lunes, 4 de noviembre de 2019

El Infierno, según el Espiritismo (1)

   INQUIETUDES ESPÍRITAS

1.- La transición después de la muerte
2.- El verdadero amor es tener, y no poseer.
3.- El Infierno, según el Espiritismo (1)
4.- Elegir el Perdón



   



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 LA TRANSICIÓN DESPUÉS DE                    LA MUERTE





     En primer lugar hemos de hacer una distinción clara, a la luz del conocimiento espiritual, entre la muerte y lo que es, en sí, la desencarnación. La muerte es el fin de la actividad biológica del cuerpo; a partir de ese momento, el organismo comienza su proceso natural de descomposición como ocurre con todos los seres. Esto último se inicia en el momento en que se rompe el denominado lazo fluídico o cordón de plata, nexo de unión entre la materia y la parte espiritual o semimaterial.

     La desencarnación es otro proceso distinto, muy vinculado, lógicamente, a la interacción entre el cuerpo y el periespíritu. Depende de otros factores que facilitan o complican su proceso de ruptura total.

     Para poder continuar con claridad, hemos de explicar una vez más la trilogía del ser humano, muy importante para comprender la inmensa mayoría de los fenómenos que encierran la vida del ser. Por un lado, la parte más visible y hasta grosera que es el cuerpo humano o biológico. Por otro lado está el espíritu, que es el principio inteligente individualizado, la chispa divina latente en él. Y finalmente se encuentra el periespíritu, que es el cuerpo intermedio, semimaterial que une a ambos. Este último no se separa ni antes ni después de la muerte. Su forma es idéntica a la del cuerpo físico.

     Durante el proceso de desencarnación, el fluido periespiritual se desprende poco a poco de todos los órganos.

     (*) “Solamente la separación es completa cuando no queda un solo átomo del periespíritu unido a una molécula del cuerpo”.

     El párrafo anterior es clave. La desencarnación es totalmente efectiva cuando ya no existe ningún nexo de unión entre los dos cuerpos, el periespiritual y el material, aunque este último haya comenzado su proceso normal de descomposición.

     “La sensación dolorosa que experimenta el alma depende de la suma de puntos de contacto que existan entre el cuerpo y el periespíritu, y de la mayor o menor dificultad o lentitud que ofrezca la separación”.

     Aquí entramos en aquello que más nos preocupa, el dolor durante el trance de la muerte. De esto nos vamos a ocupar a continuación.

     Grosso modo, existen cuatro posibilidades o alternativas con respecto al proceso de desencarnación, como muy bien nos lo explica detalladamente la segunda parte, capítulo I, titulado La Transición, de la obra EL CIELO Y EL INFIERNO, escrita por Allan Kardec.

-  La primera posibilidad sería cuando el periespíritu está desprendido del cuerpo en el momento de la extinción de la vida orgánica; en ese caso, el alma no siente absolutamente nada.

-  La segunda posibilidad, totalmente opuesta a la anterior, sería cuando el nexo de unión entre cuerpo y periespíritu fuese muy fuerte; en tal caso, la ruptura sería abrupta, difícil y dolorosa para el alma; a modo de desgarramiento entre las dos partes.

-  La tercera sería cuando la unión es muy débil, en ese caso, tan solo un pequeño esfuerzo será suficiente para romper definitivamente los lazos que los unen.

-  Y por último, la cuarta, cuando con el cese de la vida orgánica todavía existen muchos puntos de conexión entre el cuerpo y el periespíritu, la separación resulta difícil y muy dolorosa; hasta incluso llegar a sentir y sufrir el proceso de descomposición hasta que el fluido periespiritual se haya desprendido totalmente de todos los órganos del cuerpo.

     En resumen, como hemos visto hasta ahora, el sufrimiento será mayor o menor en función de la fuerza cohesiva que exista entre los dos cuerpos, el material y el semimaterial.

     Durante el proceso de la muerte el alma sufre un entorpecimiento que paraliza sus facultades y que anula en cierto modo sus sensaciones. A ese estado se le denomina turbación.

     La turbación es un estado normal en los procesos de muerte. Su duración depende del grado de clarificación que el alma sea capaz de alcanzar; es como el despertar de un sueño profundo. Su estado de confusión o embotamiento se va diluyendo en la medida en que se esclarece; esto varía mucho de unos casos a otros, de la mayor o menor espiritualidad adquirida.

      “El estado moral del alma es la causa principal que influye sobre la mayor o menor facilidad del desprendimiento”.

     El estado moral es la clave, fundamental. Aquellas personas que han vivido por y para la vida material, y que además han estado cargadas de pasiones y vicios, se encuentran, en el momento de abandonar el mundo material, con un fardo demasiado pesado del que es difícil desprenderse. No estamos hablando de religiosidad o de tradiciones, sino de una disposición y actitud mental equilibrada que le haya predispuesto a identificarse con la vida del espíritu. Es decir, a hacer el bien, a ser moderado de costumbres, a respetar al prójimo; a ser desprendido de las cosas materiales para darles el valor que les corresponde, como una herramienta útil si se utiliza correctamente.

     En la misma obra EL CIELO Y EL INFIERNO, en la cual se basa este artículo, encontramos en su segunda parte gran cantidad de testimonios recogidos mediúmnicamente que reflejan el estado del espíritu dependiendo de sus circunstancias personales. Según fueron sus vidas en el plano físico, así se encuentran al despertar a la verdadera realidad espiritual.

     Por otro lado, el género de muerte también influye en la manera en que el espíritu se desprende de su cuerpo físico, así como las sensaciones y circunstancias que lo envuelven posteriormente.

     En la muerte natural, bien por edad o enfermedad, la separación suele ser gradual. Pero aquí también influye de una forma determinante el estado espiritual del ser. Si sus pensamientos son elevados, desprendidos de las cosas materiales, el trance entre las dos vidas suele ser muy ligero; apenas unas pequeñas conexiones muy débiles sostienen la unión entre cuerpo y alma. Solo un pequeño percance fisiológico es suficiente para romper esos lazos, ya de por sí muy frágiles.

     En el ser humano sensual, apegado a las cosas y preocupaciones materiales, el trance suele ser difícil y doloroso. Una lucha se establece entre la naturaleza biológica que trata de finalizar su ciclo y una oposición fuerte por parte del espíritu que no está dispuesto a ceder. Las convulsiones de la agonía son muchas veces el testimonio vivo de esa clase de lucha imposible.

     Incluso con la llegada de la muerte biológica, la turbación continúa. Siente que sigue vivo pero no sabe en qué plano se encuentra.


    “El espíritu se apega tanto más a la vida cuanto nada ve más allá de ella”.

  Durante la muerte violenta, la vida orgánica con todo su vigor se detiene de repente. La separación del periespíritu se inicia a partir de ese momento en casi todos los casos, pero, como hemos visto anteriormente, no se realiza de forma instantánea.

     El espíritu sorprendido por su nueva situación no toma conciencia de inmediato, puesto que comprueba que sigue teniendo un cuerpo idéntico al anterior, pero se trata de un cuerpo fluídico. Intenta comunicarse con las personas que tiene alrededor, pero no le hacen caso y tampoco le contestan a las preguntas que les formula. Esto le produce confusión y disgusto en un primer momento.

     En estos casos, como en los anteriores, el grado de elevación moral y de desprendimiento hace que la situación se resuelva favorablemente de una manera rápida y sin sobresaltos, o que ocurra todo lo contrario, un trance doloroso y difícil que se puede prolongar por mucho tiempo.

     En los suicidios la situación suele ser mucho más grave. El cuerpo retiene al periespíritu, y le transmite todas sus convulsiones al alma. Una situación lamentable de la que cuesta mucho salir.

     En conclusión, podemos decir que la conducta humana, los pensamientos e incluso el conocimiento sobre el porvenir son palancas que facilitan sobremanera ese trance natural que todos, sin excepción, debemos de vivir algún día.

     “Para que la humanidad se esfuerce por su propia purificación, reprimiendo sus malas inclinaciones y dominando sus pasiones, es necesario conocer las ventajas del futuro”.

     La oración es un antídoto muy efectivo; es un torrente poderoso de esperanza y auxilio que alivia, esclarece y facilita el tránsito a aquellas almas que ya dejaron su cuerpo físico y que precisan adaptarse a su nueva situación para continuar su proceso de elevación, de crecimiento espiritual en dirección a la perfección.
 José Manuel Meseguer Amor, Paz y Caridad.
(*) Las frases en negrita están extraídas del capítulo I, La Transición, de la obra EL CIELO Y EL INFIERNO, escrita por Allan Kardec).

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     " EL VERDADERO AMOR ES                     TENER,Y NO POSEER"

         ( Una entrevista a Chico Xavier)

P.-  Cuando expandamos nuestro concepto del amor, ¿aún existirá espacio para relacionarnos con una sola persona?, ¿ la tendencia será amar a todos de manera fraternal o habrá una finidad especial con una sola persona?
Ch.-  Yo creo que la colectividad es necesaria, pero por mucho que la persona se eleve, ella tiene la necesidad de apoyarse en un amor donde ella pueda intercambiar  sus propias fuerzas, como acontece aquí en la Tierra, y proseguir viaje adelante. 
     El Espíritu puede elevarse mucho y aquella persona especialmente amada por este Espíritu puede estar en una condición de mucha deuda, de mucho compromiso, no estando en condicione s de efectuar ese vuelo al plano superior. Pero aquel que está en el plano superior siente la necesidad de ayudar al ser amado para que gane nuevas alas de crecimiento para que él también se eleve. Muchos de nosotros somos espíritus exilados de la convivencia de aquellos que amamos. A veces ellos se adelantaron y nosotros nos atrasamos. Pero ellos no nos abandonan y no nos dejan, a veces, sufrir con la finalidad de apresurar el tiempo perdido, para reunirse con aquel otro corazón.
P.- ¿Pero llegaremos al punto en que nosotros no necesitemos más individualizar el amor?.
Ch,. Bien, lo que acontece es que nosotros conocemos el amor  como un problema que debería ser aclarado desde ahora: es el espíritu de posesión. Una persona que cree que es dueña de un corazón, sea el hombre o la mujer, demuestra un egoísmo muy grande, es el espíritu de posesión que genera celos. Y los celos generan una deuda muy grande de sentimiento: Nosotros debemos tener cuidado de no tener el espíritu de poseer. Por cualquier cosita, a veces, nosotros sentimos la necesidad de controlar a otra persona. Nosotros no queremos que ella, (o él), converse con otra persona... El otro día yo,le pregunté a Emmanuel: "¿Cómo podría usted definir el amor, con un mínimo de palabras?.Y él respondió que el amor verdadero sigue este lema: "Es tener, y no poseer". Cuando la persona ama verdaderamente, ella quiere la felicidad de la persona querida y así, ella puede alcanzar más elevación, siempre que ame desinteresadamente. Por eso, el amor verdadero es muy difícil.
P.- ¿ Y cómo hacer cuando nosotros deparamos con una persona que tiene necesidad de dominar a la gente, de controlar todos los pasos de la gente, de exigir que pensemos, con la cabeza de ellos?,¿Cómo queda esa relación?
Ch.- Ahí somos víctimas del sentimiento de posesión que está en aquel con quien nosotros nos comprometimos. Si nosotros quisiéramos vivir con una persona de esas, cargada con el espíritu de posesión a punto de tener celos de nuestros pasos, entonces no debemos asumir el compromiso. Si "firmamos" el compromiso, es interesante llevarlo hasta el fin porque después de esta vida, la vida continúa....Pero es mejor que ella continúe más suave para nosotros."
 (Jornal Espírita Sao Paulo, SP. 5-88)

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EL INFIERNO, SEGÚN EL 

ESPIRITISMO (1)

    Nosotros los espiritistas también tenemos nuestra definición de lo que es el infierno, pero esta, no solo está conforme al espíritu del Evangelio, sino con la razón filosófica, la revelación de los espíritus y la ciencia. No se funda nuestra opinión en una idea preconcebida;no es un sistema sustituyendo a otro sistema; en todas partes se apoya en observaciones. Son las mismas almas de los que han muerto las que nos inician en los misterios de la vida futura, describiendo su posición feliz o desgraciada, sus impresiones y transformaciones después de la muerte del cuerpo; en una palabra: a completar sobre este punto la enseñanza de Cristo.
    Allan Kardec traza, con toda exactitud, el Código Penal de la vida futura según el Espiritismo. El alma o espíritu, dice, sufre en la vida espiritual las consecuencias de todas las imperfecciones de que no se ha despojado durante la vida corporal. Su estado dichoso o desgraciado, es inherente al grado de su depuración o de sus imperfecciones.
      La dicha perfecta es inherente a la perfección, o sea, a la depuración completa del espíritu. Toda imperfección es a la vez, una  causa de sufrimientos, de la misma manera que la suma de los goces, está en razón de la suma de buenas cualidades.
      En virtud de la ley de progreso, teniendo el alma la posibilidad de adquirir el bien que le falta y de desprenderse de lo que tiene de malo, según sus esfuerzos o su voluntad, se deduce que el porvenir no está cerrado a ninguna criatura. Dios no repudia a ninguno de sus hijos: los recibe en su seno, a medida que alcanzan la perfección y deja así a cada uno, el mérito de sus obras.
     El sufrimiento, siendo indispensable a la imperfección, como el goce a la perfección, el alma lleva consigo su propio castigo en todas partes donde se halle; no hay necesidad para esto de un lugar circunscrito; donde hay almas que sufren está el infierno, así como el cielo está en todas partes donde hay almas dichosas. El bien y el mal que se hace producen las buenas y malas cualidades que se poseen. No hacer el bien cuando se tienen los medios de hacerlo, es resultado de una imperfección. Si toda imperfección es causa de sufrimiento, el espíritu debe sufrir, no solo por el mal que ha hecho sino por el bien que pudo hacer y no hizo durante la vida terrestre.
     Siendo infinita la justicia Divina, lleva una cuenta exacta del bien y del mal,si no hay una sola mala acción, o un solo mal pensamiento que no tengan sus consecuencias fatales, no hay una sola buena acción, un ligero movimiento del alma, el más leve movimiento, en una palabra, que se pierda, aun en los más perversos, porque constituye un principio de progreso. Toda falta cometida, todo mal realizado, es una deuda contraída que debe ser pagada; si no lo es en esta existencia, lo será en las siguientes, porque todas las existencias son solidarias las unas con las otras. Aquel que  ha pagado una deuda en la existencia presente, no tendrá que volver a pagar.
     El espíritu sufre la pena de sus imperfecciones,en el mundo corporal o en el espiritual. Cuantas miserias y vicisitudes se sufren en la vida corporal, son consecuencia de nuestras imperfecciones o son expiaciones de faltas cometidas, ya sea en esta existencia o en otras precedentes.
     No hay ninguna regla absoluta y uniforme, en cuanto a la naturaleza y duración del castigo; la única ley general es, que toda falta recibe su castigo y toda acción buena su recompensa, según su valor. La duración del castigo está subordinada a la mejora del espíritu culpable. No se pronuncia contra él ninguna condena por un tiempo determinado. Lo que se exige para poner término a los sufrimientos es una mejora seria , efectiva, y una vuelta sincera al bien. De este modo el espíritu, siempre es árbitro de su propia suerte;puede prolongar sus sufrimientos por su persistencia en al mal o endulzarlos y desviarlos por sus esfuerzos en practicar el bien.
     Estando subordinada la duración del castigo a la mejora, resulta de esto que para él,la pena sería eterna. Pero ningún espíritu puede llegar a ese extremo, porque dentro de las leyes divinas, existen los medios de impedir que el espíritu llegue a un grado de inferioridad que no v uelva sobre sus pasos. El sufrimiento, en el caso de los espíritus empecinados en el mal, llega a hacerse tan insoportable que  por vencerlos.
     El arrepentimiento es el primer paso hacia la mejora, pero esto no basta; es preciso aún la expiación y la reparación.
     Arrepentimiento, expiación y reparación, son las tres condiciones necesarias para borrar las huellas de una falta y sus consecuencias . El arrepentimiento endulza los dolores de la expiación, puesto que da la esperanza y prepara los caminos de la rehabilitación, pero solo la reparación puede anular el efecto, destruyendo la causa; el perdón sería una gracia y no una anulación.
     El arrepentimiento, puede tener lugar en todas partes y en cualquier tiempo; si es tardío, el culpable sufre mucho más tiempo.
     La expiación consiste en los sufrimientos físicos y morales que son consecuencia de la falta cometida, sea en esta vida, o después de la muerte en la vida espiritual, o en la nueva existencia corporal, hasta que queden borradas las huellas de la falta.
     La reparación consiste en hacer el bien a quien se hizo daño. Quien no repara en esta vida las faltas cometidas, por imposibilidad o falta de voluntad, de una existencia anterior, se hallará en contacto con las mismas personas a las que perjudicó y en condiciones elegidas por él mismo, que le faciliten probarles la buena voluntad de hacerles tanto bien como mal se les hizo antes.
    Sin embargo todas las faltas no ocasionan un perjuicio directo y efectivo; en este caso, la reparación se verifica haciendo aquello que debió hacerse y no se hizo, cumpliendo con los deberes que se incumplieron, las misiones en las que se falto;practicando el bien en contra del mal hecho anterioñrmente, esto es, siendo humilde, si antes era orgulloso, dulce si era duro, etc. Así es como el espíritu progresa, aprovechando su pasado.
     Los sufrimientos que los espíritus tienen después de la muerte son diversos e innumerables. El más inmediato consiste en la lentitud de la separación del alma y el cuerpo, cuando aquellos han vivido aferrados a la vida material, despreciando su progreso espiritual; en las angustias que acompañan a la muerte y al despertar en la otra vida; en la persistencia de la turbación que puede durar meses y años; para el criminal la vista incesante de su víctima y de las circunstancias del crímen constituyen un cruel suplicio.
     Ciertos espíritus permanecen por meses y años sumergidos en espesas tinieblas; otros, en un aislamiento absoluto en medio del espacio, atormentados por la ignorancia de su situación y de su suerte. Los más culpables sufren tormentos indecibles; muchos están absolutamente privados de la vista de los seres que han amado y todos ellos surren con una intensidad relativa, los males, dolores, y privaciones que han hecho sufrir a otros, hasta que el arrepentimiento y el deseo de la reparación vienen a darles un consuelo, haciéndoles entrever entonces la posibilidad de poder, por sí mismos, poner término a esta situación.
     Es un suplicio para el orgullo, ver a mayor altura, en ese plano, a los que había  menospreciado en la Tierra, mientras él está relegado a la última clase; para el hipócrita, el verse traspasado por la luz que pone al descubierto sus más recónditos pensamientos, que  todo el mundo puede leer, sin medio alguno para disimular u ocultarse; para el sensual, el tener todas las tentaciones, todos los deseos, sin poder satisfacerlos; para el avaro, el ver su oro gastado y no poderlo evitar; para el egoísta, el estar abandonado por todo el mundo y el tener que  sufrir lo que los otros han sufrido a causa de su egoísmo<, tendrá sed y nadie le dará de beber; tendrá hambre y nadie le dará de comer; ninguna mano amiga vendrá a tomar la suya, ninguna voz compasiva vendrá a consolarle. No habiendo pensado mas que en sí mismo durante su vida, nadie piensa en él ni le compadece después de su muerte.
     Según nuestra doctrina espiritista, la misericordia de Dios es infinita, pero no es ciega. El culpable aun perdonado, no queda descargado hasta que no haya satisfecho la justicia, sufre las consecuencias de sus faltas. Por misericordia infinita han que entender que Dios no es inexorable y deja siempre abierta la puerta para la vuelta al bien.
     Como hemos dicho, no solo el infierno está más allá de la vida corporal, pues en esta vida se purga y expía, es decir, se puede esforzar el hombre en hacer tanto bien y en sufrir tanto mal, como bien dejó de hacer y tanto mal hizo en sus vidas precedentes. Además, en la vida de la materia, hay que agregar los sufrimientos que el hombre mismo se impone, en virtud de sus pasiones no extinguidas aún y de los abusos que comete, haciendo su vicio de necesidades, vicio que se transforma en enfermedades y dolores físicos.
     En conclusión, resumiremos este cuadro con Allan Kardec:
1.- El sufrimiento es inherente a la imperfección;
2.- Toda imperfeción y toda falta que la motiva, lleva consigo su propio castigo, por sus consecuencias naturales e inevitables, como la enfermedad es consecuencia de los excesos, el fastidio de la ociosidad, sin que  sea necesaria una condena especial para cada falta y cada indivíduo.
3.- Pudiendo el hombre deshacerse de sus  imperfecciones por su voluntad, evita los males que son su consecuencia y puede asegurar su felicidad futura.
     Tal es la ley dde la justicia divina: a cada uno según sus obras. así en el cielo como en la tierra.
    He ahí el infierno verdaderamente cristiano. Compárese ahora, este infierno con el pagano-católico-romano, sacado de las teogonías griegas y romanas, dígase cual es la más racional, lo más lógico, lo más fundado en la ciencia astronómica y en la revelación.
    Pero todavía nos haremos cargo de otros dogmas católicos, de los que no encontramos ni una sola palabra en los Evangelios.
( Seguirá...)
- Cosme Mariño-

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                                       ELEGIR EL PERDÓN

La escritora Robin Casagian expresa que todas las personas tienen su propia historia de odio, resentimiento y tristeza. Cada uno pasa en la vida por diferentes fases de disgusto, ingratitud, ofensas, separación de cónyuges, agresiones varias, adulterios, intrigas y demás conflictos que siembran las amarguras en las profundidades del espíritu. Todos han experimentado motivos para sentir rencor, tristeza, rabia.
     El resultado de tales sucesos ha sido la aparición de un excesivo apego a los resentimientos. Las personas se aficionan de tal modo a los sentimientos inferiores, que estos llegan a pertenecer, o lo que es lo mismo, a instalarse en su propia casa mental- Son de la familia y, sin ceremonias previas, provocan la tristeza, la rabia, la intranquilidad y los demás sufrimientos del alma. Muchas son las personas que deciden aferrarse al rencor con la exclusiva finalidad de tener alguien a quien culpar por su desdicha. A partir del instante en que elegimos el perdón,expulsaremos de nuestra casa íntima a un elemento indeseable:el resentimiento. El resentimiento sólo produce desequilibrio y destruye la armonía interior. La opción por el perdón despeja de la mente a uno de los más nefastos enemigos de su tranquilidad, y a partir de entonces comienza a experimentar alivio, a estar más liviana, a producir, por último, una saludable transformación en la vida del individuo. Recuérdese que la otra cara del dolor es la paz, lo que hace del perdón una auténtica elección de favor de la felicidad. <Busca en tu corazón la bondad, la compasión, la ternura, hasta conseguir el coraje que te permita mirar más allá del miedo y de la rabia>. Cuando miremos más allá estaremos en condiciones para comprender que cada cual alcanzó un escalón evolutivo, e inevitablemente cometerá, igual que nosotros, actos irreflexivos. El Dr. Gerald Jambrowski afirmaba que "Perdonar es ver la luz en lugar del velador". Jesús miraba el fondo del alma humana y comprendía el estado de ignorancia de los que cometen errores y de quienes practican actos imprudentes en la vida. No obstante, lo importante es evitar la repetición de los errores, porque en el futuro constituirán un perjuicio para el indivíduo.

El Perdón en familia.-
     La relación entre los miembros de una familia constituye el fundamento emocional de la estabilidad del hogar. Conseguir la paz entre sus miembros es esencial para la paz interior de cada uno, puesto que la familia es un sistema perfectible y como tal, la conquista del perdón en su seno es un acto de perfeccionamiento para todo el grupo. En la mayoría de los hogares existe algún miembro que representa problemas para el equilibrio emocional de la estructura familiar. Aquí el marido es aficionado a las bebidas alcohólicas y se pone violento, allá un hijo se desvía hacia las drogas y se deja arrastrar por torrentes de contradicciones sin fin. En ciertos casos los trastornos kármicos se traducen en incompatibilidades de todo orden: la madre o el padre tienen afinidad con uno de los hijos y dificultades con el otro. En otras partes surgen las infidelidades conyugales que producen desesperación y dolores atroces. ¡ Cuantas situaciones de violencia verbal o física, de ofensas mutuas, de incomprensiones de los padres con hijos adolescentes y jóvenes, de ingratitud entre los unos y los otros!.
     En definitiva, el hogar es un excepcional lugar para las reparaciones de un pasado lejano y es un importante laboratorio para la práctica del perdón. En el hogar hallamos significativas oportunidades de enmendar los errores cometidos en encarnaciones anteriores y perdonar a quienes nos han ofendido en otras épocas de nuestra experiencia humana. Por lo tanto considerar la rabia como una fuente de fuerza, no es más que un autoengaño. La rabia solamente alimenta el amor propio herido por las desavenencias familiares. La rabia perpetúa una lucha en la que ninguno triunfa.
    Por lo general, exigimos al otro lo que nosotros no damos, y principalmente concentramos nuestra exigencia en quienes no nos inspiran un afecto demasiado profundo.
     El Espiritismo viene a explicarnos que en cierta forma es común que se vuelvan a encontrar en el hogar espíritus afines y no afines. En los procesos inherentes a las reencarnaciones anteriores, es probable que hayamos cometido acciones que han afectado profundamente a muchas personas, algunas de las cuales pueden ser de nuestra propia familia, en la presencia de un esposo necesitado de comprensión, o en ese hijo amado que necesita apoyo para superar los desequilibrios de su alma. De tal manera, el Espiritismo aporta otra forma de ver el mundo. El perdón está insertado en esa modalidad humana y respetuosa de las relaciones familiares. Mira a sus familiares con ojos de ternura, perdonándoles las faltas que puedan haber practicado y avanza confiado hacia el futuro.
- Jason de Camargo- (Educación de los sentimientos)

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