceptación o credulidad. Todo se debe cuestionar y analizar, pasándolo por el tamiz de la razón  y no cerrarnos a nuevos conceptos por defender a toda costa  los viejos.
Todas las religiones prometen la salvación del ser humano a cambio de la creencia en sus postulados, la participación en sus ritos y la aceptación de sus preceptos, etc, pero la Salvación solo debe entenderse como algo personal entre Dios y el espíritu humano, cuando por el Amor del Padre  la persona se llega a sentir  penetrada de Él.
La auténtica religión solo puede serlo cuando se ama a Dios sintiendo  y vibrando por Su Amor Divino, amándolo a través del amor al prójimo, con espíritu altruista de entrega y de servicio, llenando cada día con la dedicación  y el  deseo de servir y ayudar caritativamente,  siendo este  el único y necesario culto que se debe practicar entre hermanos e hijos de un mismo Padre.
Se podría sintetizar esta cuestión, en que en cuanto a todo lo que de moral, ético y positivo en cuanto a las leyes Divinas tienen todas las religiones, todas ellas son verdaderas. Y también se podría sintetizar que en sus partes sacramentales, de culto, rituales  y dogmáticas particulares, creadas por los seres humanos a la sombra de las enseñanzas de algún Profeta o Enviado,  son todas falsas, pues todo el aparato externo de cada una nada tiene que ver con el Dios de Verdad, el Dios de todo el Universo, con sus infinitos atributos, sobre los que nos faltaría profundizar más para acercarnos un poco más a Su realidad. 
Tengamos presente que las creencias religiosas, sus afiliaciones y  sus preceptos, por sí solos no nos religan al Padre, ni nos salvan de nada; solamente el desarrollo de las cualidades del alma nos relacionan con Dios y nos salvan del sufrimiento que nos pueden causar nuestros actos morales equivocados por nuestros defectos y nuestra falta de amor.

- Jose Luis Martín-

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                REHENES DEL MIEDO


En la sala del aula, la profesora preguntó a sus alumnos: " Y ustedes, ¿De qué tienen miedo?

Después de un breve y tenso silencio, un niño respondió, un tanto tímido: “Yo tengo miedo de la oscuridad”.

Otro dijo: “Yo Tengo mucho miedo del ogro”.

Miedo de la muerte, miedo de la altura, miedo de ser olvidado por los padres en la escuela…

Varios miedos fueron confesados y anotados por la sabia profesora, que deseaba liberar a los pequeños del sufrimiento generado por el miedo, a través del uso de la razón.

Por fin, una niñita dijo, con aire de asustada:

tengo mucho miedo del mal amén, que es un monstruo muy peligroso…”

“¿Y tú ya viste ese monstruo?” Preguntó, interesada, la profesora.

“Nunca lo vi, pero es un monstruo tan peligroso que mi madre pide todos los días a Dios que nos libre de él”, aclaro la niña.

Y concluyó: “mi madre siempre le pide a Dios al final de su oración:… Y líbranos del mal amén.”

No es preciso reflexionar mucho para entender la situación de aquella criatura con relación al miedo del monstruo, creado por su imaginación. El miedo era tan tirano que ella nunca osó confesárselo a la madre. Un miedo terrible de algo que nunca existió.

Pero, ¿será que solamente los niños tienen miedo de lo que desconocen?

Ciertamente que no.

La ignorancia ha sido, desde todos los tiempos, la gran responsable por el terror impuesto por el miedo.

Lo desconocido genera miedos inconfesables, en personas de todas las edades.
¿Pero como podemos tener tanto miedo de lo desconocido?

Eso ocurre justamente porque los monstruos creados por la imaginación generalmente son más terribles que los reales.

El miedo a la muerte es un ejemplo de eso.

El miedo al infierno también ha hecho rehenes.

El juicio final es otro tirano que atemoriza a mucha gente.

Todos esos temores son frutos de la ignorancia, no hay duda.

Existen personas que tienen miedo del futuro, miedo de la soledad, miedo de sentir miedo, y por ahí va...

En cuanto la razón no lanza sus luces sobre esas cuestiones, el miedo continuará a hacer infelices a los individuos, haciéndolos rehenes de la propia ignorancia.

Jesús tenía razón al afirmar que el conocimiento de la verdad nos liberará.
El conocimiento es diferente de la creencia. La creencia es siempre muy ciega, vacía de seguridades.

Para creer en algo no es necesario conocer, basta creer. Pero la convicción sólo se adquiere a través del conocimiento.

El Conocimiento que genera la fe firme. La fe que encara la razón cara a cara, sin dudar, en todas las situaciones.

Siendo así, vale la pena emplear esfuerzos para liberarnos de los miedos, buscando lanzar luces sobre lo que la ignorancia oculta.

Es importante liberar a nuestros niños, muchos de ellos rehenes de monstruos imaginarios terribles, dialogando con ellos sobre sus miedos.

Es preciso considerar que el miedo es el peor de todos los monstruos, y necesita ser aniquilado con urgencia.

Es necesario aclarar los caminos oscuros de la ignorancia con la luz del conocimiento, para que el miedo toque en retirada...

Como aseveró el gran filósofo griego, Sócrates: “Hay sólo un bien: el conocimiento; y un mal: la ignorancia”.

Sócrates fue precursor de las ideas cristianas y, como Jesús, también fue víctima de la ignorancia de sus contemporáneos.

¡Pensemos en eso y busquemos, con voluntad firme, conocer las leyes que rigen la vida!
Sólo así seremos verdaderamente libres de todos los miedos que tanto nos hacen infelices.

                         Texto del Equipo de Redacción del Momento Espírita.



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                                           LA FE


“Os aseguro que si tenéis fe tan pequeña como un grano de mostaza, podréis decirle a esta montaña: “trasládate de aquí para allá”, y se trasladara. Para vosotros nada será imposible.”
- Mateo 17:20-

Las montañas son esos obstáculos que existen en cada uno de nosotros y que tenemos que ir librando en el día a día y, para ello, debemos de conquistar la fe, para que todo aquello que se nos presente en nuestro camino no se nos haga una gran montaña, sino todo lo contrario, un camino llano, y si hay obstáculos, poder sortearlos, sin que nos venzan. La fe tiene que ser, una fe razonada, no una fe impuesta por creencias, que tarde o temprano, llevan al olvido. La fe necesita de conocimientos acerca de la vida del espíritu y su implicación en la materia.
Porque es así, como se edifica dicha fe; es así como se comprenden muchos sucesos y pruebas que nos pasan. La fe tiene una cualidad que enseña al alma, de las capacidades de trascender “esas montañas”, esos obstáculos que la vida nos pone, la mayoría de veces como aprendizajes.
Tenemos que ser capaces y tener el coraje de abandonar los prejuicios que las religiones han creado en torno al problema de la fe en los hombres. Para así, desmenuzarla y comenzar a entenderla, bajo otro punto de vista.
Muchos días de nuestras vidas y, en los momentos difíciles o bien alzamos los ojos hacia arriba, pidiendo ayuda a Dios, o en un momento de recogimiento interior, pedimos nos ayuden en el problema o los problemas que se nos plantea en nuestras vidas o existencias a los planos espirituales.
Ello quiere decir, que nuestra conciencia sabe que existe un Ser Supremo, llámese Dios o Inteligencia Infinita, que es por naturaleza misericordioso, amoroso, al cual nuestras peticiones hechas desde el corazón, quiere esto decir, con verdadero sentimiento, son escuchadas en el espacio, porque todo esta creado, para que nada escape a la magnificencia del Divino.
La fe es necesaria para el tránsito de nuestras vidas, ya que de lo contrario, iremos abocados antes o después al sufrimiento. Ella está cargada de una gran fuerza, que mueve nuestra montaña interior, para que poco a poco, seamos capaces de progresar, de ser más fuertes interiormente, más firmes, más calmos y bondadosos y manifestarnos como humanos libres que persiguen una causa justa, divina, fraterna.
Los hombres tenemos una razón de ser, una responsabilidad para con nosotros y los demás, así como, para la sociedad. Y es la de progresar, la de mejorarnos cada día, un poco más si cabe y, no dejar lugar a la negatividad, la intolerancia, la agresividad, la envidia, el orgullo, el egoísmo, todas éstas manifestaciones que nos hacen todavía ser espíritus inferiores. Y que sólo en la fe, en las capacidades infinitas de los hombres, en la lucha por su progreso y evolución, reside esa fuerza motriz que es capaz de movilizarnos, de sensibilizarnos, para comenzar a caminar hacia un mundo nuevo, donde la igualdad, fraternidad, respeto, honradez, libertad y amor; cualidades todas del alma, puedan tomar asiento, y sustituir a aquellas que nos impiden el progreso.
La fe que es comprendida e interiorizada, y que sabemos de su capacidad y fuerza, es capaz de llevarnos a comprender el porqué de la misma vida, de nuestras existencias en este plano, en esta humanidad correctora, con todos sus matices y diversidad de acontecimientos, que nos ayudan a transformarnos sí o sí. Solo la incomprensión de los verdaderos valores humanos para los cuales fuimos creados, no toman toda la forma y se hacen patentes, robándonos la conquista del verdadero amor.
La fe, no es creer en teoría alguna, es la vivencia y comprensión de la misma vida, de la existencia que ahora nos ocupa. La fe está llena de conocimiento, de sentimientos que nos ayudan a transformarnos, a proporcionarnos la energía suficiente, para seguir
en la lucha, en la batalla más ardua y dolorosa que existe, la de uno mismo intentando ser mejor. Más honestos, más honrados, más fraternos y bondadosos, más delicados, más sociables, más justos y magnánimos.
La fe que nos abastece una y otra vez del equilibrio mental y sentimental, así como espiritual, para que nada nos tumbe ante las diferentes pruebas que cada uno de nosotros tiene por delante. La fe nos dota, de esa cualidad del alma que la ha interiorizado, y que a los ojos de los demás, resulta ser un hombre diferente en sus manifestaciones, en sus ejemplos siendo consecuente entre lo que hace y dice.
Ten fe, y tu vida cambiará. Ten fe y conquistarás el mundo; nos habla del mundo interior, de nuestros tormentos y sufrimientos. La fe es la verdadera conquista del alma, preparada para darse a los demás, porque es ella la que nos guía.
La fe es una fuerza creadora, todo lo puede, todo lo vence, porque lleva en sí misma ese potencial de energía, de poder interior, que hace que ante las dificultades nos crezcamos, en pos de ser ejemplos vivos de la postura y actitud que hay que tener, ante dichas dificultades. Es un amigo, es un apoyo necesario en el transcurso de nuestras vidas es imprescindible en los dos planos, el material y el espiritual. Vale en ambos, porque en ambos, se libran grandes batallas espirituales.
La fe en la familia, en la amistad verdadera, la fe en la realización de los proyectos de la vida en general, la fe en el más allá, porque en cualquier momento, podemos marcharnos. Y si la fe está arraigada en nosotros, el viaje de vuelta a nuestro verdadero hogar, será dichoso.
La fe verdadera, es la que nos hace libres; libres para elegir nuestro camino en la vida y, si hay libertad, la fe hace presencia en todos nosotros y nos ayuda en ese camino evolutivo.
J.F.D.V.                         ( AMOR, PAZ Y CARIDAD-Febrero 2014)

                                                                  
“No hay fe inquebrantable sino aquella que puede mirar cara a cara a la razón en todas las épocas de la humanidad”.-  Allan Kardec
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EL PERDÓN


SI ALGUNO TE GOLPEA EN LA MEJILLA DERECHA

OFRÉCELE TAMBIÉN LA OTRA


7. Habéis aprendido que fue dicho: ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo que no os resistáis al mal que os quieran hacer; mas, si alguno os golpea en la mejilla derecha, ofrecedle también la izquierda; y si alguno quiere pelear con vosotros para tomar vuestra túnica, dejadle también la capa; y si alguno os obligare a marchar mil pasos con él, haced aun dos mil. Dad al que os pidiere y no rechacéis al que los quiere pedir prestado. (San Mateo, cap. V, v. de 38 a 42).

Al iniciar la lectura de este pasaje evangélico de San Mateo, lo primero que me viene a la mente es la famosa frase de Gandhi: “ Ojo por ojo, y todos acabaremos ciegos”. O sea, que la venganza del ojo por ojo, no solo no soluciona nada, sino que empeora más aún las situaciones de zozobra moral, creadas entre ofensores y ofendidos.
Y es que es cierto que la venganza solo genera más venganza y más odio, lo cual es acceder a una espiral de horror que no conduce a nada bueno y del que después cuesta mucho salir.

Parece como si por este pasaje Jesús nos estuviese indicando que debemos dejarnos matar o avasallar sin poner en acción el derecho natural de la autodefensa o a la autoprotección de la vida propia o la de otros a quienes tenemos obligación de defender o proteger en un momento dado. Creo que Jesús más bien indicaba la necesidad de ser tolerantes y de estar dispuestos a perdonar siempre y a tolerar cualquier abuso hasta los límites de lo tolerable, estando dispuestos siempre a dar una nueva oportunidad a quien pretende ser nuestro enemigo o a querer dañarnos de algún modo. En cualquier caso, es un acto de caridad el tratar de defenderse de las agresiones y abusos, procurando no herir moral o físicamente al ofensor, o tratando de hacerle el menor daño posible. No olvidemos que todos tenemos el derecho y la obligación moral de defendernos y protegernos, así como de defender y proteger a los desvalidos que estén a merced de los abusos o de la fuerza de otros.
En la autodefensa se debe tratar de guardar el equilibrio y la proporción, de modo que si el hecho de defendernos puede ocasionar algún daño al ofensor, que este daño sea el más leve posible, pues tengamos en cuenta que en ningún caso un mal no quita otro mal, como un fuego no apaga otro fuego, ni lo puede justificar sino en raros casos.

Jesús no prohibió la defensa, sino que condenó la venganza posterior que nos lleva al horror del odio y hasta la violencia a cambio del placer efímero que puede ocasionar esa venganza, pero que al final desaparece y deja solamente un gran vacío en el alma.
A veces la venganza se puede confundir con la justicia, de modo que mientras que la venganza es siempre un acto de revancha posterior en el que se busca un perjuicio o daño al rival o enemigo para compensar otro daño recibido de él, la justicia supone el equilibrio del alma ante un acto en el que el perdón y la magnanimidad pueden ser el auténtico gran premio de la experiencia que se puede lograr de ese acto de generosidad que es capaz de devolver bien por mal.  La compensación de la venganza, se busca en el placer de hacer daño
Aunque es muy humano en nuestro nivel evolutivo, el ansia de venganza tras recibir un mal o una ofensa, cuando el nivel espiritual del ofendido o de la víctima, o bien cuando se posee el conocimiento espiritual correcto, bien sabemos que existe siempre por encima de los humanos, la Justicia Divina, y esta nunca deja de actuar a través de la Ley de Causa y Efecto. No significa esto que en el fondo nos debamos alegrar porque nos sabemos “vengados” por esa justicia divina, pues a pesar de conocer de su existencia, no olvidemos que Dios es infinitamente bueno, y que ama a todos sus hijos por igual, de modo que Su justicia siempre va encaminada a corregirnos y encauzarnos por el camino del bien, y nunca supone un castigo sin otro fin que el del castigo en sí. Dios es Fuente y Origen de todo bien, por tanto ningún mal procede de Él, sino de nuestros propios errores.

Realmente a veces hay que ser interiormente mucho más fuertes para poder aguantar y perdonar una ofensa sin sentimientos de rencor, que para responder con la misma moneda al ofensor. 

 Podemos creer a veces que en realidad no seríamos capaces de perdonar, que es lo que viene a significar lo de poner la otra mejilla, y en realidad el alma no preparada para realizar este acto de valor moral que es el perdón, no lo puede lograr plenamente de un día para otro, pero sin embargo sí podemos todos comenzar por el deseo de perdonar, sin rencores, venganzas ni resentimientos a pesar del dolor recibido, o de poner la otra mejilla, lo que significa lo mismo. En la medida que lo vayamos logrando en pequeñas cosas notaremos que vamos estando más fuertes y maduros para lograr el perdón de las ofensas, ante cuestiones más graves, lo cual ya es un verdadero progreso en el camino evolutivo de nuestro espíritu, hacia una mayor perfección y por tanto hacia la auténtica felicidad.

  • José Luis Martín -       
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