El mensaje de Jesús revela al mundo un Dios amoroso y compasivo.
El Maestro dice que toda la ley divina se resume en el acto de amar a Dios, al prójimo ya sí mismo.
Se concluye en que la vivencia del amor libera y pacifica a las criaturas.
Ciertamente por eso es instintivo en el ser humano el deseo de amar y ser amado.
No hay nada más placentero que pasar unas horas con personas que nos dicen muy de cerca al corazón.
Nuestras aficiones más queridas, las que cultivamos con más cariño, constituyen consuelo en las pruebas de la vida.
Proporcionar alegría a alguien querido causa gran deleite.
Cada cual desenvuelve y demuestra afecto en la conformidad de su entendimiento y posibilidades.
El científico que gasta la vida buscando descubrir la cura de dolencias evidencia amor a la humanidad.
Tal vez el no tenga palabras dulces y amables para sus auxiliares.
Puede ser que la preocupación en cumplir bien su tarea lo torne desatento a las perspectivas de los que lo rodean.
Más no por eso su extremada dedicación deja de ser valiosa demostración de amor.
El profesor sinceramente dedicado a la enseñanza también ejemplifica el amor.
Quizás sus pupilos lo consideren rígido y prefiriesen a alguien más exigente.
Es que identificamos más fácilmente el amor con manifestaciones de ternura.
La madre que abraza a un hijo nos parece amorosa.
Ya un padre con la postura de educador no transmite esa impresión de candor.
Mas urge reconocer que la ley de amor no se resume en halagos, sonrisas y caricias.
Nuestros compañeros de jornada, amigos y parientes, son, ante todo, hijos de Dios.
Sería pretensión nuestra imaginar que poseemos mayor capacidad de amar que la divinidad.
Y el Padre celestial, aunque su infinito amor, no deja de permitir que las criaturas crezcan mediante su propio esfuerzo y trabajo.
Un análisis criteriosos de la vida revela que ella está en permanente transformació n y mejoramiento.
Las especies animales, las plantas, la conformación del propio planeta tierra, todo refleja movimiento y metamorfosis.
Las sociedades terrenas gradualmente van perfeccionando sus códigos y valores.
Así, la ley del amor incluye la necesidad del mejoramiento de los seres.
El amor de Dios debe estar por encima de todos los sentimientos de otros, porque es la fuente y sustentador del universo.
Si amamos a Dios, y el mundo que él creó esta en mejoramiento continuo, debemos esforzarnos para entender las leyes que lo rigen y mejorarnos también.
Del mismo modo, al manifestar amor a nuestro semejante, no podemos pretender hurtarlo de las experiencias necesarias para su adelantamiento.
Esa comprensión de la vida nos lleva a admitir la necesidad de mezclar nuestro afecto con parcelas de racionalidad y discernimiento.
El amor a un hijo, alumno u amigo, no siempre indica concordancia con sus fantasías y aspiraciones.
Con frecuencia es necesario renunciar a la alegría inmediata de agradar a nuestros amores, en pro de su progreso y de su felicidad por llegar.
La madre que se abstiene de educar al hijo desobediente demuestra más tibieza que amor.
Por otro lado, el maestro que exige dedicación es más precioso para los alumnos que un profesor relapso.
El ejercicio del amor algunas veces exige sacrificios, por contrariar los impulsos más inmediatos del corazón.
Ese sentimiento es efecto del cariño y ternura, más también de firmeza y restitud de carácter.
Al final, siendo una energía sublime, el amor no puede provocar la caída moral del ser amado.
Texto del Equipo de Redacción de Momento Espirita
EL NIÑO APRENDERÁ DEL PERRO LAS CUALIDADES MAS EXCELSAS DE AMOR DESINTERESADO, FIDELIDAD, INOCENCIA, AMISTAD Y PUREZA, QUE LUEGO,DE MAYOR, BUSCARÁ EN VANO ENTRE LOS HOMBRES SIN ENCONTRARLAS.
SAN JUAN BOSCO.-
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